En todo caso, a nosotros nos traía sin cuidado tanto el rey como Latvia y aullamos:
– La Dannebrog, la Dannebrog, Frederik irá a por la bandera y la traerá al montón.
No era una canción demasiado interesante, pero la cantamos una y otra vez divirtiéndonos de lo lindo con ella. Quizás nos divertía más aún la aterrorizada expresión de Frederik.
En el jardín, delante de la pequen! casa roja donde Frederik vivía con sus padres casados, y para nada divorciados, se hallaba el asta más alta de todo Taering. Y en ella ondeaba la Dannebrog todos los días señalados desde el amanecer hasta el atardecer, ya fuera el cumpleaños de la Reina o el de Frederik, festividades de guardar o domingo. En casa de Frederik era obligación del hombre, además de un placer, el izar la bandera, y desde que él había cumplido los catorce, no hacía mucho, había relevado con orgullo a su padre de esa obligación y placer, tomándolo a su cargo.
Era evidente que Frederik no quería entregar la bandera. Pero nosotros no nos dejamos ablandar y no cedimos un ápice. Al día siguiente la Dannebrog pasó a formar parte del montón de significado.
Cantamos el himno nacional, en posición de firmes mientras Frederik ataba el trozo de tela rojo y azul a la barra de hierro que Jan-Johan había hallado en la parte trasera de la serrería y que ahora se disponía a clavar en mitad del montón.
La Dannebrog era mucho más grande de cerca que ondeando en el asta del jardín y todo este asunto me desasosegó un poco, pensando en la historia y la nación y todo eso. Pero no pareció que molestara a nadie más, y entonces pensé en el significado y pude darme cuenta de que Maiken había dado en el blanco: con la Dannebrog ondeando allí, el montón de significado tenía aspecto de algo realmente importante.
¡Algo! ¡Mucho! ¡Significado!
A nadie se le había ocurrido que Frederik pudiera ser malvado. Pero nuestro respeto por él aumentó cuando le exigió a lady Guillermo su diario.
Lady Guillermo era, cómo lo diría yo, lady Guillermo.
Y el diario de lady Guillermo era algo muy especial, encuadernado en piel oscura y hecho con papel francés, pulcras páginas escritas con letra apretada sobre algo que parecía papel de envolver comida pero que al parecer era mucho más fino.
Ahora lady Guillermo decía uf no. Y que él no podía y lo acompañó de unas cuantas gesticulaciones de manos que después las chicas intentamos imitar mientras reventábamos de risa.
Pero no le sirvió de nada.
El diario fue a parar al montón, aunque sin la llave porque a Frederik se le olvidó pedírsela, y perdió así, con la misma rapidez con que lo había adquirido, su recién ganado respeto.
Lady Guillermo dijo con voz nasal y condescendiente que con su diario el montón de significado había alcanzado un definitivo y nuevo plateau -él tenía especial predilección por palabras francesas que los demás no siempre comprendíamos-. Sin importar lo que significara, fue a causa de ese plateau que le presentó sus excusas a Anna-Li por pedirle que entregara su certificado de adopción.
Anna-Li era coreana a pesar de ser danesa y haber conocido sólo a sus padres daneses. Anna-Li no decía nunca ni palabra y no se inmiscuía en nada, sólo parpadeaba y miraba al suelo cuando alguien le hablaba. Ni siquiera entonces respondía. Fue Rikke-Ursula la que protestó.
– Esto no vale, Guillermo. Un certificado de adopción es como un certificado de nacimiento. Una no puede desprenderse de él.
– Tendréis que disculparme, en serio -dijo lady Guillermo con fingida indulgencia-. Mi diario es mi vida. Si éste puede ir a parar al montón, también es válido para el certificado de adopción. ¿No se trata de que el montón adquiera significado?
– No de esta forma -dijo Rikke-Ursula y meneó la cabeza blandiendo sus seis trenzas azules al aire.
Lady Guillermo persistió con su amabilidad y no hallamos más objeciones, sólo atinamos a quedarnos ahí pasmados reflexionando.
