Federico Moccia - Carolina se enamora

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Regresa el fenómeno, regresa Moccia. La esperada nueva novela del best-seller italiano, Carolina se enamora, desembarca en nuestro país con un sólo objetivo: volver a arrasar. Con A tres metros sobre el cielo, Tengo ganas de ti, Perdona si te llamo amor y Perdona pero quiero casarme contigo, Moccia ha superado ya la cifra de 1.000.000 ejemplares vendidos en nuestro país, seduciendo tanto a jóvenes como a no tan jóvenes con sus relatos de amor adolescente.
Carolina no sólo tendrá que lidiar con este primer desengaño, que la alejará poco a poco de su infancia, sino que deberá enfrentarse a las difíciles relaciones familiares en la novela más intergeneracional de Moccia. La adolescente, como muchas otras de su generación, aprenderá a comprender las preocupaciones de su madre o a entender a su violento, aunque en el fondo adorable, hermano. Gracias a su admirada abuela, Carolina paso a paso irá averiguando qué significa crecer, hacerse adulto.
Como sus obras anteriores, Carolina se enamora, narrada en primera persona, conecta con los adolescentes, enganchados al iPod y a sus móviles. Aunque también deviene un libro imprescindible para los padres que quieran conocer qué hacen y sienten sus hijos cuando salen por la puerta de casa. Sin duda, los libros de Moccia radiografían con humor, ritmo y cascadas de emociones la juventud mediterránea de principios del siglo XXI. Los adultos del mañana.

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El viernes por la mañana la casa está vacía a estas horas. Mi madre está siempre trabajando, mi padre en el policlínico o en el bar con sus amigos durante la pausa que suele hacer en ese momento, y Ale se ha ido a clase. Me gusta estar en casa cuando no hay nadie. Es silenciosa y puedo hacer lo que quiero. Por ejemplo, adoro ir al dormitorio de mis padres y probarme algún vestido de mi madre, un suéter o una falda. No sé por qué. Quizá para sentirla más cercana. Quizá para ponerme algo distinto. Y no porque mi madre siga la moda, al contrario. Ale tiene más cosas, obviamente, pero sus vestidos me espantan. El gusto de Ale es bastante horroroso: si pudiera se pondría ropa llamativa y ajustada incluso para ir al cuarto de baño. Mi madre tiene cosas más sencillas, sin muchos colores, casi todas iguales. Pero son suyas, e incluso cuando era pequeña me las probaba a escondidas; estaba ridícula, porque me quedaban enormes. Abro el armario y veo que en lo alto hay una camiseta que nunca me he puesto. Debe de ser nueva. Ayer era día de mercado y quizá se la compró allí. La verdad es que mi madre apenas pisa las tiendas. Dice que en el mercado se encuentran las mismas cosas a menos precio, y que además no hay dependientas, por lo que también te ahorras sus falsos cumplidos. La gente del mercado es directa y genuina, puedes probarte la ropa sin que nadie te atosigue. La camiseta es mona, blanca, con rayitas azules, con los bordes festoneados en rojo, un poco al estilo marinero que se lleva este año. Debe de sentarle bien. Puede que alguna vez se la coja para salir. Seguro que ni se entera. Pues mira, aprovechando que no está, casi que me la pruebo. Pero cuando estoy a punto de quitarme la camiseta, oigo que llaman.

«Riiiing.»

El timbre.

«Riiiing.»

De nuevo. Uf, tendré que dejarlo para otra vez.

Me acerco al interfono. ¿Quién podrá ser a esta hora? Tal vez mi madre, que sabe que estoy en casa. Quizá quería darme una sorpresa pero se ha olvidado las llaves. Me parece extraño. Y también que sea mi padre. Ale, por su parte, jamás vuelve antes de las dos. A lo mejor es el cartero. Llega siempre hacia mediodía, según mi madre. Levanto el auricular.

– ¿Sí?

– Hola.

En un primer momento no reconozco la voz.

– ¿Quién eres?

– Debbie.

– ¡Debbie! ¡Hola! ¡Ahora mismo te abro!

Pulso el botón para abrir el portón y espero. ¿Debbie? Hace una infinidad de tiempo que no la veo. ¡Demasiado! Y lo lamento porque es muy enrollada. A saber qué querrá. A estas horas, además. Abro la puerta de entrada y oigo que sube el ascensor. Se detiene. Debbie sale de él y ve que la estoy esperando.

– Hola, Caro, así que eras tú la del interfono. Pensaba que no estabas en casa. Creía que era tu madre.

– ¡Debbie! Ven, entra. No, hoy hemos salido antes. Mamá está trabajando… -Me sigue y cierro la puerta-. Pasa, pasa. ¿Quieres tomar algo?

– No. gracias. -Me parece que está un poco rara. Mira alrededor-, ¿Estás sola?

– Sí, todos están fuera. Volverán dentro de poco.

No acabo de entender a qué ha venido.

– Bueno, Debbie, ¿cómo estás? ¿Qué me cuentas?

– Bueno, todo va bastante bien.

– ¿Trabajas todavía, en esa tienda?

– Sí, en la de ropa. Estoy bien, además, trabajo sólo a media jornada, y gracias a eso puedo seguir algunas clases en la facultad por la mañana. ¿Y tú? ¿Qué me cuentas?

