Ramón Sender - Siete domingos rojos

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Siete domingos rojos (1932) es una de las primeras novelas de Ramón J. Sender (1901-1982) y también una de las más vigorosas de su extensa producción. Con abundantes dosis de reportaje, con no pocos ingredientes extraídos de su propia circunstancia personal, el autor traza las líneas maestras del anarquismo español en el periodo republicano, Samar, el protagonista, recuerda al propio Sender tanto por la pasión con que se inmiscuye en las luchas sociales de su tiempo como por el afán reflexivo mediante el que pretende distanciarse del torbellino de la historia para entenderlo mejor. Conviene recordar que hasta ahora no se había reeditado la primera versión de la obra. En los años setenta, fue publicada en varias ocasiones pero siempre con importantes modificaciones con respecto al texto original, como bien pone en evidencia la presente edición crítica.

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– ¿Cómo dices?

– Por falta de testículos. Ahora están enmendando la falta. En todo caso la montaña es castrense, el valle colonial. La montaña sueña y pelea y exige raciones al valle que trabaja y produce y trata en vano de hacer leyes civiles. En Aragón, donde tenemos el bajo y el alto y donde los ejemplos coloniales y castrense son de una elocuencia especial, la gente ha formado dichos y proverbios. En el aspecto psicológico no está de más recordar que el montañés típico es inseguro de carácter, aventurero, pendenciero, embustero y quimerista. Le gusta el contrabando, la caza, la guerra, la iglesia y el puterío. La aventura en el mar o en ultramar. El castrense montañés era el que encontraba sólo tres salidas en la vida española, iglesia, mar o casa real. El ribereño es hacendoso y de espíritu mas ordenado, es decir, un poco huevón, pero está despertando con nosotros. El montañés tiene tendencias autocráticas y el de la tierra baja democráticas. Por ley natural, claro. La mujer en cada caso suele inclinarse a lo contrario que el hombre. Los sexos bien diferenciados son una parte del buen orden natural. Y los campesinos del Alto Aragón dicen: Muller d'abaixo con home d'arriba, casa abaixo. Quieren decir que el montañés arbitrario y déspota y la mujer del valle acostumbrada a vivir del cuento y a hablar sin ton ni son con la obsesión de la comodidad y la fachenda arruinan el hogar. En cambio lo contrario resulta muy bien: Muller d'arriba con home abaixo, casa arriba. La mujer montañesa tiranizada por el hombre a través de las generaciones, cuando marida con el hombre de abajo laborioso, comprensivo y de buena pasta levantan la hacienda y se enriquecen. La montaña y el valle están muy bien diferenciados. Y la montaña es castrense en España, país de castillos.

– ¡Ya te atrapé! -dijo Emilia.

– ¿A mí?

– Va a resultar que te gusta que el labrador de abajo se haga rico.

– La propiedad de consumo me parece bien. No la de explotación o especulación. En eso yo disiento de Proudhon.

– ¿Quién es ese tío?

– El obispo de Alcalá.

– Ah -dijo ella con un respeto reverencial.

Samar continuaba hablando casi mecánicamente:

– El único campo de la vida española donde la síntesis de lo colonial y la castrense se ha hecho es el de la literatura. Los buenos libros, que no son muchos. Nuestros libros representan una síntesis en la que predomina lo colonial, es decir, lo substancial y radical español. Por eso -por esa síntesis- nuestra literatura vale la pena y por no haber sabido hacerla en su campo los políticos, nuestra política es puro estiércol. No es extraño, pues, que la literatura dé gloria y luz a España y la política desgracia, sombra y hediondez. El ejemplo mejor de esa síntesis de lo colonial y lo castrense es La celestina, que roza el prodigo. El Quijote repite el milagro aunque de un modo más corriente, por decirlo así, quiero decir más lógico y accesible, ya que Cervantes es un santo obligado a pecar, un héroe obligado a mendigar y un genio obligado a hacer morisquetas, a veces, en el mercadillo de los pequeños logros. Lo más triste es que él lo sabe. Sabe la miseria implícita en esas cosas mejor que nosotros. Casi toda la novela picaresca es también una síntesis.

– ¿Qué es una síntesis?

– El tercer término dialéctico: tesis, antítesis y síntesis.

– Vaya -dijo ella, impresionada.

