Antonio Soler - El Nombre que Ahora Digo
Здесь есть возможность читать онлайн «Antonio Soler - El Nombre que Ahora Digo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El Nombre que Ahora Digo
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El Nombre que Ahora Digo: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Nombre que Ahora Digo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El Nombre que Ahora Digo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Nombre que Ahora Digo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Había gente llevando vasos de vino y botellas, humo y ruido, risas al fondo. Aquí es donde vivimos, la Casona, así se le llama por santo nombre, pupilo mío, le dijo Enrique Montoya, que se había quedado rezagado, esperándolo. Lo que ves es la cantina, bien provista, paraíso bélico, allí arriba están los dormitorios, le señaló Montoya unas escaleras por las que en ese momento bajaba el novillero que él había visto en la oficina de Villegas, Rafalito Ballesteros, vestido ahora con un uniforme gastado pero con el mismo pañuelo rojo al cuello. Hablaba con el hombre que Sintora también había visto retratado en la oficina, aquel que, a lomos de un caballo, iba vestido entero de blanco y que ahora también llevaba chaqueta, corbata, camisa y pantalón blancos.
Avanzaron hacia unas mesas de tablones largos. Una mujer pálida y con el pelo de color anaranjado se abrazó al cuello de Montoya y le besó los labios, Montoya, mi Montoya. Luego, luego, le dijo el soldado apartándola, luego. La Ferrallista, loca importante que quiso reventar con dinamita los altos hornos porque desía que eran del capital y se vino aquí a ver si reventaba Madrid, tiene huevos y de ves en cuando se va a la Siudad Universitaria o a la Huerta del Obispo a pegar tiros y matar fasistas, todo por Stalin y la barragana que lo parió, le explicó Montoya a Sintora.
En una de las mesas ya estaba sentado Ansaura, el Gitano, con un tipo de uniforme que tenía bigote de púa y una cicatriz que le bajaba desde el ojo izquierdo hasta la boca. Paquito Textil, le dijo Enrique Montoya a Sintora al oído mientras se sentaban. Sivergüensa, simpático Textil, única persona en el mundo que puede considerarse amiga del Gitano, nunca han conosido los siglos una ocasión en la que el Gitano se haya reído si a su lado no ha estado éste, el Textil.
– Digo que Stalin podía ser torero. Por lo hijoputa, se me ocurre -dijo Montoya en voz alta en el momento que llegaban a la mesa el cabo Solé Vera y su ayudante Doblas.
– ¿Dónde andas, Solé? -saludó el Textil-. ¿Y el niño quién es? -preguntó señalando a Sintora.
– Nuevo -respondió mi padre desabrochándose el chaquetón de cuero, antes de sentarse.
– Nuevo. La leche que mamaste, me vas a comer el níspero como no hagas lo que te digo, o lo que te diga aquí el cabo Solé -se sonrió Paco Textil arqueando la cicatriz que le bajaba del ojo como una lágrima de carne, y ya habló dirigiéndose a los demás-. La leche que mamó, que tiene cara de gracioso, el nuevo. Míralo. La leche que mamaste.
Trajeron unos vasos y dos botellas de vino negro y el gordo al que decían Doblas y que era de color morado se tomó un vaso de un trago, después otro, sin beber, como se echa líquido por un embudo, y soltó una especie de regüeldo, un sonido de cañerías que se le perdió pecho adentro por los radiadores y turbinas que debía de tener por allí. Tenía cara de camión, con el parachoques de los labios grueso y algunos dientes niquelados, unos de oro y otros de metal oscuro. Los faros de los ojos medio apagados y el ralentí del motor subido y a punto de ahogarse, con mala combustión. Probó Sintora el vino, áspero y con posos de tierra o serrín. La Ferrallista estaba dos mesas más allá, besándose ahora con uno de los enanos que él había visto en las fotos de la oficina, uno que tenía cara de niño hervido y el cuerpo proporcionado de un hombre menguado, sólo con un apunte de joroba delatando su condición de enano. Lo besaba apasionada la Ferrallista y con su hombro izquierdo rozaba el de un soldado que tenía la cabeza vendada y un ojo cubierto, un hombre joven que miraba impasible con su ojo único cómo al otro lado de la mesa el faquir Ramírez, con mucho trabajo, intentaba meterse el mango de una cuchara por la nariz. Déjalo, déjalo, le decía al faquir un enano zambo y con la frente abultada por una prominencia de elefante mal disimulada por un flequillo estropajoso, todo vestido de negro y haciéndole al faquir gestos de calma con sus brazos arqueados a la par que otros dos soldados y una mujer gorda miraban con caras de repugnancia la maniobra del hombre famélico. Por la otra punta del salón se oían aplausos y el sonido de una guitarra.
