Cristina no le responde. Se acerca silenciosa a él y lo abraza.
– No sabes cuánto he deseado que vinieras y me dijeras todas esas cosas.
Flavio la besa y de inmediato se echa a llorar. Unas lágrimas saladas resbalan por sus mejillas, entre sus labios, mezclándose con sus sonrisas y sus carcajadas.
– Parecemos dos críos…
Flavio la mira y la abraza.
– Te amo… Perdóname…
Cristina se esconde en ese beso. Después se aparta un poco y se apoya en su mejilla cerrando los ojos.
– Perdóname tú, amor mío…
Recuerda todo lo que ha sucedido desde que Flavio se marchó de casa. Él, en cambio, cierra los ojos y vuelve a pensar en las palabras de Alex, pero esta vez no tiene derecho a hacerle esa pregunta, porque crecer implica también dejar de necesitar ciertas respuestas, no buscar seguridad, sino saber darla.
– Amor… Estamos aquí. Eso es lo único que cuenta.
Cristina lo abraza aún más fuerte y siente de nuevo todo el amor que los une.
Simona va a abrir la puerta de casa, a la que acaban de llamar. Cuando lo ve se queda estupefacta.
– Alex…
– Hola. -Es evidente que está cohibido, pero sonríe-. Me alegro de verte.
Entonces aparece Roberto con el periódico en las manos.
– ¿Quién es? ¿Es para mí? Estoy esperando un paquete. -Cuando lo ve se queda boquiabierto-. Alex, qué bueno verte… -Lo dice en serio, lamenta profundamente cómo terminaron las cosas, y en parte la situación lo incomoda-. Entra, por favor. ¿Te apetece algo de beber?
– No, no, gracias.
– Entra, venga, no te quedes en la puerta.
Simona la cierra a sus espaldas. Mira a Roberto arqueando ligeramente las cejas como si dijese: «Y ahora ¿qué hacemos?» Mientras tanto, Alex da unos pasos mirando alrededor. En ese preciso momento llega Matteo.
– ¡Eh! ¡Hola, Alex!
– Hola, ¿cómo estás? -Se estrechan la mano de una forma algo cómica.
Esta vez son Roberto y Simona los que sonríen divertidos al contemplar la escena.
– ¿Sabes? -prosigue Matteo-. Lo sentí mucho por una cosa… Quiero decir, es cosa vuestra…, claro…, y en eso no quiero meterme…
Pero me prometiste que daríamos una vuelta a caballo y después no lo hicimos…
Alex sonríe divertido de su ingenuidad.
– Tienes razón. Lo haremos, te prometo que, suceda lo que suceda, daremos ese paseo a caballo… -y le acaricia el pelo con ternura, despeinándolo.
Matteo lo mira como iluminado por una gran intuición.
– ¿Pero es que has traído otra carta?
– No… -Pero a Alex no le da tiempo a responder.
– Vete a tu habitación, Matteo. -Simona se levanta y se encamina hacia su hijo.
– Pero no es justo, ya soy bastante mayor, ¡puedo entender toda esta historia!
– He dicho que te vayas a tu habitación… -y poco menos que lo empuja por el pasillo hasta que por fin Matteo se convence, acelera el paso y se encierra enfadado en su dormitorio dando un portazo.
Simona sacude la cabeza y vuelve a toda prisa al salón, intrigada, emocionada, y con el corazón latiéndole a toda velocidad. ¿Qué pasará ahora?, se pregunta. Acto seguido se sienta delante de Alex y exhala un hondo suspiro.
Roberto vuelve a intentarlo.
– ¿Estás seguro de que no quieres nada? Una Coca-Cola…, un bíter…, quizá tengamos también algunos zumos.
– No, no, no quiero nada, de verdad. -A continuación hace una pequeña pausa y luego prosigue tranquilo-: Lamento mucho lo que sucedió, fue todo tan… tan… caótico, en fin, ¡me habría encantado que las cosas fueran de otra forma!
Roberto asiente con la cabeza.
– ¡A quién se lo vas a decir!
Simona le da un golpe en la pierna.
– ¡No lo interrumpas!
– Sólo pretendía mostrarme solidario con él, quería que supiese cuánto lo sentimos nosotros también.
– Pues bien… -Alex sonríe-, lo único que yo quiero es que vuestra hija sea feliz.
Roberto lo interrumpe de nuevo.
– Nosotros también…
Simona lo mira irritada, pero Alex hace como si nada.
– He venido a veros para hablar… -prosigue-. Me gustaría aclararle a Niki algunas cosas que estoy seguro que…
Esta vez es Simona la que interviene para evitar que hable demasiado.
