José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios
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Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.
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La reunión era lenta. Se pasaba de un tema a otro de los que Antonio Sánchez tenía anotados en la orden del día sin que cambiara el tono de las voces. Daba la impresión de que se podrían tomar acuerdos gravísimos sin que este tono cambiara.
El arquitecto Ribas puso sobre el tapete el problema del comandante Martínez de Soria. «Parece que hemos olvidado que la mayoría de los aquí presentes estuvimos en la cárcel y fuimos juzgados por él. No comprendo que el general no haya tomado decisión alguna a este respecto.»
Julio contestó:
– El comandante Martínez de Soria tiene apoyos de envergadura, ésa es la verdad. No sólo de Capitanía General se reciben órdenes paralizando la cosa, sino incluso del Ministerio de la Guerra.
Las palabras de Julio causaron estupor. Ello implicaba que existía en el país una cadena de jefes de ideas reaccionarias que se protegían unos a otros, manteniéndose en puestos estratégicos.
Hubo un momento de silencio, que aprovechó Cosme Vila para levantar el brazo y pedir la palabra.
– Yo desearía -dijo- informar a la Comisión de dos cosas importantes.
– ¿Qué cosas…?
– Primera: Jaime Arias. El Partido Comunista exige que el atentado contra el hermano de nuestro camarada Teo sea vengado y da treinta días de plazo para que sea castigado el teniente Martín.
Ante el silencio creado, Cosme Vila continuó:
– Segunda: Deseo anunciar a ustedes que el Partido Comunista presentará en breve sus bases. Bases triples: industria, comercio y agricultura. Y simultáneamente, un proyecto de reformas concernientes a la estructura política de los municipios y de la provincia. -Y diciendo esto miró al alcalde de la ciudad, arquitecto Massana.
Éste movió la cabeza.
– No sé a qué se refiere usted -repuso-. Odio las alusiones vagas.
Cosme Vila enarcó las cejas.
– Si me permiten ustedes -dijo-, concretaré estas alusiones. -Sacó del bolsillo un papel y se puso a leer-. Algunas irregularidades observadas a vista de pájaro…
«Todavía se celebran en la ciudad entierros de primera, segunda y tercera clase. En Gerona, la mortalidad infantil no ha disminuido desde 1920. Docenas de trabajadores viven en la calle de la Barca, en el barrio de Pedret o en las cuevas de Montjuich como se vivía en la era troglodita. No hay un solo caso de hijo o hija de familia obrera gerundense que haya conseguido poder estudiar en la Universidad. No hay locales para organizar Academias obreras gratis y, en cambio, el Semanario ocupa dos manzanas. La ciudad cuenta con un equipo de fútbol remunerado, que posee campo de juego; si los obreros piden jugar en él, se les contesta que destrozan la hierba. Actualmente, hay tanta policía en la ciudad como en la época de la Dictadura. Si registráramos uno a uno los pisos de nuestras primeras autoridades -con perdón de algunos de los presentes-, advertiríamos que su nivel de vida y su sentido de la decoración son muy superiores al de los obreros que he citado. Todo ello unido a que continuamos dando vueltas alrededor de un centro putrefacto: el río, y encarcelados entre las murallas que El Tradicionalista llama patrióticas. Iglesias y conventos abarrotados de oro, con una docena de establecimientos religiosos de enseñanza. Conciertos organizados por la Asociación Musical -presidente, doctor Rosselló-, pero sólo se permite la entrada a los abonados. Un magnífico Casino, con billares, sala de tal y de cual y biblioteca, pero sólo para los socios. Me gustaría mucho comparar ante ustedes este estado de cosas con lo que ocurre en Rusia, donde cualquier manifestación económica, artística o científica se orienta en beneficio del proletariado. Aquí éste no cuenta. Un par de pesetas los domingos y se acabó. Llevamos dos horas reunidos y no he oído una sola vez la palabra pueblo. En Rusia todas las reuniones son para el pueblo, y cada corporación municipal está al servicio del pueblo. Todo esto y mucho más se podría decir. Repito que el Partido Comunista entiende que es preciso mejorar la vida de los trabajadores. No cejaremos en este empeño. Aunque no lo parezca, el Municipio debe ser piedra básica. Todo esto lo precisaremos en el programa cuya presentación he anunciado».
