Ángeles Caso - Contra El Viento

Здесь есть возможность читать онлайн «Ángeles Caso - Contra El Viento» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Contra El Viento: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Contra El Viento»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Premio Planeta 2009.
La niña São, nacida para trabajar, como todas en su aldea, decide construirse una vida mejor en Europa. Tras aprender a levantarse una y otra vez encontrará una amistad nueva con una mujer española que se ahoga en sus inseguridades. São le devolverá las ganas de vivir y juntas construirán un vínculo indestructible, que las hará fuertes. Conmovedora historia de amistad entre dos mujeres que viven en mundos opuestos narrada con la belleza de la realidad. Una novela llena de sensibilidad para lectores ávidos de aventura y emoción. Ángeles Caso vuelve a cautivar con una historia imprescindible para leer y compartir.

Contra El Viento — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Contra El Viento», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Zenaida recibió a São igual que si fuera una amiga de toda la vida. Su marido estaba trabajando en Alemania, y ella vivía con sus dos hijas en un piso muy pequeño que parecía inflarse como un globo cuando llegaba alguna visita. Enseguida organizó un rincón en su armario para guardar las cosas de André y sacó de algún sitio un colchón hinchable que habría que colocar por las noches en la sala, moviendo el sofá y la mesa. Se negó a que São le pagara nada, ni siquiera la comida, hasta que tuviese trabajo. Era mejor que guardara el poco dinero que tenía por si había alguna urgencia. Al fin y al cabo, ella era una mujer afortunada: trabajaba como cocinera en un restaurante y tenía un buen salario. También Amílcar ganaba bastante en su fábrica de Düsseldorf y le mandaba una cantidad importante todos los meses. Se veían poco y lo echaba de menos, pero aquélla era la única parte triste de su vida. Por lo demás, todo le iba bien. Su marido era un hombre decente, las niñas gozaban de una excelente salud y sacaban buenas notas en el colegio y su trabajo le gustaba. Le divertía preparar croquetas y cocidos y carnes guisadas, y le halagaba comprobar que los platos volvían casi siempre vacíos a la cocina y que la clientela regresaba una y otra vez. En realidad, Zenaida estaba convencida de que a la vida se venía a disfrutar, y no a sufrir como solían decir los curas. Sabía desde que era pequeña, porque así se lo había enseñado su madre, que hay que retener firmemente las cosas agradables que nos ocurren y construirse con ellas una fortaleza, y alejar en cambio a manotazos y patadas todo lo feo que se empeña en rodearnos y aplastarnos contra el suelo. Si tenía un disgusto, era capaz de plantarle cara y espantarlo como a un fantoche, pensando en los buenos momentos que había vivido y en los que aún le quedaban por gozar. Y en las noches de invierno, cuando la añoranza y las ganas de estar con Amílcar eran tan profundas que amenazaban con cortarle la respiración, cerraba los ojos y recordaba cada minuto de las últimas horas que había pasado con él, hasta que percibía su olor y su aliento sobre ella, y terminaba por dormirse arrullada en sus espasmos. Si realmente existía algún ser sobre la tierra del que se pudiese decir que era feliz, ése era Zenaida.

Fue ella quien acompañó a São a mi casa el primer día. Alguien le había dicho que yo necesitaba una asistenta tres veces a la semana. Me llamaron por teléfono y al día siguiente se presentaron en mi piso hermosas como flores, resplandecientes. Las dos se habían puesto vestidos sobrios que las tapaban casi por completo, pero no podían evitar que se les adivinasen debajo los cuerpos rotundos de hembras fuertes, de madres poderosas. La belleza se expandía a su alrededor igual que un aura que las rodeara volviéndolas majestuosas y, a la vez, cercanas y llenas de risa. Sí, eso era, les reían los ojos oscuros y brillantes, y los labios que se abrían sobre las bocas pálidas. Eran mujeres asentadas en la tierra, que podrían tal vez tambalearse si algo, alguien, las empujaba, pero que nunca llegarían a caerse. Las envidié profundamente. Deseé poseer su solidez, su guapura, su alegría. Yo me sentía entonces más pequeña y temblorosa que nunca, como una hojilla seca a punto de ser arrancada de su rama por la brisa más ligera.

En esa época estaba enferma. La herencia maligna de mi madre. Me habían diagnosticado una depresión, y estaba de baja. Pero lo mío no era el mal de los niños, sino el terrible desgarro del abandono. No he tenido hijos. Siempre me asustó la posibilidad de ser como mamá, de verme obligada a arrastrarme por la vida sin fuerzas, teniendo que hinchar a fondo mis pulmones para poder respirar. Uno más de mis muchos temores. Y ahora al fin, incluso sin hijos, estaba allí, atrapada dentro de una sombra, perseguida por el mismo pájaro negro que revolotea infatigable alrededor de mi madre, arrinconada en esa esquina del mundo en la que no brilla ninguna luz. Pablo se había ido, y yo era un trapo que recogía amorosa y desesperadamente las migajas que él había dejado esparcidas por la casa, los miserables restos de la porquería que sus pies habían podido traer en algún momento desde la calle a cualquier rincón de nuestro piso que un día había sido refugio y ahora era un espacio abierto a todos los vientos.

