Javier Moro - El sari rojo
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– No es poca cosa en la India llamarse Gandhi… -añade otro.
– Sé lo que me quieres decir -le interrumpe Sonia-. Es un apellido que obliga, pero que también condena. Mira lo que ha pasado.
En realidad, Sonia se llama así porque su suegra Indira se casó con un parsi llamado Firoz Gandhi, no porque tuviera alguna relación de parentesco con el padre de la nación, el Mahatma Gandhi. Podía haberse llamado Kumar, o Bosé, o Kapur, o cualquiera de los apellidos comunes de la India. Pero la casualidad quiso que su apellido coincidiese con el del más célebre de los indios, el hombre más querido por su pueblo por haberlo guiado por el camino de la libertad. El hombre que se hizo tan íntimo de los Nehru que era considerado como uno más de la familia. Juntos consiguieron la independencia y lo hicieron gracias a un poderoso instrumento, el Partido del Congreso, que hoy está huérfano. Eso da a los Gandhi, incluida Sonia, un aura ante las masas que tiene un incalculable valor para los políticos de su partido.
– Mira… Tú eres la heredera de esta foto.
Uno de ellos señala una foto sobre una mesilla junto al sofá. Está en un marco de plata, y muestra a Indira, de niña, sentada junto al Mahatma.
– Os agradezco mucho, de verdad, que hayáis pensado en mí para ese cargo. Es un gran honor, pero no lo merezco. Sabéis que detesto la notoriedad. Además no pertenezco a la familia directa, soy la nuera…
– Te casaste con un indio, y ya sabes que aquí la nuera pasa a formar parte de la familia del marido en cuanto se casa… Has cumplido religiosamente con nuestras costumbres. Eres tan india como cualquiera, y no cualquier india es la mujer de un Nehru-Gandhi. Mira esta foto… ¿ese sari rojo que llevabas el día de tu boda, no es el que Nehru tejió en la cárcel?
– Sí, pero eso no quita que sea extranjera…
– Al pueblo le da igual dónde hayas nacido. No serías la primera extranjera de nacimiento en ser presidenta -interrumpe el tercero-. Recuerda que Annie Besant, una de las primeras líderes del partido y la primera en liderarlo a nivel nacional, era irlandesa. La idea no es tan descabellada.
– Eran otros tiempos. Soy demasiado vulnerable para asumir ese puesto. ¿Os imagináis los ataques de la oposición? instrumentalizarían al pueblo contra mí, y sería un desastre para todos.
– Soniaji, te hacemos una oferta sin condiciones… -dice el mayor de todos, un astuto político conocido por su habilidad en manipular, y que parece estar a punto de sacarse un as de la manga-… Quizás lo más importante para ti es que vas a volver a disponer del grado máximo de protección, como cuando Rajiv era primer ministro.
– Lo siento, pero habéis llamado a la puerta equivocada. No tengo ambición de poder, nunca me ha gustado ese mundo, me desenvuelvo mal en él, aborrezco ser el foco de atención. A Rajiv tampoco le gustaba. Si se metió en política, fue porque se lo pidió su madre. Si no, seguiría siendo un piloto de lndian Airlines, estaría vivo hoy y seríamos probablemente muy felices… Así que, lo siento mucho, pero no contéis conmigo.
– Eres la única que puede evitar que el partido se derrumbe. Y si se rompe el partido, es muy probable que el país entero se desmorone. ¿Qué ha mantenido unida a la India desde la independencia? Nuestro partido. ¿Quién es el garante de los valores que permiten que todas las comunidades convivan en paz? El Congress. Desde que no estamos en el poder, mira cómo ganan terreno los viejos demonios: el odio entre comunidades, entre religiones, las tentaciones separatistas de tantos estados… El país entero corre hacia la ruina, sólo tú puedes ayudarnos a salvarlo. Tienes prestigio y la gente te quiere. Por eso hemos venido personalmente… a apelar a tu sentido de la responsabilidad.
– ¿Responsabilidad? ¿Por qué ha de ser esta familia la que pague con la sangre de sus miembros un tributo constante al país? ¿Es que no ha bastado con Indira y Rajiv? ¿Queréis más?
