Antonio Gala - Los papeles de agua

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Los cuadernos de una escritora de vuelta del éxito que decide ir a perderse o a encontrarse a Venecia tras el fracaso de su última obra publicada. En Venecia sale de su decadencia al tiempo que descubre la cara oculta de la ciudad, sus pasiones y su vida nocturna. Deyanira sabrá que nada de lo que ha escrito hasta entonces ha sido cierto porque verá en los ojos y en el cuerpo de Aldo la verdadera vida y ambos encuentren en sí mismos y en el otro lo que estaban buscando sin saberlo.

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El Danieli está, como diría un periodista al uso, estratégicamente situado. O sea, una vez más Aldo había elegido bien. En este caso no estoy pensando en mí. Aunque parezca inverosímil.

No lejos del palacio de los Dogos, cosa que a mí me traía sin cuidado, pero también frente a la Laguna, y con un embarcadero que permitiría que nos recogieran y nos devolvieran antes y después del acto litúrgico de la santa cena. No sé por qué pensaba en la Última Cena, y me entraba la risa. Una falta de respeto más a la que toda mi vida he sido aficionada.

El hotel, como tal, funciona bastante bien. Aunque sospecho que, en plena temporada, tiene que resultar agobiante, cosa que muy probablemente lo hace más caro todavía. En cuanto a lo de las estrellas, cinco en este caso, ya se sabe: por estrellarse que no quede. La decoración, como la de todos los hoteles ricos de este mundo, es muy ostentosa y bastante horrenda, quiero decir excesiva. Da la impresión de que el decorador ha querido tirar la casa por la ventana. Y, si te fijas, a ti te dan también ganas de volverla a tirar. En realidad, lo mejor de los hoteles es que pasas en ellos poco tiempo. En otro caso, tendrías que adaptarlos a ti, lo que sería un esfuerzo agotador y no te dejaría mirar fuera, que es por donde la vida se pasea.

La mayor ventaja del Danieli, en mi circunstancia, son sus dimensiones. Con casi 250 cuartos es difícil prestar con minuciosidad la debida atención, pero también prestarla con minuciosidad a la vida y milagros de cada uno de los huéspedes. Y eso, en nuestro caso, es fundamental. Como supongo que lo es, para los propietarios, el haber superado el quiero y no puedo de tantísimos hoteles con el quiero y puedo del suyo. Aunque a veces se pasaran un tanto en el quiero, en el puedo y en los oropeles.

Nadia ha llamado, quizá con excesiva frecuencia, pero con toda mi comprensión, a Bianca. Fue lo primero que hizo cuando volvimos de elegir los vestidos. La oí desde mi cuarto, y me hizo reír aunque no tenía ganas. Era como una niña el día de sus quince años, esa fiesta que celebran en Sudamérica; bueno, no sólo allí. A Bianca, tan aburrida en aquella parte de la discoteca, sin música y sin gente, que es para lo que una discoteca sirve sólo, supongo que la distraen las llamadas y las agradece… Sobre todo, las amables de Nadia dándole la enhorabuena y las gracias por haber elegido aquella tienda, que se llama Aldobrandi como la dueña, para nuestras extraordinarias comprillas.

– Deyanira -decía- nos ha estado engañando, Bianca.

Aquí ha venido disfrazada de pobre. En España debe ser una fulana de categoría. La puntería que ha demostrado al elegir su ropa y la mía es que te cagas. Ven pronto. Estoy deseando que me veas… Ya sé que a ti te caería mi traje mucho mejor que a mí… Ya lo sabes, contigo no quiero competencias… Sí, que te caería y que te caerá, porque pienso ponérmelo una vez y no más… Es tuyo, claro que es tuyo. Ya verás qué maravilla. Creo que Deyanira y yo hemos acertado… Sospecho de las malas intenciones suyas, porque el vestido mío tiene mucho que ver con tus ojos… Sí, ya sé que tus ojos te sirven para ver, pero también para que los disfrutemos… No, no te adelanto nada… Ni bonito ni feo ni nada: se acabó… ¿Cómo lo estás pasando? ¿Qué tal andas de tus moretones, amor mío? Por lo menos, no me lo digas: si no fueras tan guapa de morir, no te hubieran toqueteado tanto… Sí, en eso tienes razón: te hubieran dado un tiro y santas pascuas… ¿Cómo que tienes un gatito? ¿Romano? Qué gracioso; claro que te quiere, no tiene mérito ninguno, todo el mundo te quiere. Pero no todos como yo… Te dejo, voy a ver si Deya quiere algo… No, la infeliz, no: nada exigente. Mujer, echa de menos a quien tú sabes… Ella se distrae con sus libros, con sus puercos cuadernos, esos que llama de agua. Y escribe; ahora mismo estaba escribiendo… Dale un beso al gatito, y luego mírate tú al espejo y date el beso más gordo en mi nombre… Donde tú sabes, no te hagas la tonta… Bueno, pues si no te llegas con la boca, llégate con el dedo besado de antemano. Ciao.

