Antonio Soler - El Nombre que Ahora Digo
Здесь есть возможность читать онлайн «Antonio Soler - El Nombre que Ahora Digo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El Nombre que Ahora Digo
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El Nombre que Ahora Digo: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Nombre que Ahora Digo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El Nombre que Ahora Digo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Nombre que Ahora Digo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Vivía Gustavo Sintora con el miedo de Serena, pero también vivía gracias a aquellos encuentros furtivos. Y a la caída de la noche siempre le parecía un milagro que ella volviese a aparecer entre la penumbra del jardín, sus pasos ligeros entre la grava y las hojas. No importaba que ella le dijese que nunca había conocido la ternura, que nunca creía que ya pudiera conocerla, que empezaba a sentir cómo los años se borraban y la vida le traía lo que en un robo silencioso y cotidiano le había estado arrebatando. Y ahora, ahora no sé lo que va a pasar porque todo es una locura y todo tiene que acabar, pero no quiero perderte, no quiero ahora que me vuelvan a quitar lo que me han dado y me pertenece, me decía Serena y yo le besaba los ojos en la oscuridad y los labios y había un incendio que lo devoraba todo a nuestro alrededor, yo oía sus llamas mientras mi mano se hundía bajo la ropa y avanzaba por aquel cuerpo que aún sólo conocía a ciegas.
Volvía Sintora una noche de uno de aquellos encuentros cuando al entrar en el jardín de la Casona, desde lejos vio un pequeño grupo de hombres en la escalinata del edificio. Había brasas de cigarros moviéndose en la oscuridad, hablaban los tres hombres que allí había detenidos y que Sintora reconoció como a Paco Textil, el cabo Solé Vera y un tercero que no supo de quién se trataba hasta que ya estuvo a su lado. Era Corrons, que se dio la vuelta y se quedó mirándolo, con sus ojos entornados. Lo saludaron el cabo y Paco Textil. Corrons murmuró algo a los dos hombres, después tiró al suelo la colilla que tenía entre los dedos, expulsó el humo muy despacio, masticándolo, y bajó la escalinata sin ningún ruido. Pasó su cuerpo y su olor rozando el mío, envenenándome con su rastro.
Esperaron el Textil y el cabo a que Corrons cruzara el jardín antes de dirigirse a Sintora. Fue el cabo Solé Vera quien le habló:
– Muchacho, aquí nadie se mete en la vida de nadie -le dijo mi padre, arrugando la frente como si hiciera fuerza por sacar las palabras-, pero es mejor que tengas cuidado. Ese que va por ahí no es un buen hombre, y si lo fuese a lo mejor corrías el mismo peligro, o más, porque además de a él a alguien más podría dolerle lo que estás haciendo -respiró con fuerza, mi padre, con cansancio-. La gente del destacamento siempre te va a ayudar. Pero tú debes tener cuidado. Si en vez de alumbrarte el Textil lo hace otro coche en el que va Corrons o alguno de los suyos, ahora a lo mejor estabas muerto. Y ella también. Piénsalo.
Todavía se quedó un instante el cabo Solé Vera mirando a Sintora. Y más parecía que estuviera recordando algún suceso del pasado que pensando en decir algo más. Sonrió débilmente, y ya sin añadir ninguna palabra se dio la vuelta y subió la escalinata mientras Sintora recordaba cómo unos minutos antes, cuando abrazaba a Serena entre los árboles que había fuera de la Casona, la luz de unos faros había pasado cerca de ellos, tan veloces los faros que los dos habían creído que la ráfaga sólo había alumbrado el borde de la acera, la corteza de algún árbol. La cicatriz del Textil y su bigote de púas se movieron con una sonrisa. La leche que mamaste, Sintora, le dijo mientras entraban juntos en la Casona.
Fue al día siguiente, mientras estaba en el Centro Mecanizado esperando a Enrique Montoya y observaba cómo Doblas metía en un líquido espeso las piezas de un motor que tenía a medio destripar, cuando volvió a ver al Textil. Llegó con su sonrisa, le gastó a Doblas una broma a la que el otro ni siquiera se molestó en contestar, y mirando a Sintora le preguntó si además de darle vueltas a la explanada con camiones se atrevería a conducir un coche. Y así fue como Gustavo Sintora se vio conduciendo por los alrededores del hangar aquel automóvil que tenía pintadas en las puertas y en el morro con brochazos blancos las letras UHP, con Paco Textil sentado a su derecha y gritando a cada paso, La leche que mamaste, Sintora, ajústate las gafas que me vas a matar.
