José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios
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Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.
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De pronto, el fiscal interrumpió al comandante. Se levantó y dijo:
– Deseo recordar al Tribunal, que se supone al acusado autor del disparo que mató al comandante Jefe de Estado Mayor.
El comandante Martínez de Soria invitó a Julio a contestar a todas aquellas preguntas. Julio, que había solicitado defenderse por su cuenta, sin abogado, no se inmutó. Había dejado el sombrero en la silla y permanecía en pie. Empezó hablando en tono normal, con negativas idénticas a las de los demás acusados. «Se encontraba en Comisaría como tal funcionario, no sabía nada de la organización de aquello, los tambores le sorprendieron hablando por teléfono con…»
Luego, a medida que iba recordando la lista presentada por el comandante, su tono se iba tornando irónico.
¿Es que estaba prohibido ir a París, o recibir cartas de Praga, o de Madrid…? ¿No podía uno ser llamado hermano, por un amigo? La amistad… No era hora de hablar de ella, pero…
En cuanto al expediente de los anarquistas… se había extraviado. ¡Cuántas veces les había advertido a los agentes de su despacho que prestaran atención! Eran unos distraídos. La mesa llena de papeles, y todo se extraviaba. Ellos lo atribuían al poco salario que percibían.
En cuanto a su interés por las expropiaciones… era otro asunto. En realidad todo cuanto se relacionase con el campo le interesaba. ¿Qué tenía aquello de particular? Tal vez el señor fiscal hubiera leído la Ilíada . Hacia el final del Canto VII, se decía: «y el pastor siente el gozo en su corazón…» A él le hubiera gustado que los campesinos de la provincia sintieran el gozo en su corazón. Pero no por ello se insurreccionó. Ni fue a Madrid a protestar, ni a la vuelta de los propiciaros había esperado con una escopeta a don Jorge y a don Santiago Estrada…
Respecto al doctor Relken, era un arqueólogo alemán, que se interesaba mucho por la provincia de Gerona, pues aseguraba que, en efecto, en Rosas debía de encontrarse la antigua colonia griega de Rodas, aunque no en el lugar en que la situaban los eruditos locales.
La lista de las personas derechistas dada al Comisario el 15 de mayo…no tenía nada que ver con la recogida de las licencias de armas, sus visitas a Montjuich no tenían nada que ver con el Polvorín, los folletos no podían ser suyos, puesto que no escribía en absoluto el catalán…
Y en cuanto a la muerte del comandante Jefe de Estado Mayor… imposible suponer que el señor fiscal hablara en serio al acusarle. Porque… ¿cómo saber quién disparó? Doscientos hombres encerrados, dos manos cada hombre. ¿Qué mano sostenía el revólver? Imposible saberlo. Y más difícil aún saber qué dedo apretó el gatillo… Ésta era la gran desventaja de los movimientos democráticos: la mezcla de la gente, la acumulación de elementos. Claro que era a la vez su gran ventaja: el anónimo.
El comandante Martínez de Soria había oído toda la perorata echado para atrás en el sillón. Las intermitentes manchas rojas de su rostro intensificaron su color. Sin embargo, siempre guardaba la compostura. Lo mismo cuando en el Casino se ponía un clavel en la solapa que cuando reflexionaba qué extraña tortura, desconocida aún en Occidente, merecía un hombre como el que tenía delante. El fiscal no cesaba de sonarse estruendosamente. Los demás miembros del Tribunal apenas podían contenerse.
– ¿Eso es todo?
– Eso es todo.
El comandante Martínez de Soria guardó un momento de silencio. Luego dijo:
– Como Presidente del Tribunal advierto al acusado que todos los cargos que se le imputaban quedan en pie. O sea, se le considera responsable moral de la revolución, y se le supone autor del disparo que mató al comandante Jefe de Estado Mayor. Si el examen de los expedientes y algunos nuevos interrogatorios no demuestran que estos cargos son infundados, se aceptará la propuesta del fiscal y la sentencia de muerte será cumplida a las cuarenta y ocho horas. Sólo en el caso de que el acusado consiga probar que fue otra persona la que disparó, se beneficiará de una conmutación. Ahora, retírese.
