Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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Se notaba que Alberto Cortés -a quien la gente del hotel llamaba don Alberto-, el padre de Rosana, quería mucho a su hija, pero que no sabía qué hacer con ella. La miraba tiernamente y con pena, lo que de alguna manera debía de irritar más a Rosana, en pie de guerra permanente. Cuando su padre la miraba así, ella cruzaba los brazos retraída y malhumorada, formando un claro cuadro de familia disfuncional. Había heredado la robustez del padre, cuyas grandes manos podrían haber construido catedrales y portado lanzas. Y el pelo rubio y los ojos claros de la madre, que se parecía lejanamente a Lauren Bacall en su madurez. Era evidente que la madre, que tenía uno de esos nombres salido de una intensa vida social, Sasa, no quería darse cuenta de nada que rompiera el ritmo de su vida. Llevaba tanto tiempo haciendo lo que hacía, fuera lo que fuere, que no estaba dispuesta a cambiar. Por supuesto la diadema la había robado alguien cuyos motivos a Félix no le importaban. Salvo para saciar la curiosidad, su objetivo era saber quién, no por qué.

Después de conocer a la familia Cortés, Félix fue sonsacando información a los empleados de la manera más informal que podía hasta que llegó a la cafetería y a Julia. Ahora pensaba que al ir al hotel a descubrir el paradero de la joya en el fondo había ido a conocer a Julia. Mientras se tomaba un café lo más lentamente que fue capaz hablaron de aquella gente forrada de dinero y de Rosana. A Julia le parecía una pobre chica y que iba a hacer una boda catastrófica porque resultaba bastante evidente que su novio se casaba con ella por dinero. La eterna historia. Y que esto era algo que no le comentaría a nadie más, sólo a él porque era policía.

Félix no pudo por menos que sonreír para aclararle que él no era policía. Era un abogado de la compañía que tenía aseguradas las propiedades de la familia, incluida la pieza robada o extraviada. Preferían no involucrar a la policía en esto todavía, tal vez aún tuviera arreglo. Para entonces la Julia del otro lado del mostrador ya se había grabado en la mente de Félix con su pelo enrojecido por el fluorescente de la barra, con sus ojos castaños si miraba en una dirección, verdes si miraba en otra, con su delgado cuello sonrosado y la fina cadena de oro que llevaba alrededor, con sus brazos pecosos, con su voz agradable y los labios finos a contracorriente de la moda, con sus orejas pequeñas, con los dos pendientes claveteados en el pabellón de la oreja izquierda (que le habían quitado al desnudarla en el hospital) y con un imperceptible agujero en la aleta de la nariz como si también allí se pusiera de vez en cuando algo.

Tuvo que volver al hotel al día siguiente para conocer al novio, algo más bajo que la novia y en conjunto bastante más menudo que ella. Un chico demasiado reservado y con cara de pocos amigos, entre guapo y feo, entre tímido y displicente, de los que solían gustar a las chicas cuando Félix iba al instituto. Ante su presencia, a Rosana se le ponía cara de no creerse que pudiera tener tanta suerte. Y estaba en lo cierto porque en realidad no la tenía. Algún día cuando se cansara de vivir bien a su costa la dejaría. Julia no había exagerado. No tenía oficio ni beneficio pero les caía bien a los padres porque era avispado y les seguía la corriente y porque seguramente habían pensado que si podían comprar la felicidad de su hija por qué no iban a hacerlo. Al fin y al cabo cuando se quiere a alguien se le quiere por algo, por guapo o por listo o por culto o por famoso o por tener poder o dinero o ambas cosas. Así que para qué iba a robar el novio la diadema cuando podía tener tanto.

