José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios

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La novela española más leída del siglo XX
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.

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Lo primero que le preguntó Julio a Mateo, ahorrando otro preámbulo, fue si el teniente Martín pertenecía a Falange.

A Mateo la pregunta le sorprendió. Contestó:

– Pues… no.

– ¿No a secas…?

El muchacho pareció meditar:

– Puedo aclarar la cosa -dijo-. Pidió el ingreso, pero le fue negado.

– ¿Por qué razón?

– Se juzgó que su temperamento no se adaptaría.

Julio encendió un pitillo.

– Sugiere que ustedes no habrían profanado nunca una tumba… izquierdista.

Mateo contestó:

– Exacto.

Antonio Sánchez sonrió. Mateo le miró y dijo:

– Cuando el atentado contra las de Galán y García Hernández, José Antonio fue el primero en protestar.

Julio asintió con la cabeza. El policía parecía dispuesto a entablar con Mateo un diálogo amable, un simple cambio de impresiones.

– ¿Qué sabe usted de una carta escrita por José Antonio a los militares de España?

– Absolutamente nada.

– …En la cual cita una frase de Spengler que dice: «A última hora, siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización».

Mateo meditó un momento.

– Creo que la afirmación de Spengler es certera, pero de la carta no sé absolutamente nada.

Julio se echó para atrás.

– ¿Qué opinión tiene usted de «La Voz de Alerta»?

Mateo se encogió de hombros.

– Mala.

– ¿Por qué?

– Representa… el espíritu egoísta y rencoroso contra el cual luchamos.

– ¿Qué opinión tiene usted de don Jorge?

– Don Jorge… es más excusable.

– ¡Vaya…!

– Le educaron así.

– ¿A qué otras personas de la ciudad desprecia o excusa?

– Sería largo de contar.

Julio consultó un papel que tenía delante.

– ¿Qué relaciones tiene usted con el comandante Martínez de Soria?

– Muy escasas.

– ¿Qué opinión tiene usted de él?

– Dio un hijo por nuestra causa. Me inspira un gran respeto.

– ¿Cree usted que ha recibido una copia de la carta dirigida por José Antonio a los militares de España?

– No sé nada de la carta.

Mateo comprendió que Julio quería insistir hasta el fin. Sonrió.

– Con franqueza -preguntó Julio-. Hablemos de Falange. ¿Qué se proponían ustedes? ¿Llegar a ser unos cuantos y hacer qué…?

Mateo escuchó la pregunta sin inmutarse. Contestó:

– Nos proponemos llegar a ser los suficientes para devolver a España su unidad y su razón de ser.

– ¿Cuál es la razón de ser de España…?

– Ser fiel a sí misma. -Viendo que se había hecho el silencio, añadió-: Y derramar su luz espiritual al mundo.

Julio miró un momento a Berta, que avanzaba hacia él. Luego preguntó, moviéndose en la silla:

– ¿Qué haría usted conmigo, si pudiera?

Mateo hizo una mueca de desagrado.

– Podrían hacerse muchas cosas. Por ejemplo… -El acusado reflexionó un momento-. Se le podría preguntar qué se propone hacer con Gerona, y con España… -Viendo que Julio no reaccionaba, prosiguió-: También me gustaría situarle ante un público de tres mil personas y ponerle a discutir con… ¡qué sé yo! Vamos a poner… con José Antonio. A ver qué pasaba. -Viendo que Julio permanecía quieto, añadió bruscamente-: Luego le expulsaría de la Masonería.

Julio enrojeció. Se echó para atrás. No comprendió el alcance de la frase.

– ¿Qué quiere usted decir?

– Nada. Nada de particular. -Viendo el furor del policía, añadió-: Le expulsaría por una razón que no tiene nada que ver con… -Se calló-. Le expulsaría por inteligente. -Mateo se sentía molesto, sentado en el centro del despacho, sin respaldo en qué apoyarse. Miró a Julio y prosiguió-: De veras. Es usted demasiado inteligente para ser masón.

Julio pegó un puñetazo en la mesa.

– ¡Basta!