– Piénsalo, Soniaji. Piensa en Nehru, en Indira, en Rajiv…
Vuestra familia está tan íntimamente ligada a la India como una liana alrededor del tronco de un árbol. Sois la India. Sin vosotros, no somos nada. Sin ti, no hay porvenir para esta gran nación. Éste es el mensaje que venimos a transmitirte. Sabemos que son horas amargas, y te pedimos perdón por interrumpir tu duelo, pero no nos abandones. No tires por la borda tanto sacrificio y tanta lucha. Tienes en tu mano la antorcha de los Nehru-Gandhi, no la apagues.
Palabras, palabras, palabras… Siempre hay un propósito mayor, una meta más alta al final del camino, una razón más noble, una mejor justificación para adornar el fin último, que no deja de ser hacerse con el poder. Los políticos siempre encuentran argumentos y excusas para hablar de lo único que les interesa, el poder. A fuerza de haber vivido tantos años a la sombra de dos primeros ministros, Sonia se conoce el percal. Se imagina perfectamente la desolación de todos los cabezas de lista que iban a presentarse a las elecciones y que hoy también se sienten huérfanos. El asesinato de su marido ha roto los sueños de mucha gente, no sólo los suyos. Se imagina todas las conjeturas, las maniobras, las zancadillas, los engaños de todos los que luchan por la sucesión de Rajiv en el seno del partido. Es mucho lo que está en juego, por eso vienen los mandamases a rendirle pleitesía, sin perder un ápice de tiempo. No piensan en ella como ser humano, ni siquiera en estas horas bajas, sino como instrumento para mantener las riendas del poder. Es hora de posicionarse en el partido porque el poder no soporta el vacío. En un país de escasos recursos, donde las oportunidades son pocas, el poder político es la clave de la prosperidad individual.
Sonia aprendió de Rajiv e Indira a mantener a raya a los políticos, a no dejarse utilizar por ellos. Pero ellos son astutos y piensan que Sonia acabará cediendo, que lo hará, si no por ella, por sus hijos, por mantener vivo el nombre de la familia, porque el poder es un imán del que es imposible escapar. ¿No dicen los poetas védicos que ni siquiera los dioses pueden resistirse a los elogios?
El día siguiente, Sonia manda una carta a la sede central del partido: «Estoy profundamente conmovida por la confianza depositada en mí por el Comité de Trabajo. Pero la tragedia que se ha abatido sobre mis hijos y sobre mí no me permite aceptar la presidencia de esta gran organización.» Es un jarro de agua fría para los fieles que no aceptan su rechazo y que deciden seguir presionándola con todos los medios a su alcance. Cada mañana, simpatizantes del partido se manifiestan frente a su domicilio, una villa colonial situada en el número 10 de Janpath, una avenida del centro de Nueva Delhi. Llevan pancartas y gritan eslóganes de «Viva Rajiv Gandhi; Soniaji presidenta». Sonia, irritada, le ruega al secretario de su marido que eche a los manifestantes, que ponga fin a este espectáculo que le parece estúpido y sin sentido. «Que se busquen un sucesor -piensa ella-. Mi familia ya ha hecho bastante…»
Los que de verdad se sienten tranquilizados cuando leen la noticia en el periódico son sus parientes en Orbassano, cerca de Turín. «En la ciudad respiramos todos con alivio -declara una vecina-. Menos mal que no ha aceptado el puesto de su marido, hubiera supuesto un gran riesgo para ella y para sus hijos.»
ACTO I
Lo propio del poder es proteger.
PASCAL
3
Sonia tenía dieciocho años, la edad en que decidió ir a Inglaterra a aprender inglés, cuando se enamoró de Rajiv. Era tan guapa que la gente se volvía en la calle para mirarla. Caminaba muy erguida, y su pelo castaño oscuro y lacio enmarcaba su rostro de madonna. Josto Maffeo, un compañero de clase que los fines de semana compartía con ella el trayecto en autobús desde el pueblo de Orbassano, donde vivía con su familia, hasta el centro de la ciudad de Turín, hoy convertido en un conocido periodista, la recuerda como «una de las mujeres más guapas que he conocido en mi vida. Además de guapa era interesante, muy amiga de sus amigos, tranquila y equilibrada. No le gustaba participar en juergas multitudinarias y, eso sí, siempre mantenía una cierta reserva respecto a los demás».
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