– ¡Tengo un libro para ti, ven!
Lo sigo entre las estanterías.
– Aquí tienes… A tres metros sobre el cielo, ¿qué te parece?
– ¡Bah, no lo sé. Una amiga mía lo ha leído y le ha gustado mucho…, ¡pero al final lo dejan!
– Entiendo…, sólo que después, en el segundo libro, titulado Tengo ganas de ti, se comprende que uno no puede quedarse anclado en las historias que ha vivido…
Lo miro. Arqueo las cejas. ¿Se estará refiriendo a mí? ¡Quizá! Pero yo con Massi no he vivido nada. Nuestra relación ni se ha terminado ni ha salido mal. Ni siquiera ha empezado. Estoy segura.
– No, gracias… En estos momentos sólo quiero reírme un poco.
– Bien, en ese caso, éste es muy divertido… El diario de Bridget Jones. Es la historia de una chica de treinta años cuyas amigas o se han casado ya o tienen a alguien, un novio, vaya, y ella, en cambio, es la única que sigue soltera. ¡Te partes de la risa!
Pero bueno, ¿a qué viene eso? Quizá sea una forma de exorcizar la mala suerte de semejante eventualidad. Aún faltan dieciséis años y dos meses para que yo cumpla los treinta. ¡Espero que no me vaya como a ésa! O tal vez sea mejor saber ya lo que puede ocurrir…, ¡para evitarlo!
– Vale, me lo llevo. Pero en realidad he venido a buscar unos regalos para mis dos amigas. Y para mis dos amigos…
La verdad es que ni siquiera sé si a Lele le gusta leer, no lo conozco lo suficiente.
– Bien, cuéntame un poco cómo son ellos y así veré qué puedo encontrar.
Y empiezo a hablarle de Clod, de Alis, de Gibbo y de Filo. He de decir que como grupo no está nada mal. Cada uno de ellos tiene su carácter, sus peculiaridades, pero son muy enrollados. Y, no sé por qué, me siento el nexo de unión de todos ellos. Además, es cierto que cuando estás con un desconocido te resulta más fácil decirle la verdad sobre tus amigos, quiero decir que no finges y no los pones por las nubes porque no tienes miedo de que los juzguen y después te digan, por ejemplo, «pero ¿por qué sales con ella?», como, en cambio, diría mi madre si se lo contase todo sobre Alis. O «¿qué hace Gibbo?». Al final, no sé cómo, le hablo también largo y tendido de Rusty James, o eso me parece, porque no hay quien me haga callar. Y Sandro se ríe al oírlo que le cuento.
– ¡Veo que estás perdidamente enamorada de tu hermano!
– ¡Oh, sí! No sé lo que daría por encontrar a un chico como él…, aunque quizá no exista otro igual. -Me gustaría añadir «Massi», pero no quiero que me considere una plasta, de forma que me contengo-. Y, además, tengo una hermana, Ale. Ella, en cambio, no ha leído un libro en su vida.
– ¡No me lo puedo creer!
– Como lo oyes. Sólo ve «Gran hermano» y alguna que otra vez «La isla»…, ¡eso es todo!
Sandro sonríe.
– Eres demasiado destructiva, no te creo… ¿Por qué le tienes ojeriza a tu hermana?
– Es ella la que me odia a mí.
Sandro suelta una carcajada.
– Entiendo. Necesitáis un buen regalo… Un buen libro que os ayude a hacer las paces.
– No, lo que pasa es que somos muy diferentes. A mí me parece bien todo lo que hace, ¡pero ella, en cambio, me toma siempre el pelo y no deja de criticarme!
En ese momento pasa Chiara, la dependienta por la que Sandro se derrite. Se ve a la legua que le gusta por el modo en que la mira. Esta vez lleva el pelo suelto.
– Eh, veo que ya sois pareja… ¡Estoy empezando a sentir celos!
