– ¿Para qué te has puesto este vestido?
Ella repitió que se lo estaba probando y pensaba en lo bonita que hubiera estado para él. Aquellas palabras se las había dicho muchas veces.
Samar sentía sus brazos alrededor del cuello. Brazos fríos, redondos, firmes. Comenzaba a sazonar en ellos la primavera. Se escapaban de las manos y la carne crujía como las manzanas. “Lucas, sol.” Él la abrazaba, pero sin alzarse sobre la tormenta de sus encontradas reflexiones. Le preguntó:
– ¿Te enteraste de lo que ocurrió ayer al marcharme?
Ella se separó y se la vio concentrarse en una repentina angustia. Balbuceaba:
– Cuando oí los tiros creí que podías ser tú la víctima. Te vi huir. Un hombre se moría debajo de mi balcón. Samar se encogió de hombros:
– Había puesto a la policía en antecedentes de lo que hacíamos. Era un traidor y los traidores deben morir.
Entonces vio Samar que Amparo iba a hablar y no sabía con qué palabra comenzar. ¡Ella, que nunca meditaba las palabras! Amparo consiguió, sin embargo, serenarse. Samar leía en el fondo de sus ojos cuando los podía escudriñar y cuando, como ahora, los hurtaba leía todavía mejor.
La angustia de Amparo era, con el traje de novia, una angustia cinematográfica. Pero ¡qué graciosa en su armonía!
Amparo se mantenía serena y firme otra vez.
– Yo -decía- veo el mundo así. Primero nosotros y después todo lo demás.
Fuera del recinto de aquel pabellón, en la calle, en el ambiente de Samar, lo imposible no existía. Todo era posible, todo era superable. ¿Y ella? ¿Y ella? Una voz que hubiera gritado “¡imposible!” se hubiera visto ahogada por las olas de una embriaguez siempre creciente.
Samar echó atrás la cabeza para mirarla. Tenía en sus brazos una gavilla de flores silvestres y su cabeza estaba ebria de una alegría virgen que no había tenido nunca. Ella repetía, con un rumor desesperado en su garganta: “Imposible”, y buscaba los labios de él y se ceñía a su torso y a sus piernas. No era la mujer. Ni siquiera una mujer. Lo mismo que “siempre" vencía al tiempo y “más” vencía al espacio, ella en sus brazos era un infinito negativo, un infinito hacia atrás: un “menos infinito”. El cuerpo se vengaba de los sueños realizándolos todos en un instante y Samar sentía que algo estallaba dentro de su conciencia y se hacía luz y lo incendiaba todo.
De pronto ella se desprendió de sus brazos:
– Ven.
Él siguió los pasos de Amparo por la alfombra que trepaba zigzagueando en las escaleras y luego creyó diluirse y desaparecer otra vez entre la triple blancura del traje de novia, de la carne de novia, y de la noche de mayo. Pero esta vez sin volver a salir a la luz de las ambiciones, los sacrificios a la luz de las cosas que son y pasan y morirán. Negándose y negándolo todo. Samar pensaba al entrar en el cuarto de ella: -Aun podríamos salvarnos los dos.
El veneno todavía era una delicia. Después celebraron sus fiestas de primavera sin sorpresa, sencillamente, sin lágrimas, con una pasiva embriaguez en ella y activa en él. Samar no recordó, nunca nada relacionado con aquella noche. Ni si fue una noche o uno de tantos sueños de una noche o la sombra de un atavismo de sus bisabuelos, o el día de su propio nacimiento, o del triunfo de la revolución que todavía no habían hecho. Sabía que en los últimos instantes del recuerdo de ella aparecía un hombre asesinado al pie del muro y unos ojos femeninos espantados que decían:
– Como no lo recogieron hasta la madrugada, aquella noche tuve miedo.
Fau estaba en el fondo, mugiendo. Pero concretamente no recordaba ya nada más, como no fueran aquellas palabras cuando se disponía a huir del pabellón y probaba a huir de sí mismo llevándosela a ella en los labios. Samar no hablaba. Se la quería llevar, hecha perfume, en los pulmones y sorbía en sus labios. Amparo dijo lanzándole el aliento al paladar y a la garganta:
– Es la última vez que nos vemos.
