José Santos - La Amante Francesa

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Primera Guerra Mundial. El capitán del ejército portugués Afonso Brandão está al frente de la compañía de Brigada de Minho; lleva casi dos meses luchando en las trincheras, por lo que decide tomarse un descanso y alojarse en un castillo de Armentières, donde conoce a una baronesa. Entre ellos surge una atracción irresistible que pronto se verá puesta a prueba por el inexorable transcurrir de la guerra.

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Capítulo 10

Afonso no paraba de sorprenderse por la ingeniosa capacidad de camuflaje de la artillería portuguesa. Los cañones se escondían en hoyos distribuidos por los campos detrás de su sector, y la disimulación era tan eficaz que hacía ya dos meses que el enemigo no lograba detectar ni alcanzar una sola pieza del CEP. La Infantería 8 estaba actuando de apoyo a la línea de las aldeas en el sector de Laventie, por detrás de Fauquissart, y el capitán aprovechó la mañana tranquila para ir a observar un cañón Schneider-Canet de 7,5 centímetros que habían ocultado cerca de su puesto, detrás de la Rue de Paradis. La pieza de artillería permanecía disimulada dentro de un refugio al que los soldados llamaban «Elefante», un hoyo protegido por chapas de hierro onduladas y gruesas, de forma cilíndrica, ligadas por rinconeras y tapadas con tierra y vegetación, y cuya boca parecía un corto túnel que surgía del suelo.

– Que me caiga muerto si los boches consiguen encontrar esta alabarda -murmuró Afonso para sí, contemplando con admiración aquella obra de perfecto camuflaje.

Sintió pasos a la derecha y vio a Joaquim acercarse a la carrera con una hoja de papel en la mano izquierda y la Lee-Enfield balanceándose colocada en bandolera. El capitán fijó los ojos en la hoja y reconoció el Folhetim de Guerra, un impreso que los alemanes arrojaban regularmente a las líneas portuguesas a tiros de mortero y que caía a este lado en paquetes metidos en los proyectiles que los muchachos llamaban «ananás».

– ¿Y, Joaquim? -saludó Afonso-. ¿Traes ahí el Diario de Noticias de Berlim?

– Sí, mi capitán -confirmó el ordenanza, jadeante, extendiéndole el impreso-. Arrojaron esto esta mañana.

– Vamos a ver si es mejor que el mulero de las trolas -comentó el capitán con ironía, refiriéndose a la forma en que era conocido el boletín diario de las operaciones emitido por el CEP. Cogió la hoja, con el título Folhetim de Guerra bien visible en la cabecera y abajo todo el texto redactado en portugués-. Déjame ver esto.

Corría el día 25 de enero de 1918 y la hoja era del 30 de diciembre. Era un ejemplar atrasado, pero traía novedades. El primer titular anunciaba de manera muy destacada que había una «desmovilización de las tropas en Portugal» y que sólo se exceptuaban las «tropas portuguesas que se encuentran en los diversos teatros de guerra». El capitán estudió el estilo de la redacción, lo que hacía siempre que echaba un vistazo a un ejemplar como aquél, y reforzó su convicción de que el redactor del texto era alguien que había vivido en Portugal. O era un portugués o, si no, se trataba de un alemán que conocía a fondo la lengua portuguesa. El tema se discutía mucho entre los oficiales, divididos entre las dos hipótesis. Afonso pensaba que se trataba de un compatriota, probablemente un prisionero de guerra, pero también podía ser un monárquico, ya que era conocida la simpatía que muchos monárquicos sentían por Alemania. Sin llegar a grandes conclusiones en aquel instante, pero siempre atento a los detalles que pudiesen ofrecerles nuevos indicios, el capitán pasó a la segunda noticia, la cual, bajo el titular «Portugal y los aliados», informaba de la existencia de malas relaciones entre el nuevo Gobierno de Sidónio Paes y los Ejecutivos de Londres y París; indicaban que «Inglaterra se opone con todos los medios a todo cuanto el nuevo Gobierno resuelva». La sospecha de que el autor del texto era un monárquico portugués se atenuó a través de la lectura de otro tramo de la misma noticia, especialmente la referencia a la restauración de la Monarquía, proyecto que, según la hoja alemana, «ni los propios monárquicos portugueses apoyarían, sabiendo, comprobado está, que el joven rey don Manuel se halla completamente en manos de los ingleses y avasallado por ellos». Este ambiguo fragmento ofrecía el indicio de que el autor del texto podría no ser un monárquico. Es cierto que muchos monárquicos simpatizaban con los alemanes y se mostraban críticos con el Rey en el exilio, pero acusarlo de ser un vasallo de los ingleses parecía demasiado fuerte. Ahora bien, si el autor del panfleto no era un monárquico, reflexionó Afonso, sólo podría tratarse de un prisionero, seguramente un oficial. Meditó un breve instante sobre qué llevaría a un militar a traicionar de aquella forma al país y, dándose cuenta de que no tenía respuesta porque no conocía las circunstancias en que se encontraba el traidor, volvió a la hoja. La tercera noticia, «Un éxito alemán en África», narraba un combate en Mozambique entre fuerzas alemanas y portuguesas, y la última información del Folhetim de Guerra era que habían sido apresados en Lisboa dos antiguos ministros portugueses de la Guerra, el general Barreto y el coronel Pereira.

