Federico Moccia - Carolina se enamora

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Regresa el fenómeno, regresa Moccia. La esperada nueva novela del best-seller italiano, Carolina se enamora, desembarca en nuestro país con un sólo objetivo: volver a arrasar. Con A tres metros sobre el cielo, Tengo ganas de ti, Perdona si te llamo amor y Perdona pero quiero casarme contigo, Moccia ha superado ya la cifra de 1.000.000 ejemplares vendidos en nuestro país, seduciendo tanto a jóvenes como a no tan jóvenes con sus relatos de amor adolescente.
Carolina no sólo tendrá que lidiar con este primer desengaño, que la alejará poco a poco de su infancia, sino que deberá enfrentarse a las difíciles relaciones familiares en la novela más intergeneracional de Moccia. La adolescente, como muchas otras de su generación, aprenderá a comprender las preocupaciones de su madre o a entender a su violento, aunque en el fondo adorable, hermano. Gracias a su admirada abuela, Carolina paso a paso irá averiguando qué significa crecer, hacerse adulto.
Como sus obras anteriores, Carolina se enamora, narrada en primera persona, conecta con los adolescentes, enganchados al iPod y a sus móviles. Aunque también deviene un libro imprescindible para los padres que quieran conocer qué hacen y sienten sus hijos cuando salen por la puerta de casa. Sin duda, los libros de Moccia radiografían con humor, ritmo y cascadas de emociones la juventud mediterránea de principios del siglo XXI. Los adultos del mañana.

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– Caro, ven, quiero decirte algo.

Nos sentamos en un banco de la via dell’Alpinismo, justo al lado del colegio, donde hay un pequeño parque para los perros. Me preocupo. Cuando R. J. hace eso es porque hay una gran novedad.

La última vez que nos sentamos juntos quiso contarme que había roto con su novia. Debbie, se llama, y es una tía enrollada y también muy guapa. R. J. siempre ha tenido novias guapas, pero ésta parecía que iba a durar más que las otras.

Debbie se reía mucho, estaba siempre contenta, me gastaba bromas y me decía que R. J. y yo éramos como dos gotas de agua. Y luego me sentaba sobre sus piernas y charlaba conmigo y me hacía carantoñas. Y una vez, cuando fue a ver a su padre, que vive en Nueva York, me trajo una camiseta Abercrombie superchula.

Echo de menos a Debbie, y no por esa camiseta, sólo que no puedo decírselo a R. J., si decidió romper con ella debía de tener sus motivos.

– Ven, ponte aquí, a mi lado.

Me siento tranquila . En el parque reina un extraño silencio y en algunas zonas está oscuro, pero cuando estoy con R. J. no tengo miedo.

– ¿Estás lista, Caro?

Asiento con la cabeza y él se mete una mano en la cazadora, saca un periódico y lo abre muy ufano.

– Aquí está.

Me indica un fragmento escrito en el que, al final, aparece el nombre de Giovanni Bolla.

– ¡Eres tú!

– Eh, sí, soy yo. Y éste es mi primer artículo. Mejor dicho, es un relato.

Empieza a leérmelo. Me gusta y lo escucho complacida. Es la historia de un chico que se escapa de casa a la edad de doce años, que coge una bicicleta del garaje después de haber discutido con su padre y se marcha. Y mientras lo escucho recuerdo que una vez me contó que él mismo había hecho una cosa parecida. El relato es divertido y está lleno de detalles, de pasión. Es ágil, no aburre, divierte y emociona, en fin, aunque quizá también me guste por el modo en que mi hermano lo lee. Y de vez en cuando me río porque ese personaje, Simone, es en ocasiones un poco torpe y realmente divertido. R. J. vuelve la página cuando acaba.

– ¿Y bien? ¿Qué te ha parecido? Es mi primer relato.

– Es precioso… -Me gustaría añadir algo, pero sólo consigo decirle-: ¡Hace soñar!

– Bueno, eso no es poco.

– Es un poco autobiográfico, ¿verdad?

– Bueno, todos hemos reñido alguna vez con nuestro padre.

– Ah, claro.

Con el nuestro es realmente sencillo. Y entonces se me ocurre una pregunta de lo más absurda y mientras la hago me arrepiento , pero ya es demasiado tarde y no puedo echarme atrás.

– Pero ¿te han pagado?

R. J. no se enfada, al contrario, está feliz.

– ¡Por supuesto! No mucho, pero me han pagado. -Se mete el periódico en el bolsillo-. Piensa que es el primer dinero que gano escribiendo.

– Pues sí…

Se levanta del banco.

– Venga, Caro, vamos a casa, ya es casi medianoche y, además, ¡mamá se preocupa por ti!

Así que nos encaminamos hacia nuestro edificio. Lo hacemos en silencio y yo disfruto de ese momento. Luego me paro de golpe y. no sé por qué, se lo suelto.

– ¿Sigues viendo a Debbie?

R. J. me sonríe.

– Hablo con ella…

Pero no quiere decirme nada más.

– Me gustaba mucho. – No le digo lo de la camiseta y todo lo demás.

– Bueno, a mí también. ¡Por eso he vuelto a llamarla!