Seguía Samar devorando sus labios. Luego se desprendió y huyó. Desde el balcón, ella agitó la mano en el aire. Con el camisón de novia era el fantasma floral de mayo. Vio a Samar junto al muro atisbando la vigilancia. Ella volvió a decir:
– Es la última vez.
Samar no podía comprender. Si hubiera comprendido, aquello le habría parecido de un romanticismo idiota.
XXII. LA MAGIA DEL FUTURO. DISCURSO DE LAS ALMAS Y LOS EXTRAS. (HABLA UN SER ANÓNIMO)
Esta clase de sujetos, los extravagantes, andan siempre buscando la cuadratura del círculo. Suelen pertenecer al sindicato de Oficios Varios. OV. Estas iniciales podrían aludir a los ovarios femeninos. O al orden venéreo (que sería algo parecido). Pero dejémonos de virguerías.
Los del distrito del Viaducto nos habíamos replegado sobre la Casa de Campo. Se diría que la Casa de Campo es un chalet coqueto para pasar los fines de semana con la furcia o calandraca o suripanta o pescueza de turno, pero es un parque medio natural, medio cultivado, cuyo perímetro no se podría recorrer a pie en un día entero sin extrema fatiga. Hay colinas, valles y un lago con peces, donde podría navegar un barco velero.
Y hasta un acorazado de sesenta bocas de fuego.
Por suerte no es fácil traerlo, el acorazado, al lago de la Casa de Campo, de otra forma estaríamos bien jodidos. Por el momento estamos solamente jorobados. Hay una diferencia eufemística: jorobados. Estas diferencias le gustan a Samar, que sabe calibrarlas en lo que valen.
Anda enamorado Samar y siempre se enamora por las alturas, como dice Emilia, es decir, de mujeres de cierto suponer. Es verdad que esas mujeres comen mejor, se bañan con más frecuencia y de un modo u otro son más apetecibles. Pero el hecho de que Samar pueda en estos días pensar en esas cosas es ya la rehostia.
O como diría Cipriano, que es un compañero valiente y digno y algún día (si ganamos la batalla) podría dirigirnos a todos como podrían hacerlo también Durruti o Ascaso (y no digo Escartín porque al pobre lo han vuelto medio loco las cárceles y los calabozos de castigo). Samar es un teorizante con pocos arrestos o facultades para la acción. Y no es que sea cobarde, porque ha demostrado que los tiene bien puestos, pero en medio de una escaramuza o una batalla se pone a perorar como un cura en la pascua florida. O a mirar una mariposa.
Y cada cosa quiere su momento.
Hay el momento testicular, el momento cardíaco y el momento intelectual y si alguno los confunde peor para él. Samar pone demasiado énfasis en las tareas del coco, a veces. No digo que esté mal, pero hay que saber distinguir.
La noche anterior al sexto domingo la pasaron a la orilla del lago de la Casa de Campo, que cuando habla Samar se convierte en algo como el lago Tiberiades.
Y allí estaba Samar y también Star García, que parece su sombra. Y otros así como yo, que estoy en el uso de la palabra.
Star sigue interesada por ese intelectual burgués alumbrao que viene con nosotros como un turista aunque jugándose, a veces, la piel. Yo los oía hablar a Samar y a Star al pié de un árbol. Él no sabía que yo los escuchaba. Y Samar decía:
– Las mujeres sólo piensan en detener el tiempo y llevarse el machito a la orilla de la corriente y organizar allí su nido como las oropéndolas.
Eso de las oropéndolas no deja de tener gracia, verdad.
Le decía tantas tonterías Samar a la chica del difunto Germinal que yo no pude menos de intervenir:
– Que la mujer piense en el amor no tiene nada de extraño. Más piensas tú aunque lo disimules.
Entonces Samar soltó una rociada de tonterías. Sobre lo que él llama la magia del futuro. Más nos valdría dormir un poco y restaurar fuerzas para mañana, que buena falta nos van a hacer, pero a veces pienso que Samar no duerme nunca. Un buen luchador tiene que saber dormir a cualquier hora del día y de la noche, cuando hay ocasión. Lo mismo digo del comer. Bueno, lo que nos decía Samar, a Star y a mí (a mí, sin darse cuenta) era más o menos lo siguiente: “El amor no existe. Lo han inventado las mujeres cloróticas y los poetastros para compensar las frustraciones del sexo”.
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