– ¡Es este!
Inclinado, con la cara a ras del agua, Boris siguió un buen rato el camino ritual de «Número uno». Se interesó después por las trayectorias de «Número dos» y de «Número tres».Terminó observando meticulosamente a «Número cuatro». Se apoyó con las manos en el borde de la bañera para incorporarse de golpe. Entonces Julie se giró hacia él. Boris hizo lo mismo, con los ojos desorbitados. Ella tuvo el acto reflejo de taparse el pecho. Él se giró al instante hacia el agua.
– ¡Mire! ¡Mire! ¡Todos han vuelto a su camino de siempre!
Boris, con sus dos viriles manos, cogió los hombros desnudos de Julie. Los sacudió con frenesí y los senos de su encantadora anfitriona botaron y a punto estuvieron de desbordar el picardías. Ella le dejó hacer, Boris no los miraba. Con sus grandes ojos azules, la miró intensamente.
– ¡Es un milagro!
Martes, 6 de enero de 1998
«Hacia mediodía se han derrumbado, bajo el peso del hielo, varias torres de alta tensión en la región de Drummondville. En Montreal, setecientas mil viviendas carecen en estos momentos de electricidad. La Cruz Roja ha instalado ya sus primeros centros de acogida. Según la previsión meteorológica, habrá nuevas oleadas de lluvia helada. Se están batiendo todos los récords.»
– ¡No les digas que es cosa tuya o te estrangularán!
Un camión de Hydro-Québec acababa de pararse delante de nosotros. Los dos hombres de la cabina, de ojos rojos y rasgos cansados, comían un bocadillo mientras consultaban la larga lista de sus próximas intervenciones. Aquello me hizo reflexionar. A Alex no.
– ¿Has visto? ¡Parecen Grem1ins con esos pelos tan alborotados!
¿Tendrían hijos que estaban tristes por no poder estar con ellos? ¿Les habría preparado la comida su mujer, pero ellos no habían tenido tiempo de volver a casa? Volví a pensar en las imágenes que había visto a mediodía en el telediario. En la pantalla, unas enormes torres eléctricas, dobladas por el peso del hielo, habían caído al suelo.
«La situación no parece que vaya a mejorar, pues se prevé que siga cayendo hielo durante todo el día de mañana. En estos momentos cerca de setecientos mil hogares están sin electricidad…»
Mi padre estaba en uno de ellos. Había telefoneado por la mañana para explicarnos cómo había sido su día, pero sobre todo para anunciarnos que el generador había resistido.
– ¡Es una locura lo que consume! ¡He tenido que ir dos veces a la gasolinera!
Él no era el único que había ido a llenar bidones para los generadores. El encargado de la estación de servicio había tenido que ocuparse del asunto personalmente. ¡La gente se amontonaba, se peleaba!
– ¡No más de veinte litros por persona!
En ese momento, contó mi padre, llegaron dos Ángeles del Infierno en moto, a pesar de las carreteras heladas. No les daba miedo nada, pero ellos daban miedo a todo el mundo, sobre todo al encargado.
– ¿Veinte bidones de veinte litros? ¡Ningún problema, comprendo que sus plantas necesitan calor para crecer!
Papá no dijo que él era de la policía.
– Ellos eran dos y yo uno, armado solamente con un bidón… ¡Y vacío, encima!
Cuando mi padre colgó, mi madre no intentó hablar conmigo. Creo que las discusiones del día anterior la habían cansado un poco.
– ¡Tengo un montón de exámenes que corregir!
Aquello me vino muy bien, pude salir a buscar a Alex. Me contó su noche sin electricidad. Podría habérselo dicho a mi madre, al menos para que Alex pudiera ducharse. Pero fui un cobarde. No me apetecía que viera mi nueva vida. Además, él tampoco pidió ducharse.
– ¿Sabes? El tío de arriba va a casa de la vecina a tirársela.
– ¡No fastidies!
– Ha hecho tanto ruido arriba que me ha despertado.
– Si ha hecho ruido arriba, es porque estaba arriba, no enfrente.
– Lo he visto entrar en su casa con una cacerola.