Pobre Pablo. Su amor por mí le hizo desgraciado. Nunca he entendido por qué tanta gente tiende a enamorarse de la persona menos adecuada. Hay algo que no acaba de funcionar bien en la química de nuestro cerebro, ésa que hace que distingamos a un ser entre todos, que lo veamos a él, y solamente a él, digno de nosotros, sin darnos cuenta de que a menudo no es más que la encarnación de nuestros peores demonios, el prototipo de todo lo que detestamos. Cuando nos conocimos, Pablo era uno de los chicos más divertidos de la facultad. Le gustaba salir por las noches, fumar marihuana, ir a bailar a los bares de copas y a las discotecas. Estudiaba Derecho para trabajar en el futuro en algún organismo internacional y viajar por el mundo resolviendo entuertos. No quería asentarse, ni tener propiedades, ni poseer más cosas de las que fuera posible transportar en una maleta de un país a otro, entre selvas y desiertos. No tenía miedo de nada, ni siquiera de morirse en algún lugar remoto, rodeado de gentes desconocidas. Soñaba con tomar ayahuasca con los chamanes bolivianos, con participar en las danzas de los kikuyus de Kenia, con sentarse junto a los yoguis del Tíbet bajo las montañas del Himalaya, contemplando la nada. Deseaba una vida al margen de todas las convenciones, guiada tan sólo por su propia conciencia de lo malo y lo bueno.

Y fue a enamorarse de mí, precisamente de mí, una mujer aburrida y amedrentada, que había elegido estudiar Derecho para poder sacar una oposición y tener un trabajo y un sueldo de por vida y no verme obligada a cambiar nunca nada, que ansiaba no subirme jamás a un tren o un avión por no indagar en otros paisajes, que aspiraba a una existencia monótona y reglada, con horarios inmutables y muebles-para-toda-la-vida en un piso propio. Todo ordenado, seguro, amurallado por la normalidad y la fijeza.

Pablo era amable y protector y generoso. Creo que ésa fue la razón por la que me eligió. Supo entender que yo necesitaba a alguien que mullese cada noche el colchón en el que me iba a acostar, que me cogiera de la mano cada mañana para hacerme ver que el camino que debía recorrer a lo largo del día no estaba lleno de simas y de fieras acechando en cada esquina. Y en lugar de marcharse a resolver la guerra civil de Angola o el conflicto palestino-israelí, decidió quedarse a resolver mi propio conflicto con el mundo. Su amor hacia mí le hizo renunciar a los sueños. Me mimó, me consintió como a una niña malcriada, admitió la organización de vida que yo impuse inconscientemente, convencida de que era lo mejor para los dos, sin darme cuenta de que estaba amputándole una parte esencial de sí mismo y de que, con el paso de los años, cuando la pasión que nos unió se hubiera dulcificado, cuando llegase ese inevitable momento en el que cada persona se detiene a confrontar lo que fueron sus anhelos con la realidad que vive, a comparar los viejos deseos con lo alcanzado, a contemplar sus fotografías de joven y observar el paso del tiempo sobre sus rasgos con su rastro de aciertos y de errores, el hombre que estaría a mi lado, aun tendiéndome esforzadamente sus brazos y ofreciéndome sus hombros para ayudarme a soportar el peso de mis sombras, sería un ser frustrado y triste.

Por hacerme feliz, Pablo aceptó preparar las oposiciones a secretario de juzgado mientras yo preparaba las de funcionaría de la administración central. Aceptó comprar un piso con hipoteca. Aceptó pasar las vacaciones en la costa más cercana en lugar de viajar a sitios salvajes. Aceptó casarse. Aceptó no tener hijos. Y lo hizo todo sin que pareciese que realizaba ni un solo esfuerzo. Lo que más deseaba, decía, era vivir a mi lado. Yo le importaba más que el paisaje más asombroso del mundo. Y es cierto que seguía queriendo acabar con las bombas y la miseria, pero, si se iba dejándome atrás, sólo sería un desdichado sin fuerzas para hacer nada, un fantasma solitario que rodaría por el mundo sin saber por qué había decidido vivir sin mí. Y yo fui aceptando sus sacrificios como si eso fuera lo mejor para ambos, organizamos una existencia pequeña y cómoda y perfectamente estable, alejada de los vaivenes y las sorpresas, encajada dentro del molde de lo común. Di por supuesto que entre nosotros no cabrían las dudas ni los arrepentimientos, que juntos seríamos capaces de construir un edificio firme como una montaña, lleno de amor y de complicidad y de sexo, pero también de comodidades y certezas, una confortable torre de enamorados eterna e invencible.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Contra El Viento»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Contra El Viento» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Contra El Viento»

Обсуждение, отзывы о книге «Contra El Viento» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x