Elena apartó la vista, intimidada por aquella velada amenaza.
– No pienso renunciar a recuperar mi vida ni voy a aceptar con sumisión las condiciones que me has impuesto; tengo derecho a aspirar a mi libertad -replicó con rebeldía.
– Debes hacer un esfuerzo para adaptarte a esta nueva situación.
– Me niego a asumir que esto me está pasando a mí, quiero creer que es un espejismo, que todo volverá a ser como antes, que pronto despertaré de esta pesadilla.
– Tienes que afrontarlo, Elena, debes mirar hacia delante, hacia el futuro.
– ¿Futuro? -replicó enojada-. ¿Qué futuro? ¿Acaso soy libre para tomar alguna decisión o disponer de mí misma? Ahora soy otra persona, una delincuente, vigilada y utilizada como rehén para atrapar a un asesino a quien ni siquiera conozco.
– Tú no eres una delincuente -le recriminó con suavidad-. Y no eres responsable de lo que ha ocurrido. No debes identificarte con él.
– ¿Por qué no? Tú ya lo hiciste, y la policía también.
– Cometí un error y me propongo enmendarlo. Nunca volverás a sufrir una humillación semejante, te lo aseguro.
– ¿Por qué ahora cambias de actitud hacia mí?
– Porque creo en ti. No perteneces a su mundo; te he tratado injustamente y quiero ayudarte a superar esta situación.
– ¿A cambio de qué? ¿Tendré que agradecer tu amabilidad de alguna… manera especial? -preguntó sarcástica.
– No voy a pedirte nada, solo tu amistad.
– Yo nunca seré tu amiga -dijo rotunda.
Sus miradas se encontraron durante unos incómodos instantes.
– Como quieras -respondió tranquilo.
Elena quedó atenta a sus ojos, como si lamentase haber llegado demasiado lejos.
– Pero si tengo que ser amable, lo seré -añadió más apaciguada tras un silencio.
– Me conformo con ese cambio de actitud -respondió tratando de sonreír.
Antonio Cifuentes estaba pensativo. Se encontraba en su despacho comentando los asuntos con el director general de su holding y hombre de confianza, Sebastián Melero. Este era un tipo singular, de gran apostura, algo comprometida por un excesivo vientre debido a su prodigalidad en el disfrute de la buena comida. Sus nevadas sienes y la iniciada alopecia frontal no le restaban atractivo, que sabía utilizar y derrochar con las mujeres. Amaba los placeres que podía conseguir con su abultada cuenta corriente y las relaciones a las que había accedido gracias a la confianza de su jefe y mentor.
– Hoy cenamos con el jeque Alí Jaman, a las siete.
– Vaya, lo había olvidado por completo -contestó Antonio aún distraído-. Tenía planes para esta tarde…
– Todavía quedan asuntos muy importantes por ultimar y se sentirían ofendidos si el presidente del holding no asistiera a la reunión. No van a negociar con un subordinado.
– De acuerdo, asistiré.
– Y volviendo a los árabes, Antonio, me inquieta la capacidad de respuesta para el proyecto de Dubai. ¿Crees que estamos preparados para afrontar ese colosal desafío? Esto significaría triplicar nuestra capacidad operativa.
– Y triplicar los beneficios -añadió Antonio con una sonrisa.
– Sigo teniendo mis dudas. Se trata del contrato de la historia, vamos a construir del mayor complejo turístico de Asia: hoteles de lujo, zonas residenciales integradas por miles de viviendas exclusivas, un aeropuerto, campos de golf, puertos deportivos… ¿No temes que este descomunal negocio desborde al holding ACM?
– Hombre de poca fe… -Sonrió mientras cortaba con una cuchilla especial la cabeza de un grueso cigarro habano-. Todo está previsto. Vamos a utilizar otra sociedad para este proyecto.
– ¿Otra constructora? -preguntó el abogado, perplejo.
– Sí, la firma Samex Corporation. Ella se encargará en exclusiva de este trabajo sin interferir en el nuestro.
