Javier Moro - El sari rojo
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El avión rodaba ya por la pista. Suman Dubey y Sonia la tranquilizaron, la hicieron sentarse y le abrocharon el cinturón. En ese momento Sonia tuvo un gesto que sin duda Rajiv hubiera apreciado. Al darse cuenta de que el ataúd del guardaespaldas Pradip Gupta estaba sin nada, fue a colocarle una guirnalda de jazmines.
Era de día cuando el avión despegó, de vuelta a la capital india. Empezaba el último viaje de Rajiv Gandhi.
ACTO IV
No conoces los límites de tu fuerza, no sabes lo que haces.
No sabes quién eres.
EURIPIDES
42
Ya está. Ha terminado todo. A pesar de que no ostentaba ningún cargo oficial, sesenta y cuatro países han mandado un representante oficial a los funerales. Rajiv tenía algo especial, que le hacía ser muy querido por los que le trataban.
Las cenizas ya viajan hacia el océano, disueltas en el Ganges, mezcladas con las del bisabuelo Motilal, las del abuelo Nehru y las de su hermano. El dolor individual es sólo una parte del vacío tan grande que ha dejado. El personal de servicio y de seguridad está triste y desorientado. Hasta los perros de casa están mustios. El asidero al que todos podían aferrarse ante los vaivenes de un mundo caótico e inseguro ha desaparecido. ¿Cómo creer que ya no está? Sonia y sus hijos sienten su presencia en todo momento, sobre todo de noche, en sueños. El inconsciente va más lento que la realidad, le cuesta alcanzarla, por eso los despertares son especialmente duros. Otras veces se desvelan sobresaltados y se dan de bruces con la realidad, y entonces se dan cuenta de que ésa es la peor pesadilla.
Lo importante es que todo ha transcurrido en paz. Se ha evitado el baño de sangre, no como después del asesinato de Indira. El gobierno ha sacado el ejército a la calle a tiempo y ha decretado siete días de luto nacional. Lo que no se ha podido evitar han sido varios casos de suicidio e inmolaciones en el interior del país. La India eterna sigue viva en los corazones de la gente.
Ahora, hasta sus adversarios políticos concuerdan en que Rajiv ha sido un hombre decente. En la muerte, ensalzan al líder que han denigrado en vida. También la prensa, que primero lo encumbró y luego lo vilipendió, hace su examen de conciencia. Una mañana, Priyanka enseña a su madre un artículo del Hindustan Times.
– Léelo, mamá, aquí publican un homenaje que busca disculpar la actitud que los medios han tenido con papá.
Sonia está orgullosa de sus hijos. Han estado a la altura. Menos mal que ha tenido a Priyanka cerca para organizarlo todo, para mantener la casa en orden, ir a recibir a Rahul y escoger el lugar de la cremación. Ella no hubiera podido. Es imposible tomar decisiones cuando uno se siente muerto en vida. Piensa que Indira también estaría orgullosa de ellos.
Sonia se coloca las gafas y se pone a leer. El texto tiene el mérito de la franqueza: «Le tomábamos el pelo por sus zapatos Gucci, sus gafas Cartier, sus vaqueros de marca, sus viajes con su mujer en los jumbos de Indian Airlines… Nos burlábamos de su hindi, aunque el nuestro fuese peor… La verdad es que estábamos llenos de resentimiento y de envidia… Sabíamos en nuestro fuero interno que había viajado más que todos nosotros juntos y que tenía una mejor visión de los problemas de la India que la que podíamos tener nosotros, pontificando en nuestras columnas. Su elegancia natural, su buen aspecto y sus modales le daban una ventaja injusta sobre todos los demás. Tenía tanto por lo que vivir, tanto que hacer a pesar de nuestros reparos y nuestras críticas.» Sonia llora cuando le devuelve el artículo a su hija. «¿Por qué ha tenido que pagar un precio tan alto un hombre bueno que encima había hecho bien su trabajo?», se pregunta. Son tantas las preguntas y tan escasas las respuestas que Sonia se desespera. Lo que sabe es que su marido ha acabado siendo víctima de un sistema que le ha exigido lo imposible. Ah, si no se hubiera metido en política, si hubieran dejado a Maneka el papel de heredera… Maneka, que apareció en el funeral junto a Firoz Varun y que con ojos llorosos musitó unas palabras de condolencia.