Al volver al hangar, después de haber estado a punto de estrellarse contra una garita abandonada, Sintora detuvo el coche y el Textil le dijo, Después de esto yo ya soy capaz de irme a la Ciudad Universitaria y meterme por en medio de los fascistas, tomarme unos chatos y volver cantando. Y antes de bajar del coche, el Textil le preguntó:
– ¿Tú sabes que Madrid es muy grande?
– Que Madrid es muy grande -respondió dudoso Sintora.
– Sí, muy grande, y además tienes campo y todos los pases y salvoconductos que Sebastián Hidalgo sea capaz de hacer. Madrid es muy grande, y con esto -alzó el Textil la llave del coche-, con esto se puede ir a donde uno quiera, lejos, sin que lo vean ni le metan una bala en las tripas -sonreía el Textil, los ojos brillantes y la cicatriz que le bajaba del ojo a la comisura de la boca ondulándose como la curva suave de un río-. ¿Lo sabes?
– Lo sé, Textil.
– Pues cuando quieras irte lejos de la Casona, tú me dices, Textil, quiero el coche, o quiero eso, o no me dices nada, sólo Textil. De todos modos, es mejor que mañana nos paseemos otro rato, para ver si acabas de tirar la garita esa, la leche que mamaste.
Yo arrancaba el coche en el jardín de la Casona. Era el mediodía y marchaba rodando despacio por la grava, dejando que las ruedas royeran las medras y luego salía de los jardines y subía la carretera hasta la parte de atrás, cuando la Casona ya no se veía, sólo la punta de sus árboles más altos, que empezaban a llenarse de unas yemas blandas, de la pulpa que era la vida. Y estaba allí, sin medir el tiempo, hasta que ella aparecía por la cuesta, con la respiración cambiada. íbamos por las calles de Madrid, ella me guiaba en el laberinto y yo la veía a la luz del sol, la llama del pelo y los ojos, sus uñas que se movían por el aire y me señalaban una calle, un edificio, barricadas, y yo conducía por en medio de la guerra, de los hombres y los uniformes, yo era un soldado y ella mi batalla.
Caminábamos bajo las arboledas del Retiro y Serena me hablaba de otro tiempo y me preguntaba por el mar que ella no había visto y por mi trabajo en los tranvías y cómo era mi vida, y de las preguntas iba a sus recuerdos, casi desde niña trabajando en la costura, había cogido el gusto por las telas y los vestidos, entendía de moda y sabía cómo eran los vestidos que las mujeres llevaban en Francia. Iba a entregar vestidos a casas que tenían criados de uniforme. Desde la puerta miraba los cuadros y las alfombras que tenían. Tuvo un novio que estudiaba para abogado y luego, cuando acabó de estudiar, se fue de Madrid y se casó con la hija de un juez, le escribió una carta y ella estuvo llorando, mucho tiempo, lloraba por la calle, sola, andando y lloraba en su casa.
Hablaba, y Corrons no existía. Sólo su sombra.
Y el coche nos llevaba por las afueras, donde Madrid dejaba de ser un laberinto, y llegábamos al refugio de unos árboles pequeños y con las hojas casi negras y yo miraba a Serena y su cuerpo desnudo era un nuevo laberinto, con colores que se le hacían intensos y luego desvaídos en la depresión de una curva, en el pliegue de los miembros, lunares perdidos en el desierto de la espalda y la blancura rosa, amarilla de los pechos y el color de la tierra, suave, en la punta, cráteres, volcanes, el mundo y en sus ojos yo veía la desnudez entera de su cuerpo y el abismo, y también la tristeza en el silencio que nos envolvía cuando regresábamos y la ciudad aparecía a lo lejos manchada de gris y yo sabía que nos despediríamos sin ninguna palabra, sólo con aquel silencio que había empezado a fraguarse en la bóveda del coche, bajo unos árboles de hojas oscuras. Pero también había en el silencio una mirada, una mano en la mía, y en la mirada y en la piel vivía la promesa de otro tiempo, de un tiempo en el que la pólvora y la guerra sólo vivirían en la memoria.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El Nombre que Ahora Digo»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Nombre que Ahora Digo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El Nombre que Ahora Digo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.