Lo mejor del asunto fue que Julia y Félix empezaron a verse fuera del hotel para seguir hablando del posible paradero de la diadema. El caso se había convertido en un pretexto para verse a solas. Se veían en la cafetería Nebraska, y un día Félix dijo, ¿Te has dado cuenta?, ésta es nuestra cafetería, y le cogió la mano a Julia, y Julia no la retiró, sino que se la apretó un poco dándole la bienvenida a su vida, a su cuerpo y puede que a su alma. Era extraño que una persona pudiera ejercer tanto poder sobre otra, un poder completamente psicológico y por tanto bastante peligroso. Julia sin el uniforme parecía aún más joven, solía llevar vaqueros y un anorak negro sobre el que revoloteaba el pelo rojo como una zarza encendida. Félix no pensaba en otra cosa que en acostarse con ella. Había llegado ese momento en que la vida te recompensa.

Lo peor fue que no descubrió el paradero de la diadema, probablemente estaba tan ensimismado en las nuevas sensaciones del enamoramiento que algún detalle clave se le había escapado. Y aunque nadie le reprochó nada, estaba convencido de que había decepcionado a la aseguradora, que llegó a pensarse si darle el caso a una agencia de investigación externa. Al final la compañía optó por pagar y contentar a los clientes en lo posible. Pero Félix ya estaba tocado, lo sentía como si le hubiesen puesto en el pecho la punta de una espada. Menos mal que el romance con Julia arrinconó este fracaso e hizo que el trabajo no lo fuese todo en la vida. Se casaron y tuvieron a Tito y ahora sin venir a cuento, contra todo pronóstico, el puente por el que circulaban más o menos seguros se hundía y él no sabía qué hacer ni por dónde seguir. Habría que buscar otras alternativas y habría que no dejarse noquear por la sorpresa. La vida era imprevisible, eso era lo peor y lo mejor de la vida porque de la misma forma que había sucedido el desgraciado accidente de Julia era de suponer que ocurriría algo más, que las cosas no se quedarían así para siempre, por lo que debía tratar de no desesperarse hasta que se diera la vuelta la tortilla.

El amor le hacía a uno sentirse un elegido. Era una borrachera con resaca segura que a unos llegaba antes y a otros después, según había comprobado con sus propios ojos demasiadas veces. Pero ¿existe alguien en todo el planeta que prefiera estar sobrio todos los segundos de su vida?

Siempre había oído decir que el amor es un sentimiento de gran complejidad y que es el acto de mayor concentración mental de que somos capaces para lograr aislar, entre millones, a una persona y hacerla deseable de una forma casi sobrenatural. Él por su reciente experiencia podía decir que en ese estado el mundo se convertía en algo muy simple, en que sólo gustaba lo que tenía que ver con el ser amado mientras que el resto se volvía indiferente, quizá porque no somos capaces de abarcarlo todo con la misma intensidad. Se perdían los matices, los relieves y la profundidad de lo que estaba fuera del amor. Y era ahora, tras el accidente, cuando Félix se había pegado de bruces con el duro y frío suelo que nos sostiene y podía volver a ver hasta los mínimos guijarros de la calle y las más insignificantes grietas de la pared. Se diría que había recobrado la vista a un gran precio.

Julia

Con los veinte euros que acababa de coger de un plato con propina de Los Gavilanes su capital ascendía a veintiocho euros.

El puerto estaba adormilado y ya no había merluzas ni langostas, pero el olor se iba quemando y envejeciendo bajo el sol. Entró en un bar de pescadores lleno de turistas y sacó las monedas para llamar a Félix. Dio la señal cuatro veces y al final oyó su propio nombre.

¡Julia!, dijo su marido.

Su voz llegó clara, como una señal sin ruidos, una señal que venía del lejano planeta de la vida normal.

– ¡Félix! -gritó Julia dando por sentado que era ella quien llamaba y dando por sentado que él estaba esperando.

– Julia, ¿estás aquí? -preguntó.

– Sí -contestó ansiosa y emocionada-. Estoy aquí esperándote. Estoy en un bar del puerto.

– Por favor, ¡háblame! ¡Di algo! -gritó Félix.

¿Cómo es que no podía oírla? Julia también estaba gritando.

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