Tres semanas de vacaciones eran otra de las ventajas de que gozaban los empleados del centro de llamadas, inimaginable en la mayoría de los puestos de trabajo similares.
El centro de llamadas estaba siempre al máximo de su capacidad. Sólo en caso de que todas las líneas estuvieran ocupadas, la llamada en espera se transfería a otro centro de llamadas del grupo del solicitante.
Desde 2000 hasta 2009 los trabajadores transcurrieron una media del 92% de su tiempo útil utilizando el teléfono móvil.
Durante el primer año de actividad el trabajo se desarrolló sin ningún problema. Los empleados estaban ilusionados y motivados.
Los primeros datos de análisis corresponden a agosto de 2001.
En ese año el 0,3% de los trabajadores contrajo neoplasias en mi opinión lo suficientemente graves como para justificar la exención de los empleados. Se trataba de dos sujetos, una mujer y un hombre.
La valoración de este dato resultó difícil por tres motivos:
1. La población bajo observación era más joven que la media india (28 vs. 32 años) y, dados los requisitos médicos, también más sana.
2. La India, a día de hoy, no dispone de estadísticas médicas detalladas, por lo que no existen suficientes niveles de comparación entre los datos originados por esta investigación y los correspondientes a la población india.
3. Comparar los datos de esta investigación con datos occidentales resulta asimismo difícil.
Por un lado, las condiciones de vida en la India siguen siendo, sobre todo en zonas remotas, mucho más duras que las de los países europeos, lo que podría justificar porcentajes más elevados de enfermos.
Por el otro, los datos europeos se refieren a poblaciones de una media de edad generalmente muy superior a la de los empleados del centro en cuestión (la media europea es de 39 años), lo que podría inducir a esperar porcentajes más bajos de enfermos.
Una de las dificultades metodológicas de la investigación es precisamente la de dar la justa importancia a esos dos elementos discordantes.
Teniendo en cuenta esta premisa, no consideré alarmantes los primeros datos.
De hecho, el resultado era muy inferior al que se daba en el resto del país, y también era significativamente inferior a la media de un país industrializado.
Considerando que, por ejemplo, en Italia cada año enferman de cáncer 300.000 personas, lo que aproximadamente equivale al 0,5% de la población, los resultados de nuestros sondeos no indicaban ningún daño específico atribuible al uso extensivo del teléfono móvil en un año.
Así pues, en 2001 fueron contratados dos nuevos empleados para sustituir a los que habían enfermado.
Durante el transcurso de los exámenes clínicos de 2002 se encontraron otros dos sujetos con formas tumorales de gravedad suficiente como para aconsejar que fueran apartados de su puesto de trabajo.
Se trataba del 0,4% de la mano de obra originaria, que en 2002 era de 521 empleados.
Ninguno de los dos nuevos empleados del año anterior mostraba signos de enfermedad.
También en este caso los datos del grupo de estudio eran inferiores a la media de la Europa occidental, pero las cifras empezaban a acercarse.
Junto al solicitante se decidió continuar con el proyecto: no había elementos que sugirieran su interrupción.
Al año siguiente, 2003, hubo tres nuevos casos de neoplasia.
El porcentaje de enfermos sobre la población originaria de 519 empleados había ascendido ahora al 0,6% sobre la base anual.
La cifra, si bien era todavía más baja que la media india, había superado la media europea.
Pero el dato que resultaba realmente alarmante tenía que ver con la tipología de los tumores. De los siete casos de neoplasia diagnosticados en estos tres años, cinco eran tumores cerebrales (gioblastoma multiforme) y dos eran cáncer de piel.
Un dato totalmente anómalo, si se compara con cualquier estadística de afectación tumoral.
En 2003 escribí el primer informe en que pedía expresamente interrumpir el experimento.
En mi opinión, no había que seguir aumentando el riesgo que corrían los trabajadores del centro de llamadas.
Los datos de los tres primeros años de estudio deberían haber sido suficientes para convencer al mundo académico, técnico y político de la inmediata necesidad de que las investigaciones en este sector se convirtieran en una prioridad absoluta.
Había que aclarar los efectos reales del uso prolongado del teléfono móvil.
Y no sólo eso. En el informe recomendaba que, hasta que los resultados de las investigaciones posteriores no contradijeran definitivamente los de la nuestra, se limitara el uso del móvil.
Me prometieron que mi petición sería examinada pero, hasta que tuvieran una respuesta, la investigación debía seguir adelante.
Seis meses más tarde el solicitante me comunicó que tomarían una decisión basándose en los resultados clínicos del año en curso.
Nadie del centro encontraba anómala la situación, y hay que señalar que gran parte de los que habían enfermado querían seguir trabajando, cosa que no autoricé.
En 2004 los empleados que quedaban de los que habían iniciado el proyecto eran 516.
En el transcurso de las revisiones de 2004 diagnosticamos cinco casos más de tumor: cuatro en el cerebro, uno en la piel. Una tasa del 0,9% que ahora se equiparaba a la media india.
Los datos, a mi parecer, eran suficientemente alarmantes como para interrumpir la investigación.
En primer lugar porque los casos de tumores estaban creciendo exponencialmente.
En segundo lugar porque, comparando los datos estadísticos de las formas tumorales específicas, los resultados eran demasiado anómalos.
Del 0,5% de la población italiana a la que de media se diagnosticó, en los últimos años, algún tipo de neoplasia, sólo hubo veinte mil casos de tumor cerebral. Esto representa el 0,03% de la población italiana.
Los cuatro empleados del centro que habían enfermado de la misma patología ese año representaban, sobre 516 personas, el 0,78%, una cifra veintiséis veces superior a la italiana.
El solicitante, una vez recibido el estudio Alfa 03, no consideró necesario interrumpir la investigación.
Una semana después de haber enviado el informe empezaron a trabajar a mi lado dos nuevos colaboradores, o al menos así se presentaron.
Desde entonces he estado constantemente vigilado, amenazado y, en tres ocasiones, he sufrido maltratos físicos de los que todavía no me he recuperado por completo.
Se me ha impedido de todas las maneras tanto divulgar los resultados de la investigación al exterior como terminar el experimento.
En 2005 se cumplían los cinco años durante los que los empleados se habían comprometido a quedarse para no perder la diferencia de sueldo que se les había ofrecido. En esos cinco años nadie había dejado el centro por su propia voluntad.
Recuerdo que, un día, un directivo subrayó que le parecía extraordinario que ninguna mujer se hubiera quedado embarazada o que ningún empleado hubiera querido cambiar de trabajo, entre otras cosas.
Desde mi punto de vista, solamente quiero comentar que un esquema de incentivos como el que se les había ofrecido hacía que fuera muy difícil para quien lo había aceptado salir de la empresa, sobre todo si no lo hacía en el primer año, o como mucho en el segundo.
En términos absolutos, como media, los operadores del centro de llamadas ganaban cien al año. Con las nuevas atribuciones, este sueldo se había convertido en novecientos al año.
En cuatro años habían ganado tres mil seiscientos. Si en ese momento hubieran querido dimitir, habrían tenido que pagar a la empresa tres mil doscientos, dinero que probablemente ya se habían gastado.
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