Antonio Soler - El Nombre que Ahora Digo

Здесь есть возможность читать онлайн «Antonio Soler - El Nombre que Ahora Digo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Nombre que Ahora Digo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Nombre que Ahora Digo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El hombre que ahora digo narra las vivencias de un grupo de soldados que, durante la Guerra Civil española, malviven ofreciendo espectáculos de variedades. Pero, sobre todo, se trata de una soberbia, historia de amor. Esta novela obtuvo el III Premio Primavera en 1999 y consagró a Antonio Soler como uno de los narradores más sólidos de nuestro país.

El Nombre que Ahora Digo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Nombre que Ahora Digo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Aunque estaba de espaldas, Sintora reconoció al Textil sentado delante de una mesa larga, contando billetes. A su lado había un hombre delgado y con nariz de águila que, ataviado con un batín de seda roja, observaba cómo el otro se humedecía los dedos con saliva y amontonaba billetes. En una punta de la mesa había una montaña de libros. También había libros destrozados y formando una pirámide rota en una esquina de la habitación. Allí, un hombre menudo y con gafas los destripaba con mucho esmero.

El hombre de la nariz de águila y el batín de sangre era el Marqués y era el dueño de la casa. Estaba preso. Aquellos tipos que andaban con armas por allí y los hombres del destacamento lo tenían encerrado en su casa desde el principio de la guerra. El otro, el hombre menudo que estaba descomponiendo libros era Sebastián Hidalgo, sonreía, y era falsificador. Ahora se preocupaba en sacar láminas muy finas de oro de las pastas de aquellos libros. Le había regalado a Doblas oro suficiente para que un dentista de Vallecas le pusiera un colmillo y un molar. Doblas se arrancaba dientes sanos y se los colocaba de metal. Oro o lo que fuese. Aparte de romper libros y de falsificar salvoconductos, Sebastián Hidalgo también trabajaba en un periódico de anarquistas. Les ponía las cejas corridas y arrugas de demonio a las fotografías de los generales enemigos. Hacía el trabajo con lupa y con una sonrisa de niño, y los pelos y las arrugas que pintaba parecían de verdad. Más verdad que el resto de la cara de los generales. A m í me miró y me dijo que tenía una enfermedad en la vista, con la sonrisa.

– Un inquilino nuevo. Nos va a valer una fortuna -dijo Ansaura, el Gitano, empujando al viejo de los temblores contra la mesa en la que el Textil contaba dinero.

– Y viene sísmico -añadió con mucha seriedad Enrique Montoya.

Paco Textil, todavía moviendo los labios por el recuento de dinero, se levantó de la silla y con cara de sorpresa dijo:

– Cuarenta y siete, cuarenta y ocho. Me cago. Cuarenta y nueve y cincuenta. Cincuenta. Me cago en tu nación. La leche que mamaste. ¿De dónde habéis sacado a éste? Si tiembla más que un pollo. Tú, qué te pasa -le preguntó al cura, inclinándose para hablarle, casi a gritos, al oído. La cicatriz le temblaba, no se sabe si de ira o por aguantar las ganas de reírse.

– No le metas más miedo, tú -el cabo Solé Vera agarró al cura por el hombro y lo sentó en la silla que había estado ocupando Paco Textil-. Siéntese, y esté tranquilo.

– De la parroquia del Carmen. Amigo o compañero de estudios de un obispo. Dice Corrons que la familia tiene todo el dinero que hay que tener. Se llama Anselmo -Ansaura, el Gitano, miró un papel que llevaba doblado en el bolsillo-, Anselmo Luque Quintana. Quintana o Quintero, no sé qué dice aquí.

– Quintana -la voz del viejo fue como un soplo, una brisa muy leve que sin embargo anunciaba firmeza, un viento fuerte-. Luque Quintana y no tengo miedo, sólo temblores, por enfermedad.

– Y sabe hablar. Míralo -Montoya iba hacia el rincón donde estaba Hidalgo, el hombre que deslomaba libros, pero seguía hablando, de espaldas a los demás-. Todos los curas saben hablar, y ya mismo éste andará subido por ahí, en cualquier mesa, dándonos una misa, predicando y convensiéndonos de lo que quiera, el cura Quintana, Luque Quintana. Única ventaja de los toreros, que están callados siempre, pensando en el miedo que les dan los toros. Ven, Sintora. La guerra entera tiene justificasión nada más que por conoser a Sebastián Hidalgo.

