Gibbo se da cuenta, me coge la taza de las manos y la vuelve a poner en el cajoncito. Acto seguido me pasa un pañuelo.
– Ten.
– Gracias… ¿¡Pero es que las tazas llevan los nombres de todas las chicas que suben en este coche!?
– No, sólo hay una taza. -Se aproxima a mí-, Y lleva tu nombre.
– ¿Sí?
Se acerca más.
– Sí.
Se acerca más aún. Sonrío.
– Se ha hecho tarde, debería volver a casa.
– Pero antes tienes que pagar la apuesta.
Me vuelvo y miro por la ventanilla. Cambio de idea, me vuelvo de nuevo, lo miro y sacudo la cabeza.
– ¡No me lo puedo creer! Pero Gibbo… si es que somos amigos desde siempre.
– No. Desde hace ochocientos veinticuatro días, desde que nos conocimos, y me gustas desde hace ochocientos veintitrés días.
Llegados a este punto, ya no hay nada que hacer.
– Pero podrías habérmelo dicho, ¿no?…
No me deja acabar. Me besa. Me resisto por mi instante, pero luego me abandono… Al fin y al cabo, he perdido, es justo pagar las apuestas y, además… sabe a chocolate, ¡está rico!
Nos separamos al cabo de un rato.
– Ya está. Ya he pagado la apuesta… -Simulo estar un poco enfadada- ¿Podemos irnos?
– Faltaría más.
Gibbo arranca el motor, dobla una curva y se dirige hacia mi casa. Dios mío, ¿qué pasará ahora que nos hemos besado? ¿Cambiará nuestra relación? Ya no seremos amigos.
Lo miro por el rabillo del ojo y veo que sonríe.
– ¿Qué te pasa? ¿En qué piensas?
Se vuelve hacía mí. Ahora parece realmente divertido.
– ¡Imagínate cuando se entere Filo!
– ¿Por qué? ¿Acaso piensas decírselo?
– No, no -se disculpa-. ¡Pero quizá llegue a saberlo!
– ¿Y cómo? Si ninguno de los dos dice nada, no veo que haya muchas posibilidades… -Lo escruto-. Eh, ¿no será que también has apostado algo con él?
– Pero ¿qué dices?
– Que has apostado que esta noche me besarías. Mira que si es eso te conviene decirlo cuanto antes porque, como lo descubra, no volveré a hablarte en la vida.
Gibbo suelta el volante, alza la mano izquierda y se lleva la derecha al pecho.
– Te juro que no es así.
– ¡Sujeta el volante!
– Vale, vale. -Vuelve a agarrarlo-. Pero ¿me crees?
Lo observo durante unos instantes, me mira fijamente intentando convencerme.
– Bien, te creo. A pesar de que antes me has engañado.
– Pero eso era distinto…
– ¿Por qué?
– ¡Porque quería besarte!
– Imbécil.
– Venga, estaba bromeando, no discutamos…
– Vale.
Exhala un suspiro. Yo también. Confiemos en que no se entere Filo. Una vez me pidió un beso y yo me negué alegando que no quena arruinar nuestra amistad.
Luego, de repente, siento curiosidad.
– Perdona, pero si en lugar del chocolate te hubiese pedido un capuchino, que, en cualquier caso, también me gusta mucho, no habría tenido que besarte.
Gibbo se queda perplejo.
– ¿Quieres saber la verdad?
– ¡Pues claro!
Abre de nuevo el cajoncito y lo hace girar sobre sí mismo. Detrás hay todos los cafés y descafeinados posibles.
– Vale, me rindo… -Me atuso el pelo-. ¡Llévame a casa, anda!
Por suerte, pone a Lenny Kravitz, I'll be waiting, y eso mejora un poco la cosa. «Él rompió tu corazón, te arrebató el alma, estás herida por dentro, sientes un vacío en tu interior, necesitas algo de tiempo, estar sola, entonces descubrirás lo que siempre has sabido: soy el único que te ama realmente, nena, he llamado a tu puerta una y otra vez.»
¿Y ahora? ¡¿Qué se supone que debo hacer ahora que nos hemos besado?! No, no me lo puedo creer, puede parecer absurdo, pero he de reconocer que ha sido bonito. Es que congeniamos mucho, nos divertimos un montón juntos, nos lo contamos todo… ¿Y si a partir de ahora las cosas no fuesen también entre nosotros? Quiero decir que me vería envuelta en un buen lío. Sobre todo… ¡porque él siempre me echa una mano en matemáticas!