– Hay en la picaresca mucha sátira venenosa contra la iglesia y contra la justicia legal, pero los demás aspectos de la vida española están tratados con una tendencia al entendimiento. El hidalgo hambriento del Lazarillo de Tormes no es un matamoros arrogante sino un hombre pobre que espera su oportunidad. Sonreímos leyendo esas páginas, pero sabemos que si a ese hidalgo que no tiene más que su espada lo ponen en condiciones adecuadas harán de él un Roger de Flor o un Paredes o un Gonzalo de Cordova. Un hijo de puta con estrella. El lazarillo lo presiente por instinto. La España colonial sabe también de heroísmos y de santidades. Sin ella no se hubiera conquistado América ni llevado alrededor del globo nuestro idioma. Lástima que la síntesis que hemos sabido hacer en la literatura desde el Arcipreste hasta Lorca no sepamos hacerla en la política. Aunque en eso estamos. Por un hecho curioso en las letras hasta los autores de naturaleza más castrense, como Calderón, daban su obra definitiva en el plano populista: El alcalde de Zalamea. En cambio, en la política moderna hasta los jefes de partido más coloniales (Azaña, por ejemplo) a la hora de la verdad se inclinan a lo castrense -Casas Viejas-, tal vez por el peso de una tradición de diecisiete siglos. Entre los políticos españoles había muchos escritores frustrados: Cánovas del Castillo, Maura y el mismo Azaña. Todos tienen una novela inédita y un drama sin estrenar. Pero si hicieran ellos en el campo de la acción política y de la organización y administración las síntesis que hicieron los escritores españoles, otro gallo nos cantaría. El pueblo español no tendría hambre ni padecería esclavitud. Hasta los místicos castellanos y más tarde el jesuíta Gracián lograron esa síntesis a su manera y por haberla logrado recibieron las coces de la España castrense o de la parte más castrense, más encastillada, de sus órdenes religiosas. El secreto es muy simple, como suele pasar con las cosas de apariencia complicada. Los escritores han sabido comprender la cosa (sobre todo los escritores de entendimiento más que de intelecto). Los políticos parece que se afanan y empecinan en todo lo contrario, en confundir el laberinto. Por otra parte, mientras el escritor se explaya el político deslinda, cerca y excluye. Cada político español que forma partido parece seguir una tradición castrense y construirse un fortín, donde se encierra poniendo el rifle en la aspillera. Yo creo que el día que bajen todos al valle, a la ribera, y sepan entender y hacerse entender de la España radical -de raíz- muchos de nuestros males estarán resueltos. Seremos felices o desgraciados, pero lo seremos todos juntos y trabajando en una misma dirección, si eso es posible aún. Ad majorem Dei gloriam. Y tú que lo veas, fémina dilecta. He dicho.

Emilia se puso a aplaudir y dijo con la mayor seriedad:

– ¡Qué culturón y qué pico de oro! Júrame que no les has hablado así a tus otras novias. A Star García ni a la burguesita hija del coronel.

– Star no es mi novia.

– Pero la otra sí que lo es.

– ¡Cállate!

– ¿Qué pasará si no me callo?

– ¡Que te daré en la boca! -dijo Samar, achulado y brutal.

– ¿Tú? -preguntó ella, escandalizada-. ¿Qué me darás?

Arrepentido y avergonzado Samar dijo:

– Un beso, tonta catequista.

– Pues dámelo.

– ¿Todavía quieres más?

– Eso, tú sabes. Nunca la deja a una saciada del todo.

– Bueno.

Pero Samar no se lo dio, porque era de los que decían que a las mujeres hay que dejarlas siempre con un poco de hambre insatisfecha. El hartazgo es malo en todas las cosas.

Allí se quedaron la mayor parte del día y por la noche se instalaron en un banco próximo, bajo los árboles. Samar se desató el cinturón y los zapatos, se acostó y puso la cabeza en la falda de Emilia.

No tardó en dormirse porque ella le acariciaba la cabeza suavemente con las puntas de los dedos.

– Este ha sido un verdadero domingo -decía él.

– ¿Rojo?

– Rojiblanco, más bien. Pero muy dominical, es decir, especialmente soleado. Porque dóminus quiere decir el sol. El domingo es el día del sol. Y también del Señor. Tu religión es heliosistica, como todas, y adora el sol. Dóminus es el sol.

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