Y se echa a reír. Acto seguido, abre el portón y me deja pasar. -Venga, entra. -R. J., ¿me haces un favor?

– ¿Otro?

Siempre dice lo mismo. Luego se ríe de nuevo.

– Dime, Caro.

– ¿Me regalas tu primer relato? Lo quiero enmarcar.

Giovanni, el hermano de Carolina

Me llamo Giovanni. Rusty James, como me llama Carolina. Soy su hermano. Escribir es mi sueño. Meter el mundo en una página. Sentir el repiqueteo de las teclas del ordenador o, mejor aún, ver cómo se seca la tinta de una pluma estilográfica en un cuaderno conservado a duras penas con un poco de pegamento y una goma. Es mi pasión. El instante en que me siento más vivo es aquel en que releo una frase, un pasaje, mía idea que he detenido para siempre en el blanco del papel transformándolo a mi manera. Es difícil hacer comprender eso a los que piensan que la vida es tan sólo el armazón que en el pasado tenías por cierto, a quien ha dejado de emocionarse, prisionero de las innumerables dificultades de la vida. Como si las dificultades fueran únicamente un mal rollo cuando, en cambio, son ocasiones, posibilidades de demostrar que podemos conseguir lo que pretendemos. ¿Soy un idealista? ¿Un loco? ¿Un soñador? No lo sé. Tengo veinte años, miro alrededor y veo que la vida es dura. Sí, pero también esplendida. Conozco los problemas del mundo, no escondo la cabeza debajo del ala, es duro suscribir una hipoteca para comprar un tugurio, es difícil encontrar un trabajo que no te dé simplemente lo suficiente para sobrevivir, sino que, además, te permita expresarte y vivir de una manera digna. Y también soy consciente de las innumerables injusticias y violencias que nos rodean. No obstante, no he perdido la esperanza. Me conmuevo al contemplar un amanecer, daría lo que fuese por un amigo sin sentirme por ello pobre. Danzo con la vida, la invito a bailar, la abrazo sin excederme, la miro a los ojos y la respeto y la amo, al igual que adoro la mirada de una mujer enamorada. Eso es. Me gustaría estar en esa mirada, dentro, siempre, ser su sueño, hacer que se sienta preciosa y única como la gota de rocío que por la mañana ilumina de repente el pétalo de una violeta. Soy el polo opuesto de mi padre y eso me hace sentirme un poco mal. Me gustaría que me entendiese. Pero, como dice él, sólo tengo veinte años, de manera que, ¿qué puedo saber de la vida? Me viene a la mente Ligabue y su canción «cuando bailas sólo tienes dieciocho años y hay muchas cosas que no sabes, cuando sólo tienes dieciocho años quizá lo sabes ya todo y no deberías crecer nunca…». Es cierto, y quizá sea inevitable que seamos tan diferentes. En cambio, me siento en perfecta sintonía con ella, con Carolina. Mi Caro. Su entusiasmo, la sonrisa y la energía con la que lo vive todo la hacen auténticamente arrebatadora. Somos muy afines, nos entendemos sin necesidad de intercambiar muchas palabras. La quiero y espero que tenga una vida feliz. Se la merece de verdad. Ella confía en mí, cree en mí, me respeta y se hace respetar. Ella es leal con los demás, distinta y madura. Sabia. Sí, ¡Carolina es sabia, pese a que no lo sabe! Y es justo que sea así, es justo que conserve esa inocencia soñadora que no supone ser demasiado ingenuos o alelados, sino conservar sobre todo la capacidad de sorprenderse. Y además está mi madre, a la que adoro, porque siempre se sacrifica sin lamentarse jamás, con el único deseo de darnos lo que necesitamos, sobre todo amor. Me gustan sus manos, algo delgadas, la sonrisa que ilumina sus ojos cuando habla de nosotros o el olor de su piel cuando cocina. Olor a antiguo, a algo que me recuerda a mi infancia. Un olor bueno. A mi hermana Alessandra, en cambio, no consigo entenderla. Me gustaría que se abriese un poco más conmigo, porque la verdad es que no la conozco, jamás he hablado en serio con ella. Y además parece casi celosa de Caro y cada vez que, precisamente por temor a eso, trato de prestarle atención y darle importancia, tengo la impresión de que me rechaza. Se está endureciendo y no comprendo el motivo. Adoro a mis abuelos, las raíces de lo que yo soy, la sencilla franqueza de unos sabios que han visto el mundo y las cosas. Los adoro porque dentro de sesenta años me gustaría ser como ellos, seguir enamorado de la vida y, tal vez, de la mujer que la ha compartido y transformado conmigo. Una auténtica apuesta que debe jugarse con lealtad. Ahora quiero a una mujer, guapa, dulce y sincera. La quiero y espero que ese sentimiento no acabe, que me haga sentir siempre tan bien como ahora. Y, sin embargo, en ocasiones experimento un extraño miedo, tengo la impresión de que no tardará en finalizar o de que quizá ése no sea mi camino. No sé por qué. Sensaciones. Pero bueno, mientras tanto sigo adelante, entre otras cosas porque ella es verdaderamente guapa. Viva la vida.

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