David Solar - El Último Día De Adolf Hitler

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30 de abril de 1945. Diez días después de cumplir 56 años, Adolf Hitler, doblegado por el desastre en el que sumió a la todopoderosa Alemania, asediado por las fuerzas soviéticas que se acercan a su última guarida, pone fin a su vida con un disparo de revólver, escondido en su búnker bajo las ruinas de la Cancillería, junto a Eva Braun. En este riguroso y documentado texto, David Solar desgrana minuto a minuto las últimas 36 horas de vida de Hitler. Ante el cataclismo final del que fuera su imperio, se apresta a vivir sus últimas horas: se casa con su amante Eva Braun después de quince años de relación; dicta sus testamentos, privado y político, se desespera de rabia e impotencia y, tras algún asomo de esperanza, se resigna a morir. El autor analiza en esta minuciosa reconstrucción los antecedentes biográficos y el contexto histórico, nacional e internacional, que permitió la llegada de Hitler al poder.

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En esos meses los nazis pusieron de moda los Deutsche Tage , los días de Alemania que, a imitación de lo ocurrido en Coburgo, consistía en trasladar a una ciudad bávara un importante número de miembros de las SA, que desfilaban el sábado por la tarde con banderas desplegadas al son de músicas militares, suscitando el entusiasmo o el temor entre los ciudadanos y respondiendo con suma violencia a cualquier tipo de insulto o desaprobación explícita; por la noche había desfile de antorchas y cánticos nacionalistas; el domingo, nuevos desfiles militares antes de los oficios religiosos y, a mediodía, discursos políticos de los jefes locales o del propio Hitler. El más famoso de estos «días de Alemania» fue el de Nuremberg, el 2 de septiembre de 1923, en el que Hitler reunió en seis concentraciones a más de cien mil simpatizantes.

Este éxito y el caos económico y político en el que se debatía Alemania convencieron a Hitler de que había llegado el momento de llevar a cabo su marcha sobre Berlín. En el otoño de 1923 comenzó a conseguir ayudas importantes de grandes magnates, que empezaban a verle como la posible solución al caos imperante en el país. El barón Fritz Thyssen, considerado el hombre más rico de Alemania, escuchó a Hitler en un mitin y quedó «impresionado por sus dotes oratorias, su capacidad para conmover a las masas y por el orden militar que reinaba entre sus afiliados». No fue una impresión baladí, pues el barón entregó al mariscal Ludendorff 100.000 marcos oro para que se los hiciera llegar al líder nazi; la cifra equivalía a unos 12.000 dólares, una auténtica fortuna en aquella Alemania. Por esos meses Hitler viajó a Suiza, donde la próspera comunidad alemana recaudó para él 33.000 francos suizos. En Checoslovaquia, las minorías germanas también se sintieron conmovidas y le enviaron una importante suma de coronas. La baronesa Seidlitz puso a disposición del NSDAP la mitad de su considerable hacienda.

Esas cifras terminaban en las SA, un pozo sin fondo que Hitler alimentaba e incrementaba porque era la punta de lanza del partido, la expresión de su propia fuerza, la masa organizada y disciplinada que expresaba mejor que las palabras la consigna de «¡Alemania, en pie!» y el ejército con el que pensaba conquistar Berlín. Otra de las simas del partido era su periódico, el Völkischer Beobachter (El Observador del Pueblo) . Hitler, escasamente inspirado por la pluma, no le hacía especial caso. Sin embargo, comprendía que era imprescindible disponer de un medio de expresión escrito, aunque sólo fuera para insultar y calumniar a sus enemigos y para denunciar los porcentajes de sangre judía de algunos personajes, lo que les hacía inmediatamente sospechosos de estar vendiendo Alemania a los bolcheviques o al capitalismo francés y anglosajón.

FRACASO DE NOVIEMBRE

En el verano de 1923 la vida era casi imposible en Alemania. Inflación, paro, hambre, caos político e intentos secesionistas estaban destruyendo a la clase media, a la burguesía, el comercio y la industria del país y llevaban la República al colapso. El 10 de agosto dimitió el canciller Cuno y fue sustituido por Gustav Stressemann, que formó una gran coalición con los populistas, el Centro ( Zentrum , mayoritariamente católico) y los socialdemócratas. El regreso de éstos al Gobierno irritó a los conservadores gobernantes en Munich y entregó a Hitler nueva munición dialéctica, sobre todo cuando una de las primeras medidas de Stressemann fue terminar con la resistencia pasiva, cuyo precio había sido la locura inflacionista: Hitler podía presumir de haber tenido razón al no apoyar aquella política que había arruinado al país y regocijarse de que el empobrecimiento de las clases medias alemanas estuviera nutriendo sus filas de gentes desengañadas de la República democrática y con ansias de revancha económica y política.

