Juan Millás - La soledad era esto

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Premio Nadal 1990
La soledad era esto o cómo incorporar en un libro los más genuinos saberes y reflexiones de la literatura contemporánea. Por medio de un sutil entramado de voces narrativas, la novela cuenta la historia de una mujer -Elena Rincón- que a partir de la muerte de su madre inicia una lenta metamorfosis que a través del aprendizaje de la soledad le conduce a la liberación. Juan José Millás ofrece una desgarrada y contundente crónica de la vida de hoy, mostrando las actitudes de quienes, tras una militancia de izquierdas, han sustituido la ideología por las tarjetas de crédito. En esta novela la trama remite a un original análisis de los alcances de la ficción.

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Por la tarde fue a la oficina de correos y comprobó con una alegría teñida de malignidad que había un sobre en el cajetín contratado por ella el viernes anterior. Lo recogió y con él en la mano paseó al azar por las calles buscando siempre la acera donde daba el sol. De este modo llegó a Clara del Rey, donde entró en una cafetería de la que era habitual. Pidió un té y abrió el sobre. El informe estaba escrito a máquina y junto a él había una foto, obtenida con una Polaroid, en la que se veía a su marido paseando por una playa de la mano de una mujer joven. Aunque la foto estaba tomada desde una distancia considerable, Elena reconoció en la mujer a la secretaria de Enrique. Sonrió con superioridad sorprendiéndose de que aquella imagen, más que irritarla, le produjera cierta sensación de alivio. Las historias vulgares solían reconfortarla, pues ponían en el mundo un orden al que ella se sentía ajena, pero que le servía de referencia al mismo tiempo. Tras contemplar la foto unos instantes, se decidió a leer el informe:

El sujeto objeto de la investigación comenzó a ser controlado por el personal de esta agencia a partir de la media tarde del viernes día 26, pese a que el ingreso destinado a cubrir la provisión de fondos no se produjo hasta la mañana del sábado 27. El responsable dé esta agencia tuvo en cuenta, pues, que los bancos no abren por la tarde, limitación que sin duda impidió realizar la operación en el momento inmediato sucesivo a la contratación, vía telefónica, de nuestros servicios.

A las 18,00 horas del día señalado, el sujeto abandonó las oficinas de una empresa de «consulting» situada en la confluencia de las calles Islas Filipinas y Julio Casares, donde supuestamente trabajaba, y se dirigió en su coche al aeropuerto de Barajas. Tras dejar el automóvil en el «parking» del citado aeropuerto se dirigió a los mostradores de facturación de Salidas Nacionales, donde se encontró con una mujer de unos veintisiete o veintiocho años, morena, menuda, de larga melena, con la que al parecer había concertado previamente este encuentro. Se saludaron con un beso que, más que familiaridad, denotaba la existencia de una relación íntima, aunque esporádica, y tomaron el avión de las 20,30 que cubre el trayecto Madrid-Alicante. El avión, en principio, estaba completo y este investigador soportó una lista de espera siendo embarcado finalmente en el último momento.

Durante el corto vuelo al destino señalado, el sujeto objeto de la investigación y su acompañante, tras cerciorarse de que en los asientos cercanos no había nadie conocido, mantuvieron una actitud cariñosa que no cesó hasta tomar tierra. Una vez en Alicante, alquilaron un coche dirigiéndose en él a un hotel situado en la playa, a unos 20 kilómetros al norte de la ciudad, donde pernoctaron las noches del viernes, sábado y domingo y en una de cuyas habitaciones -la 334- pasaron la mayor parte del tiempo, pues sólo salían al atardecer para pasear por la playa, recluyéndose después en su habitación, donde solían cenar y comer, además de desayunar. Durante estos paseos no era infrecuente que el sujeto objeto de la investigación liara un cigarrillo, suponemos que de hachís, que se fumaba solo, pues observamos que su acompañante, pese a los requerimientos del sujeto, no quiso hacer uso de la droga que se le ofrecía en ningún momento.

