Manuel Vicent - Aguirre, el magnífico

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Este relato no es exactamente una biografía de Jesús Aguirre, sino un retablo ibérico donde este personaje se refleja en los espejos deformantes del callejón del Gato, como una figura de la corte de los milagros de Valle-Inclán. Medio siglo de la historia de España forma parte de este esperpento literario.
Esta travesía escrita en primera persona es también un trayecto de mi propia memoria y en ella aparece el protagonista Jesús Aguirre, el magnífico, rodeado de teólogos alemanes, escritores, políticos y aristócratas de una época, de sucesos, pasiones, éxitos y fracasos de una generación que desde la alcantarilla de la clandestinidad ascendió a los palacios. Un perro dálmata se pasea entre los libros de ensayo de la Escuela de Fráncfort como un rasgo intelectual de suprema elegancia.
Jesús Aguirre, decimoctavo duque de Alba por propios méritos de una gran escalada, sintetiza esta crónica, que va desde la postguerra hasta el inicio de este siglo. Su vida fantasmagórica, pese a ser tan real, no puede distinguirse de la ficción literaria.

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La noticia de que Jesús Aguirre y Cayetana de Alba se iban a casar circulaba por Madrid desde principios de 1978. Todo el mundo lo consideraba un disparate. Nadie se esperaba ese lance moderno de la corte de los milagros. ¿Dónde diablos estaba Valle-Inclán? ¿Por qué había muerto tan temprano si el gran esperpento del ruedo ibérico no había hecho más que empezar?. El cura Aguirre ¡duque de Alba! Ha sido lo mejor que nos ha pasado en la vida», exclamó José María Castellet. «Primera impresión, desconcierto. Primera reflexión, entusiasmo», fue el telegrama que le mandó Carlos Barral. «Vamos a convertir Liria en nuestro palacio de invierno», gritaron chocando las copas en alto los contertulios de Parsifal. Pero la duquesa no entendía por qué se escandalizaba la gente. Era viuda, se casaba con un hombre soltero del que estaba enamorada. No se explicaba dónde estaba el problema, teniendo en cuenta, además, que ella siempre se había puesto el mundo por montera y había hecho lo que le había dado la gana. Lo que se criticaba no era la boda, sino la persona del novio. Jesús Aguirre era un ex sacerdote que tenía fama de izquierdista liberal, con ocho años menos que la duquesa, al que algunos de la nobleza acusaron de ser un simple arribista, un cazadotes.

Si Jesús Aguirre era un cazadotes nadie dejaría de admirar sus facultades, puesto que la pieza abatida sólo con la lengua era de primera magnitud, Cayetana Fitz-James Stuart y Silva. He aquí la cola luminosa que dejaba atrás este astro en el firmamento. Su pasado ocupaba cuatrocientas cajas con cuatro mil legajos lacrados con sellos reales. La historia de la Casa de Alba podía mostrarse en un cuadro genealógico desplegable, de exactamente un metro de longitud en letra minúscula, donde aparecía la trayectoria de la familia a través de los siglos, con la anexión de las principales casas: Lerín, Monterrey, Olivares, Carpió, Berwick, Ayala, Gelves, Lemos, Andrade y Montijo. ¿Cuánto tiempo tardaría Jesús Aguirre en asimilar este baúl de los Alba, lleno de guerras, fidelidades, juramentos, victorias, conjuras y alianzas? «Todo eso se lo echa Jesús al coleto en un par de semanas. Está llamado por el destino a poner en orden esos legajos», dijo García Hortelano en Parsifal.

