Chris Stewart - El loro en el limonero

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El loro en el limonero: краткое содержание, описание и аннотация

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Las vidas de Chris, Ana y su hija Chloë continúan en su cortijo El Valero. Un loro algo misántropo se colará en la familia, la chica lleva adelante su vida escolar en el pueblo, montan el teléfono, los vecinos siguen con sus algo locas historias de amor y pendencias, y de golpe descubren que su amado valle quizás esté una vez más bajo la amenaza de ser sumergido por la construcción de una presa.
Al mismo tiempo comienza la vida literaria de Chris y, tras el éxito de su primer libro Entre limones, los periodistas hacen el sendero del aislado cortijo hasta golpear inesperadamente su puerta y él hace recuento de su anterior vida: los duros tiempos en que iba a esquilar ovejas a Suecia (cruzando mares helados para llegar a remotas granjas); su primera toma de contacto con España para aprender a tocar la guitarra flamenca a los 20 años; o su ilustrísima carrera musical, primero como batería de un grupo escolar llamado Genesis (expulsado a los 17 años, nunca hubiera podido ser un Phil Collins) y con su paso por el circo de Sir Robert Fossett. Nuevos e irresistibles episodios de una historia entre limones.

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– Sí, tiene razón -dije despacio. Me había dado cuenta de que Trev había utilizado la primera persona del plural, y ciertamente parecía ser una buena e innovadora forma de hablar-. Entonces, ¿qué eco-proyecto deberíamos elegir?

– Bueno, no va a ser fácil y tampoco va a resultar económico, pero podría ayudarte a construir algo audaz y experimental, una cosa que aumentaría muchísimo la calidad del entorno, y que también interactuaría con él. Si le interesa, por supuesto.

– Suena interesante -dije-. Entonces, ¡¿de qué se trata?!

– De una piscina -replicó.

Me quedé mirando a Trev con incredulidad.

– ¿Está usted loco? -dije-. ¿Para qué diablos quiero yo una piscina? ¡Por el amor de Dios!, si me apetece nadar, puedo hacerlo en el río.

Me devolvió la mirada con una expresión socarrona.

– Ésa no es una perspectiva tan fantástica hoy -dijo indicando con un movimiento de cabeza la desolación en el cauce del río.

Era verdad. La riada y el fango se habían llevado por delante todo rastro de nuestra poza para nadar, creada con unas cuantas pasadas del tractor de Manolo y un precario dique de rocas. Haría falta todo un caluroso día de trabajo para recoger las rocas y construir una nueva.

Trev cruzó los brazos y, apoyando luego un codo en el hueco de la mano contraria, volvió a acariciarse la nariz.

– Me parece que tal vez haya un poco de confusión acerca de lo que quiero decir con el término piscina.

Resultó que «piscina» era de hecho un término totalmente inadecuado para referirse a la idea que tenía Trev para El Valero.

– No estoy pensando en abrir un agujero rectangular en el suelo… -explicó-, para pintarlo de color turquesa y llenarlo de productos químicos. Ni hablar, a mí no me gustan esas cosas. La idea que yo tengo es acercar el agua a su casa, creando una ecosfera -pero una en la que puedan nadar, que conste- que sea natural y esté limpia, pero sin una sola gota de cloro.

Y Trev pasó a explicar por qué el cloro era la auténtica maldición del planeta; cómo los aerosoles, los frigoríficos y la flatulencia bovina eran buenos para la capa de ozono en comparación con lo que estaba haciendo el cloro de las piscinas artificiales. Entonces comenzó a esbozar la idea que había estado desarrollando para un cliente como yo que apreciara la ecología, que tratara su cortijo y su paisaje como una especie de jardín, que se propusiera dejar la tierra enriquecida en lugar de despojada y empobrecida.

Las ideas de Trev tenían una auténtica belleza, y todo aquello sonaba como algo muy distante de la técnica de ventas de piscinas. Se imaginaba nuestra ecosfera (para nadar) como un estanque de aguas cristalinas, filtradas por estanques secundarios llenos de una jungla purificadora de nenúfares, carrizos, juncos, y menta de agua. Bancos de deliciosos peces, que después serían cosechados para consumo doméstico, patrullarían de un lado para otro devorando los organismos y microorganismos hostiles a la pureza de nuestro estanque. Un gran cojín de lana de oveja sin tratar flotaría en la superficie del estanque de los carrizos para absorber toda la porquería de aceite solar y demás ungüentos que ensuciaran el agua. Y cualquier organismo o grumo de suciedad que escapara a esta formidable red sería levantado por una noria impulsada por energía solar, hasta una gigantesca botella de piedra llena de arenas seleccionadas y tierras tamizadas de épocas muy anteriores al despertar de la humanidad. (Al parecer se podían adquirir, en bolsas, en las tiendas de piscinas.)Desde la gran botella el agua filtrada serpentearía por unos canalillos de piedra donde la acción de los rayos del sol sobre la delgada capa de agua acabaría de rematar cualquier bacteria que hubiera sobrevivido. Entonces el agua pura bajaría por una cascada de piedras calentadas por el sol para regresar de nuevo al estanque principal. El conjunto sería construido utilizando materiales naturales existentes en la zona; las formas serían orgánicas e inspiradoras; el diseño, a base de piedra y plantas autóctonas y exóticas; y el proyecto podría completarse con un modesto pabellón de tierra apisonada y paja.