Sin embargo, no todo iba a ser ventajoso para el NSDAP. Previendo disturbios al cambiar la política de la resistencia pasiva, en Baviera se llamó nuevamente al poder al duro conservador Von Kahr, cuyas veleidades monárquicas, unidas a su energía, le convertían en un difícil obstáculo para los intereses de Hitler, que escribió poco después: «[…] Fue un duro golpe […] La situación, que tan favorable nos era veinticuatro horas antes, cambió radicalmente.»

La formación del Gobierno bávaro de Von Kahr supuso, también, un grave revés para Berlín: los problemas serían inevitables. Efectivamente, el primer conflicto estalló inmediatamente después y con Hitler de por medio. Por cuarta vez después del final de la guerra fueron suspendidas las garantías constitucionales para afrontar la grave situación; los poderes gubernamentales fueron concedidos al ministro de Defensa, Otto Gesler, cuyo brazo derecho era el general Hans von Seeckt. Se daba la circunstancia de que Hitler había sido desairado por Von Seeckt pocos meses antes y halló en esta ocasión la forma de pasarle factura: en un artículo de su periódico, el Völkischer Beobachter , denunciaba al general como dictador judaizante -estaba casado con una mujer de origen hebreo- por lo que, naturalmente, se rendía a Francia, en vez de combatir por la integridad de la patria alemana.

El asunto se convertiría en problema nacional: el ministro de Defensa, Gesler, ordenó al general Von Lossow- jefe de la Reichswehr en Baviera- que secuestrara los ejemplares y cerrase el periódico nazi. Von Lossow lo consultó con Von Kahr y éste decidió que ninguna publicación bávara sería clausurada por orden de Berlín. Eso significó el enfrentamiento dentro de la Reichswehr , el peligro de confrontación civil entre el ejército del país y el de Baviera. Muchas unidades militares acantonadas en suelo bávaro apoyaron a Von Lossow, pero otros comandantes permanecieron fieles a Berlín. Hitler se había salvado esta vez porque Von Kahr estaba dispuesto a defender contra viento y marea la autonomía de Baviera, pero no porque confiara en Hitler; el general Von Lossow, que tampoco se fiaba de él, escribiría: «Tuve una serie de entrevistas con Hitler en primavera (se refiere a la de 1923) y las reanudamos en otoño, pero la fuerte impresión inicial que causó en mí fue disipándose poco a poco por la reiteración de las ideas en sus interminables discursos…» Por otro lado, el general advirtió que Hitler elevaba rápidamente sus objetivos:

«… Me dijo en primavera que no le animaban intereses personales y que estaba satisfecho de ser la caja de resonancia de un movimiento de regeneración nacional. Sin embargo, en otoño ya se creía el Mussolini alemán, el Gambetta alemán y sus seguidores estaban a punto de considerarle el Mesías alemán.»

Y es que los tiempos en Alemania propiciaban las esperanzas de un mesías político: a la rebeldía bávara y a la división militar se unirían inmediatamente la proclamación de la República independiente de Renania y de la República autónoma del Palatinado; los comunistas se sublevaban en Hamburgo y eran admitidos en los gobiernos de Sajonia y Turingia, donde surgían milicias obreras y se desarmaba al ejército. En esta crítica situación los socialdemócratas abandonaron el gabinete y los conservadores de toda Alemania comenzaron a suspirar por una dictadura apoyada en el ejército. La decisión estaba pendiente de un hilo el 4 de noviembre de 1923, pero no se produjo. El martes, 6 de noviembre, los dirigentes de las ligas paramilitares de Baviera fueron reunidos por Von Kahr, el general Von Lossow y el jefe de la policía bávara, coronel Von Seisser, para comunicarles que se les prohibía tajantemente toda actuación político-militar.

Hitler, que asistió a la reunión, se comprometió, como los demás jefes de las milicias, a no realizar ningún intento golpista pero, en vista de la indignación de muchos de los reunidos, decidió saltarse la orden, confiando en atraerse a los descontentos. El miércoles 7 de noviembre, reunió a Goering, jefe de las SA, Scheubner-Richter, Röhm, Kriebel, Weber, Rosenberg y algunos fieles más y les expuso su plan para apresar al Gobierno bávaro y, seguidamente, sublevar a la guarnición y organizar a las fuerzas paramilitares -empleando a las SA como núcleo- para marchar sobre Berlín. La ocasión elegida fue la reunión política convocada por Von Kahr en la cervecería Bürgerbräukeller , a la que fueron invitados cerca de tres mil muniqueses pertenecientes a los estamentos sociales más influyentes en la ciudad.

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