Jesús Aguirre debía empezar por remontarse al siglo XII, para encontrar a Illán Pérez de Toledo, famoso alcalde mayor de los mozárabes, el primer antepasado de los duques de Alba. Se dice que fue capaz de cortar con un solo golpe de espada siete cuellos de sarracenos. Era la época de Alfonso VI el Bravo, un rey mítico, pero fue Juan II de Castilla quien dio a don Gutierre, señor de Balde cornejo y arzobispo de Sevilla, el señorío de Alba deTormes en recompensa a su fidelidad. El arzobispo pasó este honor a su sobrino Fernán Alvarez de Toledo, que a su vez prosiguió defendiendo a Juan II con tal frenesí que en 1439 el rey elevó este señorío de Alba a condado. A lo largo de cinco siglos vendrían las anexiones, la acumulación de títulos, la multiplicación de grandezas. La duquesa de Alba era dieciocho veces grande de España y poseía cuarenta y cuatro títulos nobiliarios. De encontrarse la reina de Inglaterra y la duquesa en un ascensor, sería aquélla la que tendría que ceder el paso. ¿Qué debería hacer Jesús Aguirre si se tropezaba en el lavabo del pub de Santa Bárbara con Felipe de Edimburgo? Eran cosas que había que aprender si quería aprobar el examen de ingreso en la Casa de Alba, como tuvo que saber de memoria toda la historia sagrada para entrar en el seminario de Comillas y manejar el instrumental escolástico antes de ser aceptado en la facultad de Teología de Munich.

Debía de ser una dura carga convivir con tan apretada colección de antepasados, por ejemplo con Fernando Alvarez de Toledo, tercer duque de Alba, que fue general máximo de los ejércitos imperiales de Carlos V, vencedor en la batalla de Mühlberg, castigo de hugonotes y gobernador general de Flan-des, donde instituyó el Tribunal de la Sangre e hizo ejecutar, entre otros, a los condes de Egmont y de Horn. Eso se lo pasaba Aguirre por la cornisa de sus turbulentos genitales en una tarde. Pero la cosa comenzó a complicarse cuando siguió leyendo más legajos. Pese a su feroz fidelidad, Felipe II mandó a prisión a este duque durante cierto tiempo por haber casado a un hijo suyo en una boda que no complacía en palacio. ¿Se daría Jesús Aguirre por enterado? ¿Sacaría alguna consecuencia? Felipe II y la Casa de Alba debían de tener concepciones matrimoniales muy distintas, porque el quinto duque fue también encerrado a causa de otra boda que tampoco gustó al casamentero Felipe II. No todos los antepasados de la duquesa de Alba fueron tan severos. Jesús Aguirre estaba dispuesto a afrontar este nido de alacranes. Emparentada con la emperatriz Eugenia de Montijo -que fue cuñada de un Alba- y con los Estuardo, descendientes de Jacobo II rey de Inglaterra, está también la vital y divertida Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, la famosa duquesa de Goya.

El padre de Cayetana, a quien Jesús Aguirre llamaba suegro con gran desparpajo, fue dos veces ministro de Instrucción Pública y de Estado en el gobierno de Berenguer en los años treinta y tuvo por esto mismo un serio enfrentamiento con Franco. Durante la guerra, el duque prestó importantes servicios al Movimiento, y en el 39 fue nombrado embajador de España en Londres. Sin embargo, en junio del 43 firmó junto con varios procuradores una carta dirigida al Estado en la que se le exhortaba discretísima y cortésmente a regularizar su situación política fundamentando la Constitución «en el régimen secular que forjó la unidad de España y su grandeza histórica: la Monarquía». A raíz de aquello, los consejeros nacionales firmantes fueron cesados,: el duque renunció a la embajada y le fue retirado el pasaporte, lo que le impidió ver a don Juan de Borbón, de cuyo consejo privado formaba parte. «Es la primera vez en quinientos años que un duque de Alba no puede responder a la llamada de su rey», declaró.

