Alejandro Gándara - Ciegas esperanzas

Здесь есть возможность читать онлайн «Alejandro Gándara - Ciegas esperanzas» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Ciegas esperanzas: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Ciegas esperanzas»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Premio Nadal 1992
En una llanura desértica, atravesada por un río poderoso, un hombre despierta, ignorante de su propia identidad. Únicamente la palabra ‘soldado' parece decirle algo de sí mismo. Desde la otra orilla, un extraño le hace señas invitándole a cruzar el río. Jornada tras jornada, el hombre se enfrentará durante la noche al extraño mensajero y, durante el día, rescatará lentamente del olvido las principales experiencias de un itinerario vital marcado por la incapacidad de asumir su verdadera identidad. Su infancia en un Maruecos próximo a la independencia, el descubrimiento de la figura contradictoria del padre, su amor adolescente, su carrera militar, su matrimonio, el nacimiento de una hija… A lo largo de estos "días de sueño y noches de combate" se le ofrecerá la fuga definitiva, escapar al dolor y a la memoria, y tendrá la oportunidad, al revivir su vida, de tomar auténtica consciencia de sí mismo.

Ciegas esperanzas — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Ciegas esperanzas», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Entonces llegaron los Comerciantes. Estaban Botho, José Mari y Curro. Pasaron por delante sin hacerme nada, pero vi que el alemán me miraba de reojo. Después dieron la vuelta al jardín de la plaza, yo no les veía, pero sabía que iba a pasar algo.

– ¿Por qué no te fuiste? -preguntó Martin.

– ¿Adonde? -el cojo hizo una pausa larga antes de continuar-. Si tenían una idea, yo no iba a poder escapar.

– Entonces, haberte metido en la tienda de Yibari.

– No, eso no. Él me ha dicho que no entre. Quiero hacer recados para Yibari.

– ¿Y si te hubiera pasado algo grave? -Primero son los recados para Yibari -Abdellah miró al suelo para decirlo-. Me escondí en la pilastra, pero eso es una tontería -continuó el tullido-. De pronto aparecieron por detrás del jardín y Botho llevaba un orinal en la mano. Yo no sabía lo que había dentro del orinal. Corrí todo lo que pude, pero me cazaron. Yo quería llegar al zoco, lo tenía cerca, pero ellos se dieron cuenta y atajaron.

– ¿Tú no estabas allí? -preguntó Martin de pronto, con un reproche claro, al que llamaban Larbi.

– Yo no estaba, no estaba -Larbi movía mucho las manos, más que moverlas las agitaba como si tuvieran un motor aparte del cuerpo-. Sólo estuve al final, cuando se lo dijeron. Fui corriendo a ver lo que le había pasado a Abdellah que estaba en el suelo. Ellos ya se iban marchando. Y también a mí me lo dijeron.

– Pasaban corriendo y hacían como que me volcaban el orinal en la cabeza pero nunca me lo volcaban. Yo daba gritos y pedía socorro.

– Yo escuché los gritos desde detrás del café de don Pedro -dijo Larbi -. Gritaba como un bicho degollado.

– Pero nadie vino a ayudarme. La gente le tiene mucho miedo a los Comerciantes. A los padres de los Comerciantes. Dan trabajo y pueden no dar trabajo. Sólo algunos les decían cosas, pero desde lejos, sin ponerse en medio.

– ¿Y Yibari no salió?

– No, no salió -el que contestó fue Larbi, porque a Abdellah le había desconcertado la pregunta y estaba pensando.

– No había nada en el orinal -seguía pensando con el gesto en lo de antes -, pero yo no lo sabía. Hubiera preferido que hubiese algo en el orinal, porque así sólo me lo habrían tirado una vez y yo sólo habría chillado una vez. Al final, me tiré al suelo y me quedé esperando. Fue entonces cuando me lanzaron el orinal y vi que no había nada. Dijeron que nos esperaban ahora al principio del puente del Lucus, para que tú te pelees con Botho.

– Botho dijo que tú le tienes miedo, Martin, y que, si no, se verá. Y que podemos ir los cinco y que ellos llevarán también a cinco.

– ¡Pero no hay que ir! -chilló Abdellah-. En el zoco estamos seguros.

– ¡No vengas tú si no quieres, cojo! -chilló aún más fuerte Jorge, crispando las mandíbulas y con ojos de fiera.

– No vuelvas a llamarle cojo en tu vida, Jorge – dijo Martin con una tranquilidad extraña, como si ya hubiera decidido lo que haría con Jorge en caso de que volviese a llamar cojo a Abdellah.

– ¿Y eso qué más da? ¡Soy cojo! ¡Sí, soy cojo! ¡A mí qué me importa! -Abdellah tenía lágrimas en los ojos, pero eran lágrimas que no iban a saltar-. ¡A mí qué me importa! ¡A ver si os enteráis de que no me importa nada! Pero no hay que ir porque es una trampa. Los Comerciantes siempre dicen una cosa y hacen otra.

– Si es una trampa, la veremos desde el puerto. En el sitio del puente no pueden esconder nada -dijo Jorge, más calmado.

– La veremos -repitieron Nehedid y Larbi a coro.

– ¡Es que no es eso! – Abdellah lo dijo con la voz de alguien que llora, pero las lágrimas no aparecían.

