– No puedo, hay muchísimo trabajo atrasado y hoy tengo que salir antes.
– ¡Aja! Por ahí venía la cosa, tenemos fiesta. A ver, a ver si adivino. Con, ¿cómo se llama?
– Daniel.
– Eso, a que con Daniel no es.
– Frío, frío.
– Estaba cantado, semejante cambio no iba a ser para el marido. A ver, a ver, Antonio no es tu tipo, Octavio es impotente, ¿quién queda? ¡El jefe! ¿No habrás caído tan bajo, verdad?
– Antes muerta. Pero ¿por qué se te puso en la cabeza que tengo un programa?
– Porque tengo suficiente carretera como para distinguir a una mujer cuando intenta seducir y estás increíblemente seductora. Si no tuvieras ese compromiso, te invitaría a salir.
Elena está encantada con el juego. Hasta ese día Julián sólo le había dirigido la palabra para cargarla con trabajo extra, pedirle algún dato, en fin, toda su relación había sido laboral y teñida por un matiz de indiferencia. Un cambio exterior había bastado para pasar de ser un mueble de escritorio a un objeto de seducción. "¡Qué imbécil!", piensa Elena. "Me tiene aquí todos los días y apenas me mira, y basta con que me arregle un poco para que se me tire un lance, como si por haberme teñido el pelo estuviera dispuesta a hacer cualquier cosa. Pero qué pedazo de tarado." Decide seguirle la corriente.
– Te agradezco, a mí también me gustaría, pero no puedo. Otro día, ¿sí? Ahora, si me disculpas, no tengo más remedio que seguir con esto, me quedaré sin comer aunque esté muerta de hambre. ¿Qué le voy a hacer? -se mordió el labio inferior con una coquetería que a Julián le pareció irresistible. Un poquito más y ya la tenía en la cama. Un poquito más…
– De ninguna manera, belleza, usted no se quedará sin comer, a ver si se me desvanece y la tengo que besar para que despierte. Su servidor se encargará de traerle un sándwich de…
– Lo que quieras.
– Jamón y tomate?
– Dale.
– De jamón y tomate, entonces. En cuanto al trabajo, no se preocupe usted. Este caballero, aunque despechado, sabrá esperar su turno y, como prueba de admiración, le ruega acepte su ayuda para terminar con su pesada tarea.
Elena le dedica una sonrisa pícara y atrae una de las sillas hacia su escritorio mientras piensa: "No puede ser tan fácil, no puede ser tan fácil".
– ¿Ayudando a la compañerita? Me parece bien mientras no pierdan el tiempo en otras cosas, ¿estamos?
– Julián se ofreció a ayudarme porque hoy tengo que salir antes. Había olvidado decírselo.
– ¿Antes? ¿Cuánto?
– Una hora estaría bien. Tengo médico.
– ¿Y para ir al médico tanta pinturita? Dale, nena, que no nací ayer.
Elena se endereza en la silla y estira el cuello como un pavo real.
– Puede creer lo que quiera, pero la verdad es que tengo hora a las siete. Mañana le traigo el comprobante y listo.
– Sí, sí, cómo no. Una duda existencial: ¿el médico va a pasar a buscarte por aquí?
Ella no le contesta por no decirle la barbaridad que tiene atragantada, baja la cabeza y sigue con lo suyo. Julián le alcanza cualquier hoja y le pide que revise los datos antes de ingresarlos en la máquina. El jefe esboza una sonrisa cínica, de hiena, se limpia la saliva que habitualmente le moja los labios y entra en su despacho donde lo espera la foto de sus hijos, relucientes desde la inercia de un portarretratos.
– Cerdo inmundo, larva, bazofia, cucaracha, degenerado, bola de grasa, cerdo…
– Eso ya lo habías dicho.
– Da igual, me quedo corta. Pero ¿a quién le ganó este gordo? Si está aquí es porque, porque, vaya a saber uno por qué.
– Porque es un alcahuete y punto, y los de arriba necesitan gente así, que les lama las medias. Además, se aseguran que los empleados cumplan. En el fondo es un mejillón de bidé.
Elena suelta una carcajada.
– Qué linda risa, suena a cascabelitos.
– Me gustó lo del mejillón.
