Lo primero que le preguntó Julio a Mateo, ahorrando otro preámbulo, fue si el teniente Martín pertenecía a Falange.
A Mateo la pregunta le sorprendió. Contestó:
– Pues… no.
– ¿No a secas…?
El muchacho pareció meditar:
– Puedo aclarar la cosa -dijo-. Pidió el ingreso, pero le fue negado.
– ¿Por qué razón?
– Se juzgó que su temperamento no se adaptaría.
Julio encendió un pitillo.
– Sugiere que ustedes no habrían profanado nunca una tumba… izquierdista.
Mateo contestó:
– Exacto.
Antonio Sánchez sonrió. Mateo le miró y dijo:
– Cuando el atentado contra las de Galán y García Hernández, José Antonio fue el primero en protestar.
Julio asintió con la cabeza. El policía parecía dispuesto a entablar con Mateo un diálogo amable, un simple cambio de impresiones.
– ¿Qué sabe usted de una carta escrita por José Antonio a los militares de España?
– Absolutamente nada.
– …En la cual cita una frase de Spengler que dice: «A última hora, siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización».
Mateo meditó un momento.
– Creo que la afirmación de Spengler es certera, pero de la carta no sé absolutamente nada.
Julio se echó para atrás.
– ¿Qué opinión tiene usted de «La Voz de Alerta»?
Mateo se encogió de hombros.
– Mala.
– ¿Por qué?
– Representa… el espíritu egoísta y rencoroso contra el cual luchamos.
– ¿Qué opinión tiene usted de don Jorge?
– Don Jorge… es más excusable.
– ¡Vaya…!
– Le educaron así.
– ¿A qué otras personas de la ciudad desprecia o excusa?
– Sería largo de contar.
Julio consultó un papel que tenía delante.
– ¿Qué relaciones tiene usted con el comandante Martínez de Soria?
– Muy escasas.
– ¿Qué opinión tiene usted de él?
– Dio un hijo por nuestra causa. Me inspira un gran respeto.
– ¿Cree usted que ha recibido una copia de la carta dirigida por José Antonio a los militares de España?
– No sé nada de la carta.
Mateo comprendió que Julio quería insistir hasta el fin. Sonrió.
– Con franqueza -preguntó Julio-. Hablemos de Falange. ¿Qué se proponían ustedes? ¿Llegar a ser unos cuantos y hacer qué…?
Mateo escuchó la pregunta sin inmutarse. Contestó:
– Nos proponemos llegar a ser los suficientes para devolver a España su unidad y su razón de ser.
– ¿Cuál es la razón de ser de España…?
– Ser fiel a sí misma. -Viendo que se había hecho el silencio, añadió-: Y derramar su luz espiritual al mundo.
Julio miró un momento a Berta, que avanzaba hacia él. Luego preguntó, moviéndose en la silla:
– ¿Qué haría usted conmigo, si pudiera?
Mateo hizo una mueca de desagrado.
– Podrían hacerse muchas cosas. Por ejemplo… -El acusado reflexionó un momento-. Se le podría preguntar qué se propone hacer con Gerona, y con España… -Viendo que Julio no reaccionaba, prosiguió-: También me gustaría situarle ante un público de tres mil personas y ponerle a discutir con… ¡qué sé yo! Vamos a poner… con José Antonio. A ver qué pasaba. -Viendo que Julio permanecía quieto, añadió bruscamente-: Luego le expulsaría de la Masonería.
Julio enrojeció. Se echó para atrás. No comprendió el alcance de la frase.
– ¿Qué quiere usted decir?
– Nada. Nada de particular. -Viendo el furor del policía, añadió-: Le expulsaría por una razón que no tiene nada que ver con… -Se calló-. Le expulsaría por inteligente. -Mateo se sentía molesto, sentado en el centro del despacho, sin respaldo en qué apoyarse. Miró a Julio y prosiguió-: De veras. Es usted demasiado inteligente para ser masón.
Julio pegó un puñetazo en la mesa.
– ¡Basta!
Mateo se calló. Al cabo de un momento dijo:
– Ha sido usted quien me ha preguntado.
