Ramón Sender - Siete domingos rojos

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Siete domingos rojos (1932) es una de las primeras novelas de Ramón J. Sender (1901-1982) y también una de las más vigorosas de su extensa producción. Con abundantes dosis de reportaje, con no pocos ingredientes extraídos de su propia circunstancia personal, el autor traza las líneas maestras del anarquismo español en el periodo republicano, Samar, el protagonista, recuerda al propio Sender tanto por la pasión con que se inmiscuye en las luchas sociales de su tiempo como por el afán reflexivo mediante el que pretende distanciarse del torbellino de la historia para entenderlo mejor. Conviene recordar que hasta ahora no se había reeditado la primera versión de la obra. En los años setenta, fue publicada en varias ocasiones pero siempre con importantes modificaciones con respecto al texto original, como bien pone en evidencia la presente edición crítica.

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– ¿Qué queréis, pues?

Contestan cien voces:

– ¡El poder!

El burgués se retira rascándose la nariz y repitiendo:

– ¡Estos saben lo que piden, carajo! ¡El poder! ¡No es nada! Ahí está el poder. Está a la intemperie y mal defendido. No hay más que llegar y cogerlo. ¡Saben lo que piden, carajo!

El viejo está un poco “chirene”, con sus ahorritos y su Sabino Arana. El Comité Revolucionario no tiene atribuciones sobre el alacrán bilbaíno, pero en el terreno de la lucha coincidirán. Samar mira con melancolía ese rincón, obediente a un partido proletario, y quizá con deseos de contraponerle otra realidad baja hacia Aragón, Rioja y Navarra. Reside la Regional en Zaragoza. Tierra calcárea, resbaladiza. Actúa en contacto con Barcelona, en contacto con Madrid. He aquí el insecto que ha caído de la rama de un árbol y pasea sus anillos por la zona azucarera y sube después hacia Monegros. El Ebro es apenas una hebra de acero.

Alguien pregunta desde el balcón del solanar:

– ¿Se puede saber qué queréis?

Claro que sí. Se puede saber. El burgués insiste:

– Decid lo que queréis y si es bueno todos iremos allá.

Ríen los obreros. Los sindicatos de la Regional están bien nutridos, y hay unanimidad y entusiasmo. El gusano está firme sobre sus patas y desplegará un día sus alas. Luego las dos Castillas. Hay en ellas una salamandra blanca, plateresca, con el rabo en Segovia y el morro en Zamora, aletargada y soñolienta. Germinal, Espartaco y Progreso yacen ahí abajo, junto al Guadarrama, debajo del vientre viscoso del animal. ¿Qué decir de Castilla? Samar se siente en ella, en su entraña. No se le ocurre nada porque Castilla es él mismo y no es dado a la introspección ni a vaticinarse a sí mismo porvenires ni siquiera a jugar con interpretaciones de su vida pasada. “Soy yo”, se dice, como se lo debe decir un árbol o una piedra o una nube. Pero reflexiona sobre un Madrid futuro sin funcionarios, descongestionado por la vuelta al campo, a las minas, a las provincias lejanas. Enamorado de Madrid, quisiera en él una relativa soledad de aldea. España, república federal de trabajadores, y su capital en Lisboa. Recuerda que al amanecer, en el instante de las medias luces, ha hecho a veces juegos de sugestión y ha conseguido merced a ellos una evidencia extraña: la evidencia de que eran las siete de la tarde. No el amanecer, sino el atardecer. Un atardecer con las calles desiertas, con los portales y los comercios cerrados, con la población recluida en casa, alejada del pánico; un Madrid abandonado o un Madrid derrotado definitivamente por la revolución. El campesino se había llevado en rehenes al director general, al obispo y al honrado comerciante. Madrid quedaba, sin ellos, admirable en su dulce soledad civilizada, culta, limpia. Un día… un día… Samar vuelve de sus sueños. Está en Madrid. Algo tiene esta mañana, soleada ya -vencidas las nubes-, del Madrid de mañana. La revolución se hace en Castilla, digna, altanera. Tiene empaque. Días pasados perseguía la policía a un compañero que se extravió después de intentar castigar, con otros, a los esquiroles de las fábricas de electricidad. Se cruzaron tiros. El compañero hirió a un agente o dos y recibió también un balazo. Pero continuó huyendo y disparando. Cuando se le terminaron las cápsulas y se vio acorralado, tiró el arma y contuvo con un gesto a los agentes mientras decía: -Bueno, ya basta. Os perdono.