Ahora Sonia y sus hijos quieren saber quién le ha asesinado. Dice la policía que han sido terroristas del Frente Tamil de Liberación Nacional… ¿Pero están seguros? ¿Cuándo lo podrán confirmar? y sobre todo… ¿Cuándo se podrá hacer justicia? Es un pobre consuelo la justicia, pero a estas alturas es lo único que queda.
– Señora, tiene una llamada -le interrumpe un sirviente-. Es una conferencia.
Desde que sus hermanas han regresado a Italia después de pasar unos días en Nueva Delhi, arropándoles, Sonia habla todos los días por teléfono con alguna de ellas, que insisten para que vuelva. Piensan que con el tiempo se dará cuenta de que ya no tiene sentido quedarse a vivir en Nueva Delhi, aparte de que es peligroso. Pero Sonia lo tiene claro y ya se lo dijo a su madre. La India sigue siendo su razón de vivir, aunque le haya robado el corazón. Aquí es donde están enterrados sus sueños.
– Ésta es mi vida -le repite a su hermana Nadia al teléfono-. Ya no puedo dejar este país e instalarme fuera, donde seré siempre una extranjera. Me di cuenta de ello cuando murió papá.
– Por lo menos, cámbiate de casa…
– ¿Por qué? ¿Tú también crees que está gafada? Aquí es lo que dice la prensa…
– No, no creo en esas tonterías, lo digo porque en esa casa todo te recordará a Rajiv…
– Es precisamente por eso por lo que no quiero mudarme. Sabes, quedarse viuda no es como divorciarse. Además, desde el punto de vista de la seguridad, esta casa es adecuada.
¡La seguridad! Qué hueca parece esa palabra desde la distancia. Dos asesinatos, y Sonia sigue creyendo en ella. Cuán testaruda puede ser una hermana… Pero sólo se entiende el miedo si se vive desde dentro. La amenaza de los sijs a Indira de matar hasta la centésima generación de sus descendientes se ha quedado grabada en la mente de Sonia. ¿Cómo olvidar una amenaza semejante, que además se ha visto confirmada con la sangre de su suegra? Ahora, con lo de Rajiv, sabe que la sed de venganza no tiene límite. Nunca ella ni sus hijos podrán vivir en una paz completa, por ser quienes son. Nunca, ni aquí ni en Italia ni en ningún otro sitio. Mejor aceptarlo. Por lo menos, en la India, vuelve a disponer de todo el aparato del Estado para protegerles. «La seguridad de la familia Gandhi es de interés nacional», ha declarado pomposamente el presidente de la República una semana después del atentado. A buenas horas, piensa Sonia… El caso es que el primer ministro en funciones, por indicación del presidente de la República, les ha asignado la máxima protección. Vuelven a disponer del servicio del Special Protection Group, que ya demostró su eficacia cuando Rajiv era primer ministro. Sonia no ha podido evitar hacer un comentario amargo:
– La policía me ha hecho saber que si no le hubierais retirado la protección del SPG a Rajiv, a la que tenía derecho, se hubiera salvado del atentado.
– Soniaji -le ha respondido sin alterarse el primer ministro-, sabes perfectamente que si Rajiv hubiera insistido, el gobierno se la hubiera devuelto.
– No estoy tan segura.
¿Cómo estarlo? ¿Cómo creer la palabra de un político? Es cierto, Rajiv no lo había solicitado, pero ella sí. Había insistido varias veces, siempre en vano. Priyanka había insistido. Rahul también. La realidad es que ningún político tenía especial interés en proporcionar a Rajiv una mayor protección: los de su partido porque le apartaba de las masas y por lo tanto reducía sus posibilidades de éxito, los de la oposición porque si le pasaba algo a Rajiv, acababan con la preponderancia del Congress. Todos ganaban dejando a Rajiv indefenso.
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