La mañana del domingo, por alguna razón, el sujeto pasó algún tiempo solo en la recepción del hotel. Una hora aproximadamente. La dedicó a la lectura de un libro que guardó en el bolsillo de la chaqueta cuando ella bajó de las habitaciones. Parecían dispuestos a acudir a algún otro sitio pero, ya en la calle, tuvieron una discusión y regresaron al hotel encerrándose hasta el atardecer en la habitación. No fue posible recoger los términos de la mencionada disputa, puesto que la premura con que fue encargado este seguimiento impidió al investigador dotarse de micrófonos direccionales y otros sofisticados medios que, aunque encarecen esta clase de investigaciones, permiten matizar mejor nuestros informes. En cualquier caso, dada la experiencia del investigador, no dudamos en afirmar que se trató de una discusión amorosa, característica en las situaciones de infidelidad conyugal por la doble presión -social y de conciencia- que padecen los adúlteros, incluso cuando llevan a cabo su delito en lugares alejados de su residencia habitual, como es el caso.

Regresaron a Madrid el lunes, en el vuelo de las 7.50 de la mañana, separándose al llegar al aeropuerto de Barajas, donde se dio por concluido el seguimiento. El sujeto tiene unos cuarenta y cinco años, viste bien y pagó la cuenta del hotel con tarjeta de crédito, lo que en las situaciones de adulterio no es habitual, a menos que su esposa no ejerza control alguno sobre su cuenta bancaria. Claro que la casada podría ser ella, aunque ambos portan en donde es costumbre alianza matrimonial.

Se adjunta foto instantánea de uno de sus paseos, ya descritos, por la playa. El hotel se llamaba Tropical.

Elena introdujo la foto y el informe en el bolso, pagó la consumición y salió. La tarde continuaba despejada aunque el sol comenzaba a declinar. Bajó por la calle Espasa hacia Corazón de María y llegó hasta el portal donde vivía su hija, pero después de dudar un instante siguió andando. La primavera y el informe habían producido en su cuerpo un optimismo liberador. Llegó hasta López de Hoyos y tomó un taxi para volver a casa.

Su marido ya había llegado. Intercambiaron unas frases de afecto y se fumaron juntos un canuto.

– ¿Cómo fueron las cosas el domingo? -preguntó Enrique.

– Bien -respondió Elena, que se había sentado en la butaca de su madre-. Me tocó la butaca y el reloj.

– No está mal -sonrió su marido-. Además, quedan muy bien ahí. Siempre me gustaron las campanadas de este reloj.

– Las campanadas y el tictac -añadió Elena.

– El tictac también -concedió Enrique.

Elena esperó a que el hachís focalizara sus efectos en la nuca, o quizá en la frente, y preguntó: ' -¿Tuerces que somos vulgares?

Enrique pareció ponerse en guardia, pero Elena calculó por el brillo de sus ojos y por el descenso que habían sufrido sus párpados que el canuto había comenzado a hacer estragos en su inteligencia. Finalmente respondió:

– Tú nunca has sido vulgar.

– Te pregunto por nosotros, no por mí. -No hemos sido vulgares gracias a ti.

– ¿Tú eres vulgar entonces?

– Yo quiero ser vulgar desde hace mucho tiempo -respondió Enrique con un tono que estaba entre la amargura y el resentimiento.

– ¿Porqué? -insistió Elena. -Porque deseo ser feliz.

Elena se levantó y se dirigió al mueble bar. Evitó la botella de coñá y cogió una de whisky. Le ofreció uno a Enrique. Estuvo a punto de confesar el descubrimiento del diario de su madre, pero pensó que su marido no merecía esa confidencia. Volvió a sentarse en la butaca, dio un par de sorbos y habló dirigiéndose al techo:

– Esta noche he descubierto por qué no soy vulgar. Verás, de pequeña soñé que hacía un hoyo en la playa y descubría una moneda. Pensé que si conseguía mantener el puño cerrado, con la moneda dentro, al amanecer seguiría en mi mano. Cuando desperté había desaparecido, pero esa misma mañana, en la playa, cavé un hoyo y volví a encontrarla. Por eso no me he sometido, como mis hermanos, a las imposiciones de la realidad, porque todavía creo que los sueños son realizables.

– Eso fue una casualidad -respondió

Enrique al tiempo que se incorporaba y encendía la televisión-. Voy a ver las noticias.

Elena permaneció en la butaca con las piernas cruzadas, apurando su whisky, hasta que sintió hambre. Entonces se incorporó y fue a la cocina con la intención de prepararse un bocadillo.

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