– Creo que me he perdido algo. La Samex pertenece a Sergio Alcántara, el flamante marido de tu ex esposa, y estoy seguro de que no vas a compartir este negocio con él -dijo escéptico el abogado.
– No será necesario. He tenido una fructífera entrevista con el presidente del Banco Iberoamericano y me ha ofrecido una puntual información sobre su situación financiera. En los últimos tiempos han tenido problemas de liquidez… ya sabes, retrasos en los plazos de entrega, problemas en la venta de las viviendas… -Hablaba deleitándose con una bocanada de humo.
– ¿Y han acudido a ti para ofrecerte una parte del negocio? Vamos, Antonio, no me lo creo. -Le devolvió la cómplice sonrisa. Era fuerte y macizo bajo el traje de tres piezas hecho a medida en Italia, reforzando su aspecto con ademanes calculados y precisos mientras se servía otra copa con una impasibilidad propia del protagonista de las series de televisión de los años setenta.
– No exactamente. He negociado la deuda que mantienen con el banco y en estos momentos estoy a punto de quedarme con el sesenta por ciento de sus activos.
– ¡Maldito cabrón! -Rió con una fuerte carcajada-. Como enemigo eres terrible, un rival muy peligroso.
– Así son los negocios, unas veces se gana y otras… se gana más -le respondió con una maliciosa sonrisa.
– Has arrebatado a Sergio Alcántara su cadena hotelera y ahora vas directo a la constructora. Creo que te has ganado un enemigo para la eternidad. ¿Piensas dejarle algo para vivir?
– Sí. Vivirá lamentándose al lado de su amada esposa la infamia que cometieron juntos -dijo con una dura y fría expresión.
Elena esperó hasta bien entrada la tarde, pero Antonio no regresó para cenar. ¿Estaba decepcionada? ¡No…! Se impuso a sí misma, sacudiendo aquellos pensamientos. ¿Por qué iba a estarlo? le halagaba que él fuera complaciente, que la tratara con el respeto que al principio no mostró hacia ella… pero nada más. No se sentía atraída por él… O al menos eso deseaba creer… Además, la idea de escapar de allí seguía rondándole la cabeza, aunque con menos fuerza. Tenía miedo de fracasar, y lo que realmente le asustaba era la reacción del dueño de su libertad, que ahora se mostraba amable pero que podría cambiar de actitud. Nunca había sido una heroína; muy al contrario, había sido una niña asustadiza y llena de inseguridades, y de mayor necesitó siempre la protección de sus abuelos, de los que no se separó hasta su inevitable marcha. Nunca había vivido sola y aquella situación de encierro le provocaba inquietud, pero se negaba a reconocer que la cercana presencia de aquel extraño le infundía cierta seguridad.
Era de madrugada, pero Elena aún estaba despierta. Escuchó sonidos en la habitación contigua a la suya. Él había regresado. De repente oyó un clic en la puerta común y se cubrió con la colcha dando la espalda a la puerta. Percibió un pequeño haz de luz y sintió pasos que se acercaban a su cama. Apenas se atrevió a mover un músculo, con los ojos cerrados y el cuerpo en tensión, temerosa de sus intenciones. Tras un largo silencio, los pasos regresaron hacia la puerta y de nuevo la oscuridad invadió la sala.
Estaba ya levantada cuando a la mañana siguiente la sirvienta le trasladó la petición del señor de acompañarle en el desayuno. Era la primera vez que ocurría. Había vigilado las salidas matutinas de Antonio; solía marcharse temprano. Quizá había decidido quedarse a descansar ese día debido a las altas horas en que había regresado la noche anterior, pensó.
Se puso un vestido de color azul y maquilló su rostro. Después volvió a recogerse el pelo.
– Hola. Estás muy linda -le dijo sonriendo mientras se levantaba para recibirla en el porche.
Se sentó frente a él observando cómo abría una caja plana forrada de terciopelo negro, de la que sacó un ancho brazalete de platino con incrustaciones de diamantes negros y blancos formando un zigzag.
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