Elia Kazan - Actos De Amor
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– La conocerás a la hora de comer. Hay un restaurante llamado el «Fish Factory», que sirve caracoles marinos; ella adora esos caracoles. Y tú vas a quererla a ella. -Pasó el brazo alrededor de los hombros de su padre y apretó. – Estoy deseando veros juntos.
– Estoy seguro -dijo Costa-. Pero no será hoy. Nada de cena, etcétera, esta noche.
– Ella está ansiosa por conocerte, papá. Está esperando el momento.
– Esta noche hablaremos tú y yo. Mañana, quizá.
– Muy bien, papá -dijo Teddy-. Así que ella tendrá que esperar un poco más, ¿no es verdad?
El camino requería unos diez minutos de recorrido en auto hasta la base, a lo largo del borde de la península. El agua de la bahía centelleaba como agua gaseosa.
– Papá, ¿ves ese enorme portaaviones ahí fuera? El Coral Sea. ¿Lo ves? San Diego es la ciudad más bonita del país; todo el mundo lo dice.
– Muy bonito, muy bonito -dijo Costa-. ¿De dónde has sacado este auto?
– La Marina me lo ha dado. Ellos me lo regalan todo. -Teddy se echó a reír.- ¿Cómo está mamá? Dile que aprecio de verdad esos brownies [2] y ese halvah que me envía. ¡Qué mujer! ¿De dónde la sacaste?
– Es una buena mujer.
– Yo también he encontrado una buena mujer. Ya verás cuando la conozcas. Ya verás papá, voy a convertirla en una buena griega.
– ¿Te escucha cuando hablas, muchacho? Respóndeme esto únicamente. Porque las chicas norteamericanas a veces… Esta chica, ¿escucha lo que le dices?
– Como si se tratara de la ley. Que es lo que soy para ella. ¡Mira! Esa es la entrada a la base. Y allí está tu posada. Mañana te enseñaré el lugar.
Por los pasillos de la posada se respiraba un fuerte perfume.
– Esto huele como un burdel cubano – comentó Costa cuando Teddy le acompañaba a su habitación; abrieron todas las ventanas. Mientras su padre se acomodaba, Teddy llamó a su novia y le dijo que la cena se había suprimido-. Mañana -añadió.
Cuando ella dijo que se sentía muy desilusionada, Teddy le explicó que su padre estaba cansado y estaría de mejor humor a la noche siguiente.
– Tal como te dije -añadió- esto va a requerir algún tiempo.
– ¿El conocerlo?
– No, el llegar realmente hasta él. Es muy… sabes… al estilo viejo mundo. No podrás creer que aún exista ese tipo de persona.
– Bueno, estoy segura que voy a gustarle.
– Si me gustas a mí, le gustarás a él. No te preocupes. Me he pasado la vida estudiando el manual de instrucciones que me llegó con ese viejo bribón. Puedo decirte lo que va a hacer mucho antes de que ni él mismo lo sepa. Duerme bien para que mañana estés realmente linda. Le gustan las chicas con buen aspecto.
Después que Teddy y su padre hubieron cenado con vituallas de la base, Costa anunció:
– Hablaremos mañana. Ahora voy a ir a casa, a rogar a Dios que me ayude a comprender esta situación. Después a dormir. Necesitaré de toda mi fuerza.
Teddy le acompañó hasta su cuarto, y después llamó nuevamente a su novia.
– Sólo estoy haciendo una comprobación -dijo-. Compruebo que no hayas salido con algún otro. -Se echó a reír.
– ¿Es que algo va mal? -preguntó ella-. Estoy preocupada.
– No, ya se ha ido a la cama. El cansancio del avión. Se está haciendo viejo. Ahora está rezando. No solía hacerlo, al menos yo no lo sabía. Todos los griegos comienzan como ateos y a medida que se hacen viejos se vuelven religiosos y rezan para que Dios los ayude a salir de cada condenada crisis. Y no es que esto sea una crisis.
– Me ha puesto nerviosa, Teddy.
– Tranquilízate. Si se presenta gruñón, recuerda que estás conmigo. No voy a dejar que te suceda nada malo. Ahora, ve… a la cama.
Le envió un beso de buenas noches por teléfono y regresó a la base, sentándose a jugar al Dearler's Choice, que dejó al cabo de una hora, con excusas, con una ganancia de noventa y un dólares.
