Javier Moro - El sari rojo

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Una gran novela de amor, traición y familia en el corazón de la India protagonizada por Sonia Gandi. Una italiana de familia humilde que, a raíz de su matrimonio con Rajiv Gandhi, vivió un cuento de hadas al pasar a formar parte de la emblemática saga de los Nehru-Gandhi.

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Después de tanto ajetreo, de ver a tanta gente, de tantas lágrimas vertidas, Sonia sufre el contragolpe. Poco a poco se va asentando la nueva situación, de donde surge una pregunta aterradora: ¿Cómo seguir viviendo sin Rajiv? ¿De dónde sacar fuerzas para estar sin él? Ahora toca lo más difícil, inventarse una vida. De poco le sirve el consuelo de la religión. Dice que cree en todas las religiones porque quizás no crea en ninguna. Tiene el consuelo de que su hijo Rahul se queda a pasar el verano. El chico está deshecho. A la tristeza de haber perdido a su padre, se añade un fuerte sentimiento de culpabilidad por no haber removido cielo y tierra, por no haberse enfrentado a él y haberle obligado a exigir más protección… Sonia y Priyanka también se sienten un poco culpables, pero ¿qué podían hacer contra la voluntad de Rajiv y del aparato del Estado? El caso es que la casa familiar vuelve a ser la fortaleza de antes, con sus vallas en la calle, sus arcos detectores de metales, sus cámaras de vigilancia, sus torretas, sus garitas y su centenar de policías armados rondando por la zona. La seguridad.

El atentado no ha interrumpido las elecciones, sólo se han retrasado las dos últimas jornadas. El Congress ha arrasado en el sur, a causa del «factor empatía» provocado por el asesinato, pero ha sido derrotado en el norte. Maneka también ha sido derrotada en su circunscripción y pierde su escaño en el parlamento. La gran sorpresa de estas elecciones ha sido el espectacular avance del BJP, el partido hinduista que Rajiv había identificado como el «enemigo a batir». Ha multiplicado por cien sus escaños. Un auge espectacular y terrorífico. ¿Cómo no sentir miedo cuando el líder de un grupo paramilitar hindú, aliado de este partido, ha homenajeado al asesino del Mahatma Gandhi? ¿No es algo que estaría prohibido en la mayoría de las democracias?, pregunta Sonia, escandalizada como la mayoría de los visitantes que recibe. ¿Puede uno cargar tan fácilmente contra los pilares de una nación con total impunidad? Con la excusa del pésame, muchos diputados y miembros del partido van a sondearla, a veces hasta bien entrada la noche. Acuden a discutir quién debería ser el definitivo sucesor de Rajiv a la cabeza del Congress. No se atreven ya a decirle que ella debería asumir ese puesto, que si lo hiciese habría esperanza para luchar contra el avance del sectarismo religioso. Saben que ella no quiere oírlo. ¿No rechazó de manera tajante la presidencia del partido, que fueron a ofrecerle en bandeja de plata estando las cenizas de Rajiv todavía calientes?

Sonia, sin embargo, les escucha con atención: que si fulano representa demasiado a los ricos y tiene mala imagen entre los pobres, que si zutano es desleal y no se puede confiar en él, etc.

– ¿A ti qué te parece? -le preguntan.

– Yo me inclinaría más por Narasimha Rao, creo que es el que Rajiv elegiría… Pero ¿por qué no decidís vosotros quién será el próximo líder?

– Porque este partido, con personalidades tan imponentes como Nehru, Indira y tu marido, nunca ha tenido la necesidad de desarrollar un mecanismo sucesorio y quieren que alguien les guíe… Tú, por ejemplo -se atreve a soltar uno de ellos, mirándola fijamente.

Sonia pugna por mantenerse entera y tranquila. ¿No entienden que no estoy interesada? Les ha dicho cien veces que no quiere hacer política, que no va a participar en ningún acontecimiento o evento relacionado con la política. Si les sigue recibiendo, es por fidelidad a la memoria de su marido, porque piensa que a él le gustaría. Mantener esas relaciones es mantenerlo un poco en vida. No quiere cortar el cordón umbilical que la vincula al mundo de Rajiv, de Indira, a la herencia de la familia. Lo hace por ella y por sus hijos. Una amiga suya se ve en la obligación de avisar a los que llegan. «No disgustéis a Madam hablando de su entrada en política. Le duele mucho. Recordad que está de luto por un marido que nunca quiso entrar en política.»