Puestos a hablar como los villanos, el braguetazo de Jesús Aguirre había alcanzado la altura del Himalaya. Cayetana es una de las cinco mujeres más ricas del mundo, dueña de cerca de veinticinco mil hectáreas de terreno en diversas fincas que se concentran sobre todo en Salamanca, Badajoz, Sevilla y Córdoba. Al año de estar casados, Jesús Aguirre se sabía el catastro mucho mejor que ella. Un día que fueron invitados a una cacería a una finca de unos amigos iban los dos en un jeep atravesando una sucesión de trochas, montes, valles y barrancas durante varios kilómetros entre encinas y jarales, venados y marranos, y de pronto a mitad de camino la duquesa mandó detener el coche para contemplar la belleza del paisaje. «¡Qué hermoso es todo esto! Jesús, me gustaría comprar esta finca», exclamó. «Por Dios, Cayetana, si esta finca es nuestra», contestó Aguirre. Además del palacio de Liria y el de Dueñas, en Sevilla, le pertenecían los castillos de Castro, Monterrey, Castro Caldelas, Andrade, Narahío, Moeche o el famoso de Coca, que cedió al Estado hace pocos años. Sólo por el coto de Baigorri, en Navarra, de dos mil quinientas hectáreas, que acababa de vender a las quinientas familias que lo trabajaban, había cobrado 107 millones de pesetas. Una vez le pregunté; «¿Darás algún día una cacería de venados en cualquiera de tus fincas?». Me contestó: «Querido, yo sólo daré una cacería de abubillas». ¿Podría Jesús Aguirre llevar a cuestas esta carga con sólo dos mil pesetas al mes para tabaco?

Eran las doce y cuatro minutos del mediodía del 16 de marzo de 1978. Envuelta en telas italianas, rosadas y etéreas, unas gasas firmadas por el modista André Laug, y el pelo afro o a la escarola, Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, duquesa de Alba, y un antiguo clérigo volteriano de chaqué, corbata gris, gafas ligeramente ahumadas y una sonrisa hasta la tercera muela entraban en la capilla de Liria decorada con pinturas de Sert, bajo la luz cenital de la vidriera redonda del techo, a los sones de un órgano electrónico que atacaba la marcha nupcial de Mendelssohn, la misma con que se casa una cajera de supermercado con un chapista de Móstoles en cualquier iglesia de barrio montada en un antiguo garaje. En Liria había un centenar de invitados, algunos nobles con cara de caballo, como debe ser, algunos amigos intelectuales con un rictus de sueño y alcohol en los ojos, algunos políticos de adorno. Hubo pocos cuchicheos, ningún uniforme y ni una sola pamela, pero dejó ofendidos a algunos familiares por no ser invitados. Aguirre también se olvidó de Eugenio Calderón, su protector desde Sniace, un desaire que éste no le perdonó. La madre del novio, Carmen Aguirre, estaba ya casi ciega. «Hijo, ¿quién me va a recoger?», le preguntó antes de salir a palacio para la boda. «En la puerta de Liria te estará esperando Huescar», le contestó su hijo. «¿Huescar? ¿Huescar no es un pueblo?» «No, no, Huescar es el hijo mayor de la duquesa.» Carlos Martínez de Irujo, duque de Huescar, hijo mayor de la duquesa, fue el padrino y Carmen Aguirre y Ortiz de Zárate, madre del novio, la madrina, nuevamente con el rímel corrido por las lágrimas, como en la ordenación sacerdotal de su hijo en el Ludwigskirche en Munich, como la primera misa en la Universitaria. Por parte de la duquesa firmaron como testigos, además de sus otros cuatro hijos, doña María Victoria Marone de Alvarez de Toledo, la duquesa de Santa Cruz y el conde de Teba. Por parte de Jesús Aguirre lo hicieron Pío Cabanillas, el duque de Arión, Sebastián Martín-Retortillo, la condesa de Carvajal, Javier Pradera y la señora de López Aranguren, en representación de su marido, ausente en Barcelona. Al juez Clemente Auger, uno de los fundadores de Justicia Democrática, veterano luchador antifranquista en la universidad y castizo contertulio del café Gijón, le había sido encomendado asistir al acto desde un lado del presbiterio como autoridad civil para dar parte en el registro. En la ceremonia estuvieron presentes, entre otros invitados, toda la Familia Real excepto los propios Reyes y los condes de Barcelona, que por protocolo no asisten a este tipo de actos. El duque de Alburquerque y el marqués de Mondéjar representaban a la Casa Real. Junto a los duques de Cádiz, los de Badajoz, la infanta Margarita y don Gonzalo de Borbón podía verse a los príncipes de Baviera y a la gran mayoría de la aristocracia española. Antes de entrar en la capilla había llegado la noticia de que había sido secuestrado Aldo Moro.

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