Janne Teller - Nada

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Pierre Antón deja el colegio el día que descubre que la vida no tiene sentido. Se sube a un ciruelo y declama a gritos las razones por las que nada importa en la vida. Tanto desmoraliza a sus compañeros que deciden apilar objetos esenciales para ellos con el fin de demostrarle que hay cosas que dan sentido a quiénes somos. En su búsqueda arriesgarán parte de sí mismos y descubrirán que sólo al perder algo se aprecia su valor. Pero entonces puede ser demasiado tarde.

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– ¿Os asustáis por nada vosotros, eh? -gritó Fierre Anthon mirando la piedra de Rikke-Ursula que acabó miserable en el seto.

– ¡Te estás aquí arriba sentado sólo porque tu padre se ha quedado colgado en 1968! -gritó el gran Hans y lanzó una piedra que, internándose en el árbol, chocó contra una ciruela y esparció su pulpa Jugosa por doquier.

Vitoreamos por todo lo alto.

Yo también vitoreé, a pesar de saber que ni una cosa ni la otra eran ciertas. El padre de Pierre Anthon y los miembros de la comuna cultivaban verduras ecológicas y practicaban religiones exóticas, y eran proclives a acoger espíritus, tratamientos alternativos y a otros seres humanos. Pero ésta no era la razón por la que no era cierto. No era cierto porque el padre de Pierre Anthon llevaba el pelo cortado al rape y trabajaba en una empresa informática y todo era muy moderno, y nada tenían que ver ni él ni Pierre Anthon con 1968.

– ¡Mi padre no se ha quedado colgado en nada, ni yo tampoco! -gritó Pierre Anthon y se secó un poco el jugo del brazo-. Yo estoy sentado en la nada, que no es lo mismo. ¡Y mejor estar sentado en la nada que en algo que no es nada!

Era temprano por la mañana.

El sol lanzaba destellos oblicuos desde el Este, es decir, directos a los ojos de Pierre Anthon. Y tenía que protegerse haciéndose sombra con una mano para poder vernos. Nosotros estábamos de pie con el sol a nuestra espalda, junto a la carretilla de los periódicos, al otro lado de la acera, donde era difícil que nos alcanzaran las ciruelas de Pierre Anthon.

No respondimos a sus palabras.

Le tocaba a Richard. La primera piedra que lanzó dio con fuerza en el tronco del ciruelo y la otra pasó silbando entre las hojas y las ciruelas y casi rozó la oreja izquierda de Pierre Anthon. Entonces tiré yo. Nunca he tenido buena puntería, pero estaba enojada y decidida a dar en el blanco. Mientras que una de mis piedras fue a parar al seto, al lado de Rikke-Ursula, la otra dio con fuerza en la rama donde estaba sentado.

– Entonces, Agnes -gritó Pierre Anthon-. ¿Tanto te cuesta creer que nada importa?

Lancé una tercera piedra y esa vez debí de darle porque sonó un au y durante un instante se hizo el silencio total en la copa del árbol. Después tiró Ole, pero demasiado alto y demasiado lejos y Pierre Anthon volvió a vociferar:

– Si vivís hasta los ochenta, habréis dormido treinta años, ido a la escuela y hecho deberes cerca de nueve años y trabajado casi catorce años. Como ya habéis empleado más de seis años en ser niños y jugar, y después gastaréis, como mínimo, doce años en limpiar, hacer la comida y cuidar a los hijos, os quedarán como máximo nueve años para vivir. -Entonces lanzó una ciruela al aire que trazó un débil arco antes de caer pesadamente en la cloaca-. Y todavía osaréis emplear esos nueve años en fingir que tenéis éxito actuando en este teatro sin sentido, cuando en lugar de ello podríais disfrutar de esos años inmediatamente.

Cogió todavía una ciruela más. Indolente, se inclinó hacia atrás en la bifurcación entre dos ramas a la vez que sopesaba el fruto en la mano. Le dio un gran mordisco y se rió; las victorias estaban casi maduras.

– ¡No es un teatro! -vociferó Ole amenazándole con el puño.

– ¡No es un teatro! -se unió el gran Hans haciendo volar una piedra.

– ¿Por qué finge todo el mundo que todo lo que no es importante lo es y mucho, y al mismo tiempo todos se afanan terriblemente en fingir que lo realmente importante no lo es en absoluto?

Pierre Anthon se rió y se secó con la manga el jugo de ciruela de la barbilla.

