Mercedes Guerrero - El Árbol De La Diana

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Si Elena Peralta viaja a México es porque nada la ata ya a su país natal, España. Va en busca de la madre que jamás conoció, en busca de la hacienda que aparece en velados recuerdos de infancia, en busca del árbol familiar que ha regado con la esperanza.
Sin embargo, la primera noticia que recibe al llegar a su destino es que su madre acaba de morir. Tras los muros del silencio se esconden, sin lugar a dudas, las claves que darán sentido a su vida y su pasado. Antonio, el cacique local, también ha perdido a su padre en extrañas circunstancias. Acoge a la recién llegada con desconfianza, pues la sombra del asesinato se cierne sobre las dos muertes recientes, y el mayor sospechoso es Agustín, el hermano que Elena espera encontrar pero que ha huido de la justicia.
Poco a poco, Elena y Antonio dejarán de lado los recelos y sucumbirán a la fuerte atracción que sienten el uno por el otro, a una pasión delirante. También tirarán del hilo hasta sacar a la luz los oscuros secretos que unen a sus dos familias. Pero la verdad amenaza con separarlos, porque el árbol familiar ha sido regado con sangre.

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– Sí… acepto -repuso con valor mirándole a los ojos.

– Iré más despacio entonces. -Se dirigió a las escalerillas con ella y le cedió el paso para salir del agua.

Aquella noche Antonio preparó una velada especial y se detuvo durante unos segundos al verla aparecer en la sala, deslumbrado ante su belleza. Elena vestía un traje de alta costura en gasa de color negro con escote bordado en hilo de oro y entallado hasta las caderas, desde donde la falda tomaba un discreto vuelo de capa hasta los tobillos. Un fino chal de color dorado cubría sus hombros con una elegancia digna de una princesa, y el cabello recogido hacia atrás realzaba más aún sus ojos rasgados.

– Jamás contemplé tanta belleza… Eres… una aparición celestial.

Ella le devolvió el cumplido con una sonrisa.

La condujo hasta la parte posterior de la casa, junto a la piscina, donde traspasaron una verja que ella siempre encontró cerrada cuando nadaba, la cual daba acceso a un espléndido jardín iluminado por antorchas y luces agazapadas entre las plantas. Accedieron a un templete circular de piedra labrada y rejas antiguas que debió de ser construido en la época del palacio, aunque había recibido una minuciosa restauración. El techo era un artesonado de madera tallada que dibujaba caprichosas figuras geométricas. La iluminación proporcionada por antorchas colocadas en cada una de las columnas imprimía un ambiente cálido y romántico al lugar. En el centro había una mesa profusamente adornada con un centro de flores, mantelería de hilo bordado y fina cristalería. Una dulce melodía comenzó a sonar a su llegada y tres sirvientes elegantemente ataviados aguardaban para servirles.

– Cada día me sorprendes con algo nuevo -dijo Elena feliz.

– Me alegra oírte decir eso. Siento que me cuesta conseguirlo.

– Lo haces más veces de las que crees, y no solo con regalos.

– ¿Y cuándo te he impresionado que no me lo has contado?

– Cuando estuviste a mi lado en los momentos más difíciles: cuando me sacaste de la comisaría, cuando perdonaste mis escapadas, cuando me ayudaste a conocer la verdadera historia de mi familia…

– Solo quiero verte feliz. Eres tan auténtica… A tu lado siento que todo está bien -dijo mirándola embelesado-. Te has convertido en mi punto débil.

– Esto no puede ser real… -Elena emitió un suspiro mirando hacia la mesa.

– ¿Qué no puede ser real? -preguntó con curiosidad.

– Que esté ahora en este lugar, a tu lado, escuchándote decir esas cosas tan bonitas… Tengo miedo de despertarme y descubrir que solo se trata de uno de mis sueños -concluyó atolondrada.

– Pues créelo de una vez. Esto es tan real como el día y la noche. Te necesito a mi lado para seguir creyendo que aún existe algo auténtico y verdadero.

– Por favor, no me idealices, no quiero decepcionarte.

– Jamás lo harías. -Tomó su mano sobre la mesa y ella respondió oprimiéndola con fuerza.

– ¿Puedo preguntarte algo?

– Puedes -asintió.

– ¿Qué pasó con tu esposa?

– Ya lo sabes. Me fue infiel.

– ¿Esa fue la única causa?

– ¿Acaso no es motivo suficiente?

– Quiero decir si ya estabais distanciados o realmente te dolió su infidelidad.

– Nuestro matrimonio fue un acuerdo no escrito. Ella ambicionaba dinero, y yo quería sexo -dijo encogiéndose de hombros-. Ahora sé que nunca hubo verdadero amor entre nosotros.