Evidentemente se trataba de un proyecto disparatado e increíblemente complejo, y además estaba basado en toda una serie de supuestos optimistas. Nadie que estuviera en su sano juicio encargaría jamás un proyecto así.

Contraté a Trev con su proyecto sobre la marcha.

Me entretuve el resto de la mañana soñando con El Valero como un modelo de eco-tecnología. Sentado en la terraza al lado del huerto -un lugar auspicioso según Trev- nos imaginé a Ana, a Chloë y a mí flotando felices entre los nenúfares, mirando desde allí las montañas y los ríos a nuestro alrededor mientras bajo nosotros las carpas surcaban como dardos las profundidades.

Mi placentera ensoñación se vio interrumpida por el pitido del coche y el ladrido de los perros. Ana y Chloë estaban de regreso de Órgiva. Jaime y Manolo también habían venido a la casa a recoger unas herramientas, y nos sentamos todos en la terraza a beber algo a la sombra. Yo casi no podía contenerme, por lo que empecé inmediatamente a describir la riada, mi encuentro con Trev y nuestros nuevos y audaces planes para dar nueva forma al paisaje de El Valero.

Chloë estaba loca de contenta. «Nuestra propia piscina», gritó con entusiasmo, saltando a nuestro alrededor llena de excitación y haciendo que los perros se pusieran de nuevo a ladrar. Al parecer, bañarse en el río no tenía un gran encanto para una niña de ocho años. Señaló que no era fácil practicar los diferentes estilos de natación en el fondo fangoso de un río cuando el agua apenas te llega a las rodillas y, como el cauce del río es bastante ancho, esto significa que para cuando llegas a la toalla colgada del sauce, y no digamos a la casa, ya estás de nuevo acalorado y lleno de polvo. Lo único que le preocupaba del eco-proyecto de Trev era si la piscina estaría terminada a tiempo para la visita de su amiga Hannah la semana siguiente.

Una vez hubo digerido el hecho de que yo iba en serio con el proyecto y de que prácticamente ya lo había encargado, Ana también se inclinaba a ser positiva, especialmente en lo referente al aspecto botánico del mismo. «Parece algo verdaderamente precioso -reconoció- y siempre me ha gustado la idea de que El Valero disponga de su propio gran capricho arquitectónico. Pero ¿cómo sabes que va a funcionar? Pareces estar dando por ciertas demasiadas cosas. ¿Y qué sabes realmente de este hombre, Trevor, y de sus obras terrenales?»Tuve que reconocer que no sabía mucho. Trev y yo habíamos hablado un poco aquella mañana sobre sus anteriores proyectos y la vida que había elegido. Durante los cinco últimos años había dividido su tiempo entre Inglaterra, los Pirineos y Las Alpujarras, trasladándose de uno a otro lugar en una furgoneta adaptada para hacer las veces de vivienda y oficina, parándose en cada sitio el tiempo que le hiciera falta para llevar a cabo un proyecto. Durante los dos últimos meses había estado trabajando en el «Cortijo Romero», un centro de terapia alternativa situado en los alrededores de Órgiva. El centro se especializaba en cursos de desarrollo personal, renacimiento, yoga, danzas en círculo y cosas por el estilo. Trev había diseñado e instalado un complejo sistema de calefacción bajo suelo para las salas de terapia. ¿Y qué puede ser más importante -me pregunté retóricamente-, cuando estás escapándote de las cadenas de tu encorsetado ego, que un agradable suelo caliente donde poder hacerlo?

Ana parecía estar de acuerdo, pero dijo que le gustaría saber cómo funcionaba el sistema cuando llegara el invierno y se pusiera de hecho en marcha. Pero Jaime se mostró abiertamente entusiasta. Parecía entender la forma de funcionar de todos los elementos del proyecto mejor que ninguno de nosotros y estaba muy interesado por ver cómo acababa encajando todo.

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