Mateo se calló. Al cabo de un momento dijo:

– Ha sido usted quien me ha preguntado.

Se hizo el silencio. Julio había conseguido dominarse. Alargó el brazo y apretó un botón. Mateo cerró los ojos. Al darse cuenta de que la luz no le daba de lleno, levantó los párpados. Julio había vuelto a consultar el papel que tenía delante.

– ¿Qué opinión tiene usted de Casal?

Mateo contestó, con calma:

– Un equivocado.

– ¿Y de Cosme Vila…?

El muchacho movió la cabeza.

– Uno de los personajes más nefastos de la ciudad.

– Cuando entregó usted la carta de José Antonio al comandante Martínez de Soria, ¿qué comentario hizo éste?

– No sé absolutamente nada de la carta.

– ¿Cree usted que muchos oficiales de la guarnición le serían fieles?

El falangista se encogió de hombros.

– ¿Cuántos paisanos calcula usted que tomarían las armas?

Mateo continuó callado.

– Nos interesa saber eso. Saber si muchos oficiales seguirían al comandante. Y también el número aproximado de paisanos que se unirían a él.

– No sé de qué está usted hablando.

Julio esperó un momento.

– Sí lo sabe. Hablo del levantamiento que se prepara contra el Gobierno de la República.

Mateo hizo un gesto de asombro.

– ¿Gobierno…? No sabía que esta República tuviera un Gobierno.

– ¿No…?

– No.

Julio apoyó los codos en la mesa.

– Prefería usted el gobierno de Gil Robles.

Mateo negó con la cabeza.

– No, por cierto.

– Ya… No cree usted en regímenes parlamentarios.

– No.

– ¿En qué cree usted, pues…?

Mateo se protegió los ojos con la mano.

– En un hombre con sentido profético.

– ¿Como Mussolini o Hitler…?

Mateo sentía vértigo. Su postura y la expresión de Antonio Sánchez le daban vértigo. Julio apartó un momento el foco de luz.

– ¿Por qué causas cree usted que hemos detenido a sus tres camaradas?

Mateo arrugó el entrecejo.

– Pues… a Rosselló, por tenencia ilícita de una pistola; a Octavio y Haro, por haber gritado «¡Arriba España!»

– ¿Cómo supone que les tratamos?

– Con corrección.

Julio abrió inesperadamente un cajón del escritorio y preguntó:

– ¿Por qué guardaba usted esto en su despacho? -Y sacó un trozo de papel. Estaba escrito por el hermano de Mateo, detenido en Cartagena.

Al ver el trozo de papel, Mateo se puso serio. Julio lo desdobló y leyó: «Es terrible estar entre cuatro paredes cuando hay tanto que hacer fuera. Tus noticias me han llegado bien. Continúa».

– ¿Qué noticias? ¿Qué es lo que debe usted continuar?

Mateo no contestó. Julio, sin insistir, volvió a guardar el papel en el cajón.

– ¿Su hermano es mayor que usted?

– Un año más.

– ¿Ingresó en Falange cuando usted?

– Exactamente.

– ¿Y qué es lo que tiene usted que hacer fuera?

Mateo volvió a protegerse los ojos.

– ¡Yo qué sé! -dijo, aburrido.

Antonio Sánchez se impacientó. Entonces Julio informó a Mateo de que en aquellos momentos se estaba efectuando un nuevo registro en su despacho.

Mateo le preguntó:

– ¿Podría quedar yo en la cárcel y mis tres camaradas en libertad?

– Eso incumbe al Comisario.

Julio consultó de nuevo la lista.

– ¿A qué atribuye usted que ningún obrero le haya ofrecido sus servicios?

Mateo contestó:

– A que aquí no nos conocen. En otras partes tenemos a muchos obreros afiliados.

– ¿Y por qué se alistan?

– Porque están cansados de demagogia.

– ¿Ustedes proponen Sindicato Único?

– Sindicato Vertical.

– ¿En qué consiste eso?

– Sería largo de contar.

Julio meditó un momento.

– Así, pues… el resumen de su doctrina es: Hombre profético, Partido Único, Sindicato Vertical.

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