Chris Stewart - El loro en el limonero

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El loro en el limonero: краткое содержание, описание и аннотация

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Las vidas de Chris, Ana y su hija Chloë continúan en su cortijo El Valero. Un loro algo misántropo se colará en la familia, la chica lleva adelante su vida escolar en el pueblo, montan el teléfono, los vecinos siguen con sus algo locas historias de amor y pendencias, y de golpe descubren que su amado valle quizás esté una vez más bajo la amenaza de ser sumergido por la construcción de una presa.
Al mismo tiempo comienza la vida literaria de Chris y, tras el éxito de su primer libro Entre limones, los periodistas hacen el sendero del aislado cortijo hasta golpear inesperadamente su puerta y él hace recuento de su anterior vida: los duros tiempos en que iba a esquilar ovejas a Suecia (cruzando mares helados para llegar a remotas granjas); su primera toma de contacto con España para aprender a tocar la guitarra flamenca a los 20 años; o su ilustrísima carrera musical, primero como batería de un grupo escolar llamado Genesis (expulsado a los 17 años, nunca hubiera podido ser un Phil Collins) y con su paso por el circo de Sir Robert Fossett. Nuevos e irresistibles episodios de una historia entre limones.

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– Pero dudo que esté yo aquí para darme un baño, tío -dijo-. Va a ser un proyecto difícil de hacer bien; puede que lleve meses.

Manolo, que durante toda esta conversación había estado sonriendo para sus adentros, se quedó atónito.

– ¿Meses? -barbotó-. ¡Pero si no es más que una piscina!

Manolo tenía una opinión ortodoxa sobre la manera de hacer piscinas, pues había trabajado en la construcción de unas cuantas. La única regla incuestionable era que no eran necesarias más de seis semanas. Si llevaban más tiempo era, bien porque los obreros eran unos incompetentes, porque te estaban robando, o por ambas razones.

Le expliqué una vez más cómo ésta iba a ser muy diferente de una piscina química normal, y que íbamos a crear toda una nueva ecosfera con unos ingeniosos aparatos para mantener la claridad y pureza del agua.

Manolo me escuchó hasta el final y luego, volviendo a sonreír de su manera habitual, preguntó:

– Entonces, ¿nada de cloro?

– No, Manolo -respondí-. Nada de cloro.

Durante toda la quincena siguiente, Trev se lanzó a hacer cálculos, diagramas y ajustes como un poseso. Las compuertas que demasiado a menudo habían frenado sus proyectos visionarios se abrieron de par en par bajo nuestro patrocinio, y las ideas surgieron en tropel. Nuestro nuevo amigo vivía el proyecto, lo respiraba, lo dormía, lo bebía y lo comía. El comer adoptaba la forma de algún que otro trozo de verde toscamente introducido en un bollo de pan integral: una extraña dieta que resultó ser un intento por recuperar el cariño de su novia. Al parecer ésta le había dado calabazas (por correo electrónico) porque lo que ella realmente buscaba era una pareja apasionadamente vegetalista, y el insípido vegetarianismo de Trev distaba mucho de dar la talla. Nosotros sabíamos que de alguna manera esto era justo, ya que cuando venía a comer con nosotros, Trev se aplicaba a su plato de pollo asado con verdadero apetito.

De tarde en tarde, a fin de ver las proyecciones por ordenador del proyecto, le hacía una visita a Trev en su furgoneta, que dejaba aparcada a la sombra de un olivo al otro lado del río. Por su parte exterior parecía bastante normal, el tipo de furgoneta que alquilarías para llevar tus productos a un puesto del mercado, a no ser por dos grandes placas solares que había apoyadas en una roca, conectadas al motor por un cable. Los días de sol estas placas proporcionaban electricidad más que suficiente para alimentar su ordenador y sus electrodomésticos, y cuando estaba nublado Trev siempre podía cargar sus placas solares dándose una vuelta en la furgoneta. También había logrado encontrar el lugar más próximo a El Valero desde donde poder utilizar el teléfono móvil, y a menudo me lo encontraba sentado en el cerro navegando por Internet con su ordenador portátil.

Lo único que no cuadraba con este vehículo como de ciencia ficción eran sus puertas. La primera vez que Trev me dijo que eran difíciles de abrir y que debía apartarme mientras él lo hacía, supuse que funcionaban con algún dispositivo de vanguardia de apertura retardada. En realidad estaban abolladas, y simplemente era preciso darles un fuerte puntapié en un punto específico para después abrirlas forcejeando con la manivela. Era agradable ver cómo perduraba un antiguo método tradicional.