– Ya está, hemos llegado.
– Aparca un poco más adelante.
Gibbo llega al final de la via Giuochi Istmici y a continuación se para.
– Tienes que hacerme un favor. Sonríe.
– Por supuesto, lo que quieras.
¡Sonríe demasiado! Socorro. Espero que no crea que ahora somos novios… Bueno, prefiero no pensar en eso.
– En ese caso, debes bajar y vigilar que no viene nadie, ¿vale?
– ¿Y tú?
– Yo me quedaré en el coche.
– ¿Haciendo qué?
Como no podía ser de otro modo, Gibbo no puede entenderlo.
– Una cosa.
– Pero ¿qué cosa?
Tiene razón. El coche es suyo y, de todas formas, después me verá bajar.
– Tengo que cambiarme. Salí de casa vestida de otra manera.
– Ah…
Ahora parece haberlo comprendido, se apea del coche y se aleja. Después se detiene y se queda de espaldas. Pero como no quiero sorpresas, bajo la ventanilla.
– Eh, ni se te ocurra volverte.
Gibbo se vuelve sonriendo.
– No, no, tranquila.
– ¡Pero si has girado la cabeza!
– Porque me has llamado.
– Bueno, pero que sea la última vez.
Empiezo a ponerme los pantalones bajo la falda.
– ¿Ni siquiera si me llamas?
– No, ni siquiera en ese caso. Y, de todas formas, no pienso llamarte.
Aun así, se vuelve de nuevo.
– ¿Segura? ¿Y si pasa algo?
– Venga…, ¡deja de mirar!
Gibbo me obedece. Ahora viene la parte más difícil. Preparo la camiseta, después echo un vistazo en su dirección y me quito el top. Gibbo no se mueve. Menos mal. Está quieto al final de la calle, de espaldas. Pero justo en ese momento… Toc, toc. Alguien golpea el cristal y me sobresalto.
– Caro, pero ¿qué estás haciendo?
Estoy medio desnuda con la cabeza a medias dentro de la camiseta. La saco sonriendo.
– ¡Nada!
Por suerte, es Rusty James. Me pongo a toda prisa los zapatos y me apeo.
– ¿Cómo que nada?
– Te he dicho que nada, me estaba cambiando. -Lo meto todo dentro de la bolsa-. Es que mamá no quería que saliese así, y por eso…
Gibbo se acerca al ver que estoy con alguien.
– Es Gustavo, ¡me ha acompañado a casa! -Naturalmente, no le cuento todo lo demás-. Te presento a mi hermano Giovanni.
– Hola.
Se saludan sin darse la mano.
– Bueno, me voy a casa, nos vemos mañana en el colegio.
– ¿A qué hora irás?
– Oh, a primera hora.
– Vale, adiós.
– Adiós…, Gibbo.
Sube al coche y se aleja a toda velocidad. El tubo de escape es una sinfonía absurda en medio de la noche.
– Veo que tiene un Aixam que pasa desapercibido…
– Es un Chatenet…
– Te estás volviendo tan puntillosa como papá. -R. J. me mira risueño-. Espero que no hayas salido de verdad a él porque, de lo contrario, jamás nos llevaremos bien. Nos iremos distanciando a medida que te vayas haciendo mayor…
Al oír eso me invade una tristeza incomprensible. ¿Sabéis cuando sientes algo sin un motivo aparente? Y eso que, hasta ese momento, me había divertido mucho. De modo que le doy un empujón.
– No lo digas ni en broma.
Y me coloco a su lado. Me apoyo en él, quizá así me abrace como sólo R. J. sabe hacerlo. Y, de hecho, lo hace y yo me siento protegida. Levanto un poco la cabeza y lo miro.
– No nos distanciaremos nunca, ¿verdad?
Rusty James sonríe.
– Como la luna y las estrellas…
Le devuelvo la sonrisa.
– Siempre en el cielo azul, ¡Como yo y tú!
Nos echamos a reír. No sé cómo nos lo inventamos, se nos ocurrió una noche de verano. Estábamos mirando el cielo en busca de alguna estrella fugaz y, al final, dado que no veíamos ninguna, nos inventamos esa poesía. Que luego yo incluí en una redacción y el profe Leone me la corrigió y yo le expliqué…, traté de aclarárselo, de hacerle comprender que «Yo y tú» era un error, sí, pero también una licencia poética para que rimase. En fin, que al final me puso un suficiente, a pesar de que, en mi opinión, esa redacción se merecía mucho más.
Читать дальше