– Esto…, mamá. A propósito, quería decirte algo… Sé que debería habértelo dicho antes, pero no lo sabía…, mejor dicho, no es que no lo supiera, es que sólo lo esperaba porque no me habían invitado… -En fin, que la enredo un poco, de manera que al final se ve casi obligada a decirme que sí, es más, casi se siente aliviada al hacerlo. Le digo que van todas, que asistirán incluso los profesores, que es importante para mi año académico, que decidiremos a qué instituto pensamos ir, que estarán todas mis amigas, y al final añado-: Pero si no quieres no voy, ¿eh? -que es lo mejor que puedo decir para que se derrumbe, y que, además, se trata de una fiesta elegante.
Insisto tanto que al final no le queda más remedio que dar su brazo a torcer.
– Ve, por favor, ve. ¡Me alegro de que vayas!
Y yo no me hago de rogar. Tras haber simulado depresión y una ligera indecisión, me apropio por completo de mi pequeña victoria.
– ¡Gracias, mamá! -Me abalanzo sobre ella y la abrazo, la beso. Le aprieto con fuerza el cuello y le estampo un beso de amor sin ninguna dificultad-. ¡Te quiero mucho, mami, adióóóós!
Me precipito hacia mi dormitorio y empiezo a sacar cosas del armario. El top negro. Los vaqueros oscuros. Quizá vayan también los Ratas. Tengo que impresionar a Matteo, a Matt, como quiere que lo llamen. ¿Y Massi? ¿No piensas en Massi? Sí, es verdad. Pongo el CD y lo escucho y bailo mientras me arreglo. Elijo algo y me lo pongo, a fin de cuentas, nadie puede entrar en mi cuarto. ¡Zona libre! ¡Prohibida la entrada! En la puerta hay tres carteles más. No obstante, Ale hace caso omiso. Entra sin llamar.
– Perdona, ¿podrías bajar el volumen? Estoy estudiando.
Ella es así. No dice nada más, se marcha, más antipática que nunca. Al final, me decido por tres cosas. Primero un pantalón nada escandaloso de Miss Sixty con el que me verá mi madre. Entonces Ale, a pesar de que he bajado el volumen, ha ido a la sala, así que me precipito hacia su habitación y encuentro de inmediato lo que buscaba. Lo absurdo es que mi hermana y yo tenemos la misma talla de cintura para abajo… Por suerte, porque así puedo mangarle lo que quiero, justo como he hecho ahora En lo tocante a la parte de arriba…, bueno, aún tiene que pasar algún tiempo. Pero eso no me preocupa, la naturaleza va siguiendo su curso. Vuelvo a mi dormitorio, cojo otras dos cosas, que, en mi opinión, me quedan ideales, y a continuación el maquillaje, si bien de momento sólo me pongo un poco de rímel. Lo meto todo en una pequeña bolsa y luego salgo sigilosamente al rellano y llamo el ascensor. Aquí está. Ha llegado. Entro de puntillas e introduzco la bolsa en el compartimento que hay en lo alto, bajo las bombillas. Acto seguido, ya más tranquila, vuelvo a entrar en casa. Pongo otra vez la canción de Massi. Es preciosa. Bailo por un instante con los ojos cerrados y sueño… Acto seguido, vuelvo a abrirlos de golpe. Quizá no nos veamos nunca más, esa idea me destruye. Me echo en la cama, hojeo rápidamente el libro que estoy leyendo, Perdonadme por tener quince años, y releo la frase que tanto me impresionó ayer: «Te conozco mejor de lo que mucha gente conseguirá conocerte. Ellos acaban encasillados, interrumpen el flujo de sangre de sus corazones y sonríen como si fuese la cosa más natural del mundo.» Aunque, pensándolo bien, ahora no me convence tanto. En cambio, la que me impresionó fue ésta: «Y me estoy perdiendo a mí misma, me estoy perdiendo algo que ni siquiera logro encontrar. Quizá ése sea el problema. No logro encontrarlo. No consigo alcanzarlo. No consigo llegar.» Miro afuera. La noche que avanza. Las primeras estrellas empiezan a brillar. Qué poética soy… Es que tengo ganas de enamorarme. Y justo en ese momento empieza de nuevo la canción del CD de Massi, ¡es el destino! Por si no bastase, vibra también el móvil en la mesa. Es Alis.
