Por suerte, no me da tiempo a oírlas, estoy ya lejos de ellas, más allá del jardín, del bufet, arrastrada por el entusiasmo de ese loco de Matt. Se da cuenta de que he visto lo que hay sobre la mesa.
– Venga, luego volvemos a comer algo, ¿vale?
Asiento con la cabeza, aunque en realidad me importa un comino. De manera que me arrastra al interior de la casa y atravesamos unos salones antiguos llenos de cuadros y de estatuas y de bustos de mármol apoyados sobre unas elegantes columnas. Parece que estemos en uno de esos museos que hemos visitado alguna vez con el colegio.
– Ven, quiero enseñarte algo…
Matt me sonríe. Me parece aún más guapo de como lo recordaba. Dios mío, ¿cómo era la historia? Ah, sí, cambió de colegio porque sus padres se mudaron de casa. Es alto, delgado, tiene el pelo castaño claro y los ojos marrones. Un cruce entre Colin Farrell, Brad Pitt y Zac Efron. En fin, supongo que habréis entendido a qué me refiero. Pues sí, está buenísimo. Por si eso no bastara, viste genial: unos vaqueros militares, unos zapatos North Sails, un suéter sin camisa debajo con el cuello de pico y coderas con doble costura de color ligeramente más oscuro que el del suéter, azul esmalte. Un sueño. Pero ¿para qué os lo cuento? «¡Pues no nos lo cuentes!», me responderían Alis y Clod. Menos mal que no pueden oír mis pensamientos… ¡Y menos mal que tampoco los puede oír él! Al menos, eso espero.
– ¿En qué estás pensando?
– ¿Eh? -Veo que sonríe-. No, en nada. Nada… En lo grande que es esta casa.
Sigue sonriéndome. Tengo la impresión de que no me cree. ¿Cómo iba a creerme? Me ruborizo de nuevo. Y ya van dos.
– ¡Hemos llegado!
Entramos en una sala repleta de armaduras.
– Mira…
Está llena de fusiles antiguos, de arcabuces, de espadas, de lanzas, de yelmos y extrañas banderas. Matt me lleva de la mano por entre las viejas armas y los estandartes hasta llegar frente a un maniquí que luce un vestido increíble hecho con perlas y pequeñas piedras de mil colores, un cuerpo de rombos de plata y oro blanco, de hilos dorados que se entrelazan formando mágicos entramados. Me empuja con la mano hasta allí; luego me suelta, de modo que acabo detrás del maniquí.
– Eso es, párate ahí… -Matt saca del bolsillo un Nokia N95. Lo reconozco de lejos. Era mi segundo preferido-. Quieta… No te muevas. ¡Eso es, así, la cabeza bien alta!
Me quedo inmóvil detrás del maniquí, como si fuese yo la que llevara puesto ese vestido tan antiguo y precioso. Matt dirige el móvil hacia mí, me encuadra y a continuación saca una fotografía. Flash.
– Ya está -sonríe-. Eres mi princesa.
Caramba. El chico va fuerte. Pero antes de que me dé tiempo a pensar en otra cosa, me coge de nuevo la mano y casi me hace girar sobre mí misma. Corro detrás de él como puedo. Pasa por delante de otras dos armaduras más sencillas, luego se detiene al fondo de la habitación, me mira con aire malicioso y también un poco astuto.
– Chsss, por aquí. ¡Es un pasadizo secreto!
Y se mete en una chimenea, en un estrecho pasadizo que acaba en una escalera iluminada con unas pequeñas bombillas de luz tenue y vacilante, como si fuesen antorchas. Lo sigo mientras sube por la escalera de caracol de madera hasta llegar a una pequeña verja.
Rechina cuando la abrimos. Después salimos a la gran azotea de la casa, como si hubiésemos llegado allí procedentes de un pequeño desván. Se trata de una gran explanada bajo el cielo. En el extremo de la azotea hay cuatro agujas.
– ¡Debía de ser un auténtico castillo! Ven.
Matt me coge de nuevo la mano y yo, como no podía ser de otra forma, lo sigo. Y en la oscuridad de la noche llegamos al borde de la azotea, rodeado por una vieja barandilla blanca un poco desconchada. Matt se apoya en ella asomándose ligeramente hacia adelante.
– Mira, ahí abajo siguen bailando.
