– No lo sé.
– No estabas sola. ¿Con quién hablabas?
– Contigo, tú también corrías a mi lado.
Antonio sonrió. Había mencionado en voz alta el nombre de Agustín. Era una inocente mentira, pero no le preocupaba. Los sueños era solo eso: una liberación del subconsciente, y él no podía llegar hasta allí.
– Buenas noches -se despidió, besando su frente.
Elena había salido de compras aquella mañana y al regreso se enteró de que Antonio estaba en su despacho.
– ¿Tienes mucho trabajo? -Asomó la cabeza en el umbral. Antonio estaba sentado tras la gran mesa.
– Estaba leyendo unos documentos, pero ya termino. He adquirido unas minas de plata en Taxco.
– Deben de valer una fortuna -comentó mientras se acercaba.
– Varios millones.
– ¿De pesos?
– No, de dólares.
– Ya eres muy rico, ¿por qué sigues trabajando tanto? -preguntó mientras se sentaba frente a él.
Antonio la miró y rió con ganas.
– Pues… para ser más rico -contestó recostándose en su sillón.
– ¿Y cuándo piensas parar y empezar a vivir?
– ¿Es que ahora no vivo?
– Vives obsesionado por ganar dinero en vez de disfrutar de la gente que realmente te quiere; estás perdiendo lo único valioso que tienes.
– ¿Te refieres a ti? -preguntó esperanzado.
– No, pensaba en tu hijo. Él es tu gran activo -dijo señalando la foto situada frente a él sobre la mesa-; sin embargo, está creciendo solo, en manos de extraños. Ese niño necesita un padre, no una herencia.
– Mi hijo está bien donde está -cortó con sequedad.
– No, no lo creo. Tú creciste como él, en un internado, lejos de tu familia, y tiendes a hacer lo mismo porque crees que es lo correcto. Pero los niños necesitan a sus padres, recibir cariño, crecer seguros y confiados para después confiar en los demás. Las personas tienden a dar lo que han recibido, y si no recibe tu amor, no lo esperes de él. Debería ser tu prioridad antes que los negocios. No cometas los mismos errores de tu padre.
Aquellas palabras le golpearon como un mazazo.
– Deja de darme lecciones de moral cristiana y no descargues sobre mí tus traumas infantiles -musitó con aspereza.
Aquel comentario llegó a incomodarla seriamente; se levantó, dirigiéndose a la puerta sin pronunciar una palabra.
– ¡Elena, espera! -Se levantó y fue en su busca-. Lo siento. No debí decir eso…
Elena se había detenido, pero no se volvió. Pensaba en lo mucho que le quedaba por recorrer a su lado. Trataba de establecer un vínculo con él… hasta que topaba con su fuerte carácter y el afán por dominarlo todo. Entonces todo se venía abajo y debía comenzar desde el principio. Le había puesto el dedo en la llaga en un intento de hacerle reaccionar sobre su modo de vida, pero el resultado había sido un auténtico desastre.
– ¿Cuántos años tienes? -Se volvió tras un silencio para mirarle.
– Treinta y nueve.
– Cuando llegues a los sesenta, te acordarás de mis sermones de moral cristiana, porque quizá te veas solo; inmensamente rico, pero completamente solo. -Después salió de la estancia.
Antonio emitió un suspiro. Estaba habituado a tomar decisiones sin esperar censura sobre sus actuaciones -quizá porque no había nadie que osara hacerlo-, pero con Elena era diferente: se trataba de la única persona que se atrevía a hablarle con franqueza y decir lo que pensaba; y hasta esa cualidad, aunque resultaba a veces irritante, le gustaba de ella.
Escuchó chapoteo en el agua y se acercó al ventanal. Elena nadaba en la piscina enfundada en un bañador rojo. Observó que subía la escalerilla y se deleitó observando aquel cuerpo que tanto deseaba. Pensó que podría estar horas, días enteros, con la mirada paralizada sobre ella, y concluyó que había sido ya demasiado paciente. Debía pasar a la ofensiva, el tiempo se acababa; una vez afianzada su lealtad hacia él, debía tomar posiciones antes de que Agustín fuese detenido y pudiera causar alguna interferencia; conocía sus prejuicios y tenía que situarla en el lugar adecuado.
