Te referías a las ampollas que se inyectan estos viejos nazis cuando mencionaste la eterna juventud, ¿verdad? Tal vez con sus numerosos y horrendos experimentos encontraron alguna fórmula antienvejecimiento, una fórmula que sólo se aplican ellos mismos. ¿Dónde la fabricarán?
Cada vez iba entendiendo mejor las intenciones de Salva. Dejaba en mis manos un gran proyecto, pero un proyecto que yo tendría que ir haciendo mío con mis averiguaciones y mis propias motivaciones. Seguramente Salva sabía mucho si es que había llegado a dar con el elixir de la eterna juventud, pero no quería determinarme, no quería utilizarme para vengarse, creo que quería ponerme un juguete en las manos, darme un regalo, deseaba darme una última oportunidad.
Si toda esta suposición tenía una base real ya sabía cómo hacerles daño, se trataría de cortarles el suministro del elixir. Karin se contraería hasta acabar retorcida en una silla de ruedas, Alice se consumiría como una pasa y ellos perderían toda la vitalidad. Me pregunté si sus alevines, si el tal Martín, sabía lo que transportaba cuando llevaba los paquetes de una casa a otra.
El problema era Sandra, Sandra era un caso de conciencia. Sandra, si la presionaba, sería capaz de traerme una de las ampollas, de la que podríamos analizar el contenido y seguir el rastro de los laboratorios donde se pudiese haber sintetizado. Pero ¿iba yo a consentir que corriera peligro una chica con toda la vida por delante que había tratado de protegerme de que sufriera un percance conduciendo la moto? Y, sin embargo, tenía que llegar al final, se lo debía a Salva, que se había acordado de mí en sus últimos momentos y que me daba la oportunidad de no fracasar.
Ya no escondían el paquete con las ampollas. Estaba en un cajón de la cómoda con un par de jeringas para cuando Karin las necesitase. Si faltaba alguna sabrían que yo la había cogido y no creo que se lo tomasen a broma. En el fondo me había ido librando de muchas cosas, de muchos sustos y la buena suerte no dura para siempre.
Cuando llegué, puse la bolsa de plástico de la farmacia sobre la encimera de la cocina, saqué una cuchara del cajón, abrí el frasco del jarabe y me lo tomé delante de ellos.
– Estábamos preocupados -dijo Karin-, has tardado mucho.
– No sé -dije un poco nerviosa-. No he mirado el reloj.
Tosí para que no me interrogaran más. Y una tos llevó a otra, a la auténtica. No podía parar de toser.
– No queremos meternos en tu vida, es que estábamos preocupados. De noche, por esa carretera con tantas curvas, y en tu estado. Tienes que tener cuidado, sólo queremos tu bien.
Karin estaba recuperada, tenía la mirada despierta, daba miedo. Contemplaba cómo tosía sin hacer nada. Tuve que sujetarme en la pila de la cocina para seguir tosiendo. Y fue Fred quien se levantó y me dio un vaso de agua.
– Tendrías que acostarte, no estás bien -dijo Karin.
No me dijo que me sentara con ellos. Pero también yo quería estar el mínimo tiempo posible en su compañía. Ya no me parecían tan simpáticos. Detrás de estas caras estaban las de su juventud, insolentes y sin escrúpulos. Tal vez a Karin la había ablandado algo la edad y lo que había aprendido por el camino hasta llegar aquí, su propia debilidad también la habría hecho más humana o por lo menos la habría obligado a reconocer que necesitaba la ayuda de los demás. Pero, ni aunque viviera mil años, podría hacerme una idea de lo que pensaba y sentía esta mujer, a la que no le había temblado el pulso para inyectar todo tipo de porquerías en el organismo de los presos, para ayudar a hacer experimentos con gemelos. Si todo aquello le había parecido normal, si entre una atrocidad y otra podía disfrutar leyendo sus novelas de amor, yo nunca podría llegar a saber qué estaba pensando ni qué planes tendría para mí.
Dije que si no mejoraba tendría que marcharme con mi familia.
Los dos me miraban muy serios.