Yo también me asomo. Veo a Alis, que, en medio de los demás, se divierte en compañía de Clod, Simona y el resto de las chicas del colegio. Ahora están haciendo una especie de trenecito, la música asciende levemente amortiguada, desmenuzada por el viento, que aleja algunas notas.
– Vamos a ver lo que hay allí… -Se dirige hacia la barandilla que hay al otro lado. Lejos de todo y de todos. De ese ruido. Llegamos bajo unos grandes árboles de color verde oscuro, tan oscuros coma la noche que nos rodea, como la ciudad que parece tan remota. A lo lejos sólo se divisan las mil luces de las calles que conducen al centro-. Eso de ahí abajo es el Altar de la Patria.
Apuntó a lo lejos con la mano. Trato de seguir la dirección que señala su dedo hasta que lo encuentro. O, al menos, eso me parece. Después yo también le señalo algo.
– ¿Y eso que se ve al fondo, todo iluminado, qué es?
Matt me sonríe.
– A ver… -Casi apoya la mejilla en mi brazo y a continuación se inclina poco a poco intentando entender qué le estoy señalando, como si mi dedo fuese una mira telescópica-, ¿Te refieres a eso?
– Sí, sí, claro.
Siento su mejilla caliente en mi brazo. Después me agarra la mano y me atrae hacia sí. Me mira a los ojos.
– No lo sé, lo único que sé es que tienes las manos frías.
Eso ya me lo dijo alguien en otra ocasión. Dios mío, ¿quién fue? Ah, sí, Lorenzo. ¿Y yo qué le contesté? Algo tremendo…, manos frías, corazón caliente. Una respuesta terrible, en absoluto original. Sólo que después Lorenzo me besó. Sí, pero Matt es diferente. Me arriesgo.
– Eh, sí, un poco. Pero no tengo frío…
Me sonríe. Me coge la otra mano y sujeta las dos entre las suyas.
– Es verdad, la otra está un poco más caliente.
Me mira de nuevo a los ojos, de forma intensa, demasiado intensa. Desliza sus manos por mis brazos hasta llegar al codo, me atrae lentamente hacia él a la vez que él también se aproxima. No me lo puedo creer. Después de dos años. Dos años… Ya te digo… ¡Dos años! Me gustaría gritarlo. ¡Hace dos años que me gusta!
– ¡Matteo!
Una voz repentina. Nos volvemos los dos hacia la verja por la que hemos salido a la azotea. Junto a ella hay una chica acompañada de otras personas. Y en un instante tengo la impresión de que la magia se desvanece. Matt deja caer de inmediato mis brazos y se aparta de mí. Del fondo llega la chica que lo ha llamado junto con otras dos. -¿Dónde te habías metido? Matt parece un poco azorado. -Estaba aquí arriba… -Sí, ya lo sé. Te vi desde abajo. ¿Y ella? -También ella estaba aquí arriba.
Permanecemos unos segundos en silencio. Parecen interminables. Las otras dos chicas me escrutan. Matt recupera el habla. -Nos encontramos aquí… iba a mi clase antes de… Pero la tipa no lo escucha. -Soy su novia.
«Pues menuda suerte tienes», me gustaría decirle o, mejor, «Me importa un comino», o incluso «Pero ¿es que alguien te lo ha preguntado?». En cambio, lo único que consigo contestar es un estúpido «Ah, bueno…». Y antes de que todo se desmadre llega mi salvación. Ahí está, justo a sus espaldas. -¡Gibbo!
Lo acompañan Clod y Alis.
– ¿Ves como era ella? ¡Te lo dije! -Luego se dirige a mí-: ¡Te vimos desde abajo!
Pero bueno, ¿es que en lugar de bailar todos se dedicaban a mirar hacia arriba? Bah. Me alejo. -Carolina…
Me vuelvo por última vez hacia Matt.
– Lo que señalabas es San Pedro.
Me mira y esboza una sonrisa. Quizá también lo lamente un poco. Quizá. Me doy media vuelta y me marcho sin contestarle siquiera. Cojo a Gibbo del brazo. -¡Venga, vamos a bailar! -Pero si acabo de parar para descansar un poco. -No me negarás que ésta es preciosa… -¡Pero si desde aquí no se oye nada! -¡Vamos!
¡Y lo arrastro por la escalera sin dejarlo pronunciar ni una sola palabra! Alis y Clod nos dan alcance. Me vuelvo hacia ellas.
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