La declaración de Cosme Vila causó una gran impresión, sobre todo por el tono en que fue pronunciada. Los Costa se miraban estupefactos. Quien tenía que contestar era Julio. Julio estuvo a punto de dar un giro insospechado a la reunión, denunciando a los asistentes que los anarquistas, a pesar de ser tan memos, habían aportado pruebas contundentes de que los autores del asesinato de la sirvienta de mosén Alberto no fueron ellos, sino el Partido Comunista. Pero se contuvo, porque en muchos aspectos Cosme Vila tenía razón, y además porque no era cosa de exasperar los ánimos.
– Bien, está usted en su derecho -dijo, por fin-. Presente usted ese proyecto de mejoras en cuanto lo tenga ultimado. De todos modos, no pierda de vista una cosa: vivimos en República democrática y no en régimen comunista. Tenemos mucho trabajo, mucho, aunque usted no lo crea, y nada es fácil, se lo aseguro. Lo más cómodo sería decir: «Muy bien, vamos a emplear la fuerza. Este cura no me gusta, abajo. Este comandante tampoco, fuera». ¡Ya, ya! Todo tiene sus inconvenientes. Este país es enteramente de fanáticos; no crea que sólo los hay en el partido comunista. Y los fanáticos dan siempre sorpresas. Ya sé que vive usted en un piso menos confortable que el mío. ¡Qué se le va a hacer! En cambio, yo me zampo menos comilonas que Gorki. En fin, no vamos a discutir sobre la naturaleza humana. El objeto de esta reunión era pasar cuentas, señalar responsables y dictar las necesarias sentencias. Esto ya lo hemos realizado, que es lo importante. Ahora los agentes cumplirán inmediatamente con su deber.
El doctor Relken aprobó enteramente las medidas tomadas. Le dijo a Julio: «Créame usted. Proceda a la desmembración de Falange. Solos no harían nada, pero unidos a los militares constituyen una amenaza constante. En cuanto a las pretensiones de Cosme Vila, no tienen ustedes más remedio que apoyar a Casal y a los Costa para combatirlas. Que éstos demuestren espíritu revolucionario, y la balanza se inclinará a su favor».
El doctor Relken vivía unos días absolutamente felices. Era cierto que había alquilado la mejor habitación del hotel, espaciosa, con teléfono y un timbre que a los dos minutos se convertía en una camarera. El pelo le había crecido mucho desde que llegó a Gerona. Ya no lo llevaba muy cortado, sino peinado hacia atrás, con encrespados bucles rubios en la nuca. El mentón le salía más que nunca y continuaba sonriendo y bebiendo mucha agua. Se pasaba el día hojeando revistas, visitando a los amigos, dando ciclos de conferencias en el Partido Socialista, en Izquierda Republicana e incluso en Estat Català, y preocupándose por los mínimos detalles de la vida de la ciudad. Siempre decía que el tipo humano español le interesaba enormemente, por lo rico que era y porque continuamente se amputaba a sí mismo, a lo vivo, sus cualidades. «No se parecen ustedes en nada a los checos -comentaba-. Algo más a los húngaros y más aún a los rumanos, sobre todo los catalanes. Con un sentido patético mucho más interesante, desde luego.»
Consideraba que los gerundenses carecían de espíritu de iniciativa. Él hubiera propuesto grandes reformas. En el plano comercial, habría estimulado la creación de grandes almacenes en la ciudad, aun a riesgo de sacrificar pequeñas tiendas. En el plano industrial, entendía que las posibilidades eran inmensas… a condición de preocuparse del Pirineo. «Habría que buscar la materia prima en el Pirineo -decía-. En el Pirineo debe de haber incluso petróleo.» Imaginaba la llanura que rodeaba a Gerona y la del Ampurdán convertidas en refinerías de petróleo. En el plano cultural… elogiaba el Orfeón, la Biblioteca municipal, el Archivo y el Museo Diocesano. Y aseguraba que las personas más inteligentes de la ciudad eran Julio y «La Voz de Alerta».
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