España aparece otra vez a mis pies. Emilia la contempla desde la otra parte. Cree llevar el hijo en las entrañas y es feliz. -Mira, mi tierra.

Señala unas montañas hacia la raya azul de Málaga. Un poco más arriba dormita una lagartija menuda y vivaz. Abarca precisamente la regional levantina. Samar mueve la cabeza y reflexiona: “Muchas naranjas, muchas flores, mucho Oriente y mucha sal marina. Piensa que el Oriente se desasosiega lejos del mar y es en las estériles llanuras cubiertas de langosta parda donde hace su justicia o inventa su religión. Pero al lado del mar se le aquietan los nervios y se adormece en la esperanza, azul como los horizontes que cree tocar con la mano.

Vayamos a Andalucía del interior, con sus horizontes chatos y verdes o altos y blancos. Sierra Nevada no es blanca, sino de un gris azulenco. Toda España despoblada, sin carreteras ni ferrocarriles, España volcánica antes del primer árbol y del primer insecto, es igualmente gris o azulenca. En lo alto de Sierra Nevada hay una mariposa negra. La larva de Aragón tiene alas en Andalucía, pero son dos banderas negras, es un ala fúnebre y sombría. Sin embargo, el cuerpo de la mariposa tiene anillos rojos y las antenas son rojas al principio y negras en las puntas. -¿Qué habéis hecho? ¿Qué hacéis?

Andalucía es el campo y el campo es anarquista. Los compañeros de la Regional de Sevilla preguntan: -¿Y tú? ¿Adónde vas?

– Voy a un mañana mejor. No para mí: para todos. Samar tira la colilla sobre Vasconia. El fuego va a dar aproximadamente sobre Loyola, quizá junto al balcón donde Ignacio el petimetre solía asomarse. Si estuviera ahí -piensa Samar riendo- huiría con su pata coja o se asfixiaría como una rata. Luego se dirige a la mariposa negra:

– Igual que vosotros, no.

Toda Andalucía arde en un clamor de proclamas y petardos. Germinal, Progreso y Espartaco sonríen en la tumba, felices, mientras por los labios les andan las larvas que tendrán alas mañana, a flor de tierra. En Extremadura hay un saltamontes indeciso, que lo mismo vuela sacando del vientre ramilletes de colores como se queda quieto en tierra, con los codos en alto, esperando que lo aplasten.

Cerca de Portugal hay un extraño insecto. Tarda Samar en averiguar que se trata de una luciérnaga.

– Ese bicho -le dice a Emilia- da por la noche una luz verdosa.

Luego se fija en su emplazamiento.

– ¿Sabes donde está?

– En Castilblanco.

Una luz en Castilblanco, a la derecha de la España en sombras o bajo la luz de la Luna junto al agua pantanosa. Están Samar y Emilia acodados en la barandilla que circunda un mapa de España en relieve, al final de la arboleda de la Moncloa.

Ella señala hacia Baleares:

– Mira. El Mediterráneo.

– Si -dice él-. Ése es el mar de la civilización cristiana. El mar de Platón y de Jesucristo. Un mar febril y poético.

Tiene poca agua. Samar le dice a Emilia que vaya subiendo hacia Rosales. Luego se desabrocha y se orina entre Formentera y Valencia. El Mediterráneo ha aumentado considerablemente.

QUINTO DOMINGO

XIX. HABLA EL AUTOR SOBRE LA MAGIA DEL PASADO

Fue Samar a un teléfono público, hizo dos o tres llamadas sacando los números de un papel donde los tenía apuntados (simulando la clásica suma por si acaso la policía los apandaba) y volvió al lado de Emilia:

– No puedo ir a ninguna parte, ni tendré donde dormir esta noche.

– ¿A ninguna parte?

– Bueno, a la cárcel.

– ¿No te apetece?

Dijo que por el momento prefería quedarse en la Moncloa y a la noche dormir en algún banco próximo, con la cabeza en la falda de Emilia.

Por el momento se quedaron acodados en la gruesa baranda de hierros tubulares. Miraban el mapa de España en relieves orográficos y depresiones fluviales.

El Mediterráneo olía a nitrógeno, como se puede suponer. Nitrógeno renal y samariego.

– ¿Qué pasará si estoy preñada?

– Por el momento nada, pero un día parirás. Es lo más probable.

Ella se quedó meditando. Tenía un perfil ambiguo de chico un poco bobalicón.

– Es una responsabilidad traer un ser humano al mundo.

– Lo es.

– Sobre todo en España. En todas partes, mira ésta. Siendo hijo tuyo y mío será hermoso y genial. Genial por ti.

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