Elia Kazan - Actos De Amor

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Título original "Acts of Love" traducción de Montserrat Solanas

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– ¿Qué color tiene su cabello? -estaba preguntando el padre.

– Algunas veces me parece que es rojo -dijo Teddy-. Y después, bajo otra luz es dorado. Sinceramente no lo sé. Pero es bonito, ¿no lo crees?

El tono de la música se redujo a un nivel de compromiso y Ethel se reunió con sus hombres. Estaba ansiosa y tensa, pero sus ojos eran firmes, fragmentos de suave terciopelo azul, en contraste con su cabello y con sus mejillas enrojecidas.

– ¿Qué estabais diciendo sobre mí? -preguntó al regresar.

– Le gusta tu pelo -dijo Teddy.

– Muy bonito, muy bonito. Ahora, dígame -dijo Costa-. ¿Qué clase de baile? ¿Dónde os conocisteis?

– ¡Oh! -Ethel ofreció su mejor sonrisa de gatita-. ¿Dónde fue, Teddy? -preguntó, sentándose en el suelo junto a él y colocando su mano en la de Teddy como antes.

Las venas de la mano de Ethel eran visibles como los nervios de una hoja.

– Ya sabes en dónde, cariño -respondió Teddy-. Fue en el baile de los reclutas, papá. Donde cenamos la noche pasada. La noche del diezmo… nos conocimos la noche del diezmo.

– Muy bonito -dijo Costa. Se volvió de nuevo hacia la muchacha en tela de juicio -. ¿Por qué no vive con sus padres? -preguntó-. ¿Dónde viven sus padres?

Ethel no respondió inmediatamente. Comenzaba a preguntarse qué era lo que el viejo estaba intentando descubrir realmente. Fue Teddy el que respondió:

– Viven en Tucson, Arizona, papá.

– ¿Y por qué no vive también ella en Arizona? -preguntó Costa a su hijo-. Es un bello lugar. Vi una revista en el avión. -Se volvió hacia Ethel.- ¿Quizá se peleó con su padre o con su madre?

– Nada de eso -dijo Ethel-. Vivo aquí adiestrándome para ser una enfermera.

– Y su padre, ¿qué dice? -Costa indicó a su hijo.

– Todavía no ha conocido a Teddy. Dice que soy yo quien debo decidir.

– ¿Es que no se preocupa de con quién usted…?

– Naturalmente que se preocupa, míster Ava… -Ethel titubeó en la pronunciación y se detuvo:- Avaliotis.

– Después de todo, papá – dijo Teddy-, yo voy a casarme con Ethel, no con su padre.

– Primeramente todos hemos de conocernos -dijo Costa a su hijo-. Esto es un asunto familiar.

– Por este motivo he estado tan ansiosa por conocerlo -dijo Ethel.

– La familia es importante para los griegos – Costa parecía que estaba riñendo a Teddy en este momento-. La sangre, ¿lo entiendes, hijo? Continuar la tradición de la familia. Sangre limpia, ¿entiendes? -Miró intencionadamente a la chica.

– Teddy y yo deseamos más que nada una familia -dijo ella.

Costa vio que le relucían los ojos al decirlo, y la creyó. Prosiguió con la siguiente consideración.

– ¿Ha tenido un novio antes? ¿Otros novios?

Ethel dejó caer la cabeza como si de repente estuviera muy cansada. La levantó después mirando a Teddy y sonrió levemente.

– Cuéntale lo que me contaste a mí -dijo Teddy-. No tengas miedo.

– Sí, lo tuve -dijo Ethel haciendo un visible esfuerzo-. Antes de conocer a Teddy yo tenía una especie de compromiso.

– ¿Qué quiere decir con eso de «una especie de…»? -preguntó Costa.

– Bueno, quiero decir… -Ethel se volvió hacia Teddy.- No sé cómo explicarlo.

– Dile la verdad -le dijo Teddy.

Costa esperaba.

– Excusadme -dijo Ethel levantándose-. Tengo un ligero dolor de cabeza. He estado tan nerviosa todo el día por conocerlo, míster Avaliotis. Subiré en un momento y me tomaré un par de «Bufferins».

Cuando Ethel hubo desaparecido escalera arriba, Costa dijo:

– Está nerviosa.

– Quizás es mejor que lo dejes correr, papá -dijo Teddy-. Ya basta por ahora.

– Muy bien muchacho -dijo Costa-. Vamos a comer. -Miró al otro lado de la habitación.- Esa condenada música pone nervioso a todo el mundo.