Bebió más Sintora. Miraba la gente que iba de un lado a otro y los rostros de quienes estaban sentados con él. La cicatriz, siempre risueña y en movimiento del Textil, los dientes metálicos de Doblas, la mirada y el flequillo negros de Ansaura, el Gitano, y la calma de mi padre. Montoya, con sus eses y sus cuñas de telegrama, seguía hablando de toreros y de Stalin, sin que nadie le hiciera caso. Me acordé de mi hermana en el bombardeo. No sabía si la guerra era aquello o esto que ahora vivía. La mano tierna de mi hermana y el fuego que venía del mar. Un barco cruzaba la noche por dentro de mi cabeza, bombardeando los recuerdos.
Vio Sintora los ojos del Textil señalando a su espalda, y antes de volverse vio aparecer al teniente Villegas, que llegaba acompañado de la mujer de las cejas corridas, Salomé Quesada. Un traje blanco con piedras o cristales brillantes y los ojos oscuros debajo de las cejas largas y lisas. Los labios eran de desprecio, y apenas se abrieron para saludar. Se sentó al lado de Villegas, sin que se le notaran los movimientos de los músculos ni el giro de las articulaciones, una marioneta delicada que encendió un cigarrillo muy despacio y que mientras se sacaba de los labios una hebra de tabaco estuvo mirando a Gustavo Sintora, sin verlo.
El teniente Villegas y sus hombres hablaban de un enano que la semana anterior habían perdido al caer desde la torre de una iglesia a la que el enano, borracho, se había empeñado en trepar para hacer equilibrios. Por lo que decían, entendió Sintora que el destacamento se dedicaba a llevar por los frentes y la retaguardia toreros y artistas para amenizar a las tropas y subirles a ellas y a la población civil la moral.
Eran el cabo Solé Vera y el teniente quienes hablaban. Se les notaba la amistad y también se notaba que al cabo no le gustaba la cantante Salomé Quesada y cuando ella habló de la actuación que ese día había tenido y de lo mal preparada que había estado, el cabo la miró todavía con más desprecio del que ella miraba. Iba a hablar el cabo cuando llegaron a la mesa el novillero del pañuelo y el hombre vestido de blanco. El torero levantó el puño y el de blanco se cuadró sin saber cuadrarse, con mucho aparato y burla. Era el mago Rafael Pérez Estrada. Un mago que antes de la guerra había alcanzado fama en los cabarets de Barcelona entrando en los escenarios a lomos de un caballo blanco llamado Ulises al que, después de sacarle palomas, también blancas, de la boca y las orejas, hacía desaparecer, y luego aparecer, nadie sabía cómo.
Según le contó esa noche Montoya a Gustavo Sintora, al principio de la guerra el mago había hecho desaparecer el caballo del escenario sin que luego lo hubiera podido recuperar de la nada. Las moléculas de mi caballo vagan dispersas por el firmamento y los días de luna se oye el relincho del polvo galáctico y un galope de estrellas, dicen que decía a cada momento el mago. Se reía Montoya al contármelo en la habitación aquella donde me había tocado dormir con él y con Ansaura, el Gitano, y decía que la gente de aquel pueblo de mala muerte en el que estaba actuando el mago le había estudiado con mucha maña el truco de la desaparición y se había apropiado del pobre Ulises mientras estaba en el limbo, camuflado detrás de unos biombos de tela negra, y que el mago Pérez Estrada, por elegancia, se resignó a no desvelar su artificio y a considerar portento de la magia lo que había sido el robo de una gente hambrienta que a buen seguro antes de que el mago hubiese concluido su función ya habría convertido al caballo Ulises en filetes y preparativo de cecina.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El Nombre que Ahora Digo»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Nombre que Ahora Digo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El Nombre que Ahora Digo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.