Antonio Soler - El Nombre que Ahora Digo
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Madrid era un cielo naranja que yo veía pasar por el hueco que el toldo del camión me dejaba ver. Un cielo naranja con vetas de color verde y también azul claro y morado, un cielo como el que flotaba en los días quemados de mi niñez. Parecía que había un fuego a lo lejos y que Madrid era una ciudad a punto de arder, de incendiarse rápida, silenciosa, de una sola llamarada, como arde una brizna de paja seca.
– Por si es de tu interés, Sintora amigo, te diré que aparte de los hombres del destacamento están en el negosio el Textil, que es el responsable del taller ese de costura que has visto esta mañana. Y luego están los hombres de Corrons, los que has visto en la casa del Marqués. Son sus primos, bueno, tres primos y un sordomudo que no sé qué le toca, aunque los cuatro paresen sordomudos, solamente hablan con Corrons, que los trajo de su pueblo al empesar la guerra y parese que sólo entienden el idioma de él, como las cabras o los animales conosen las mañas de sus amos. Viven en la casa del Marqués y por lo menos uno de ellos, no sabría desirte cuál porque todos son iguales, uno que tiene la cabesa un poco más gorda y la barba más negra, Asdrúbal, parese que es un desertor. Pero nadie quiere haser averiguasiones. Es lo mismo que lo del propio Marqués, no se lo fusiló cuando sobraban voluntad y balas y se le dejó estar, y ahí vive, con la casa desvalijada y esperando que lleguen los suyos para la vengansa. Seguro que vendría vestido de etiqueta a nuestras ejecusiones, le he visto unos sapatos de charol con las suelas sin estrenar escondidos, amarrados al somier de la cama. Me lo veo con esos sapatitos puestos, niquelados de betún y pidiendo darnos el tiro de grasia, en pago por no haberlo liquidado nosotros.
Las gafas, quizá el camión con su traqueteo y las curvas, me traían un mareo dulce, iban y venían las casas, se deslizaban por mis ojos como se desliza por el mar y el agua todo aquello que flota, inseguro. Y al lado del mareo estaba la voz de Montoya fundiéndose con el eco del camión, se anudaban aquellos sonidos como mi vida empezaba a anudarse a la vida de aquella gente que vivía en los sótanos de la guerra.
– El Marqués, antes de que empesaran a caer bombas, aparte de parásito y de explotar al oprimido, ya sabes tú lo que te digo, a lo que se dedicaba mayormente era al puterío, con niñas de poca edad, putas jóvenes digo, no niñas. Quinse, diesiséis años. El Textil, gran intrigante, gran conversador, lo sabe todo, se lo contó el propio Marqués. Lo hasía, lo de las niñas, porque le recordaban a su mujer cuando la conosió, dise, cuando la veía pasar por delante de la casa con estudiantes de su edad, siempre pensando en cómo iba a levantarle muy despasio, un día, las faldas, y cómo sería la vellosidad rubia que ella tendría por los muslos, pensaba en el modo en que le iba a soplar los vellos y en cómo iba a verlos moverse, como si fueran trigo y su boca viento. Por eso dise que luego, cuando su mujer se puso mayor y ya no paresía que venía del colegio, él buscaba putas jóvenes, por encontrar de nuevo a su mujer, por todo lo que la había querido. Sólo que una ves encontró a una amante, que él dise que no era puta sino dependienta de una sapatería, y estuvo un año enriquesiendo a la sapatera y con la cabesa ida por aquella niña, tanto que mandó a un pintor que le hisiera un retrato a la sapatera, pero no como sapatera, sino como Virgen María. Y le regaló el retrato a su mujer y mandó que lo pusieran en el oratorio que tenía en la casa. La fuersa del visio. Y cuando veía a su mujer de rodillas y resándole a su amante, el Marqués se sentía rejuveneser, dise que a veses lloraba. La emosión. A la Marquesa llegamos a conoserla, se murió después de ocupar la casa, del corasón disen. Aparesió muerta una mañana y tuvimos que enterrarla de noche, por la Casa de Campo. Corrons dise que a lo mejor un día alguien paga por el Marqués y nos salva la vida, pero a veses se equivoca, como se equivocó cogiendo a la niña esa que has visto en la casa, Beatrís, la del pelo rapado, que es una novisia sin familia ni nadie que quiera dar un real por ella. La usan de criada.