– ¿Y ésta? -se sorprendió Afonso después de emitir un largo silbido en cuanto leyó los nombres-. Pereira en chirona. Sí, señor, muy bonito.

El capitán dio media vuelta y avanzó en dirección al puesto con el impreso en la mano, había allí suficiente información para llenar una mañana de conversación con el Zanahoria o hasta con Tim. Nadie ignoraba que aquél era material de propaganda, pero lo cierto es que tales «noticias» solían tener algún fundamento, el problema era analizar los textos y saber interpretarlos, buscar la verdad por detrás de la retórica. Todos sabían que había noticias que el CEP jamás dejaba traslucir y que la mejor manera de tener acceso a ellas era a través de aquellos boletines de propaganda enemiga. Entre los militares predominaba la convicción de que la verdad se situaba en algún sitio entre las dos versiones, la dificultad era localizarla con exactitud en la enorme distancia que separaba a ambas propagandas.

Absorto en sus pensamientos, el oficial no reparó en la llegada del capitán Resende, «el lisboeta-que-era-gordo-y-adelgazó», para quien Afonso y Mascarenhas habían preparado dos meses antes una memorable recepción al novato en las trincheras.

– Hola, capitán Brandão -saludó Resende, muy sonriente, que venía de la dirección de Laventie.

– ¿Eh? Ah, hola, capitán Resende -repuso Afonso, como si estuviese despertando.

– Hola y adiós, digo yo.

– ¿Ah, sí? Adiós, pues, adiós.

– Hombre, cuando digo «adiós» es exactamente «adiós». Me marcho.

– ¿Ah, sí? ¿Adónde? ¿Se va a París?

– ¡Qué París ni qué diablos! -Resende se rió, realmente de buen humor-. Me voy a Lisboa, caramba, me voy a casa.

Afonso se ablandó, admirado de tal revelación.

– ¿A casa? ¿Cómo?

– En tren, ¿cómo habría de ser? En tren, caramba.

– ¡Pero si usted acaba de llegar! ¿Cómo es eso de que se va a casa? Que yo sepa, la guerra aún no ha terminado.

– ¡Qué me importa la guerra! Puede no haber terminado para usted, capitán Brandão, pero fíjese: ha terminado para mí. ¡Me marcho y me cago en toda esta mierda!

Afonso se quedó pasmado, aún indeciso en cuanto al significado de aquellas palabras.

– Disculpe, capitán, pero no lo entiendo. ¿Quién ha autorizado su partida?

– Sidónio, caramba, ¿quién si no?

– ¿Sidónio Paes?

– Sí, claro. Me voy yo, se van Almeida, Cabral, Carrito y un montón de gente más que tenía relación con Sidónio. Vamos a hacer unas comisiones en Lisboa, cosas importantes, aunque no sean de naturaleza militar. De cualquier modo, ya era hora de que el país reconociese nuestro valor.

Para Afonso ahora todo estaba claro. Irritado, su rostro enrojeció, sobre todo al oír el nombre del capitán Cabral, aquel que en Tancos intentó incitarlo a unirse al general Machado Santos para sublevarse contra los embarques a Francia. Junto con otros oficiales sediciosos, Cabral fue detenido y enviado a la fuerza a Flandes, mientras que ahora se lo premiaba con un regreso anticipado a casa. Bajando la voz y frunciendo el ceño, Afonso formuló la pregunta siguiente con tono acusatorio.

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