De modo deslabazado, cuenta Sintora que mientras el resto del destacamento se quedaba hablando con el Textil, él se acercó con Enrique Montoya a aquel hombre que los estaba esperando con una sonrisa y que sin levantarse dio un abrazo a la cintura de Montoya a la par que éste se inclinaba para besarle la frente. Nada más poner la mirada en él, Sebastián Hidalgo, le dijo, Tú debes de andar mal de la vista, se nota que se te ha quedado el fuelle de los ojos sin gas, a ver lo que se puede hacer por ti. Sebastián Hidalgo soltó con mucho cuidado la herramienta que tenía en la mano, una especie de bisturí, tapó la cajita de nácar en la que había unas hebras doradas y se quitó las gafas, las dobló antes de levantarse y hacer una señal para que lo siguieran.

Los llevó Hidalgo por la casa, desandando el camino que habían hecho al entrar, hasta una puerta de doble hoja que el falsificador abrió después de dar muchas vueltas a un cordón cargado de llaves. Por toda la habitación había muebles mal puestos, amontonados, cuadros, lámparas y alfombras enrolladas, baúles antiguos.

– A ver, Enrique, bájame esa caja de ahí -le señaló a Montoya una caja que estaba encima de un armario.

Estiró los brazos Montoya, agarró el cajón y lo puso en el suelo. Hidalgo le sopló el polvo y levantó la tapa. La caja estaba llena de gafas, patillas y cristales revueltos como un pozo de reptiles disecados.

– Empieza con ésta -le ofreció Hidalgo, con sus dedos de niño, unas gafas a Sintora-. De aquí me he apañado yo las mías. Se ve mejor con ellas que con unos ojos buenos. Te tendrías tú que probar alguna, Montoya.

– Para el ojo anal, Hidalgo, me las voy a probar.

Con las primeras vi peor, también las cosas que estaban lejos se me torcían, y con las segundas fue igual. Con otras veía nada más que borroso, con bruma, y así fui probando, mientras Montoya abría cajones y miraba cuadros, sin dejar de hablar, y yo lo veía unas veces muy lejos, otras con la cabeza en un sitio y el cuerpo en otro, o metido bajo el agua. Y de pronto, al ponerme una de aquellas gafas y abrir los ojos, lo vi todo distinto, la cara de Montoya, el cuadro que miraba y las gafas que Hidalgo tenía en la mano, y era como si de verdad lo hubieran extraído todo de debajo del mar, y tuve miedo porque parecía que yo también surgía de algún sitio en el que siempre había estado escondido y ahora me encontraba fuera de mi escondrijo, descubierto. Me dijeron que al ponerme las gafas los ojos se me abrieron, se me hicieron un poco más grandes y las pupilas parecía que me rozaban las lentes. Eso me dijeron, y eso pensé yo al verme en un espejo, que mis ojos eran unos peces pegados al cristal de su pecera mirando el mundo.

De regreso a la Casona, al final del día viajaban en la parte trasera del camión Enrique Montoya y Gustavo Sintora, con sus gafas, redondas y de montura gruesa, quizá de carey. Montoya hablaba con aquellas eses y acento extravagante que según él le venían de la educación que le habían dado en Méjico y Francia:

– Sí, hermanito, dura es la guerra, y nosotros, aparte de llevar artistas a cantar y toreros a matar animales por los pueblos, ayudamos a llevar uniformes a donde sea, hasta ahí cumplimos con el Sentro Mecanisado de la Industria del Transporte y con el Comité de Espectáculos, pero como en el destacamento tenemos mucho tiempo y libertad, algunas veses le hasemos otro tipo de transportes a Corrons, nuestro comité de supervivensia. Corrons siempre está alerta, comunista infatigable, pistolero, siniestro, paga informasión y en un poso seco, en el altillo de un almasén abandonado o donde menos te lo pienses, encuentra enemigos del pueblo, y nosotros los hospedamos en casa del Marqués. Corrons pide un rescate por ellos a sus hermanos, a sus mujeres, a sus obispos, a quien sea. El destacamento los lleva a la Casa de Campo o a donde nos digan y Corrons y los suyos hasen el cambio.

Tres cambios llevamos hechos. No nos vamos a haser ricos, pero cuando acabe esto tendremos algún sitio adonde ir y no nos moriremos de hambre al segundo día -se calló Montoya mirándose la punta de las botas, sucias, cansadas-. Nadie, Sintorita, nadie nos va a querer cuando esta guerra acabe, ve metiéndote eso en la cabesa, mayormente porque la guerra la van a ganar los otros, los desconsiderados que están ahí enfrente y por las noches gritan que nos van a matar y se van a follar a nuestras señoras.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Nombre que Ahora Digo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Nombre que Ahora Digo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Nombre que Ahora Digo»

Обсуждение, отзывы о книге «El Nombre que Ahora Digo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x