Y se aleja riéndose con una sonrisa preciosa en los labios. Es una persona alegre, lo digo en serio, exuda felicidad por todos sus poros. Aunque quizá no sea verdad, tal vez tenga una vida corriente y no sea especialmente afortunada, yo qué sé, y hasta puede que tenga muchos problemas. Lo que importa, sin embargo, es que muestra a los demás su mejor lado: la sonrisa. Quizá sea ésa su manera de reaccionar a las cosas. Eso creo. O, al menos, es lo que me parece percibir cuando pasa por nuestro lado, la veo hablar o en compañía de los demás. Y supongo que no se debe al mero hecho de que sea una dependienta, una mujer que debe mostrarse amable en su trabajo. Algunas cosas se tienen o no se tienen y, al final, bueno, supongo que se notan. Parece buena y generosa. Y puede que demasiado perfecta para llevarse bien con Sandro. Aunque, en el fondo, ¿yo qué sé? En cualquier caso, no se lo digo. Se ha alejado ya. En lugar de eso me ha venido a la mente otra cosa.
– Pero ¿por qué no se lo has dicho?
Sandro me mira sorprendido.
– ¿A qué te refieres?
– Yo qué sé, cuando ha hecho ese comentario, podrías haberle respondido algo así como: «¡Si estás celosa, la pareja podríamos formarla tú y yo!»
Sandro se ruboriza. Lo entiendo, y me pregunto si no habría sido mejor no decirle nada, desentenderse como hace la mayoría de la gente, pero así al menos se espabila. Además, es bonito interesarse sinceramente por los demás. A mí me gusta. No lo hago por ser cotilla., al contrario, quiero que los demás sean felices, y creo que si pretendes que lo sean ellos… ¡al final tú también lo eres! Lo decía Ligabue: «Creo a ese tipo que va diciendo por ahí que el amor genera amor…»
De manera que insisto.
– Las mujeres apreciamos que nos digan ciertas cosas, ¿sabes?… Puede que incluso le resultes simpático…, pero si no te lanzas nunca lo sabrás.
– ¿Entonces?
– Entonces también tenemos que encontrar un libro para ti. ¡Es imprescindible que te declares!
Sandro sacude la cabeza y se echa a reír.
– Vamos a buscar los libros para tus amigos, venga…
De manera que, media hora después, salgo de la librería con noventa y nueve euros menos y un montón de regalos más. En concreto: Reencuentro . de Ulhman, para mi hermana Ale, a ver si así nos reencontramos de verdad… Después Rebeldes, para Rusty James, dado que lo llamamos así a raíz de esa película que él cita siempre pero que nunca ve porque no la tiene. Para Gibbo, una funda de tela para el móvil en la que figura escrito «Genio rebelde» y un cuaderno de matemáticas con test. Para Filo, una entrada de teatro para ver el musical Notte prima degli esami. Para Clod, el DVD de Chocolat y una cajita de tartufos de chocolate de Alba. Para Alis. el DVD de El diablo viste de Prada. Para Lele, en cambio, no he encontrado nada. Quiero decir que no he encontrado nada que acabase de convencerme. Por otra parte, apenas nos conocemos y no nos hemos visto tanto, exceptuando los partidos de tenis y la noche del Zodiaco. ¡Esa única noche! Pienso que los regalos no se deben hacer al azar, y que tampoco hay que elegir lo que nos gustaría recibir a nosotros.
A Lele, no sé, me gustaría regalarle una sudadera, sí, una bonita sudadera de color azul claro. ¡Mejor aún! Se me ha ocurrido una idea superguay. ¡Quiero comprobar si logro hacerlo!
Deambulo un poco por el centro y encuentro un regalo para mis padres, es mono, creo que les servirá y, además, cuesta poco. Lo compro y sigo paseando. Es curioso, en diciembre las calles cambian por completo de aspecto. Veo todas esas estrellitas luminosas colgadas en lo alto, y los dibujos de Papá Noel, y el algodón en rama que simula la nieve en los escaparates de todas las tiendas. Chicos y chicas que caminan risueños, algunos cogidos de la mano, otros más apresurados de lo habitual, persiguiendo a saber qué extraño pensamiento. Dos amigas, algo mayores que yo y también que Alis y Clod, caminan abrazadas. Una de ellas lleva metida la mano en el bolsillo trasero de los vaqueros de su compañera. Entones, con la de delante coge algo del bolso de su amiga, creo que una nota, y echa a correr, la otra se precipita detrás ella.
– ¡Párate, venga! ¡No quiero que la leas, vamos!
Читать дальше