Javier Moro - El sari rojo
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Así que Sonia fue de nuevo testigo del arresto de otro miembro de la familia, esta vez el de su cuñado. Fue mucho más rápido que en el caso de Indira. En cinco minutos se lo llevaron esposado a la infame cárcel de Tihar, donde él mismo había mandado a tantos opositores a su madre. Indira, que estaba viajando por el sur, cogió el primer avión de regreso a Delhi. Fue directamente a verlo a la cárcel y se encontró allí con toda la familia y con un nutrido grupo de periodistas y equipos de televisión. El abrazo que dio a Sanjay dio la vuelta al mundo, así como sus consejos: «No te desanimes, sé valiente, esto va a suponer tu renacimiento político. Y no te preocupes, recuerda que yo, mi padre, todos hemos pasado por la cárcel» Indira temía el efecto que la prisión pudiera tener sobre Sanjay. «Lo que me da miedo -confesó a Rajiv y a Sonia- es que le agredan físicamente.»
A pesar de las tensiones, la familia reaccionaba como una piña ante la adversidad. Sonia se comprometió a preparar a su cuñado una comida al día que Maneka le llevaba a la cárcel. La joven esposa estaba excitada con la nueva situación. Le parecía que estaban viviendo una aventura increíble y en el fondo se regodeaba en su nuevo papel porque se sentía más necesaria que nunca ante su marido.
A lo largo de 1979, Sanjay fue encarcelado seis veces, aunque no pasó más de cinco semanas encerrado. Le ocurrió como a su abuelo Nehru: la cárcel le hizo sacar lo mejor de sí mismo. No tenía ningún prejuicio en mezclarse con todo tipo de reos; organizaba torneos deportivos, juegos de equipo y turnos de limpieza de las instalaciones. Cuando algún prisionero caía enfermo, Sanjay se ocupaba de cuidarlo. Si lo estimaba necesario, pasaba horas sentado junto a él Nada más ingresar en cualquiera de los centros penitenciarios, se convertía en su líder indiscutible.
Mientras Sanjay sobrevivía entrando y saliendo de la cárcel y de los tribunales, su madre hacía acopio de fuerzas, convencida como estaba de que podría recuperar el poder, y con él la seguridad y la dignidad para ella y su familia. Estaba dispuesta a luchar como una leona para proteger a sus cachorros. De madre leona fue el mensaje que mandó a Sanjay el día de su cumpleaños en la cárcel: «Recuerda, todo lo que hace fuerte, duele. Algunos quedan aplastados o lisiados, muy pocos se crecen. Sé fuerte en cuerpo y mente y aprende a tolerar…»
Indira estaba intentando recomponer su base, es decir el partido, que estaba dividido entre los incondicionales, dispuestos a seguirla hasta los confines de la tierra, y los que achacaban a Sanjay la responsabilidad de la debacle de 1977 y que no lo querían en la organización. A esto había que añadir los numerosos ministros que la habían traicionado ante la Comisión Shah, confesando mentiras a cambio de inmunidad jurídica. En esas circunstancias, recomponer el partido se hacía imposible. Entonces Indira cortó por lo sano. Decidió escindir la organización y quedarse sólo con los muy leales. Se convirtió así en presidenta del Congress (I) -la I por Indira- y el logo elegido fue la palma de una mano, como una bendición. A sus leales, les exigió también lealtad hacia su hijo. «Los que atacan a Sanjay me atacan a mí», había declarado en varias ocasiones. Su querencia por el poder la empujaba inconscientemente a perpetuarse en él, de ahí que la figura de Sanjay alimentase sus ambiciones dinásticas.
