Su marido se levantó.
Los servicios estaban al otro lado de la cervecería.
«Si funcionó en Shanghái, seguro que también funcionará aquí», pensó.
En el baño sacó el móvil y escribió un mensaje. Como en Shanghái, no se lo envió a nadie. Lo guardó en la carpeta «Borradores» y volvió a la mesa donde estaba sentada su mujer.
Ulrike lo miró como quien mira a un vidente.
– ¿Y bien? -preguntó con una pizca de nerviosismo.
– Qué día tan maravilloso. ¿Te acuerdas de cuando vinimos la primera vez?
– Claro. ¿Has ordenado tus ideas en el baño? ¿Puedes hablar ahora?
– Sí, pensaba que después del funeral podríamos pasar unos días de vacaciones en casa de Markus.
– ¿En casa de Markus? -repitió Ulrike, que empezaba a preguntarse si, aparte de los analgésicos, su marido se había tomado algo más.
– Sí, en casa de Markus. Me ha enviado un mensaje esta mañana en el que nos invita a pasar el fin de semana que viene en el lago Starnberger. Creo que sería una buena idea. Léelo tú misma -y le pasó el móvil a su mujer.
Con un gesto de rabia ella agarró el teléfono, indecisa de si lanzarlo directamente al lago o darle una última oportunidad a su marido y leer el mensaje.
Se decidió por la segunda opción.
Pero en vez del mensaje de Markus, leyó: «Nos espían. Los chinos de la mesa de al lado. Sé quién mató a Jan y por qué, no fue un atraco. El móvil es una investigación y me he hecho con ella. Mañana, durante el viaje, encontraremos la manera de hablar sin correr riesgos. Hasta entonces no me hagas más preguntas. Nos controlan continuamente.»
Ulrike miraba fijamente la pantalla del móvil. La primera frase le sentó como si le hubieran dado una patada en el estómago. Empezó a temblar, no podía tener las manos quietas.
– ¿Así qué, cariño?, ¿qué opinas? ¿Vamos al lago?
Ella vio con el rabillo del ojo a los dos chinos que tenían sentados cerca. Parecían estar hablando de sus cosas.
– El lago Starnberger. Me parece una buena idea. ¿Crees que tendrás ánimos? Habrán pasado muy pocos días desde el funeral -consiguió decir con un hilo de voz.
– Creo que me irá bien, siempre que Julia no quiera que nos quedemos algunos días más en Milán.
– Mañana ya veremos cómo podemos ayudarla. Yo podría quedarme con ella un par de semanas. Podría cogerme vacaciones: con todos los días que me deben, puedo quedarme incluso más -dijo Ulrike.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Era todo tan triste, y ahora sabía que la versión de los ladrones chinos que habían matado a su amigo no se correspondía con la verdad. Su marido le había desvelado que el asunto era mucho más serio y complicado de lo que había creído hasta entonces. A Ulrike le costaba seguir comportándose con naturalidad, le costaba hablar, seguir el hilo de lo que Andreas le decía. Tenía miedo.
– ¿Has visto? Se pasan mensajitos. Qué simpáticos.
El funcionario Tao Liang sonrió por el comentario de su colega.
– ¿Quieres otra cerveza?
Regresaron a casa por la tarde.
Intentaron descansar un poco, pero varias llamadas de trabajo interrumpieron sus planes.
Por la noche prepararon el equipaje.
Aparte del esmoquin, Andreas no tenía ningún traje negro, y escogió un conjunto azul oscuro. Ulrike no tuvo el mismo problema, el negro era su color preferido.
Fue otra noche agitada para ambos.
El taxi llegó puntual a recogerlos a las nueve.
Treinta minutos y cincuenta euros después estaban en el aeropuerto.
Recogieron la tarjeta de embarque, pasaron los controles de seguridad y se dirigieron hacia la sala de espera de Lufthansa. Andreas no había localizado a ningún chino siguiéndolos. Se pusieron en un rincón apartado desde donde podían ver a cualquiera que tuviera intención de espiarlos. Sacó el ordenador de Ulrike de la bolsa. Nadie los miraba. Encendió el portátil, activó la función Bluetooth y se dirigió a su mujer.