– Es claro. El pobre es un infeliz al que han hecho creer que vale algo, y todo para qué. Para que se sienta en deuda, los mantenga al tanto de cómo van las cosas por aquí abajo y de paso, se crea un poco dueño y defienda la empresa. ¿Notaste que habla de "nosotros" cuando se refiere a las grandes decisiones? A fin de mes cobra exactamente lo mismo así haya vendido a un empleado o no. Lo más triste para esta gentuza es que terminan recibiendo una bien merecida patada en el culo. ¡Que se muera!
– ¡No! Eso es muy fuerte.
– Se lo merece por andar complicándole la vida a los demás.
– Sí, ya sé, pero la muerte, la muerte es algo terrible, para siempre, no hay vuelta, se termina todo, los hijos, los afectos, todo. No, con eso no se juega…
– ¡Epa! ¿Qué pasa? ¿Toqué una tecla floja o me parece?
– No, es que es demasiado desearle eso a alguien, por más que sea una ruina humana como este tipo.
– Bueno, que no se muera pero que reviente.
– ¿Seguimos con lo nuestro?
– Mmm, eso de lo nuestro sonó lindo.
– No te hagas el loco y a trabajar que tengo que terminar antes de las seis y media.
– Claro, por lo del médico.
– Por lo del médico.
– Vamos, Elenita, entre compañeros…
* * *
El jefe tiene unos cincuenta años pasados y hace cuarenta que trabaja en el mismo lugar. Ingresó como cadete y, gracias a su primer gran servicio, a saber, denunciar a un compañero por haber llevado a pasear a su novia en el taxi en el que se trasladaba para repartir la correspondencia, fue inmediatamente ascendido por "los de arriba" y condecorado por sus iguales con la medalla de deshonor a la alcahuetería. ¡Como si eso le hubiese importado! ¡Mediocres! ¡Envidiosos que no aspiran a nada en la vida! A partir de entonces, la suya fue una carrera de obstáculos que sorteó sin dificultad ni remordimiento: hoy, la llegada media hora más tarde de Fulano; mañana, Mengano que se queda con el vuelto del franqueo; otro día, el romance de Zutana y Perengano que andan haciéndose arrumacos por los rincones. Y así cada una de sus acciones fue alentada hasta el día de hoy en que ocupa el cargo más alto al que puede aspirar y que, teniendo en cuenta su escasa inteligencia, es todo un logro comparable con el de ese mono que, según el informativo, puede contar hasta nueve.
De más está decir que su mujer lo dejó hace mucho y vive solo en un pequeño apartamento que, según él, es la delicia de las mujeres que recibe por bandadas. De guiarse por sus cuentos, cualquiera creería que la naturaleza lo ha dotado con algún adminículo extra. De otra forma, cuesta entender un rendimiento tan efectivo que, según dice, le ha permitido atender a cuatro señoritas en una sola noche. Pero el jefe, como todo ser humano, tiene su parte débil, el único asunto que lo vuelve algo tolerable: sus hijos. Los mellizos, "los melli", como él dice cuando los nombra y cuenta la última anécdota con orgullo de padre y le brillan apenas los ojos y hasta se diría que parece un buen tipo. "Los melli" son hombres ya, pero siguen conservando esa ternura casi mágica con que alguna mano divina toca a los niños Down.
* * *
Tres de la tarde. Lo dicen las agujas fosforescentes del reloj. El tiempo no pasa dentro de esa oficina. Elena siempre ha tenido la sensación de que las agujas se mueven con mayor lentitud cuando van desde y media a en punto, como si tuvieran dificultad en marchar cuesta arriba. Cada segundo puede sentirse, vivirse con conciencia. El segundero gira pastoso, siempre idéntica vuelta, la misma noria. Hay días en que se levanta y ya quisiera que fuera hora de acostarse. Abre los ojos y le parece que hace tan solo un instante que se durmió, que la noche pasó demasiado pronto. Casi que puede ordenar mentalmente todos y cada uno de los pasos que irá dando a partir de que ponga un pie fuera de la cama. ¡Cuántas veces deseó sentirse mal para no tener que levantarse! ¡Cuántas veces sintió culpa por querer sentirse mal! Ahora está pensando en ese deseo egoísta. Tal vez le haya llegado el momento; quizá de tanto desearlo se haya enfermado y la cama sea su destino y su final.
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