Sonia pensaba que ya había vivido lo peor con las detenciones, el hostigamiento, la persecución fiscal a su marido, pero desde el momento en que Indira anunció la creación de su nueva formación política, la vida en Willingdon Crescent se hizo mucho más irritante e incómoda. Era una casa abierta día y noche. La gente llegaba a cualquier hora para visitar a Indira. Los miembros de su partido, con expresiones que pasaban de la euforia a la angustia, entraban y salían como Pedro por su casa. De pronto se reunían en secreto, se organizaban, planificaban nuevas estrategias, decidían qué tácticas emplear en cada circunscripción. A todo esto, había que añadir las frecuentes visitas de abogados que seguían guiando a Indira y Sanjay por los vericuetos de la justicia. De pronto Sonia encontraba en el comedor a miembros de los servicios secretos que venían a interrogar a su suegra o a su cuñado. Ya no sabía si la gente que pululaba por las habitaciones eran aliados o enemigos. No daba abasto preparando tés y tentempiés para las numerosas visitas que Indira recibía en el césped, bajo unas carpas improvisadas en el jardín o en la entrada de casa, que a veces parecía la sala de espera de una estación de tren. Indira parecía feliz con tanto trajín; la promiscuidad no la molestaba. Estaba en su elemento, en el ambiente en que se había criado de niña. Además contaba con la presencia de Sanjay que, si no estaba en la cárcel o con sus abogados, trabajaba muy pegado a ella, viendo la manera de utilizar el Youth Congress para boicotear el funcionamiento del actual gobierno del Partido Janata.
– Me recuerda a los días de Anand Bhawan cuando preparábamos alguna acción de protesta… -decía Indira encantada a Sonia, que estaba al borde del llanto.
Ni ella ni Rajiv soportaban la falta de privacidad. Más de una vez, les ocurrió encontrarse en su cuarto a miembros del partido discutiendo acaloradamente porque no habían encontrado un sitio mejor para hacerlo. El ambiente desorganizado y revuelto, las amenazas constantes y el porvenir incierto les crispaba los nervios. Ésa no era la vida que habían elegido para ellos y sus hijos. Ahora ni siquiera sus amigos podían venir a verlos. ¿Dónde los recibirían? Tanto barullo le hacía temer a Sonia por la seguridad de los pequeños. «¿Y si se cuela alguien en casa con intención de secuestrarios o hacerles daño?», se preguntaba. Además, le preocupaba el efecto que las tensiones familiares tendrían sobre ellos. Sonia y Maneka habían dejado de hablarse porque esta última seguía sin colaborar en las tareas domésticas. Pupul, que fue una testigo privilegiada de esa época, escribió: «Es increíble que, en esas condiciones caóticas, Sonia pudiese encargarse de todas las tareas domésticas sin venirse abajo.»
El siguiente paso que dio Indira fue presentarse a las elecciones por una pequeña circunscripción del sur. Le habían llegado rumores de que el gobierno Janata estaba preparando una ley para imponer penalizaciones a los políticos que hubieran cometido crímenes contra el pueblo, como la prohibición de votar y de ser elegido. Si Indira conseguía entrar en el Parlamento, tendría la seguridad de que semejantes medidas no la afectarían al estar protegida por la inmunidad parlamentaria. Había elegido la circunscripción con sumo cuidado. Chikmaglur era un pequeño distrito en las colinas verdes de Karnataka, un estado en el suroeste de la India, donde en el siglo XVII un santo musulmán llegado de La Meca plantó unas semillas rojas desconocidas hasta entonces. Fue el principio del cultivo del café, que seguía vigente tres siglos después. Para Indira, era un área perfecta: más de la mitad del electorado estaba compuesto por mujeres, de las cuales la mitad pertenecían a las denominadas «castas bajas». En total, más de la mitad de la población vivía bajo el umbral de la pobreza. La zona era también un bastión del Congress. Su diputado por el distrito, que dimitió para ceder el puesto a Indira, era un viejo líder muy respetado.
Las pequeñas aldeas encaramadas en las colinas estaban rodeadas de una exuberante vegetación semitropical. Indira disfrutaba de ese paisaje bucólico. Visitó las plantaciones de café para hablar con los recolectores y sus familias. Era gente sencilla, satisfecha con lo poco que tenían, aislada de la vida política del resto del país. Indira descubrió que las noticias de su derrota de 1977 no habían llegado todavía al interior de la comarca. Una anciana recolectora ni siquiera se había enterado de que ya no era primera ministra. Cuando le dijeron que podía acabar en la cárcel si se probaban los cargos contra ella, la anciana preguntó con lágrimas en los ojos: «¿Qué cargos?», como si los grandes de este mundo no pudiesen hacer nunca nada malo. Aquellas gentes eran ingenuas e inocentes.
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