Ethel regresaba en aquel momento y Teddy se dio cuenta de lo que su padre había querido decir: ella andaba un poco de puntillas, alzando los talones, la expresión corporal de su esperanza de pasar inadvertida.

– ¿Se encuentra mejor, miss Ethel? -preguntó Costa.

– Lo estaré dentro de unos minutos -respondió ella.

– Demasiadas preguntas, lo sé. Vamos, iremos a comer. Tengo apetito.

– No; quiero responder a su pregunta. -Ethel se arrodilló en el suelo, frente al viejo, y colocó las manos en las rodillas de Costa. Su rostro era como el de una niña confesando algo difícil.- Ya que me lo ha preguntado, ese otro muchacho y yo casi habíamos decidido llegar a un compromiso. Sucedió en Tucson. Entonces conocí a Teddy. Afortunadamente.

– ¿Eso es todo? -preguntó Costa.

– Sí, quiero decir… ¿Qué es lo que desea saber, míster Avaliotis?

– Casi comprometidos… ¿Qué significa?

– Teddy también estaba comprometido antes de que nos conociéramos. Usted ya sabe eso -dijo Ethel-. Y por lo que Teddy me cuenta, antes de eso Teddy tuvo sus experiencias.

– Mi padre ya sabe eso, Kit -dijo Teddy.

– Teddy es un hombre -dijo Costa a Ethel-. ¿Qué esperaba usted?

– Supongo que lo que estoy intentando contarle es que ninguno de los dos tiene lo que usted llamaría la pureza del lirio. ¿Es eso lo que usted quería saber?

Costa bajó los ojos. Todos permanecieron silenciosos un momento. Ethel se sentó sobre los talones y miró a Teddy. El chico observaba a su padre mientras éste digería la información que acababa de obtener.

Costa habló a continuación.

– Con el hombre, ¿comprende?, esto es diferente. No se puede contener. Si lo hace, se pone enfermo.

Ethel miró a Teddy, con expresión de franca inocencia en el rostro.

– No lo sabía -dijo-. ¿Es verdad eso, Teddy? ¿Te pones enfermo si…?

– Acabo de decírselo, miss Ethel -interpuso Costa-. ¡Sí!

– Vayamos a cenar -dijo Teddy.

Pero nadie se levantó. Hubo un silencio mientras cada uno de los tres intentaba comprender qué había sucedido.

Costa rompió la tensión.

– ¿Conoce usted el nombre de mi chico? -preguntó.

– ¿Quiere decir… Teddy?

– Su auténtico nombre. ¿Nombre griego?

– Theophilactos.

– ¿Qué significa?

– Guarda de Dios. ¿No es eso lo que me dijiste, Teddy?

– ¡Error! ¿Qué clase de protección necesita Dios? Significa Siguiendo a Dios. Yo crié a este chico como era conveniente; él siempre ha seguido el camino de Dios… ¿no es así, Teddy?

– No siempre, papá -dijo Teddy.

– No quiero oír hablar de la otra -dijo Costa.

Todos sonrieron. Costa lo había soltado como un chiste.

– Vamos, vamos a comer. -Costa se levantó.- Hay un lugar aquí, me ha dicho un pajarito, donde tienen caracoles marinos frescos. Me gustan los caracoles. ¿Y a usted, miss Ethel?

– Sí me gustan. Pero, con toda franqueza, no me siento demasiado bien. Creo que sería mejor que me tomara una sopa y me fuera a la cama.

– No, no, no -dijo Costa-. No habrá más preguntas, ¡palabra! Vamos, jovencita. No soy tan malo. Anticuado, seguro, algunas veces condenadamente estúpido, pero hay algo seguro… mi familia lo es todo para mí, ¿comprende? Sólo tengo un hijo, este muchacho de aquí.

– Ya basta, papá -interrumpió Teddy.

– Y quiero un nieto con mi nombre antes de morir.

– Papá, quieres callar un poco, por favor.

Súbitamente. Costa dio un golpe en mitad de la espalda de Teddy con la mano abierta, y sus brazos fuertes siguieron la dirección del antebrazo con la fuerza adquirida por la mucha experiencia.

Teddy, perdiendo el equilibrio, lo aceptó con una sonrisa.

– Un tipo fuerte -dijo a Ethel.

Ethel pensó, ¿estaría Costa enojado con Teddy, o con ella?

Cuando entraron en el auto de Teddy, Costa ya se había tranquilizado.

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