Oyéndola hablar y viéndola volver luego con los ojos húmedos, después de fingir buen humor por teléfono, recordaba la letra de una canción muy bella, que hace poco escuché: « La lontananza sai é come il vento, che spegne l'amore piccolo e ac-cende quetto grande…»

Cuando se me ha acercado ahora mismo, he cubierto en broma esta miserable libreta escolar con la mano como para evitar que la leyera, y le he dado un beso. Ella me ha comprendido y ha hecho un puchero, como una niña chica. Y a la vez sonreía. Estoy segura de que soy una pobre discapacitada: ahora me ha dado por querer a todo el mundo. Menos a los de la cena de esta noche, claro.

En todo caso continúo pensando que la vida es una sucesión de fracasos. Por eso, cuando viene con un éxito o te entrega un regalo, hay que bebérsela de un sorbo.

Por lo visto, es la hora de empezar a vestirse. A decorarse, diría yo. Es la única vez que la primera actriz -esta noche lo soy- va a presentarse ante su público con todo el decorado puesto encima. Qué trabajera…

Me he acordado de que en cierta ocasión escribí: «Sólo puedo elegir entre lo que no tengo», y he estado a punto de hacer pucheros como Nadia. Si seré tarada… Ahora precisamente que lo tengo todo: un amor que me invade, que me hace vivir y me aniquila, y hasta un espléndido traje del color que me protege. Aunque sea sólo para que él me lo quite. Qué bien va a salir todo.

Le he pedido, por si las moscas, a Nadia, que nos prepare unas rayitas. No dejo de admirar cuánta maña se da y qué pulso tan bueno. El otro día me regaló Aldo un esnifador muy cómodo y muy práctico.

– Es de acero inoxidable, ¿verdad? -le pregunté.

– No, es de calamina. De vez en cuando, límpialo… Y límpiate ahora las narices también. No, mejor deja que te las limpie yo.

Me las lamió porque tenía algo de polvo en ellas. Mambrú, mi perrillo, me las lamía así… De todas formas, nunca habría dicho yo que la calamina tenía este aspecto. Siempre se aprende algo. Hasta drogándose.

Nos hemos duchado. Nos hemos maquillado. Nos hemos puesto ropa interior limpia. Y nos hemos revestido como los curas que van a decir misa.

– ¿Estás ya, Nadia?

– Más o menos… ¿Quieres que te eche una mano?

– Depende de adonde.

Hablábamos a voces, de su cuarto al mío. Me ha dado apuro, no nos fueran a oír. Aunque aquí se nos respeta, quizá en exceso. Quien haya encargado la reserva, y anunciado la cena-homenaje, ha debido de ser muy expresivo. Me asegura Nadia que mi nombre impone mucho… ¿Con qué intención creerá la ingenua que me lo puse yo? ¿Dónde iba llamándome Asun Moreno Morales? Si hubiera sido Asumpta por lo menos… Qué duro es nuestro idioma: Concceta, Concepción; Anunciatta, Anunciación, y todo por el estilo… Una conocida mía de Granada tenía a su servicio dos doncellas, Angustias y Martirio. «Menos mal», decía, «que la cocinera se llama Consuelo». Aquí sería Consolazione, supongo, que dura un poco más.

Veo entrar a Nadia entre sus verdes. La Cappuccetto viene deslumbrante. ¿A que le va a fastidiar el show a su señora?

***

Qué pesadita se me ha hecho la cena. Yo me temía una murga, pero ha sido peor: el punto de mira era yo, y también la diana. Lo cierto es que pensaba que, en cualquier momento, se iban a poner todos a tirar al blanco. Nadia, que estaba frente a mí en una mesa muy larga y muy estrecha, me decía que sí con la cabeza. No sé a qué venían las afirmaciones. Supongo que con el fin de animarme. Y el caso es que yo estaba animada, pero harta, desde el primer minuto, deseando volver. Hasta el peor hotel del mundo, hasta la peor posada puede transformarse en tu casa si se te espera allí o si tú tienes que esperar allí a alguien.

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