La sensualidad evanescente que le despertaba su prima Mariluz seguía siendo su obsesión. El 25 de mayo de 1952, desde Comillas le escribió; «Querida prima mía: espero mucho de ti y pido diariamente por tus intenciones al Señor. Entrégate al trabajo pero como medio, nunca como fin. Una vez fuera del aula, piensa por ti misma. Hoy faltan pensadores, meditadores …Quiero encontrar contigo comprensión y comunicación de ideas; quiero llenar nuestras cartas, no de líneas insustanciales, sino de ideas: Unamuno decía que cuan-do escribas sé denso, denso. Un virus irremediable me avergüenza cuando pongo el sello. Mis cartas son agotadoras por la extensión, parecen memoriales. Verter en mi correspondencia tantas cosas es quizá haberme impuesto el ascetismo de escribir. Lo importante ahora es resistir y atesorar y más tarde, ya con suficiente riqueza para moverme con soltura, saldré a la palestra». En el refectorio había un púlpito donde un alumno de un curso superior leía en voz alta un libro mientras los seminaristas comían en silencio» excepto los jueves y los domingos, en que se permitía hablar después de la breve lectura de algún trance ejemplar del santoral. Jesús Aguirre se recordaba leyendo en plena pubertad desde el púlpito el relato moral del padre Risco titulado Pasoapaso, en el que el protagonista, un muchacho muy puro con mejillas de rosicler, es conducido al vicio por un tío suyo. Primero lo lleva al cine, después a bailar con unas señoritas de Rebolledo, luego a una sala de juego, hasta que al final, en el camino de perdición, aquel niño tan guapo, completamente degradado, perdida la lozanía de su pureza, con el estigma del vicio en el rostro, acaba por matar a su propio tío y es condenado a muerte y sometido a garrote vil en una cárcel de Granada. Quien a hierro mata, a hierro muere.
«Querida prima Mariluz: ayer leí una reseña extensa sobre la conferencia que dio Dalí en el teatro María Guerrero el día 11. El texto es interesante no sólo artísticamente. He tomado notas. El ambiente y los sucedidos son realmente chuscos. Si fuiste o sabes algo, dime. Hoy probablemente no te escribiré más. Me esperan unas cuantas líneas de Cicerón. Una breve consideración ¿poética? sobre mi rinconcito. Observar el valle, las montañas escarpadas y caigo enamorado en el mar, un elemento de vida que tiene presencia viva en mis sueños.»
Los jueves y domingos por la tarde había paseo. Por las afueras de Comillas se veía pasar la fila oscura de seminaristas sobre las colinas verdes con sotana, bonete de cuatro puntas y esclavina con ribete morado. Algunos días iban al cine. Balarrasa,Lamiesesmucha, ElmilagrodeNuestraSeñoradeFátima y Cercadelcielo, una película protagonizada por el padre Venancio Marcos sobre la muerte en la guerra del obispo Polanco. Con los primeros libros de la colección Austral llegaron también las primeras miradas a las adolescentes y el amor griego al propio cuerpo y las cartas repletas de mística pasión a su prima Mariluz, su querida prima en Cristo. El seminario comenzó a ahogar sus sueños. Un día le escribe: «Respecto a mi trabajo poético, he comenzado un libro titulado Lapiedrayelrío. No pretendo en él nada de justificación, sólo trazarme un programa a seguir y por el que trabajar. Tengo ya trece poemas y bastantes ideas más. Soy un impenitente intelectual y lo propongo con dos preguntas: ¿qué tal va el Nobel?, ¿y la Bienal? Dime algo sobre ella. Aquí no llega ningún periódico. ¿Presentó Dalí su Cristo Te mando estos versos con ecos de Fray Luis…
A cuyo son divino
El alma que en olvido está sumida
Vuelve a cobrar el tino
Y memoria perdida
De su origen primero esclarecida
Oda a Salinas»
Después de este alarde poético el seminarista Aguirre tiene una bajada incomprensible y le recomienda a su prima que lea a Carmen de Icaza.
