José Mendiola - Muerte Por Fusilamiento
Здесь есть возможность читать онлайн «José Mendiola - Muerte Por Fusilamiento» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Muerte Por Fusilamiento
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Muerte Por Fusilamiento: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Muerte Por Fusilamiento»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Muerte Por Fusilamiento — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Muerte Por Fusilamiento», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Claro que no -contestó.
La puerta se abrió y Jaramillo los miró rápidamente. Pareció perplejo por encontrar allí a su cuñada, pero no produjo la impresión de haber advertido cómo vestía. Hizo un gesto de irritación, algo absolutamente infantil.
– Pase, por favor -dijo, con voz glacial.
Esperó a que Angulo entrara en el despacho, y luego se acercó a su cuñada. Su talla era notablemente inferior a la de ella.
– Luego hablaremos -dijo, casi entre dientes. En su pequeñez, parecía un hombre dispuesto a todo. Tenía un gesto amenazador y decidido-. Luego.
– Seguro que sí -contestó ella, con ironía.
Jaramillo cerró la puerta de golpe y se volvió a Angulo.
– ¿Ha visto? -preguntó, muy agitado. Sus dedos tenían un pequeño temblor-. Me espía… Es mi cuñada.
– ¿Qué le ha dicho Torres?
Jaramillo abrió los brazos.
– Antoine no puede abandonar el país -dijo. Se mordió rápidamente una uña. Era evidente que su atención no estaba ahora en aquel asunto-. Lo siento… Dice que sería demasiado sospechoso.
– ¿Sospechoso?
– Usted no ignora que existen indicios, cosas que pueden delatarle… Debe permanecer quieto, mostrarse tranquilo. Pedir el pasaporte equivaldría a una muestra de pánico.
– Pero Antoine no puede permanecer tranquilo. Está desquiciado. ¿Se lo ha dicho usted?
– Sí, se lo he dicho.
– Esa decisión es una locura… Tal vez fuera mejor que yo mismo hablara con el comandante Torres.
Jaramillo unió sus labios de una manera cuidadosa.
– Me temo -dijo-, que eso no pueda ser.
Angulo le miró.
– ¿Por qué?
– Torres no desea hablar con nadie. Ni que nadie le conozca.
– Está bien -dijo Angulo. Pensó que Jaramillo se movía entre aquellos secretos como pez en el agua. Estaba hecho para la pequeña conspiración, para el ocultismo. Era evidente que con aquel juego de conspiradores disfrutaba enormemente-. Pero usted debe saber que yo le conozco.
Jaramillo negó con la cabeza, regocijado, con una suave sonrisa de conmiseración. Sin duda habría luchado por el Partido con mucho menos estímulo si no hubiera habido nadie a quien ocultar.
– No es posible -dijo.
– Ustedes -murmuró Angulo, con desagrado-, juegan a espías, a anarquistas… Eso es ridículo. Un jefe debe mostrarse.
– Cierto día -y Jaramillo adoptó los tonos de voz que se emplean para narrar la moraleja de un cuento infantil-, se les explicó a todos ustedes por qué no era adecuado que Torres se mostrara. Y todos lo encontraron acertado.
Angulo salió muy agitado del despacho. En el corredor no había ya nadie. Antes de marcharse se volvió de nuevo a Jaramillo, que le acompañaba silenciosamente.
– Sin embargo -dijo, sonriendo-, yo sé quién es el comandante Torres. Yo le conozco.
– No, no. Es imposible. Usted debe sufrir una equivocación.
Cuando Angulo bajaba la escalera, volvió a repetirse: "Juegan a contrabandistas, eso hacen. Como si les divirtiera esconder a Torres, como si ello formara parte del juego…". Pero estaba claro que aquello no tenía nada de juego. Un grupo de hombres luchaba para reponer a Salvano en el Poder. No por simple capricho, sino porque tenían fe en el Presidente derrocado. Y otro hombre, un hombre al que nadie concedía ninguna importancia, tenía miedo al dolor físico y estaba a punto de hablar. Pero no deseaban ayudarle. No querían ver el desastre que podía originarse de un momento a otro.
QUINCE
No es la primera vez que viene usted aquí, ¿verdad? -preguntó el Comisario-. Su cara me resulta vagamente familiar.
– Oh, no -respondió Antoine-. No es la primera…
– ¿La segunda, tal vez?
– La cuarta.
– Es extraño… ¿No sabe usted, exactamente, por qué le han llamado tantas veces? No es lo frecuente.
