Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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– Hola -dijo esa otra persona a su espalda.

Era quien instintivamente había pensado que era, Abel, el paciente de la 403 que había conocido en la cafetería. Estaba sentado en la otra cama con la misma indumentaria hospitalaria de la vez anterior. Félix buscó el capazo con la mirada. Estaba sobre el sillón. Con toda seguridad lo había puesto allí este hombre metomentodo, cuyo armazón de huesos logró milagrosamente ponerse en pie y acercarse a Tito con un dedo alargado con exageración por la delgadez levantado, que habría dejado caer sobre su cabecita de no apartarle Félix rápidamente. Por lo menos parecía que ya habían arreglado la refrigeración y le pasó a su hijo la mano por la cabeza para quitarle cualquier resto de sudor y que no se acatarrase.

– He venido para hacerle compañía a Julia. Se llama Julia, ¿verdad? No tienes por qué preocuparte por dejarla sola. Mientras yo esté aquí puedes contar conmigo.

Félix tendría que haberle dado las gracias, pero no se las dio porque él no le había pedido que cuidara de su mujer. Era una atribución que se había tomado él solo. Más aún no le agradaba que un desconocido estuviese a solas con Julia, aunque tampoco quería echarle a patadas porque no sabía si le necesitaría en el futuro, ni estaba seguro de que no fuese mejor para Julia que alguien la observara por si de pronto sufría una crisis. Prefería disponer de más datos objetivos para tomar una decisión, mientras tanto, adoptó una posición neutra. Ni de rechazo, ni de entusiasmo.

– Tu situación no es fácil, tienes que atender a tu hijo, ¿cómo se llama?

– Tito, y si mañana Julia sigue igual no tendré más remedio que llamar a su madre.

– Sí, lamentablemente estas cosas no se pueden mantener en secreto -se dijo el hombre a sí mismo abriendo alguna enigmática puerta de su propia vida.

Su aspecto indicaba que había estado muy enfermo y que una corriente de aire podría matarlo. La delgadez le había compensado con una gran nobleza en el rostro. Cara alargada y nariz aguileña, ojos hundidos y despiertos a pesar de todo. En la nariz se veían las huellas de unas gafas, que no llevaba. Tenía aire quijotesco y de entrada inspiraba confianza. Todo se debía a la gran influencia de la fisonomía a la hora de hacer una valoración sobre gente que no conocemos. Según estos patrones en que se valora desde el tamaño de las orejas o si el labio inferior es más grueso que el superior hasta la forma de los párpados, su retrato descubría a un hombre de honor, digno y de una fuerte sexualidad contenida en sus labios flexibles y tirando a rojos, lo que combinado con dotes de mando y liderazgo y la ambición de poder que se desprendía de su forma de sentarse con la cabeza echada hacia delante y las piernas separadas era como para no tomárselo a broma. Aunque a decir verdad Félix nunca había llegado a confiar demasiado en estos análisis, sabía que por mucho que se intentara no se llegaba a conocer a la gente, incluso el mismo sujeto podía sorprenderse a veces de sus propias reacciones. Por eso los vecinos de los asesinos casi nunca sospechan de ellos por el simple hecho de que matar parece que no encaja con su cara y modales.

– La han lavado y le han dado de merendar, bueno… lo que ellos llaman en estas circunstancias merendar. Hortensia, la enfermera, le ha dicho para animarla que era salmón relleno de higos, ostras y uvas. Esperemos que sepa lo que hace. Para entretenerme, he puesto la televisión, pero había una película de crímenes y la he quitado.

– ¿De verdad cree que puede oír, que puede oírnos?

– Por si acaso no le he contado nada que pueda inquietarle. La armonía y las palabras favorables no le hacen mal a nadie.

Comenzó a sacar de las bolsas del supermercado todo lo que había traído para Julia. Luego alzó la mano hacia la rejilla del aire para comprobar que de verdad salía frío. Abel observaba la operación sentado en la cama vacía con los brazos escuálidos alrededor de una rodilla, dando a entender que en esta ocasión se recogía, que se protegía. El ruido de unos zuecos le hizo desviar la vista hacia la puerta, de donde surgió Hortensia, con aire resuelto y de poder entretenerse lo justo en cada habitación. Se puso las gafas que le colgaban sobre el pecho y dirigió la vista a la bolsa de suero de Julia. Fue hacia ella y la reguló, lo que le hizo sospechar a Félix que hasta ahora no hubiese estado tomando la dosis apropiada. A continuación Hortensia miró a Abel.

