Juan Millás - La soledad era esto

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Premio Nadal 1990
La soledad era esto o cómo incorporar en un libro los más genuinos saberes y reflexiones de la literatura contemporánea. Por medio de un sutil entramado de voces narrativas, la novela cuenta la historia de una mujer -Elena Rincón- que a partir de la muerte de su madre inicia una lenta metamorfosis que a través del aprendizaje de la soledad le conduce a la liberación. Juan José Millás ofrece una desgarrada y contundente crónica de la vida de hoy, mostrando las actitudes de quienes, tras una militancia de izquierdas, han sustituido la ideología por las tarjetas de crédito. En esta novela la trama remite a un original análisis de los alcances de la ficción.

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Cinco

A lo largo de los días siguientes la primavera alcanzó un grado de penetración que influyó en el espíritu de Elena. No era infrecuente que por las tardes se nublara e incluso que llegara a llover con la violencia de lo que no dura, pero las mañanas eran soleadas. Elena se sentía mejor, aunque no ignoraba que se trataba de un equilibrio muy precario. Sus síntomas, sin desaparecer, se habían atenuado y la presión de aquella fuerza desconocida sobre el intestino sólo actuaba bajo los efectos del hachís. En general, su cuerpo parecía recorrido por pequeños desarreglos fantasmales, como si la enfermedad buscara un lugar apropiado en el que asentarse y durar. Fue al médico en un par de ocasiones, pero acudió sin fe y no llegó a hacerse los análisis que le recomendaron.

En ocasiones recordaba el suceso de la guardería y pensaba que en aquellos momentos había llegado a la frontera de algo sin retorno, pero el hecho de haber sabido detenerse en el límite le daba una seguridad que a veces le parecía gratuita y a veces no. Como pasaba mucho tiempo en casa, decidió despedir a la asistenta, pues comenzó a parecerle un testigo incómodo, una presencia molesta que se movía por el hogar como la enfermedad por su cuerpo: sin producir grandes estragos pero haciéndose sentir en cada uno de los órganos, en cada una de las habitaciones por donde pasaba, como un dolor que se oculta temporalmente bajo los efectos de un fármaco, pero cuya presencia -aunque escondida- posee cierta capacidad de actuación. La casa, sin la asistenta, sufrió un deterioro perceptible, pero Enrique no dijo nada aunque comenzó a mirar con cierta aprensión las camisas apresuradamente planchadas por su mujer.

Elena había telefoneado a la agencia de detectives a los pocos días de aquel primer informe. Cogió el teléfono la misma persona de la vez anterior, con quien mantuvo una conversación estimulante.

– Su informe -dijo Elena- nos pareció bien, aunque excesivamente descriptivo.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó la voz. -Hablaba mucho de los movimientos de

la persona investigada, pero no entraba a valorar sus actitudes. Por ejemplo, cuando el informe dice que el sujeto objeto de la investigación leía un libro, nosotros queremos saber qué libro leía. Nos interesan cosas de su carácter y no sólo una relación de movimientos. El informe, por ejemplo, acierta cuando se atreve a aventurar que la disputa entre los supuestos adúlteros es de carácter amoroso. ¿Me comprende?

– En principio -respondió la voz algo insegura- nuestro trabajo no consiste en emitir juicios; no obstante, si seguimos adelante con la investigación, hablaré con el detective para que sea más explícito.

– No queremos que sea más explícito, queremos que sea más atrevido, aunque el investigador se implique personalmente en lo que cuenta. Un detective no es sólo una voz; tendrá cuerpo y edad y sentimientos respecto a lo que ve. ¿Comprende?

– Podemos intentarlo -añadió la voz con un tono de seguridad que sonaba a hueco.