– Alex…, me encantaría que pudieses hablar con Niki ahora, pero se ha marchado…
Unas largas olas rompen en la playa Blanca, cerca de Puerto del Rosario. Un viento fuerte, tenso, ha soplado durante todo el día barriendo con fuerza la arena. Las gaviotas extienden sus alas y se ladean dejando que el viento las lleve muy lejos. Juegan temerarias, huyendo repentinamente del grupo y volviendo a él después de haberse lanzado entre las olas. Rebeldes, de vez en cuando hambrientas, rapaces en busca de una presa, arrancando al mar unos pequeños peces plateados que luego engullen sin dejar de volar.
Niki pasea sola por la playa. El pelo le cae a menudo hacia adelante, le tapa los ojos, le cubre la cara, y ella mueve las manos como una niña, imprecisa y confusa, tratando de apartárselo de los ojos. Con la palma, casi frotándolo contra la cara, se lo lleva hacia atrás, con fuerza, con rabia, pero es cuestión de unos instantes. Porque no sirve de nada. El viento vuelve a despeinarla y la obliga a repetir todos esos gestos cada vez con mayor irritación.
Niki se detiene en un escollo. Se sienta, contempla el mar, apoya los codos sobre las rodillas. Y busca más allá, en la línea del horizonte, como si algo o alguien, un barco pirata, un velero o cualquier otra cosa pudiese acudir en su ayuda. Pero no es posible. Y no hay nada más terrible que sentirlo, que darte cuenta, que la inquietud te asalte desde lo más hondo, te secuestre, te posea, te golpee con fuerza contra la arena, te sujete las muñecas y se suba sobre tu barriga para mantenerte clavada al suelo. Así se siente Niki, bloqueada por esa sensación. Todo le resulta repentinamente claro, tan nítido como ese atardecer, como el sol abrasador que ha golpeado durante todo el día esa playa. Sí, Niki ahora lo sabe. No es feliz. Y es además consciente de otra cosa. Se ha equivocado. No hay nada más terrible que darte cuenta de que has tomado una decisión errónea que no puedes cambiar o, mejor dicho, que no te permite dar marcha atrás porque es definitiva. Sí, no hay nada peor. No, piensa Niki. Es aún peor cuando esa decisión, esa elección imprudente concierne al amor. De improviso se siente pequeña, sola, nota una punzada en el corazón, sus ojos se empañan de lágrimas y le gustaría gritar, llorar… Pero lo cierto es que se ha quedado ya sin lágrimas. Nadie se ha dado cuenta, pero desde que empezaron esas vacaciones no ha hecho otra cosa más que llorar a escondidas, en el apartamento, en el baño, durante sus paseos solitarios, en la cama. Sólo se ha reído en una ocasión. Cuando recordó la primera vez que Erica rompió con Giò, su primer novio, y empezó a salir con otro. Estaban en el instituto, Erica se pasó toda la clase de matemáticas llorando y ella le tomó el pelo. Lo recuerda como si fuese ayer. «¿Veis?, todas queréis salir con otro y apenas lo conseguís queréis volver con el de antes… Sois todas iguales, ¿sabes cuántas historias como la tuya he oído?»
Niki se echó a reír evocando ese día. Después pensó en su situación y se sintió ridícula. Ahora era ella una de las que se avergonzaban. La mera idea de hablar de eso con sus amigas la avergonzaba, no digamos con Alex. Es terrible ser tan indecisa, cambiar de parecer en cuestiones de amor… Querer volver con él, con Alex… ¿Qué podría decirle ahora? ¿Cómo me justificaría? Nunca se ha sentido tan sucia, pese a que no lo engañó del todo. La situación le parece absurda. ¿Qué quiere decir «del todo»? ¿Que hay algo que menoscaba y no menoscaba el amor? ¿Que hay algo que te empuja a engañar o no? Sabe de sobra que cualquier relación más estrecha de lo habitual, cualquier sintonía que vaya más allá de la mera amistad, cualquier pensamiento de más sobre otra persona significa alejarse de la historia que uno está viviendo. Es inútil negarlo. Niki se siente morir. Madura, diferente, mujer y lejana. El mero hecho de haber pensado en otro, de haber imaginado una nueva relación con él, una nueva posibilidad, un nuevo futuro, sólo eso ya implica el mayor de los engaños. Permanece en silencio mirando el mar y escuchando los chillidos de las gaviotas y las palabras del viento. Siente un repentino pesar. «Un amor sólo durará para siempre si no se consume del todo.» Alguien lo dijo una vez, ¿o lo vi en una película?… El caso es que se siente mal. ¿Dónde estará Alex ahora? Yo no quiero que nuestro amor dure para siempre si no puedo tenerlo a mi lado. Ahora, aquí. Pienso en él sin cesar y mi obsesión, en lugar de aplacarse, no hace sino aumentar. Te añoro, Alex…
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