– ¿Ahora?

– Sí. Hasta que apareciste no lo supe. Me fascinas, Elena. Jamás he conocido a nadie como tú -dijo mientras besaba la palma de su mano-. Y ahora te toca a ti, cuéntame tu romance con el famoso Carlos.

– No hay mucho que contar. Le conocí en la universidad y compartimos una excelente amistad. Era amable, buena persona, y me quería mucho. Mi abuela estaba encantada con él. -Sonrió.

– ¿Pero…?

– Pero yo sentía que no estaba enamorada, estaba segura de que no era el hombre de mi vida. Por eso no me marché a Londres con él.

– Pero te habrás enamorado alguna vez… Estoy seguro de que has debido de tener montones de pretendientes…

– Bueno… sí… -Hizo un gracioso mohín-. Pero soy muy exigente y no me enamoro con facilidad.

– Vaya, me lo pones muy difícil. -La miró y permanecieron callados. Después le hizo un gesto para que se levantara y tiró de ella hasta colocarla en pie a su lado.

– ¿Qué estás haciendo?

– Quiero tenerte más cerca, tengo que decirte algo.

– Dilo ya.

– Más cerca. -Él la miraba desde su sillón y volvió a tirar de su mano hasta sentarla en sus rodillas.

– ¿Así está bien? -preguntó Elena acercando su rostro al suyo.

– Mucho mejor.

– Y ahora dime eso tan importante.

Sus manos seguían unidas en el regazo de ella y sus miradas parecían haberse detenido.

– Si alguna vez me pides que me case contigo, te contestaré que sí.

Elena le dirigió una mirada de desconcierto ante aquella inesperada declaración.

– ¿Me estás pidiendo que sea tu mujer?

– No. Yo no he dicho eso. Te estoy adelantando cuál sería mi respuesta en caso de que tú me lo pidieras.

– Creía que solían ser los hombres quienes hacían las propuestas de matrimonio.

– Solo cuando están seguros de la respuesta. Pero ese no es mi caso, no sé si estoy a la altura de tus exigencias, así que prefiero que la hagas tú.

Sus miradas seguían unidas y Elena no supo qué decir.

– Gracias -dijo al fin.

– ¿Por qué?

– Por ser tan paciente y honesto conmigo. Te prometo que serás el primero de mi lista cuando decida casarme… -concluyó, con una abierta sonrisa.

Tiró de ella y rodeó su espalda para acunarla.

– Esto es lo único real, lo demás no importa.

Elena aceptó sus brazos y apoyó la cabeza sobre su hombro, encogidas las piernas sobre él; después acarició su mejilla con una mano.

– Se está tan bien aquí…

– Puedes quedarte para siempre, Elena -decía mientras su mano le acariciaba la espalda-. Te quiero… No lo olvides nunca…

Elena pasó los dedos por su cabello y quedaron enredados; después se unieron en un profundo beso.

– Quiero que pienses en esto, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

Era ya de madrugada cuando regresaron al interior de la casa. Subían la escalera, abrazados y llenos de felicidad.

– Dentro de un par de días viajo a Nueva York.

– ¿Van a ser muchos días?

– Una semana, como máximo. Por cierto, Ramiro estará pronto de vacaciones, a final de mes.

– Tengo muchas ganas de conocerle.

– Cuando regrese, yo también me tomaré unos días libres; me apetece descansar junto a mis dos tesoros más queridos -dijo oprimiendo sus hombros con ternura.

– ¿Le echas de menos?

– Claro -dijo con una sonrisa-. Es un niño muy despierto y simpático. He pensado en lo que me dijiste antes y he tomado una decisión: voy a traerle a casa para siempre. Es lo que quieres, ¿no?

– Eres tú quien tiene que quererlo.

– Lo deseo. Estoy seguro de que serías una estupenda madre para Ramiro.

– Él ya tiene a la suya… -dijo zafándose de aquella insinuación.

– Tú lo harás mejor que ella -afirmó rotundo.

Al llegar al dormitorio, Antonio se acercó a ella, la aprisionó contra la pared y la besó en los labios muy despacio. Después la estrechó entre sus brazos con una delicadeza que la hizo estremecer.

Se quedaron inmóviles, unidos, abrazados.

– Te quiero… -susurró Antonio en su oído. Poco a poco fue aflojando su presión, la besó en la frente y le dio las buenas noches. Después se dirigió a su dormitorio.

Elena estaba desconcertada; había resuelto dormir con él aquella noche y esperaba que tomara la iniciativa, como lo había hecho siempre; pero esa vez se equivocó. ¿La estaba poniendo a prueba? No, estaba convencida de que Antonio actuaba así para no forzarla, y aquel gesto le honraba más de lo que él imaginaba.

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