Elena encargó entonces un informe global sobre Enrique que recogió a los pocos días en el apartado de correos. Lo leyó en la cama, con placer, a la hora de la siesta. Decía así:

El sujeto objeto de la investigación tiene cuarenta y seis años, los mismos que este investigador, aunque podría aparentar cuarenta y uno, al contrario que este investigador, que representa cuarenta y nueve. Se llama Enrique Acosta Campos y es directivo de una empresa de «cónsulting» que ha cambiado tres veces de nombre en los últimos cinco años sin modificar por eso su domicilio social. Todo parece indicar que se trata de una empresa fantasma, ligada a determinados círculos del poder, político, que tras efectuar operaciones de gran envergadura económica desaparece para emerger al poco bajo unas nuevas siglas. En el último año han hecho dos operaciones importantes, una con el Ministerio de Industria y otra con el de Sanidad y Medio Ambiente. En ambos casos se trató de estudios de mercado, o algo parecido, a los que este investigador no ha tenido acceso. En el caso de que nuestro cliente necesitara más información sobre esta empresa, que ahora se llama Nuevos Mercados, S.A., sería preciso subcontratar los servicios de una agencia especializada, pues ya decimos que posee numerosas ramificaciones -algunas de ellas con una multinacional de publicidad- difíciles de probar y a través de las cuales el dinero circula de forma subterránea hasta desaparecer, aunque ignoramos dónde y en qué cantidades. El sujeto llamado Enrique Acosta vive bien, aunque sin ostentaciones, y pasa mucho tiempo de su jornada laboral en la calle, realizando contactos que lo llevan de un ministerio a otro. Es posible que tenga intereses económicos en Venezuela y México, adonde ha viajado con alguna frecuencia en los últimos meses. Raro es el día que no tiene un almuerzo de trabajo, siempre en restaurantes de élite frecuentados por empresarios y políticos.

Está casado con Elena Rincón Jiménez, de cuarenta y tres años, los que representa. Se trata de una mujer delgada, frecuentemente ojerosa, de la que apenas conocemos relaciones. Pasa mucho tiempo en casa, aunque en otro tiempo trabajó en el área creativa de una pequeña empresa de publicidad, ya desaparecida, que debió de ser filial de la de «Consulting» que entonces dirigía su marido. En cualquier caso la mencionada Elena Rincón abandonó su trabajo antes de que esta empresa cerrara por quiebra aparente y posiblemente por razones de orden personal que no nos ha parecido de interés averiguar por el momento, aunque, como ignoramos a qué fines va dirigida esta investigación, es posible la comisión de errores en la valoración de lo que es importante y lo que no.

Ambos cónyuges poseen cuentas bancarias separadas, aunque la tal Elena no parece tener ingresos regulares, excepto los derivados de una serie de paquetes de acciones de diversas empresas cedidas posiblemente por el mencionado Enrique Acosta. En la cuenta de Elena Rincón se ha producido recientemente un ingreso sin cuantificar que procede de la venta de un piso que perteneció a su madre, ya fallecida.

Las relaciones entre ambos cónyuges son aparentemente de libertad e independencia mutuas. De hecho, él lleva una vida amorosa bastante irregular, aunque últimamente parece haber alcanzado algún grado de estabilidad sentimental con su secretaria. Es consumidor habitual de hachís y posiblemente de cocaína, pero combate estos excesos acudiendo regularmente a un gimnasio cercano a su despacho donde practica los cuidados corporales de moda.

El matrimonio tiene una hija de veintidós años, llamada Mercedes, casada desde hace dos años y con residencia en Madrid. La mencionada Mercedes Acosta apenas se relaciona con su madre, pero se ve frecuentemente con su padre, de quien recibe dinero de forma más o menos habitual, y con quien parece mantener unos lazos de afecto que no guardan relación, en apariencia, con estas ayudas económicas. Por cierto, el libro que leía Enrique Acosta en Alicante se titulaba La Metamorfosis.

Elena había guardado el informe en el cajón de la mesilla, junto al diario de su madre y después había intentado dormir inútilmente. Estaba excitada y divertida por el horizonte que se abría ante su vida con esta investigación. Dio varias vueltas en la cama y al cabo se incorporó y tomó el último cuaderno -el numerado con el seis- del diario de su madre. Había pensado leer el final, pero decidió no hacerlo, como si todavía no hubiera llegado el momento, como si se encontrara inmersa en una cadena de sucesos significativos en los que era importante conservar la calma y atender cada cosa en su momento para que en el orden de la cadena no se produjera ninguna disfunción. Guardó, pues, el cuaderno en la mesilla y encendió un cigarro que saboreó lentamente, observando el juego de luces que el reflejo de la ventana producía en el techo. Era indudable que pensaba, pero su cabeza, más que producir ideas, elaboraba el cauce por el que éstas deberían discurrir en el futuro inmediato.

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