– ¡Llevo toda la tarde buscándote! ¡Vamos, tienen que hacerte un electro!

Probablemente hablaba así de alto mitad en plan sargento y mitad en plan desenfadado para darles vidilla a los enfermos. El caso es que cuando se marcharon, Félix se sintió más solo que nunca y tuvo que reconocer que prefería la compañía de este Abel metomentodo a quedarse en el silencio de Julia. La luz de estas horas de la tarde ponía reflejos plateados aquí y allá. Le dio el sonajero a Tito y le cogió una mano a Julia. La llamó por su nombre.

– Si me oyes -dijo- envíame una señal. Haz algún gesto. Apriétame la mano o respira más fuerte.

Para su gran sorpresa no la tenía inerte, sino que respondió oprimiendo ligeramente la suya ¿o había sido él mismo?, lo importante ocurre tan deprisa que siempre queda alguna duda. Lo que parecía cierto es que la respiración se le agitó y los ojos se le movieron más rápido. Entonces Félix dijo: «¿Estás aquí? Por favor, háblame. Di algo».

En este segundo comprimido como un átomo Félix sintió lo que iba a pasar, Julia reuniría fuerzas, su cerebro se reorganizaría y despertaría. Parecía que con este gesto Julia le había dicho, no te preocupes y ten paciencia, en cuanto pueda abriré los ojos. Fue un segundo eufórico, el segundo que necesitaba. Ahora podía mirarla sin miedo y pensar en ella abiertamente.

Tuvo la sensación de que todo su pasado anterior a ella, de niño, de joven, de estudiante, se guardaba en un lugar apagado de la memoria, una especie de cueva sin mucha luz. Sin saberlo, sin sospecharlo siquiera, había estado esperando que ella llegara a su vida para que se encendieran las luces y el mundo se pusiera en movimiento. Aunque en realidad sólo habían estado dos años juntos. Y echando la vista atrás parecía imposible, era milagroso que se dieran las combinaciones necesarias para que existiera una primera vez, que ocurriera algo para que él pudiese descubrirla en este mundo lleno de millones de personas casi todas iguales.

Fue en el hotel Plaza.

Era un día de invierno y en la aseguradora estaban preocupados por el robo de una joya cometido en una de las habitaciones. Así que Félix prefirió ir personalmente a echar un vistazo. Se trataba de unos clientes muy buenos en el sentido de ricos. Habían asegurado en su compañía casi todas sus propiedades, casas, joyas, coches, caballos, cuadros, un yate. Eran unos ricos a la antigua usanza, cuyas propiedades no eran sólo inversiones sino diversiones. Repartían el año entre sus distintas casas, montaban a caballo, viajaban en el yate cada dos por tres y lucían joyas y buen aspecto en numerosas fiestas. Félix no sabía de dónde sacaban el tiempo para disfrutar todo lo que tenían. En esta ocasión habían ocupado una planta del hotel para preparar la boda de su hija pequeña.

Se llamaba Rosana y era rubia y grande. Tenía unos ojos claros verdosos rasgados pero pequeños para la cara en que se encontraban encajados de piel rosácea y áspera. La frente estrecha, los labios finos y la nariz carnosa daban la impresión de que podría enfadarse enseguida. Tendría de dieciocho a veintidós años y los dientes superiores infantilmente separados le daban aire de niña grandota, descontenta con todo, y que probablemente los padres querrían quitarse de encima de la forma más natural posible, casándola. La misión de Félix era encontrar una diadema de oro blanco y brillantes que Rosana iba a lucir el día de la boda y que habrían robado de la caja fuerte de la suite. La diadema había pertenecido a su bisabuela y además del valor metálico poseía un valor sentimental y la aseguradora tenía un interés especial en que apareciera porque, como el padre de Rosana decía, ningún dinero podría sustituirla.

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