Trev parecía capaz de emprender prácticamente cualquier tarea de carácter mecánico o electrónico, creando soluciones con una mezcla de ciencia, arte e inventos de tebeo. A medida que fue tomando forma el proyecto de la ecosfera, adaptó el motor de los limpiaparabrisas de nuestro antiguo Land-rover para que impulsara una batería de placas solares que se movían según iba avanzando el sol, permaneciendo perpendiculares a los rayos solares durante todo el día y volviéndose a colocar por la noche en la posición inicial. La capacidad de las placas fue calculada para hacer funcionar otro motor -extraído de una hormigonera estropeada- que hace girar la noria, cuya capacidad elevadora está calculada a su vez para hacer pasar por el filtro tres veces la totalidad del volumen de agua de la piscina, utilizando las doce horas de sol de que disfrutamos un día normal de verano.

Durante todo este proceso, el factor estético se mantuvo como algo de importancia primordial, sobre todo porque Trev también es un artista. Expone sus obras de arte bajo el nombre de Val Dolphin (que en círculos bohemios tiene algo más de atractivo que Trevor Miller), aunque el arte queda evidenciado en todo lo que diseña. Los escalones de nuestra piscina, por ejemplo, descienden en una espiral que recuerda a las hojas imbricadas del diafragma de un objetivo, o a esa obra maestra de escultura acuática de Bauhaus que es el estanque de los pingüinos del zoo de Londres.

Todo esto era exactamente como yo deseaba que fuese, excepto por un pequeño fallo, un fallo que amenazaba con que nuestros grandiosos esfuerzos quedaran atrapados bajo una nube de rencor: Trev era un auténtico perfeccionista que no toleraba el más mínimo error y que consideraba que hasta las más pequeñas desviaciones de sus planes ponían en peligro la totalidad del proyecto. Probablemente tenía razón. Pero resultaba duro, tanto para la moral como para el bolsillo, hacer trizas un trabajo y volver a comenzarlo de nuevo porque, por ejemplo, un escalón tenía dos centímetros de más, o se descubría que los materiales no cumplían del todo con los requisitos.

También estaba el problema de los días perdidos en que no hacíamos nada sino esperar a que nos buscaran nuevas piezas o a que llegaran materiales, lo que nos dejaba a Manolo, a Jaime y a mí haciendo temporadas de trabajo solo esporádicas, cuando disponíamos de los materiales adecuados. Finalmente un día, con el verano a la vuelta de la esquina y ni sombra de piscina a la vista, perdí los estribos. Manolo y yo habíamos estado trabajando duro dándole los últimos toques a la presa que separaba el estanque de los peces del sumidero. El sumidero era donde el agua se acumulaba para ser levantada por la noria hasta el filtro de arena. Habíamos estado esforzándonos durante un día entero por dejarlo todo bien nivelado. Era un trabajo lento y agotador, pero seguimos adelante con él sabiendo que el final estaba a la vista y que pronto podríamos pasar a hacer otra tarea. Entonces apareció en escena Trev vestido con su mono color crudo recién lavado, nos observó durante un rato y sacudió la cabeza.

– No, no, eso no sirve para nada -declaró-. Imposible dejarlo así.

– ¿Qué quieres decir? -farfullé.

– Pues que no sirve. No está nivelado. Se ve que no lo está, incluso desde aquí. Me temo que lo vais a tener que hacer de nuevo.

Manolo se encogió de hombros pero yo estaba dispuesto a pelearme.

– Mira, Trev -le dije-, ¿qué puñetas da si solo le falta una pizca para estar perfectamente nivelado? No es más que una piscina, por Dios santo, no los Jardines Colgantes de Babilonia.

Trev se dio media vuelta como si le hubiesen pinchado.

– De acuerdo. Si quieres hacer una chapuza, dímelo. Es tu dinero y haces con él lo que te da la gana. En cuanto a mí, quiero hacer un buen trabajo y crear algo verdaderamente bello. Piénsatelo, Chris. Piénsalo largo y tendido.

Y diciendo esto se fue airadamente en dirección a su furgoneta, frotándose enérgicamente con el dedo un lado de la nariz.

Me senté en una roca lleno de desánimo. Por supuesto Trev estaba siendo demasiado quisquilloso, pero ésa no era la manera de hacer las cosas. Miré a Manolo y a Jaime pero, en lugar de apoyar mi arrebato, ambos parecían pensar que yo estaba equivocado y que había liado las cosas.

Durante el almuerzo, hablé del tema con Ana.

– Has llegado hasta aquí -dijo-, así que por qué no terminar el asunto de manera adecuada. Sería una lástima escatimar a estas alturas, después de tanto esfuerzo.

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