Carmen Gaite - Retahílas

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En Retahílas, el viaje que realiza una anciana al pazo familiar para morir, acompañada de su nieta Eulalia, y la llegada sorpresa de Germán, el sobrino de Eulalia, producirá durante esa noche un intenso diálogo entre los dos que dará lugar a seis monólogos, en los que cada uno reconstruirá y contará qué ha sido su vida hasta entonces.

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¿Por qué crees que te entiendo yo a ti ahora?; pues, por muy raro que te parezca, porque ya no me necesitas, eso no tiene vuelta de hoja. Y dirás lo que quieras, pero la sazón de hablar de tus angustias infantiles es ésta, esta habitación, esta noche, Juana ahí dentro dispuesta a salir a avisar de que se nos acabó la conversación, y los árboles fuera con la luna, los libros por el suelo, toda esta espera del amanecer, saber que está al llegar la muerte en su caballo, y nosotros así como estamos sentados, tú con tu edad de ahora y yo con mis errores y fracasos a cuestas, oyéndote desde ellos, confluyendo a tu hilo desde el mío, que por eso te entiendo y te escucho; no, Germán, no viene a destiempo el discurso, qué va a venir, discurre hoy porque hoy puede, porque su tiempo y su lugar de venir eran éstos, y la prueba la tienes en que se teje bien. Si hubiera acudido desde la India a los pies de tu cama, pobrecito, una de aquellas noches en que tanto sufrías y me invocabas tanto, no habrías hecho más que llorar abrazándote a mí, pero yo no habría abarcado ni entendido tu tristeza porque estaba en bruto, era algo que padecías, en lo que te ahogabas y que sólo al cabo de tu valentía para aguantarlo has sido capaz de elaborar, no cabe el análisis en carne viva; tal vez habría conseguido aplacar tu hambre de cariño, aunque tampoco creo, era demasiado egocéntrica por aquellos años, pero en fin, lo que sí te digo es que no hubiéramos hablado como hoy.