– Conéctate a la red inalámbrica de la sala para ver si podemos comprar en Internet un ramo de flores para el funeral, no hemos tenido tiempo de organizar nada hasta ahora.
Ulrike asintió. Desde que había leído el mensaje en el parque no hablaba mucho, sólo para decir cosas sin importancia.
Mientras ella empezaba a buscar floristerías, Andreas cogió su móvil. Después de echar un rápido vistazo a su alrededor, activó el Bluetooth y empezó la búsqueda de aparatos receptores dentro del radio de acción del dispositivo. Apareció el ordenador ULW1983343. Era el de su mujer. Seleccionó el archivo y pulsó la orden «Transferir».
Ulrike vio aparecer un mensaje en la pantalla: «Solicitud de transferencia de datos de… ¿Aceptar?»
Al reconocer el teléfono de su marido aceptó la petición. Lo miró para asegurarse. Su gesto la tranquilizó.
– ¿Y bien? ¿Has visto algo?
– He encontrado esta corona. Es imponente, cuesta trescientos setenta euros, ¿es demasiado cara?
– No, está bien. ¿Pueden entregarla mañana?
– Aquí dice que las entregas urgentes las hacen el mismo día. La encargo.
Ulrike terminó de hacer la compra online mientras Andreas iba al bar a pedir algo para los dos.
Bebieron rápidamente dos zumos de naranja, era hora de dirigirse a la puerta de embarque.
Ulrike apagó el ordenador y se encaminaron hacia allí.
El vuelo a Milán se hacía en el Jumbo de costumbre, pequeño pero seguro, con cuatro motores de turbina. Tenían los asientos en clase business gracias a la condición de «viajero frecuente» de Andreas: al hacer el check-in le habían premiado mejorando la clase de sus asientos. Por un vuelo de cuarenta y cinco minutos, gastar más del doble de dinero para estar en business era un lujo que no tenía mucho sentido, teniendo en cuenta que la diferencia de servicio respecto a la clase económica, en caso de que la hubiera, era mínima.
El avión iba medio vacío, ellos eran los únicos pasajeros que viajaban en business .
Estaban sentados en la primera fila, asientos A y B.
Despegaron.
Andreas se inclinó hacia su mujer intentando mirar por la ventanilla.
– Enciende el ordenador. El archivo que te he enviado describe la metodología y los resultados de un estudio. No se trata de ninguna de mis investigaciones, la ha encargado la empresa de Jan. No lo abras todavía, quiero ver quién hay a bordo.
Se levantó para ir al baño. Escogió el de la cola del avión. De este modo pudo fijarse bien en la cara de todos los pasajeros de aquel vuelo. No había ningún chino, pero eso no significaba nada. Entró en el lavabo, se lavó la mano que no tenía herida para dejar pasar un poco de tiempo y regresó a su asiento.
Ulrike estaba sentada con el ordenador encendido.
– No hay nadie sentado cerca de nosotros -la tranquilizó Andreas-. Las cuatro filas que tenemos detrás están vacías. Puedes empezar a leer. Si veo que se acerca alguien, me pondré de pie y tú cierras el archivo. ¿De acuerdo?
Ulrike hizo un gesto con la cabeza para asentir.
Empezó a leer.
MEMORÁNDUM RESERVADO
Londres, febrero de 2010
Como responsable científico del proyecto «Mobile India», me sirvo del derecho contractual para escribir un memorándum final. Este memorándum no sólo incluye las conclusiones de la investigación, que también se especifican con todo detalle en los documentos codificados como Alfa, sino que intenta esclarecer y describir la metodología del estudio y los horrores que tal investigación ha generado.
Teniendo en cuenta las presiones que he tenido que soportar y las personas que las han ejercido, no espero ningún tipo de divulgación de este escrito, pero por evidentes motivos de conciencia personal me siento en la obligación de resumir los hechos que han caracterizado y, por desgracia, devastado el pasado reciente de mi vida.
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