Su madre iba a la librería Sur y a la Hispano Argentina acomprar los libros que le encargaba su hijo. Durante las vacaciones Jesús Aguirre leía y soñaba con ganar batallas místicas mientras ponía los pies a remojo en la playa del Sardinero. Tenía las piernas muy blancas y en las rótulas se le habían comenzado a formar unos callos de tanto estar de rodillas ante el sagrario. El gregoriano estaba modulando su mente en el canto de vísperas. El olor a alcanfor de los corporales, el brillo de los cálices, el roce del alzacuello, el tomate en el calcetín, las letras doradas del misal formaban la sustancia de las horas y los días hasta que llegó la primera rebeldía interior: estudiaba latín, griego, oratoria, declamación, elocuencia y predicación, pero no estaba dispuesto a renunciar a la lectura de Ortega y de Unamuno, que le ayudaba a salir de la jaula escolástica y le introducía en la aventura libre de la inteligencia. Con citas de estos autores, que eran réprobos para los padres jesuitas, Aguirre comenzó a escandalizar a sus compañeros. No daba el perfil del neófito que suda obediencia por todos los poros, aunque el corazón de seminarista aún ardía bien bajo la sotana y la esclavina.
Querida prima Mariluz: No he leído nada de Marañón. Pemán me parece horrible, lleno de tópicos. Cada vez me afirmo más en que Pemán no es un valor sino un antivalor. ¿Por qué? Porque tiene capacidad y no la actualiza. Yo puedo perdonar al que no es un genio porque no puede pero no perdono al que por seguir un camino más fácil y de éxito, más populachero, deja un fruto colgando en el árbol de la fecundidad que Dios le da. Toda actividad ha de tener un matiz ético y es faltar a la dignidad el no cultivar el don de Dios que es el genio creador.
Durante una plática en la capilla, el padre prefecto de filósofos, González Quevedo, un jesuita de carácter duro y obtuso, se destapó con un ataque feroz contra Ortega y Gasset, recreándose en una sarta de improperios. Jesús Aguirre capitaneó a un grupo de compañeros rebeldes que en acto de protesta abandonó la capilla. Después de este alarde los superiores le insinuaron que de seguir por ese camino debería abandonar el establecimiento, pero un día, ya muy crecido y enamorado de su propia brillantez, defendió públicamente a Ortega en una discusión en el refectorio y la cosa se agravó al ser sorprendido leyendo La agonía del cristianismo, de Unamuno, en el retrete. Nunca tuvo ningún problema con la disciplina, pero le montaron un auto de fe esperpéntico por esta deriva intelectual y también por mantener correspondencia con Aranguren y Laín Entralgo, seguida de visitas largas y pedantes que les hacía durante las vacaciones de verano cuando venían a la Magdalena, según la acusación. Afortunadamente, hubo otras autoridades académicas que impidieron que el ejercicio inquisitorial desembocara en la expulsión inapelable y le aconsejaron el traslado de lugar si quería seguir con los estudios.
Habiendo aprendido los latines correspondientes y los tres cursos de filosofía escolástica, antes de emprender el estudio de la teología se vio en la disyuntiva de continuar en Comillas o buscarse una salida airosa antes de que lo expulsaran formalmente, Una dama desconocida de Santander estaba dispuesta a pagarle una beca de estudios en Alemania. Podía ser una señora de la aristocracia de Comillas que un día se vio prendada por la labia del seminarista, o gracias a una beca felizmente suculenta que consiguió de la Fundación Humboldt, auspiciada una vez más por el director de la papelera Sniace o por la influencia de Aranguren y Laín. Sea como fuere, hacia la mitad de la década de los cincuenta Jesús Aguirre empezó tembloroso a estudiar Teología en Munich, lo que le permitió leer libros sin censura y obtener contactos personales inolvidables, entre ellos el de un profesor renano, Gotdieb Sohngen, que andaba entre las fronteras del saber sagrado y profano, tratando de relacionar la teología con la filosofía griega, el idealismo alemán y la música. Lo primero que oyó Aguirre de sus labios en clase fue: «Todos los hombres tienen un pájaro en la cabeza, pero sólo los obispos creen que es el Espíritu Santo y a veces confunden la inspiración con el excremento de la paloma».
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