Muchos la recordarán vestida con un sari blanco y un corpiño negro, sin joyas, como manda la tradición en época de luto, excepto la alianza, sentada en el borde del sofá en el estudio de Rajiv, con los retratos de la familia mirándoles desde las paredes. La mesa de despacho está exactamente igual que cuando él la dejó. No ha querido descolocar ningún objeto y nadie se sienta en su sillón, ahora recubierto con la bandera que envolvía su féretro. Nadie lo hará jamás, ni siquiera ella. A pesar de su porte elegante y su esfuerzo por mantenerse entera, se le escapan lágrimas de vez en cuando, que disimula pasándose un pañuelo por el rostro. De tanto llorar tiene ojeras perpetuas y se le ha quedado una mirada acuosa. Ha adelgazado mucho, la palidez marmórea de su tez está veteada de gris, tiene una expresión de tristeza infinita en la mirada.

Pero su opinión pesa. Pesa tanto que ella misma se sorprende.

Al final, los diputados la escuchan. Una vez convencidos de que Madam prefiere a Narasimha Rao, arreglan una elección interna para que los diputados le voten. El partido acaba colocando a este viejo amigo de la familia Nehru de primer ministro de un gobierno de coalición, minoritario porque le han faltado al Congress 30 escaños para alcanzar la mayoría. A la prensa no se le escapa este poder de influencia, que denomina the Sonia factor. A la italiana le pasa lo que a Indira cuando murió Nehru, que automáticamente ha heredado algo del poder de la familia. Para unos se trata del «carisma» para otros del «apellido». Si aquel día llega a haber mencionado otro nombre, es probable que Rao no hubiera salido. No es tan fácil como parece desprenderse de la política. El poder la persigue, el poder la quiere. El poder la necesita.

El gobierno de Rao parece débil. Tal y como están las cosas, nadie apuesta por su supervivencia, ni por la del partido. ¿Qué es el Congress sin un Gandhi a la cabeza?… Una organización condenada a desaparecer, dando pie a que el partido hinduista, el BJP, se adueñe del terreno perdido. Es grave, porque ese partido defiende la idea peligrosa de «una India hindú», que para muchos es la receta del desastre. Y nadie se atreve a imaginar las consecuencias para el país y el resto del mundo de un desastre a la escala de la India… Por eso redoblan las presiones sobre Sonia. Para los responsables políticos de un Congress en pleno desconcierto, y para una gran parte de la población, ella representa la última centinela de una dinastía golpeada de muerte.

– ¿Algún favor, algo que necesites, algún servicio? -así, con voz tintineante, se anuncia el ministro de Bienestar Social al entrar en el domicilio familiar de los Gandhi.

En la dirección del Congress, no saben qué inventarse para ganársela, para que recapacite y acepte entrar en el redil.

Son tantos los que quieren verla que decide instaurar un horario de visitas, de cinco a siete de la tarde. Las mañanas las dedica a contestar las miles de cartas de condolencia que ella y sus hijos siguen recibiendo del mundo entero. Insiste en leerlas todas, y procura contestar personalmente a las de los conocidos. A los demás, les manda una nota de agradecimiento impresa y firmada de su puño y letra, en inglés o en hindi. Las tardes, después de las visitas, es cuando el sentimiento de pérdida y de soledad se hace más duro de soportar. Por momentos se olvida de que Rajiv ya no va a volver esa noche. Tantos años acostumbrada a esperar su regreso que se le ha quedado el reflejo de esa esperanza vana. Afortunadamente está rodeada de su familia. Su madre, Paola, vive ahora con ellos, y sigue esperando secretamente que Sonia decida volver a Italia. Pero no quiere insistir más, la última vez que lo ha hecho, Sonia se ha puesto nerviosa. Priyanka y Rahul están muy pendientes de su madre. De vez en cuando se presenta algún amigo a cenar y el ambiente se anima mientras preparan la comida.

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