– ¿Por qué es tan importante expresar gratitud por la comida y por la última vez que nos vimos, y gracias y buenos días y cómo te va, si bien pronto ninguno de nosotros no irá ya a ninguna parte, bien que lo sabéis todos, cuando en vez de eso puede uno quedarse aquí sentado, comiendo ciruelas, observando la rotación de la Tierra y acostumbrándose a ser parte de la nada?

Las dos piedras del piadoso Kai salieron disparadas una tras la otra.

– Cuando nada importa es mejor no hacer nada que hacer algo, principalmente si ese algo es tirar piedras porque uno no se atreve a trepar al árbol.

Salieron piedras disparadas de todos lados en dirección al ciruelo. Los turnos ya no valían. Las lanzaron a la vez y al poco se escuchó un chillido de Pierre Anthon que, con un fuerte batacazo, cayó de la rama yendo a dar en la hierba junto al seto. Eso estuvo bien porque se nos habían acabado las piedras y eran las tantas. El piadoso Kai tenía que irse inmediatamente a casa con la carretilla de los periódicos si quería llegar a la escuela antes de que sonara el timbre.

A la mañana siguiente, cuando pasamos por delante camino de la escuela, el ciruelo estaba en silencio.

Ole fue el primero en cruzar la calle, seguido del gran Hans, quien, con un fuerte salto, alcanzó dos victorias y las arrancó junto a un montón de hojas a la vez que pegaba un fuerte chillido; al no ocurrir nada los demás lo seguimos con júbilo.

¡Habíamos ganado!

La victoria es dulce. La victoria existe. La victoria.

Dos días después Pierre Anthon estaba de vuelta en el ciruelo con tiritas en la frente y nuevas ocurrencias.

– Aunque aprendáis algo que os haga creer que sabéis algo, siempre habrá alguien que sabrá más de ese tema que vosotros.

– Cierra el pico -le contesté yo vociferando-. ¡Yo me voy a convertir en algo que significará algo! ¡Y seré famosa en todo el mundo!

– Claro que sí, Agnes -la voz de Pierre Anthon sonaba ahora amistosa, casi compasiva-. Te convertirás en diseñadora y te pavonearás por ahí con tus zapatos de tacón alto, representando tu papel de forma inteligente y consiguiendo que otros piensen que también ellos son inteligentes si llevan precisamente la ropa de tu marca -meneó la cabeza-. Pero te darás cuenta de que eres una payasa en un insulso circo en el que todos intentan convencerse mutuamente de que es de vital importancia tener un determinado aspecto ese año y otro diferente al siguiente. Y también descubrirás que la fama y el gran mundo están fuera de ti y que tu interior está vacío, y así será hagas lo que hagas.

Miré a mi alrededor, pero en la calle no había ninguna piedra a tiro.

– ¡Cierra el pico! -chillé, pero Pierre Anthon continuó.

– ¿Por qué no reconocer de inmediato q»e nada importa y disfrutar de la nada presente?

Levanté el dedo corazón.

Y Pierre Anthon sólo se rió.

Furiosa, agarré a Rikke-Ursula del brazo porque ella era mi amiga, mi amiga de pelo azul y seis trenzas, y eso, a pesar de todo, era algo. Azul, más azul, lo más azul. Si mi madre no me lo hubiera prohibido determi-nantemente, yo también hubiera llevado el pelo azul. Así que tenía que conformarme con las seis trenzas que con mi fino y greñudo pelo no me quedaban muy favorecedoras, pero a pesar de todo eran algo.

No pasaron muchos días hasta que Jan-Johan nos convocó de nuevo en la cancha de fútbol.

No salía ninguna propuesta buena, sólo montones de malas. A Ole ya no lo aguantábamos, y si no hubiera sido el más fuerte de la clase -es decir, desde que Pierre Anthon había dejado la escuela- le habríamos dado una paliza.

Precisamente cuando nos disponíamos a abandonar porque no podíamos dar con una idea buena, Sofie dio un paso al frente.

– Tenemos que demostrarle a Pierre Anthon que existen cosas que importan -fue todo lo que dijo pero fue más que suficiente porque de inmediato todos supimos qué hacer.

A la tarde siguiente nos pusimos manos a la obra.

V

Sofie vivía justo donde Taering deja de ser ciudad y se convierte en campo. Detrás de la casa de muros amarillos donde vivía con sus padres, había un descampado con una serrería en desuso en uno de los extremos. La serrería no estaba en funcionamiento e iba a ser derribada para acoger un polideportivo del que los importantes de la ciudad habían hablado durante años. Ya nadie creía realmente en ese polideportivo y, aunque la serrería estuviera en ruinas, con los cristales reventados y un agujero en el techo, se mantenía todavía en pie y era exactamente lo que necesitábamos.

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