– Pues en el colegio va como siempre. ¡Este año tengo el examen, y estoy siempre con mis amigas Alis y Clod!

– ¿Y con tus padres, todo bien?

– Bueno, si, como de costumbre- Me riñen porque piensan que salgo demasiado, Ale me estresa como si fuese una vieja chocha de cien años, y R. J. sigue siendo R. J. ¡Pero eso ya lo sabes!

Le sonrío con complicidad. Se produce un extraño silencio. Quiero mucho a Debbie, es simpática, inteligente, y siempre me ha tratado como si fuese una hermana. ¿Además, es la novia de Rusty James y él siempre las elige bien! Sólo que hoy tengo la impresión de que algo no encaja. No parece la Debbie de siempre.

– Oye, Caro…

– ¡Dime!

Coge su bolso y lo abre. Lo reconozco. Rusty me lo enseñó cuando se lo compró, antes de regalárselo. Es uno de esos grandes y cuadrados, planos, que se llevan en bandolera. Está buscando algo.

– ¿Podrías hacerme un favor?

– ¡Claro!

Saca un sobre de color celeste, uno de esos que se fabrican con capas de papel superpuestas y que parecen de tela bordada, es precioso, Está cerrado, pero sin sello.

– ¿Podrías dárselo a Giovanni luego, cuando vuelva?

Hay preguntas que te dejan estupefacta. No entiendes si la idiota eres tú porque no las pillas, o en realidad es que no tienen ningún sentido. Por si las moscas, prefiero estar callada. ¿Cómo que después, cuando vuelva?, pienso. Giovanni no vuelve. Pero bueno, ¿es que Debbie no lo sabe? Eso es imposible. No sé qué contestarle. ¿Qué quiere decir? ¿Qué está ocurriendo?

– Pero ¿acaso no puedes dárselo tú?

Debbie permanece callada. Se mira los pies. El abuelo Tom asegura que las personas que se miran los pies son las que tienen ganas de huir. Caramba, entonces-…, ¿querrá huir Debbie? ¿Por qué? Me gustaría entender algo.

– Es fin de semana, supongo que habréis quedado esta tarde, cuando salgas de la tienda, ¿no? Además, seguro que tú ves a Rusty con más frecuencia que yo.

– ¿A qué te refieres?

– ¿Cómo que a qué me refiero? Desde que se marchó de casa ya no lo veo todos los días. Quiero decir que voy a la barcaza, tengo incluso una habitación allí, pero no voy con mucha frecuencia.,.

Debbie levanta de pronto la mirada. Me escruta.

– Pero ¿por qué? ¿Es que ya no vive aquí? ¿Qué barcaza?

Ahora sí que ya no entiendo nada. ¿Será que no estoy hablando con Debbie, con la simpática Debbie, la fantástica novia de mi hermano?

– ¡La barcaza, la del Tíber!

Debbie me parece como una niña perdida en la confusión de un parque de atracciones que no encuentra a sus padres. No es posible que no sepa nada. Se ve que me he saltado algún que otro capítulo fundamental. Voy directa al grano.

– Perdona, Debbie, pero ¿desde cuándo no ves a mi hermano?

– Hace tiempo…

– ¿Mucho o poco tiempo?

Debbie me mira y veo que sus ojos se empañan. Me doy cuenta de que quizá no me he perdido tantos capítulos, pero sí el más importante. Deben de haber roto. Me sonríe, un poco cohibida.

– No sabía que ya no vivía aquí…

Y lo dice con el tono del que acaba de recibir una bofetada de las fuertes, de esas que no te esperas y que en un primer momento casi parece que no te ha dolido. Pero, por descontado, te deja sin palabras. Y la verdad es que no sé qué hacer, qué decir o cómo salir de la situación, pero por suerte me salvo porque veo que Debbie está mirando su reloj.

– Perdona, Caro, es tarde y tengo que marcharme. -Y vuelve a mostrarse sonriente y ligera como siempre. Se encamina hacia la puerta de entrada poco menos que saltando- ¿Me harás el favor de darle esa carta cuando lo veas?

– Sí, sí -le digo mientras la acompaño hasta la puerta.

En caso de que esté mal, lo disimula muy bien. Abre la puerta y llama el ascensor, que llega de inmediato. Debía de estar en el piso de abajo.

– Adiós, y gracias. -Esboza una sonrisa preciosa, a continuación entra en el ascensor, pulsa un botón y desaparece.

Vuelvo a entrar en casa. Me siento en el sofá. Miro el sobre que he dejado encima de la mesita de cristal en cuanto Debbie se ha levantado. Pero ¿qué habrá pasado entre esos dos? Ahora mismo llamo a Rusty y le pido que me lo explique. Uf. Por una vez que una pareja bonita funciona… ¿Será una cuestión de cuernos? ¿Él? ¿Ella? Nooo, no me lo puedo creer, no es posible. Como sea eso, Rusty me va a oír. Y en caso de que haya sido Debbie, bueno, pues será ella la que me oiga. Estoy tentada de coger el móvil, pero luego cambio de opinión. Algunas cosas no pueden hablarse por teléfono. Le escribo un sms: «¡Hola! ¿Cuándo podemos vemos para charlar un poco? Además tengo que darte una cosa», y lo envío.

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