Yo era otra, Germán, compréndelo. Ahora, según te escucho y revivo el torbellino de mis experiencias, entusiasmos y viajes durante esos años en que tú me necesitabas tanto, pienso que cuántas horas habría podido dedicaros a la niña y a ti, me parecen absurdos mis proyectos cambiantes, mis inquietudes políticas, mis múltiples estudios comenzados y tantas amistades sin granar, pero lo pienso ahora, cuando he sido capaz de contratar una ambulancia y traerme a la abuela a morir a Louredo y mirarle a Juana a la cara, cuando llevo más de un año haciendo revisión de mis errores y aguantando a pie quieto la soledad; la tuya de esos años me duele como los hijos que me negué a tener y que ahora desearía, echo de menos todo lo que no he sido capaz de dar. Pero lo echo de menos esta noche, la del traje de pana que vino con el hombre retraído y que no le dejaba meter baza poco caso te podría haber hecho y poca compañía, le gustaba brillar, fascinar, dejar huella en los demás, y la compañía es otra cosa, creo que hiciste bien al no mandarme nunca aquella carta. Si me hubieras pillado en un momento de acorde generoso puede que le hubiera dicho a Andrés: "Nos traemos una temporada al hijo de mi hermano a que vea un poco de mundo, que parece que está triste", dinero teníamos entonces de sobra y él me habría secundado el arrebato porque solía aceptar mis caprichos, todavía se pliega desde lejos a ellos y nada me reprocha, le son bastante indiferentes las variaciones argumentales, él las llama quiebros, dice que de una situación cualquiera lo importante no son los quiebros que vaya dando sino el partido que se saque de ellos, o sea no propiamente lo que te pasa, ¿entiendes?, sino cómo lo enfrentas y te ejercitas a través de ello. Todavía este invierno me lo dijo, la última vez que nos vimos: "Haz lo que quieras, Eulalia, viaja, diviértete, por mí como si te vas a vivir con un grupo de bantús, pero que no te desaproveche; en la situación más disparatada tú pon siempre a salvo la neurona, esta franjita de aquí, ¿estamos?", y se hizo una raya horizontal en la frente así con el índice y el pulgar mientras me miraba con bastante sorna. Y me cortó. Yo llevaba un rato haciendo exhibición de lo bien que lo paso y de la gente nueva que conozco, le había empezado a dar nombres y detalles de vidas ajenas, me estaba embalando y a él eso de que le hablen de personas desconocidas, igual si se las ponen por las nubes que a los pies de los caballos, no le produce la menor curiosidad, le gusta hablar de cosas, pero de personas le aburre, dice que es como si le estuvieran leyendo la guía de teléfonos, y aparte de que, conociéndolo como lo conozco, no me explico cómo había yo caído en una torpeza tan grande, es que toda la entrevista estaba montada sobre una mentira, porque precisamente en aquella fiesta de fin de año donde me encontraste oí decir que a Andrés se le veía en todas partes con una alumna suya y desde entonces me habían entrado unos celos furiosos y estaba buscando un pretexto verosímil para verle, no encontré otro que el de que me firmara unos papeles, muy verosímil no era, desde luego, porque de todos los asuntos prácticos se ocupa un amigo abogado debido a nuestro desorden, y que yo me preocupe a estas alturas de llevar y traer papelitos, por importantes que sean, le puede extrañar a cualquiera que me conozca un poco, pero al final pensé: "Si nota que tengo ganas de verle, que lo note, ya me encargaré yo de que le guste y se divierta conmigo", y fui a la cita con una capa de terciopelo verde que me compré exprofeso, pero aunque me sentaba muy bien era un poco demasiado espectacular para media tarde y además es muy pobre tener que recurrir en casos así a comprarse ropa nueva, de vaqueros habría tenido que ir, lo pensé ya en el coche, no sé si porque la capa era incómoda para conducir o porque un fontanero me había dicho al salir de casa: "Adiós, Drácula", las dos cosas influirían para hacerme desconfiar de aquella prenda tan aparatosa, me acordé de lo que decía tu madre del barroco, sólo se viste uno con ropajes así cuando quiere cubrir un vacío y no está seguro de su propia capacidad de captar la atención ajena a base de palabras mondas y lirondas, es síntoma de tenerlas algo enfermas. Y las mías delante de Andrés lo estaban, lo vi en seguida, tenía que estar preocupándome de ellas como de un rebaño anquilosado y cobarde y a él se le notaban esfuerzos de atención; yo conozco de sobra la expresión de una cara cuando escucha bebiéndose mis palabras, tú esta noche, a ratos, me miras de esa manera y Andrés miles de veces, solía decir que sólo lo que yo le contaba le parecía verdad y cuando me callaba me alentaba con un gesto:… "¿Y?…". Bueno, pues esa tarde no, mientras me la quitaba, me miró la capa de reojo y pudo pensar que era elegante, ¿y qué?, pero yo no estaba logrando divertirle ni poco ni mucho; y entonces como reacción es cuando me salió esa veta agresiva y facilona de contar aventuras personales, rodeos para darle celos en vez de preguntarle por las buenas que quién era aquella chica con la que le veía todo el mundo, en fin lamentable, el expediente más barato que se puede dar entre personas que se han querido bien, porque además es que le estaba metiendo mentiras, yo qué le voy a sacar partido ahora a lo que hago si me aburro en todas partes como un tigre, y él se dio cuenta, claro, ese juego no lo admite, es por lo que me cortó. La frase de "tú pon siempre a salvo la neurona" con el signo que se hizo en la frente era como echarme la barrera, es una expresión que usábamos en tiempos para criticar a la gente rutinaria y cerril, quería decirme: "venga ya, mujer, no me cuentes tonterías", y cuando Andrés corta juego no hay manera de volver a coger la baraja, una conversación que le molesta oír no se la suelta nadie, así que, como lo conozco, ya me quedé sin saber qué tema atacar, reducida a disimular mi creciente incomodidad, a comentarios banales sobre política, a preguntarle por amigos comunes que maldito lo que me importan, por su trabajo en la Universidad, a pedir otra copa, al pitillito, y él encendiéndome uno tras otro totalmente impenetrable y tranquilo, o por lo menos eso parecía; yo me agarraba aún, en breves ráfagas de aliento, a la sospecha de que mis nuevas amistades pudieran despertarle celos y que por ese motivo prefería que no se las mencionara, pero eran ganas de agarrarse a un clavo ardiendo, Andrés nunca ha sido celoso y además la indiferencia con que se estaba comportando parecía cualquier cosa menos ficticia, me había dicho en seguida de vernos que a las seis se tenía que ir y el reloj ya lo había mirado con disimulo dos veces; yo me acordaba de que unas horas antes, mirándome al espejo después de un baño largo, me había dicho: "O poco soy y valgo o me estoy con Andrés hasta la madrugada, hasta que sea yo la que me aburra de él", esas jactancias solitarias son siempre un poco suicidas porque luego el terreno que vas perdiendo minuto a minuto te parece mucho más irrecuperable y ya no puedes dejar de pensar que el otro se va a ir, que está pendiente de la hora, o sea que el tiempo se convierte en una pesadilla, empieza a poder más que tú, cómo vas a pactar con él ni a estar mínimamente cómoda si es un enemigo, y ya nada, deseando largarte, todo lo que dices te parece relleno para demorar la despedida que te amenaza. Así que cuando me levanté del bar donde estábamos me había dado por vencida en el empeño de crear un clima grato y atractivo que nos hiciera olvidarnos del tiempo y de aquella cita suya, de sobra comprendía que era como retirarse de un examen, pero no podía resistir mi crescendo de sosera y de impotencia, me levanté de repente, de una forma brusca: "Vámonos", por lo menos ser yo misma la que pusiera fin a aquel suplicio, ni siquiera esperé a que él acabara de pagar, no podía, salió detrás de mí: "Pero bueno, espérame, ¿qué te pasa?". "Nada, que también a mí se me hace tarde", iba andando un poquito delante de él y el aire frío me hacía revolear los bajos de la capa, le he tomado una manía horrible, no me la he vuelto a poner. Llegamos a mi coche, le di un beso en la mejilla, de esos que luego al recordarlos no te han dejado sustancia ninguna, que ni siquiera has aprovechado la cercanía para reconocer un olor suyo: "Ciao, nos llamamos", él una frase así no la habría dicho nunca porque no soporta la cordialidad convencional y además porque está visto que no me pensaba volver a llamar, me miraba imperturbable parado allí en la acera mientras yo sacaba las llaves del coche procurando que las manos no me temblaran, estábamos en Rosales, qué puesta de sol más maravillosa había, el cielo malva y helado como si se hubiera vestido de fiesta no sé para quien, y a pesar del nudo que tenía en la garganta aún fui capaz de preguntarle si quería que le dejara en algún sitio, él nunca ha sabido conducir, dijo: "No, voy aquí cerca, gracias", no sé dónde iría, es lo último que me dijo, la última vez que lo he visto, el 7 de enero.

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