Se hizo el silencio. Julio había conseguido dominarse. Alargó el brazo y apretó un botón. Mateo cerró los ojos. Al darse cuenta de que la luz no le daba de lleno, levantó los párpados. Julio había vuelto a consultar el papel que tenía delante.
– ¿Qué opinión tiene usted de Casal?
Mateo contestó, con calma:
– Un equivocado.
– ¿Y de Cosme Vila…?
El muchacho movió la cabeza.
– Uno de los personajes más nefastos de la ciudad.
– Cuando entregó usted la carta de José Antonio al comandante Martínez de Soria, ¿qué comentario hizo éste?
– No sé absolutamente nada de la carta.
– ¿Cree usted que muchos oficiales de la guarnición le serían fieles?
El falangista se encogió de hombros.
– ¿Cuántos paisanos calcula usted que tomarían las armas?
Mateo continuó callado.
– Nos interesa saber eso. Saber si muchos oficiales seguirían al comandante. Y también el número aproximado de paisanos que se unirían a él.
– No sé de qué está usted hablando.
Julio esperó un momento.
– Sí lo sabe. Hablo del levantamiento que se prepara contra el Gobierno de la República.
Mateo hizo un gesto de asombro.
– ¿Gobierno…? No sabía que esta República tuviera un Gobierno.
– ¿No…?
– No.
Julio apoyó los codos en la mesa.
– Prefería usted el gobierno de Gil Robles.
Mateo negó con la cabeza.
– No, por cierto.
– Ya… No cree usted en regímenes parlamentarios.
– No.
– ¿En qué cree usted, pues…?
Mateo se protegió los ojos con la mano.
– En un hombre con sentido profético.
– ¿Como Mussolini o Hitler…?
Mateo sentía vértigo. Su postura y la expresión de Antonio Sánchez le daban vértigo. Julio apartó un momento el foco de luz.
– ¿Por qué causas cree usted que hemos detenido a sus tres camaradas?
Mateo arrugó el entrecejo.
– Pues… a Rosselló, por tenencia ilícita de una pistola; a Octavio y Haro, por haber gritado «¡Arriba España!»
– ¿Cómo supone que les tratamos?
– Con corrección.
Julio abrió inesperadamente un cajón del escritorio y preguntó:
– ¿Por qué guardaba usted esto en su despacho? -Y sacó un trozo de papel. Estaba escrito por el hermano de Mateo, detenido en Cartagena.
Al ver el trozo de papel, Mateo se puso serio. Julio lo desdobló y leyó: «Es terrible estar entre cuatro paredes cuando hay tanto que hacer fuera. Tus noticias me han llegado bien. Continúa».
– ¿Qué noticias? ¿Qué es lo que debe usted continuar?
Mateo no contestó. Julio, sin insistir, volvió a guardar el papel en el cajón.
– ¿Su hermano es mayor que usted?
– Un año más.
– ¿Ingresó en Falange cuando usted?
– Exactamente.
– ¿Y qué es lo que tiene usted que hacer fuera?
Mateo volvió a protegerse los ojos.
– ¡Yo qué sé! -dijo, aburrido.
Antonio Sánchez se impacientó. Entonces Julio informó a Mateo de que en aquellos momentos se estaba efectuando un nuevo registro en su despacho.
Mateo le preguntó:
– ¿Podría quedar yo en la cárcel y mis tres camaradas en libertad?
– Eso incumbe al Comisario.
Julio consultó de nuevo la lista.
– ¿A qué atribuye usted que ningún obrero le haya ofrecido sus servicios?
Mateo contestó:
– A que aquí no nos conocen. En otras partes tenemos a muchos obreros afiliados.
– ¿Y por qué se alistan?
– Porque están cansados de demagogia.
– ¿Ustedes proponen Sindicato Único?
– Sindicato Vertical.
– ¿En qué consiste eso?
– Sería largo de contar.
Julio meditó un momento.
– Así, pues… el resumen de su doctrina es: Hombre profético, Partido Único, Sindicato Vertical.
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