– Entonces, ¿qué es, Abdellah? -preguntó Martin apoyando una mano en su hombro.

– Nada -contestó el cojo mirando al lado contrario de donde había caído la mano de Martin.

– ¿Qué es, Abdellah? -repitió Martin.

– He dicho que nada.

– Vas a decir qué es -el tono de Martin se hizo duro y la mano se soltó del hombro.

Abdellah se agarró a la muleta con las dos manos y retrocedió un paso. No se atrevía a mirar a Martin y desvió la vista hacia la parte donde terminaba la callejuela, con serones dejados a la entrada y hombres con chilaba sentados en los quicios. La calle tenía un raíl de arena negruzca en el centro y olía a sumidero. El aire espeso y caliente parecía haber sido respirado muchas veces.

¾ ¡Abdellah!

La escena se quedó parada un momento. Todo estaba hecho y dicho y nada nuevo iba a cambiar las cosas. Pero aquel silencio constante de los que le miraban acabó por aplastar al muchacho raquítico que se escurrió imperceptiblemente hacia abajo y movió los labios varias veces antes de que pudiera escucharse la primera palabra.

– Botho te va a matar. Tú sabes -sólo se dirigía a Martin- que es mucho más fuerte que tú. Y lo que me da rabia es que todos los de aquí lo saben. Todos lo saben y yo no sé qué quieren ver. Ir al puente para que Botho te mate. Tú nunca te has peleado. Tú eres mi amigo. ¿Para qué quiero ver cómo te pegan? ¿Y para qué quieren verlo éstos? Pero yo no quiero que pienses, tú nunca tienes que pensar eso, que creo que eres un cobarde o un débil. Tú no eres esas cosas y por eso además no tienes que ir a pelear al puente.

– Abdellah -la voz de Martin acarició la cara atormentada y esquelética al mismo tiempo que una mano la levantó por la barbilla-. Escúchame. Tenemos que ir. Vamos a ir ahora.

– Sí, Martin.

Salieron del zoco y caminaron por una avenida con casas altas y plátanos, por la que circulaban coches. Aquél parecía un mundo muy distinto al de la callejuela. Luego torcieron por la esquina de una casa grande donde había corros de hombres en los bancos de una explanada. Bajaron por una calle de repente muy estrecha y volvieron a encontrar casas bajas, pero más adecentadas que las del zoco. Terminaron en una barrera de piedra, con una lengua de mar debajo y las revueltas impresionantes de un río sobre una extensión verde de kilómetros, a la derecha.

Bajaron la cuesta hasta el puente, dejando la barrera a la izquierda, con la precaución de una patrulla en territorio enemigo. Les vieron enseguida. Eran también cinco y estaban acodados con aire indiferente en la barandilla. Las casas de los pescadores estaban silenciosas a esa hora de la tarde.

– No hay nadie más -dijo Jorge.

– Sería mejor esperarles aquí -murmuró Abdellah echando una mirada recelosa a las fachadas de la derecha.

– Tú quédate, Abdellah -dijo Martin mirándole con resolución.

– No hagas eso. Por favor, no hagas eso.

– Soy yo el que te pide favor -dijo Martin.

– Han dicho cinco. Si me dejas aquí, ya no valdré lo mismo que cualquiera. No valdré por uno. No valdré nada. Déjame elegir.

Martín se paró y estuvo observando durante varios segundos la figura contraída y apoyada en la muleta. Tenía la esperanza de que los otros hablaran para convencer a Abdellah. Pero nadie dijo nada.

– Elige -contestó tristemente.

Dieron la vuelta a un recodo. Entonces, el puente quedó casi debajo y un poco a la izquierda. Los reflejos del sol eran más anchos en las dos clases de agua que se mezclaban en el puente. Abdellah no miraba a ese lado. Las casas corridas de los pescadores tenían ahora cortes estrechos y pendientes que se empinaban hacia la medina.

Al siguiente recodo, el grupo quedó completamente de espaldas a lo que Abdellah seguía mirando y de frente a los de la barandilla, que parecían haber estudiado su indiferencia hasta el final. Sólo tenían que bajar unas decenas de metros, por una cuesta de suelo socavado y descompuesto, para encontrarse en el lugar de la cita.

El grupo aminoró el paso. Martin debió de darse cuenta.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Ciegas esperanzas»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Ciegas esperanzas» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Christie Ridgway - Amor a ciegas
Christie Ridgway
Alejandro Gándara - Nunca Sere Como Te Quiero
Alejandro Gándara
John Galsworthy - Esperanzas juveniles
John Galsworthy
Alejandro Basañez - Vientos de libertad
Alejandro Basañez
Alejandro Rozitchner - Argentina Impotencia
Alejandro Rozitchner
Charles Dickens - Grandes Esperanzas
Charles Dickens
Alejandro Cintado Valero - Confesiones a la luna
Alejandro Cintado Valero
David Alejandro Mora Carvajal - Fragmentación del derecho internacional
David Alejandro Mora Carvajal
Alejandro Romero Seguel - El arbitraje interno y comercial
Alejandro Romero Seguel
Alejandro Moreno - Dirección empresarial
Alejandro Moreno
Отзывы о книге «Ciegas esperanzas»

Обсуждение, отзывы о книге «Ciegas esperanzas» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x