Para escapar de sus ojos me volví al frigorífico, lo abrí y me puse un vaso de leche. Lo metí en el microondas mientras intentaba pensar qué más decir sin decir nada que me comprometiese.
– Aquí tienes un futuro -dijo Fred-. Tu hijo merece una oportunidad y a tu familia siempre la tendrás. No podrás resguardarte bajo sus faldas, ¿se dice así?, toda la vida.
– Nosotros no tenemos hijos ni nietos -dijo Karin-, pero alguien nos tiene que suceder, alguien tendrá que seguir plantando este jardín y llenando la piscina de agua los veranos, no sé si me entiendes.
Saqué el vaso del microondas y empecé a beber a pequeños sorbos. Me estaban certificando que ellos serían mis abuelos soñados, los abuelos que me solucionarían la vida, el problema era que ya no me hacía la ilusión de que fueran mis abuelos soñados.
– Lo que has hecho hoy -dijo Fred- ha sido un acto de valentía. Antes de que Otto te entregara el paquete has ido al baño y has estado mirando por allí. Nos lo ha contado Frida. Queremos creer que si hubieses podido habrías robado por ayudar a Karin.
No dije nada, sonreí un poco mientras bebía. No era verdad, no me habría arriesgado tanto por Karin, tampoco hubiese llegado a robar, lo que hice lo hice porque quería saber, porque me resultaba insoportable la idea de volver a mi vida de antes dejando las cosas como estaban. Poca gente tiene algo tan importante entre manos. No sabía nada de nazis antes de conocer a Julián. Julián había venido buscándolos, y yo los había encontrado sin buscarlos, o ellos me habían encontrado a mí, y aquí estábamos, los tres en la cocina jugando a que yo sería su nieta favorita.
– No se puede andar solo por la vida -dijo Karin-. Cuando uno está solo todo es mucho más difícil, te limitas a lo que puedes hacer tú solo, mientras que si estás apoyado por otros, por muchos, lo que antes era imposible puede llegar a ser posible. El grupo da poder, lo difícil es que haya un grupo dispuesto a aceptarnos y a protegernos.
Yo no decía nada, los miraba y bebía.
– Tienes una familia a la que quieres y con la que tendrías que unirte mucho más -siguió Fred. Siempre que Fred hablaba, Karin lo observaba con mucha atención abriendo los ojos todo lo que podía. Ahora me daba cuenta de que estaba en tensión por si metía la pata-. Y aparte nos puedes tener a nosotros y a todos nuestros amigos.
– ¿A Otto y a Alice? -pregunté.
Karin alargó el brazo y me cogió la mano. Tuve un escalofrío al sentir su piel, sus dedos en mi mano. Logré no hacer ningún movimiento de repulsión hasta que pude retirarla suavemente para coger el vaso.
– Sí, ya conoces a unos cuantos.
Se miraron y parecieron darse la conformidad para soltar algo importante. Tomó la palabra Karin.
– Hemos llamado a algunas puertas, se nos han aportado opiniones sobre ti y no sería imposible que pudieras entrar en nuestra Hermandad. Por supuesto no sería fácil, tendríamos que convencer a algunos cabezotas. Somos todos muy viejos, muy conservadores, nos cuesta acostumbrarnos a las caras nuevas…, sin embargo, no sé si debo decirte esto, son los jóvenes a los que menos gracia les hace que entres.
– No sé lo que es una hermandad, ¿es como una secta?
– Algo parecido -dijo Fred cabeceando.
Karin le recriminó con la mirada, jamás de los jamases desautorizaría a su gran obra, a un oficial con la cruz de oro, pero se quedaba con las ganas.
– Estamos hablando de ayudarnos los unos a los otros, de celebrar todos juntos cenas, fiestas y cuando alguien tiene un problema echarle una mano. No sé lo que es una secta -concluyó Karin.
– Estoy un poco cansada -dije soltando otra tos-. Ya sabéis que podéis contar conmigo para lo que sea, pero eso de la Hermandad…, no sé si sabría estar en una hermandad, no sé lo que hay que hacer…
Читать дальше