– No me lo imagino. Pienso que ustedes… Perdone. Pienso que ustedes lo sabrán.
El Comisario rió con pequeños espasmos.
– ¡Eso tiene gracia! Tiene usted toda la razón, amigo mío. Resulta que se le llama al Registro de Extranjeros y, encima de eso, vamos y le preguntamos que por qué le hemos llamado… Tiene mucha gracia eso.
– Tal vez -sugirió Antoine-, en interrogatorios anteriores, alguna cosa quedó sin ultimar.
– Muy posiblemente. Eso mismo pienso yo. Pero no hable usted de interrogatorios, por favor. Odio ese término. El Registro de Extranjeros no es, exactamente, una dependencia policíaca.
Antoine adoptó un aire inexpresivo. El Comisario continuó:
– Claro que usted pensará: "Sin embargo, ellos son policías…". Cierto. Pero nuestra labor es más bien… ¿Cómo la llamaríamos? Más bien una labor administrativa. Va a resultar que usted tiene razón, que en alguna conversación anterior quedó alguna minucia en el aire, y que, al ultimar la ficha, el encargado se ha dicho: "¡Pero, hombre! Si me olvidé de preguntarle tal cosa… Pues vamos a llamarle de nuevo, y asunto arreglado".
– Sí, creo que será algo así.
– ¡Ni lo dude! Pero ahora lo vamos a comprobar.
El Comisario tocó un timbre. Era un hombre corpulento y sanguíneo, que rebosaba satisfacción y alegría de vivir. Pero qué fatal resultaba que fuera aquel mismo hombre, precisamente, el que preguntara a Antoine, en una ocasión anterior, si tenía algo que ver en el asunto del plástico. ¡Qué fatal! Entró un hombre delgado, sin llamar a la puerta. Tenía un enorme bigote negro y su mirada era innoble.
– Méndez -dijo el Comisario-. Resulta que el señor Ferrens…
Antoine, de pronto, se sintió mal. Obedeciendo a un extraño impulso, se puso de pie, vaciló sobre sí mismo y estuvo a punto de dar un traspiés. El Comisario aspiró una fuerte bocanada de aguardiente.
– ¿Se siente mal, tal vez? -preguntó, afablemente-. ¿Desea que aplacemos…?
– No, no. No sé qué me ha pasado. Un pequeño mareo, tal vez. Estoy muy bien, gracias.
– Se conocían ustedes, ¿verdad? Es el doctor Antoine Ferrens.
Méndez asintió, sin amabilidad.
– Me parece que sí -dijo Antoine, atropelladamente. Se volvió al Comisario-. Pero yo no soy doctor.
– Oh, perdone. Lo había imaginado, sin embargo. Tal vez porque en nuestro país hay infinidad de doctores belgas…
– Yo soy -dijo, queriendo sonreír-, de los belgas menos importantes que…
Pero se calló. Méndez le miraba sin ninguna simpatía, como si interiormente le despreciara.
– Resulta -explicó el Comisario a su subordinado- que hemos molestado, al parecer inútilmente, al señor Ferrens. ¿No habrá sido un error, digo yo?
– No -dijo Méndez.
– Sin embargo, ha comparecido ya en tres ocasiones anteriores. Reconocerá usted, Méndez, que el caso es anómalo.
– Ha habido nuevos datos -explicó Méndez.
– ¡Ah! -La sonrisa se fue muy de prisa de los labios del Comisario-. Nuevos datos. Eso cambia las cosas. ¿Y cuáles son, si puede saberse?
Antoine eructó. Fue lamentable. Los dos hombres le miraron, y guardaron luego un cuidadoso silencio. Antoine esbozó: "Perdonen".
– Usted, señor Ferrens -dijo el Comisario con voz suave y bien modulada, pero esta vez sin sonrisa-, ha bebido un poco. ¿No es así?
Antoine calló.
– ¿No es así? -preguntó el Comisario con dulzura, sin mirarle al rostro.
– Muy poco. Un par de…
– No debía haberlo hecho. -El Comisario movió la cabeza-. Es… ¿cómo decirlo? Es algo así como si la entrevista que habíamos de sostener no le mereciera respeto alguno.
– Por favor, no diga eso. Yo pienso que…
– Como si no le mereciera respeto alguno. ¿Piensa que se halla en condiciones de responder?
– Desde luego. -Las mejillas de Antoine se llenaron de calor. Qué idiota había sido, pero qué idiota-. Tengo la cabeza perfectamente.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Muerte Por Fusilamiento»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Muerte Por Fusilamiento» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Muerte Por Fusilamiento» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.