Entonces, para nuestra estupefacción, Anna-Li profirió retahilas seguidas:
– No importa -empezó diciendo-. O mejor dicho, importa mucho. Pero de eso se trata, si no el montón de significado no tendrá significado y Fierre An-thon llevará la razón en lo de que nada importa.
Tenía razón.
El certificado de adopción fue a parar a todo lo alto del montón, y cuando ella dijo que la pequeña Ingrid debía entregar sus muletas nuevas, nadie se opuso.
La pequeña Ingrid tuvo que usar las muletas viejas a partir de entonces.
El significado estaba cogiendo fuerza y nuestro júbilo fue infinito cuando la pequeña Ingrid susurró afable que Henrik debía entregar la serpiente sumergida en formol.
En la sala de biología había seis cosas dignas de contemplar: el esqueleto al que llamábamos señor Hansen, ese medio hombre al que se le podían extraer los órganos, el cartel con los órganos genitales y reproductores femeninos dibujados, un cráneo reseco y agrietado que llevaba el nombre de La mano llena de Hamlet, una marta disecada y la serpiente sumergida en formol. De todas ellas, la serpiente era la más interesante; el hallazgo de la pequeña Ingrid era genial.
Henrik no estaba de acuerdo.
Más que nada porque la serpiente era una cobra que a su padre le había costado tiempo, muchísimas cartas y negociaciones traer para que formara parte de la colección de la escuela. Y también porque era asquerosa y te daban escalofríos por toda la espalda cada vez que la mirabas. Con su forma prehistórica y sus apretadas escamas, el cuerpo enroscado en una interminable espiral en el fondo del recipiente, la cabeza alzada y despierta, ese cuello dentado y dilatado como en pleno ataque de rabia, y a cada momento parecía que la saliva paralizante iba a salir despedida de su roja, pálida boca de bufido.
Nadie por voluntad propia tocaba el recipiente.
Es decir, a no ser que obtuviera diez coronas por ello.
Henrik se mantenía firme, tozudo y tonto en la postura de que la serpiente no era adecuada para el montón de significado. Pero ayudó el que, en la pausa, Hussain sostuviera en alto el recipiente con la serpiente por encima de la cabeza de Henrik mientras decía que lo estrellaría contra su frente si él no la trasladaba al montón.
Los demás también nos sentíamos impacientes y defendimos que debía hacerse de inmediato. Queríamos acabarlo para poder cerrar la boca a Pierre Anthon. Las ciruelas estaban casi del todo maduras y ahora él nos escupía los huesos pegajosos mientras vociferaba sus ocurrencias.
– ¿Qué pretendéis vosotras las chicas teniendo novio? -había vociferado la misma mañana que pasé por el número 25 de la calle Tasring del brazo de Rikke-Ursula-. Primero te enamoras, después te echas novio y luego el enamoramiento se esfuma y te separas.
– ¡Cierra el pico! -chilló Rikke-Ursula, muy, muy alto.
Quizá se sintió especialmente herida porque precisamente acabábamos de hablar de Jan-Johan y de los sentimientos que no se podían gobernar.
Pierre Anthon se rió y continuó amistoso:
– Y así una y otra vez hasta que estéis tan hartas que preferiréis fingir que el chico que en ese momento tenéis a vuestro lado es el único. ¡Qué pérdida de energía!
– Ahora cerrarás el pico de una vez -grité yo y eché a correr. Porque aunque yo no tuviera novio ni tampoco supiera quién podría ser si en ese momento tuviera que escoger uno, deseaba con ansia tenerlo y pronto, Y Pierre Anthon no tenía derecho a destruir mi amor antes de estrenarlo.
Rikke-Ursula y yo corrimos el resto del trayecto hasta llegar a la escuela, y entramos del peor humor que podíamos recordar haber tenido juntas. Ni siquiera ayudó el que la guapa Rosa nos recordara que Pierre Anthon había sido novio de Sofie durante catorce días y que incluso se habían besado antes de dejarlo, y que después Sofie fue novia de Sebastian mientras que Pierre Anthon estuvo con Laura.
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