– ¿Bajas?
– Five minutes -le respondo al vuelo.
Hoy me siento un poco english.
– ¿Estoy bien así, mamá?
Me asomo guapa y tranquila a la cocina. Mi madre deja la aguja, el hilo y el calcetín que está remendando sobre la mesa. Luego me mira, me escruta de arriba abajo y esboza una sonrisa.
– Sí.
Todo parece ir sobre ruedas.
– ¿Están ya abajo?
– Sí.
– Vale, ve y no vuelvas tarde. Lleva el móvil encendido y cerca de ti, y a las once te quiero en casa.
Le doy un beso apresurado en la mejilla y salgo corriendo antes de que llegue mi padre. Con él resultaría más arduo. Salgo al rellano y, justo en ese momento, sale también nuestro vecino de enfrente. Oh, no, eso sí que no. ¿Y ahora qué hago? Es un tipo simpático. Se llama Marco, trabaja en la televisión y debe de tener unos cuarenta años. Tengo que arriesgarme. Abro la puerta del ascensor y a continuación lo miro sonriente.
– ¿Qué hace?, ¿baja a pie para mantenerse en forma o coge el ascensor?
Marco me mira repentinamente perplejo y arquea las cejas.
– ¿Por qué? ¿Te parece que he engordado?
A mí me parece que varios kilos, pero si se lo digo puede que se ofenda. Es duro en esos casos. Hay que ser diplomático y yo, por desgracia, no siempre lo soy. O bromista. Eso me sale mejor.
– ¿Qué prefiere?… ¿Una mentira o la cruda verdad?
– Entiendo. -Me sonríe, pero tengo la impresión de que se ha mosqueado un poco-. ¡Bajaré a pie!
– No… ¡Estaba bromeando!
Pero no le doy tiempo a cambiar de idea. Entro en el ascensor, cierro las puertas y pulso el botón de la planta baja. Espero a que descienda un piso y lo detengo. Tengo escasos minutos para cambiarme. Vamos, de prisa. Bajo la bolsa, saco la ropa que hay dentro y me desnudo a toda velocidad. Me cambio los zapatos, los pantalones y la camiseta por el top, la falda corta y las botas. Recojo las cosas que hay en el suelo, me pongo un poco de rímel, de colorete y de eyeliner y con eso considero que estoy lista. En ese momento oigo que alguien golpea la puerta de la planta baja y grita.
– ¡Ascensor! ¡Ascensor!
Otras voces.
– ¿Qué pasa? ¿Se ha bloqueado?
Meto también en la bolsa el maquillaje y a continuación pulso el botón de la B. Me parece estar viviendo una de esas películas de acción tipo Misión imposible, sólo que yo no soy Tom Cruise y, sobre todo…, no puedo cambiarme la cara como hace él. De modo que, cuando llego a la planta baja, se abre la puerta. Veo a Marco junto a la señora Volpini, la vecina del segundo piso.
– Pero ¿qué ha pasado ?
– Eh… -Sonrío ingenua, tratando de parecer lo más joven e infantil que puedo-. No lo sé, se ha parado…
Pero Marco, que debe de tener buen ojo y una magnífica memoria, escruta antes el interior del ascensor para cerciorarse de que dentro no esté mi otro yo y, a continuación, cabecea.
– Ahora entiendo por qué había engordado de repente.
– Sí… -Sonrío mientras me encamino hacia el portón-. ¿Ha visto? ¡Le ha bastado hacer un poco de ejercicio para perder esos kilos de más!
Y escapo corriendo. Luego me detengo y me surge una sospecha. ¿Y si fuera como pienso? ¿Se habrá dado cuenta? Creo que sí. A una madre no se le escapa nunca nada, ni siquiera de lejos. Abro el móvil y llamo de inmediato a casa. Responde Ale.
– ¿Me pasas a mamá?
– ¿Dónde estás?
– Dile a mamá que se ponga.
No me responde. Baja el auricular y oigo cómo la llama mientras se aleja:
– Mamá, al teléfono…
Mantengo el móvil pegado a la oreja, me asomo un poco por el portón y la veo en el preciso momento en que desaparece de la ventana. ¡Sabía que estaría ahí! Era lo que esperaba, de modo que echo a correr hacia la verja. Mientras tanto, oigo su voz en mi móvil.
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