Julio García inclinó un momento la cabeza. Al levantarla, tenía la boquilla entre los labios. Los dos guardias le escoltaron, uno a cada lado. Salió del despacho bajo la mirada de todos.
Cuando David salió a su encuentro en el pasillo, sonrió y comentó:
– Gran tipo ese comandante.
CAPÍTULO XXXIII
El piso amueblado que Mateo y el director de la Tabacalera habían alquilado -en la misma plaza de la Estación- era pequeño, pero confortable. Silencioso en su parte trasera, el muchacho instaló en ella su despacho. Los armarios, llenos de libros, llegaban al techo. En un rincón, sobre un pedestal, un pájaro disecado.
Tenía el inconveniente de estar un poco lejos del Neutral, pero el director de la Tabacalera se sentía largamente compensado teniendo al lado a su hijo, y viviendo en un hogar suyo y no en una fonda. Tal vez en el piso la falta de la esposa se le hiciera más patente; pero tenía otras muchas ventajas. Tocante a Mateo, hizo de su despacho el eje de su vida, y prohibió a la sirvienta que entrara en él. Y como llevó allí cinco o seis sillas, además de un sillón, su padre le preguntó:
– ¿Por qué tantos asientos? ¿Preparas ya tu bufete de abogado?
Mateo le contestó:
– Con tu permiso, padre, preparo las reuniones de Falange Española de Gerona.
Don Emilio Santos quedó inmóvil en una de las cinco sillas. Sus ojos, siempre un tanto húmedos, su sonrisa afable y su bigote blanquecino se inmovilizaron con él. El hombre tenía una idea muy vaga de lo que Falange Española pudiera ser. Amaba entrañablemente a España, sabía que en Madrid bastantes estudiantes se habían afiliado a Falange; que su cuna era Castilla; que los dos hijos que el comandante Martínez de Soria tenía en Valladolid eran falangistas; que su jefe, José Antonio Primo de Rivera, intervenía con frecuencia en el Parlamento, usando un lenguaje tajante, algo raro, y que se decía de todos ellos que copiaban de Mussolini y de Hitler, y, sobre todo, que asesinaban a los obreros por las esquinas. Pero ni un solo momento había pensado que Mateo pudiera militar en este Partido. La declaración de su hijo le dejó turulato; tenía tanta confianza en él que en el acto pensó: «Entonces resulta que Falange debe de ser otra cosa de lo que yo pienso».
Movió la cabeza. Luego preguntó:
– ¿Y tu hermano…?
– También lo es. -Mateo añadió-: La diferencia estriba en que en Cartagena la cosa ya está en marcha desde hace tiempo.
El director de la Tabacalera sintió que todos sus proyectos de tranquilidad se venían abajo. Sin volver en sí asistió a diversas maniobras de Mateo: a la de escribir la palabra «CIRCULARES» en la cubierta de una carpeta, y, sobre todo, a la de colgar en la pared, en la presidencia del despacho, una fotografía de José Antonio Primo de Rivera. Al pie de la fotografía la dedicatoria era clara: «Al camarada Mateo Santos, con el ¡Arriba España! de los primeros días. En el Escorial, enero de 1933.
josé antonio.
Mateo no quiso verle sufrir. Se acercó a su padre y le puso la mano en el hombro.
– No te inquietes, padre. La Falange… es un movimiento sano, noble. No te arrepentirás de que tus hijos formen parte de él. Concédenos un margen de confianza. España lo necesita y es inevitable que algunos nos alineemos en vanguardia. Pronto todo el mundo sabrá de qué se trata. Empezamos siendo unos pocos, casi todos estudiantes; ahora ya somos muchos, estudiantes y obreros. En todo este pedazo de tierra española se ignora por completo lo que es. Ha sido providencial que me llamaras. Provincia fronteriza, cara al mar. Me va a ser difícil, no sé a quién acudir, todo el mundo divaga, sobre todo los derechistas. Pero habrá que descubrir la gente donde se encuentre, Con seis o siete camaradas me basta. A lo mejor serán peones ferroviarios, o mecánicos, o qué sé yo. No importa. A lo mejor algunos que ahora son comunistas. En muchos puntos estamos más cerca de éstos que de «La Voz de Alerta», te lo juro. Si todo esto trae algún contratiempo… espero que te harás cargo. -Y sonrió.
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