Por la mañana Teddy rechazó el equipo habitual para atender la clase y estuvo corno espectador durante la instrucción. Después se encontró con su padre, al que acompañó por toda la base para enseñarle las instalaciones. Ninguno de los dos mencionó el asunto que se agitaba en sus mentes. Estuvieron contemplando una clase de manejo del pasador náutico. El viejo dijo que deseaba ver la flota pesquera de atún -la había visto en la televisión- y así lo hicieron. Volvieron después a la base para un lunch en «La Cantina», servicio de rancho con decoración latina.
A Teddy no le pasaba inadvertido que su padre estaba orgulloso de él; y se mostraba de acuerdo. Cada vez que pasaban al lado de gente conocida de Teddy, éste les hablaba con voz de mando y cuando habían pasado, seguía dirigiéndose a su padre en el tono deferente adecuado.
¿Por qué no había de estar Costa orgulloso de su hijo? Físicamente, Teddy era perfecto; combinaba de un modo inexplicable la reciedumbre y fortaleza de su padre con la delicadeza de su madre. No daba la impresión de ser alto, fuerte y musculoso, aunque era esas tres cosas. Teddy se mantenía en perfecta forma con el ejercicio diario. Y tenía un aspecto formidable con su uniforme de la Marina azul.
Pero su atractivo auténtico no residía en su apariencia, o su nariz fina, o sus ojos profundos o la curva de su frente bajo los rizos mediterráneos. Estaba en la impresión que daba de ser un hombre capaz de manejar cualquier situación. Esto era lo que lo hacía irresistible ante cualquier mujer que se decidiera a cortejar.
Esto era también lo que Costa tenía, esa misma seguridad. Teddy recordaba un incidente de su infancia. Había salido en la embarcación de su padre y una tempestad repentina levantó una mar gruesa. Los marineros de la tripulación griega, algunos de los cuales no sabían nadar, se inquietaron. Costa dijo:
– Recordad que estáis conmigo.
Hasta el mar se había calmado. Teddy tenía solamente diez años, pero nunca olvidó ese día ni las palabras de Costa:
– Recordad que estáis conmigo.
– Esta noche, papá -preguntó cuando habían pasado otra hora observando ejercicios- ¿podremos…?
– Esta noche yo te invito a cenar.
– Entonces es mejor que la llame en seguida -dijo Teddy-. Está esperando que le dé las instrucciones para hoy. Es una buena chica, papá.
– Esta noche, sólo tú y yo, hemos de hablar.
– Pero, papá, ella está tan ansiosa por conocerte.
– Ya llegará el momento -dijo Costa-. La noche pasada rogué a Dios para que me ayudara a entender la situación. Hoy rezaré otra vez. Pero primero quiero hablar contigo. Todavía no hemos hablado.
– Muy bien -dijo Teddy. Señaló una cabina telefónica-. Dispénsame.
Ella no estaba en casa.
– Me ha encargado te dijera que regresaría dentro de veinte minutos -le dijo a Teddy la compañera de su cuarto. Y añadió-: Parece un poco preocupada.
– Está muy preocupada -dijo Teddy a su padre-. Se ha puesto a llorar al teléfono.
– ¿Por qué?, hijo mío… ¿Cuál es el problema?
– Ella no comprende por qué no quieres conocerla. «¿Es que algo no está bien?», me preguntaba una y otra vez. Significa tanto para ella tu opinión…
– Bueno, en este caso, qué demonios, la llevamos con nosotros esta noche.
– Démosle oportunidad de que se tranquilice un poco, y la llamaré otra vez por teléfono. ¿Tomamos una taza de café?
– Café no. Te invito a un trago. En alguna parte por aquí cerca debe de haber un bar.
– ¿Qué es lo que quieres decir, en alguna parte? ¡Esta es una Marina moderna, papá! Iremos al «Ship's Bell», aquí mismo en la base.
Estaba lleno de marineros que habían comenzado temprano a ingerir su cerveza. Su comandante en jefe había dejado el servicio aquella mañana, pero a sus hombres no parecía importarles y los pocos que comentaban el acontecimiento lo hacían sin ningún sentido de pérdida, incluso con cieña frivolidad.
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