– ¿Una cacerola?
– Le habrá guisado algún plato especial.
– ¿En plena noche?
– Lo importante no es el plato, ¡es el postre!
– ¿El postre?
– Sí, tío, el postre, cuando se van a la cama después de cenar… No me gusta hablar de esas cosas.
– ¡Al menos él habrá dormido caliente!
Me había fijado en las greñas de Alex, ese aspecto desaliñado de los que han dormido vestidos. Me miró. Notó mi incomodidad. Adiviné que iba a burlarse de mí.
– Se me había ocurrido que con tus poderes mágicos a lo mejor podías hacer algo. Esta noche no me apetece pasar frío…
No supe qué responderle.
– Tú eres el vecino de enfrente, ¿verdad?
Los dos pegamos un bote. Uno de los hermanos estaba delante de nosotros y miraba a Alex.
– Sí, señor.
– Me llamo Simon. Michel y yo vivimos enfrente de tu casa. Nos hemos enterado de que no tenéis electricidad. Esta noche hemos oído ruido en el piso de al lado, y hemos entendido que la señorita ha sido tan amable de alojar a vuestro vecino de arriba hasta muy tarde. Un ruso, por lo que hemos oído…
Simon exhibió una sonrisa de persona mayor, estaba seguro de que no le habíamos entendido. El postre debía de haber sido muy abundante.
– ¿Cómo te llamas?
– Alex…
– Alex querido, dile a tu padre que tenemos una habitación libre para albergaros. Michel trabaja en Météo Canada. Esto va a durar mucho, niños. La situación empeora.
Alex me señaló con el dedo. ¿Iba a decirle que todo aquello era culpa mía?
– ¿Y él por qué tiene corriente?
– Porque tiene la suerte de vivir en el mismo lado que nosotros. Estamos conectados a la misma red que la residencia para ancianos que está ahí al lado. Vivimos en una zona prioritaria.
Alex, estupefacto, se volvió hacia mí.
– Has pensado en todo…
– Dile a tu padre que seréis bien recibidos en casa.
– Gracias, señor, voy a decírselo… Pero él es un poco huraño…
– Dile que se sienta cómodo.
– No está acostumbrado a estas cosas…
– En una situación como esta, es normal tenderse la mano. Cuando el cielo no te ayuda, hay que ayudarse como sea, ¿verdad?
Me lo tomé como un reproche. Si él estuviera en mi lugar, a lo mejor entendería que a veces uno está obligado a actuar para salvar el pellejo. Apreté las mandíbulas. Luego abrió la puerta de su casa.
– Os esperamos. Pasad cuando queráis. Insisto, seréis bien recibidos.
¡Pom! La puerta se cerró. Alex se volvió hacia mí. Me miró un buen rato, un rato muy largo. Sabía que estaba alucinando.
– ¡Qué pasada, tío!
¡Qué bonito es cuando un hombre vuelve!
En la cama, con el pelo revuelto, Julie abrió los ojos con dificultad. Las tres de la tarde ya. Le dolía la cabeza. ¿Qué podía haber hecho para encontrarse en semejante estado? Se acordó de repente: el ruso, la bañera, las toallitas, las sumas, las multiplicaciones, las restas, los peces…
– ¡Esto hay que celebrarlo!
– ¿Aquí, ahora?
– Tiene algo para beber?
– Una botella de tequila muy vieja…
– Davai!
Todavía con el picardías puesto, Julie creyó que quería emborracharla para abusar de ella, así que Boris perdió todo el crédito que había acumulado durante la noche. Se puso rápidamente la bata roja. Boris, por su parte, cogió los vasos. Al cabo de un momento, Julie hizo lo mismo. Boris se sentó en el suelo, pegado a la bañera. Ella dudó en imitarlo. Se sentó en la taza del váter. El alcohol desata las lenguas.
– La matemática es poesía. Es preciso que cada línea, cada fórmula, rime con la siguiente hasta formar un largo y hermoso poema. Una fórmula matemática es una obra de arte. ¡Un texto que solo se escribe una vez, sin margen de error, destinado a ser único!
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