Subió para cambiarse y salió a la piscina. Elena nadaba de espaldas y reparó en su llegada al escuchar el chapoteo cuando él se lanzó de cabeza. Se dio la vuelta, pero no vio a nadie; solo cuando sintió sus manos en la cintura bajo el agua advirtió su llegada y dio un grito de sobresalto. Antonio emergió sin dejar de abrazarla; Elena le puso las manos en la cabeza para sumergirle mientras reía, pero él tiró de ella, en una divertida lucha para tratar de hundirse el uno al otro. Terminaron juntos en el borde de la piscina. Elena apoyaba la espalda contra la pared y se mantenía a flote colocando las manos en los hombros de Antonio, quien había colocado las suyas en el bordillo y la acorralaba con su cuerpo.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Antonio con una abierta sonrisa.
– Me rindo. Has ganado.
– Te lo dije, yo siempre gano.
– Eres un fanfarrón -replicó con una carcajada.
Por toda respuesta, él puso la mano sobre su cabeza para hundirla otra vez bajo el agua.
– ¡No…! ¡Ya basta…! -Elena trató de evitarlo enlazando los brazos alrededor de su cuello y quedando pegada a él.
Fue algo instintivo, y al sentir sus cuerpos unidos, ambos se estremecieron. Antonio bajó una mano hasta su espalda y la recorrió con deseo. Después la besó en los labios con avaricia, oprimiéndola entre su cuerpo y el muro de la piscina. Elena seguía rodeando su cuello y le acarició la nuca, enredando los dedos en su pelo lacio y oscuro. Sintió una agitación desconocida; estaba demasiado confusa para rechazarle, y advirtió en su interior un leve cosquilleo al sentir sus manos grandes y enérgicas sobre ella. Su cuerpo pegado al de Antonio le transmitió el deseo de él de poseerla allí mismo, y Elena dejó de pensar en nada que no fuera la fuerte atracción que sentía hacia él.
– Elena, te deseo… -decía mientras acariciaba su hombro y hundía el rostro en su cuello.
De repente ella sintió pánico; nunca había vivido una experiencia como aquella y temió no estar a la altura que él esperaba. A su edad y con un matrimonio a sus espaldas, consideraba a Antonio un hombre experimentado; sin embargo, ella solo había tenido un inocente escarceo con Carlos y ni siquiera habían llegado a consumar el acto sexual.
– No… Antonio… Por favor, espera… -decía tratando de zafarse de sus brazos.
– Elena… déjate llevar… confía en mí… -Él no apartó las manos y siguió explorando su piel temblorosa bajo el agua.
– Necesito más tiempo…
Apenas podía pensar con claridad mientras sentía aquel cosquilleo. Las manos de Antonio habían llegado a sus hombros y trataban de bajarle los tirantes del bañador. Ella las sujetó entre las suyas y aprovechó aquel descuido para separarse de él.
– Antonio, tengo algo que decirte, y es muy… embarazoso…
Antonio se detuvo y la miró escamado.
– ¿Qué ocurre?
El calor subía por las mejillas de Elena y su mirada se dirigió ahora hacia el agua.
– Antonio… yo no… Quiero decir… con Carlos nunca… bueno… -Terminó encogiéndose de hombros sin hallar las palabras precisas.
– Veamos si lo entiendo… con Carlos… ¿nunca… hiciste el amor? -dijo acercándose a ella.
Elena negó con la cabeza sin atreverse a mirarle.
– ¿Y con algún otro hombre?
Elena volvió a negar con la cabeza. Esta vez elevó la vista con temor, esperando hallar una expresión de burla en los ojos de Antonio; pero se equivocó. Él se acercó a ella y rozó con suavidad los labios con los suyos, acariciando su mejilla con inmensa ternura.
– Ahora lo entiendo… Y me resulta increíble escuchar esto de una mujer tan especial como tú; pero no puedes imaginar cuánto me agrada saberlo. Sería para mí un gran honor ser el primero, si tú me aceptas… -Volvió a besarla despacio.
Читать дальше