Era la noche y en algunas casas yo podía ver una luz que siempre era una luz pobre y yo imaginaba gente bajo esa luz, una mujer, un niño, un marido que no estaba en el frente, imaginaba sus voces y las palabras que la gente que se quiere se dice bajo las luces, no importaba que las palabras no hablaran de la verdad, y no dijesen estamos aquí, estamos vivos, y estamos juntos, alumbrados por nuestra luz, mi mano es vuestra mano, y el aire que entra en mis pulmones y que me alimenta como una comida pobre, es vuestro aire y el vuestro el mío. Las palabras sólo decían ven, toma, coge, dame, pero también decían sin decirlo, mañana, verdad, sí. La luz tejiendo la vida y yo cruzando en la oscuridad del camión una ciudad desconocida.
– Nadie sabe nunca lo que piensa Corrons, sólo el cabo Solé Vera lo sabe llevar. Lo trata desde lejos, pero los dos saben todo lo que el otro piensa. Y eso es difísil, porque aquí, aunque parese que todos queremos lo mismo, cada uno va por su cuenta. No hay más que ver el destacamento, el teniente Villegas no está metido en nada de lo de Corrons. Repudia las bajesas. Mira para otro lado y quiere saber lo menos posible, dise que así no se gana una guerra y que si se gana así es mejor no ganarla. Y a lo mejor tiene rasón, su rasón. O a lo mejor, sensillamente, es que el teniente puede permitirse el lujo del escrúpulo. Valiente Villegas, audás, lo he visto, Sintorita, lo he visto meterse en medio de una casa que estaban demoliendo con ráfagas de ametralladora y salir de allí con una niña medio muerta en los brasos y dos pacos encañonados con su pistola. Un ejérsito disparando contra la casa y él solo los sacó a los dos, y a otros dos que dejó dentro, uno muerto, con las boqueadas, y otro con una bala en el pescueso. Pero por mucha valentía que echemos y por mucha enteresa que tenga nuestro teniente nadie nos va a querer cuando esto acabe. Por eso yo lo que quiero es un poco de dinero y volver a Fransia y estableserme allí y no saber nada de esta gente que no para de matarse y nada más que piensa en fusilar al primero que pasa sólo porque tiene un peinado distinto al suyo. Quiero tener una casa de piedra, Sintora, pequeña, para que me quepan el culo y la cabesa, una casa y unas cuantas viñas, para vivir, y una mujer rubia, también pequeña, de esas que disen mersí todo el tiempo y tienen los ojos muy asules, para mirarlos y para que me hable por las noches, cuando llueva y yo oiga el agua caer en mi tejado de piedra y en las hojas de mi viñedo.
Estaban las tapias y las casas derrumbadas que había visto la primera vez que fui en el camión, al lado de Doblas, sin que nadie me hablara. Me toqué las gafas, pesaban, y me las quité para que todo fuese como antes, como siempre había sido. Y entonces le pregunté a Montoya por ella, le pregunté quién era la mujer del fuego, la mujer del abrigo y el pañuelo color remolacha, la que habíamos visto en la escalera de la Casona y por la mañana nos había dado los uniformes. Le pregunté quién era. Y Montoya giró su cabeza grande y me miró y yo no le veía la mirada por la oscuridad y por la nube de mi vista. Y me dijo no, dos veces.
– No, no. Ella no es nadie, ella no existe. Olvídate de que la has visto y olvídate ahora mismo. No la has visto nunca, y si vuelves a verla será como si no la vieras porque no existe. Es fásil. Para ti no existe, porque aparte de que casi podría ser tu madre, y tú para ella no puedes ser más que un chucho extraviado, ella, escúchalo por si te divierte, es la mujer de Corrons. Y a Corrons, escúchalo también porque a lo mejor te interesa, le da igual meterte dos tiros que cuatro. Y además tiene una hija, una hija, una cosa de esas que a las mujeres les salen de las tripas. No existe, fantasma, aparisión. Se acabó. Si nesesitas un alivio está la Ferrallista, mujer efisiente, contoneo sísmico. Y si la Ferrallista no es de tu agrado hay otras, aunque meneen peor el culo y tengan menos locura, también está una milisiana que dise que es torera, y mientras torea o no, la tenemos aquí sacándole brillo a la parte blanda de la tropa. Aunque yo, ya sabes, antes de meterme a la cosa de follar con un torero, o torera, prefiero la abstinensia, la horca y mayormente la ferralla.
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