Esa noche, después de admirarse a sí misma en el capítulo correspondiente de la telenovela, en compañía de Elvira, para quien el hecho de verla en dos lugares al mismo tiempo era una prueba más de su naturaleza celestial, Mimí entró en la habitación a desearme buenas noches, como siempre hacía, y me sorprendió dibujando líneas en una hoja de papel. Quiso saber de qué se trataba.
– ¡No te metas en vainas! exclamó aterrada al conocer el proyecto.
– Tengo que hacerlo, Mimí. No podemos seguir ignorando lo que pasa en el país.
– Sí podemos, lo hemos hecho hasta ahora y gracias a eso estamos bien. Además aquí a nadie le importa nada de nada, tus guerrilleros no tienen ni la menor oportunidad de triunfar. ¡Piensa cómo empezamos, Eva! Yo tuve la mala suerte de nacer mujer en un cuerpo de hombre, me han perseguido por marica, me han violado, torturado, puesto en prisión y mira dónde estoy ahora, todo por mi propio mérito. ¿Y tú? Lo único que has hecho es trabajar y trabajar, eres bastarda, con una mezcolanza de sangre de todos los colores, sin familia, nadie te educó ni te puso una vacuna o te dio una vitamina.
Pero hemos salido adelante. ¿Quieres echarlo todo a perder?
En cierto modo era verdad que para entonces habíamos logrado ajustar algunas cuentas privadas con la vida. Habíamos sido tan pobres, que no conocíamos el valor del dinero y se nos escurría de las manos como arena, pero ahora ganábamos suficiente para gastar en ciertos lujos. Nos creíamos ricas. Yo recibí un pago adelantado por el folletín, suma que me parecía fabulosa y me pesaba en el bolsillo. Por su parte, Mimí se consideraba en el mejor período de su existencia. Por fin había logrado el balance perfecto de las píldoras multicolores y se sentía tan bien en su cuerpo, como si hubiera nacido con él. Nada quedaba de su antigua timidez y hasta podía bromear con lo que antes era motivo de bochorno. Además de su papel de Alejandra en el serial de televisión, estaba ensayando el personaje del Caballero de Eón, un travesti del siglo dieciocho, agente secreto, quien pasó su existencia sirviendo a los reyes de Francia en atavíos de mujer y fue descubierto sólo cuando vistieron su cadáver, a los ochenta y dos años de edad.
Poseía todas las condiciones para interpretarlo y el más célebre dramaturgo del país había escrito la comedia especialmente para ella. Lo que la hacía más feliz era que creía haber encontrado por fin al hombre señalado por la astrología, aquel que la acompañaría en sus años de madurez. Desde que frecuentaba a Aravena habían renacido las ilusiones de su primera juventud; nunca tuvo una relación así, él nada le exigía, la colmaba de regalos y lisonjas, la llevaba a los sitios más concurridos donde todos pudieran admirarla, la cuidaba como un coleccionista de obras de arte. Todo anda bien por primera vez, Eva, no busques líos, me suplicó Mimí, pero yo esgrimí los argumentos tantas veces escuchados en boca de Huberto Naranjo y repliqué que éramos dos seres marginales, condenados a luchar por cada migaja y aunque rompiéramos las cadenas que nos ataban desde el día de nuestra concepción, aún quedarían los muros de una cárcel mayor, no se trataba de modificar las circunstancias personales, sino de cambiar toda la sociedad. Mimí escuchó mi discurso hasta el final y cuando habló lo hizo con su voz de hombre y una determinación en los gestos que contrastaba con el encaje color salmón de los puños de su bata y los rizos de su melena.
– Todo lo que has dicho es una soberana ingenuidad. En el caso improbable de que tu Naranjo triunfe con su revolución, estoy segura de que al poco tiempo actuaría con la misma prepotencia de todos los hombres que llegan a tener poder.
– No es cierto. Él es diferente. No piensa en sí mismo, sino en el pueblo.
– Eso es ahora, porque le sale gratis. Es un prófugo metido en la selva, pero habría que verlo si estuviera en el gobierno. Mira, Eva, los hombres como Naranjo no pueden hacer cambios definitivos, sólo modifican las reglas, pero se manejan siempre en la misma escala. Autoridad, competencia, codicia, represión, siempre es lo mismo.
– Si él no puede, ¿entonces quién?
– Tú y yo, por ejemplo. Hay que cambiar el alma del mundo. Pero en fin, para eso falta mucho y como veo que estás decidida y no puedo dejarte sola, iré contigo al zoológico. Lo que ese imbécil necesita no es un plano de la fábrica de uniformes, sino del Penal de Santa María.
La última vez que el Comandante Rogelio la había visto, se llamaba Melecio, tenía los atributos de un hombre normal y trabajaba como profesor de italiano en una academia de idiomas. A pesar de que Mimí aparecía con frecuencia en las páginas de las revistas y en la televisión, él no la reconoció, porque vivía en otra dimensión, alejado por completo de esas frivolidades, pateando víboras en el monte y manejando armas de fuego. Yo le había hablado a menudo de mi amiga, pero de todos modos él no esperaba ver junto a la jaula de los monos a esa mujer vestida de rojo cuya hermosura lo dejó aturdido y puso patas arriba sus prejuicios al respecto. No, no se trataba de un maricón disfrazado, era una hembra olímpica capaz de cortarle el aliento a un dragón.
Aunque era imposible que Mimí pasara desapercibida, procuramos disimularnos en la multitud, deambulando entre niños ajenos y echando maíz a las palomas como cualquier familia en su paseo dominical. Al primer intento del Comandante Rogelio de teorizar, ella lo frenó con una de aquellas retahílas reservadas para casos extremos. Le dijo claramente que se guardara sus discursos, porque ella no era tan candorosa como yo; que consentía en ayudarlo por esta vez, para librarse de él lo antes posible y con la esperanza de que le dieran un tiro y fuera a parar de cabeza al infierno, para que no siguiera jodiendo la paciencia; pero que no estaba dispuesta a tolerar que además la adoctrinara con sus ideas cubanas, que se fuera al carajo, pues bastantes problemas tenía ella sin necesidad de echarse encima esa revolución ajena, qué se había imaginado, a ella no le interesaban un pepino el marxismo ni ese atado de barbudos revoltosos, lo único que quería era sobrevivir en paz y ojalá lo entendiera porque si no se lo iba a explicar de otra manera. Luego se sentó pierna arriba en un banco de cemento a dibujarle un plano con un lápiz de cejas en las tapas de su libreta de cheques.
Los nueve guerrilleros trasladados del Fuerte El Tucán se encontraban en las celdas de castigo de Santa María. Detenidos siete meses antes, resistieron todos los interrogatorios sin que pudieran quebrantarles la decisión de callar ni el deseo de volver a la montaña para seguir peleando. La discusión en el Congreso los colocó en primera página de los periódicos y los elevó al rango de héroes a los ojos de los estudiantes de la Universidad, quienes empapelaron la ciudad de afiches con sus rostros.
– Que no se vuelva a saber de ellos, ordenó el Presidente, confiando en la mala memoria de la gente.
– Díganles a los compañeros que los liberaremos, ordenó el Comandante Rogelio, confiando en la audacia de sus hombres.
De esa prisión sólo había escapado años antes un bandido francés, quien logró llegar por el río hasta el mar, flotando sobre una balsa improvisada sobre cadáveres inflados de perros, pero desde entonces nadie lo había intentado. Agotados por el calor, la falta de alimento, las pestes y la violencia que sufrían en cada instante de sus condenas, los detenidos comunes carecían de fuerzas para cruzar el patio, mucho menos para aventurarse en la selva, en el caso improbable de una fuga. Los presos especiales no tenían ninguna posibilidad de lograrlo, a menos que fueran capaces de abrir las puertas de hierro, dominar a los guardias armados de metralletas, atravesar todo el edificio, saltar el muro, nadar entre pirañas por un río caudaloso e internarse en la jungla, todo eso con las manos desnudas y en el último estado de agotamiento. El Comandante Rogelio no ignoraba esos colosales obstáculos, sin embargo aseguró impasible que los rescataría y ninguno de sus hombres dudó de su promesa, mucho menos los nueve recluidos en las celdas de castigo. Una vez que logró sobreponerse a la rabia inicial, tuvo la idea de usarme como señuelo para atraer al Coronel Tolomeo Rodríguez a una trampa.
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