– ¿No pudo usted hacer frente al asalto desde el principio?
– No… No, porque ni teníamos esa clase de dinero ni pensamos que la compra llegaría a adquirir las proporciones que acabó teniendo.
Bebió un poco más.
– ¿Otra coca-cola? -preguntó Borrero.
– Gracias…, quiero decir, gracias sí… La casualidad, cuya coincidencia no se les ocultará a ustedes, quiso que ayer por la tarde, mi primo Basilio Montero, que es el cabecilla de las viejas familias, me llamará exigiendo una reunión conmigo. Lo recibo esta tarde.
– Un momento. ¿Sabemos quién está detrás de los mil millones de dólares?
– Todavía no. Pero me enteraré… Imagino que los árabes del emirato de Qatar, que son los dueños de Goldblum & Pierce, pero no estoy seguro. De lo que sí estoy seguro es de que Basilio es su testaferro y que, durante nuestra reunión, me va a exigir que yo le ceda la presidencia. Bueno, pues, con la ayuda de ustedes, no tengo intención alguna de hacerlo.
– ¿Qué piensa hacer?
– Amenazarlo con una OPA, una oferta de compra hostil.
– ¿A cuánto?
– Verá usted. Basilio dispone de dos millones de acciones que ha comprado a 75.000 pesetas. Ésta ha sido, con altibajos, la cotización de las dos semanas pasadas. Me propongo hacer una oferta de compra a 76.000 pesetas… Esto quiere decir -añadió, empezando a manejar la pequeña calculadora- que de los doscientos veinticinco mil millones de pesetas que ustedes me den, hay que deducir el 0,6 por ciento de corretaje de los agentes de cambio y bolsa… exactamente mil trescientos cincuenta millones. Quedarán doscientos veintitrés mil seiscientos cincuenta millones de pesetas que nos permitirán comprar… -hizo los cálculos y levantó la mirada- dos millones novecientas cuarenta y dos mil setecientas sesenta y tres acciones, que representan un… 14,71 por ciento del nominal. Es decir, el control absoluto del banco. -Cruzó las piernas para ocultar su erección.
– Y si nosotros le damos el dinero, ¿cómo va usted a obviar las dificultades que le oponga el gobernador del Banco de España a una inversión que viene del extranjero? -preguntó Oswaldo.
– Yéndole a ver y explicándole que me quedo de presidente. Aceptará.
– ¿Está usted seguro?
– Absolutamente. ¿Una inyección de mil quinientos millones de dólares? ¿Están de broma? Aceptará seguro… Es más. Fíjense si estoy seguro de lo que les digo, que estoy dispuesto a ir a verlo antes de que ustedes me entreguen materialmente el dinero. Le propondré la operación y, si la rechaza, ustedes podrán retener su dinero.
Borrero miró a Horcajo. Guardaron silencio durante casi medio minuto.
– Muy bien -dijo finalmente Horcajo-. Comprometemos nuestro dinero. -Javier Montero respiró profundamente y tuvo que hacer un esfuerzo considerable para reprimir una sonrisa-. Nuestros representados exigen, claro está, un contrato escrito. Nuestras condiciones son muy sencillas. Aunque las acciones que usted compre sean puestas a su nombre, usted estará actuando por cuenta de Oswaldo Borrero, aquí presente, que será el dueño.
– De acuerdo. En ese mismo contrato quedará estipulado, supongo, que yo seguiré siendo presidente de Crecom.
Horcajo sonrió.
– Por supuesto. ¿Sabe alguien más que nos estamos reuniendo?
– No.
– ¿Cuándo quiere el dinero?
– Lo necesito el sábado.
– Muy bien. ¿Qué le parece si nos vemos el próximo viernes a las tres de la tarde en el hotel Ritz de París? Tendremos el contrato preparado y usted nos podrá traer la aquiescencia del gobernador del Banco de España. Al día siguiente quedarán ingresados los fondos a su nombre en la sucursal del Crecom en Miami.
– Perfecto. De acuerdo. Me parece una solución perfecta.
– Javier se quedó callado. Sus interlocutores lo miraron en silencio, esperando-. Tengo una pregunta más -dijo por fin.
– Adelante -dijo Horcajo.
– Ese dinero que ustedes me van a depositar en Miami será investigado sin duda alguna por la autoridades monetarias americanas y españolas. No puede ser un dinero que sea blanqueado por primera vez al serme ingresado en cuenta.
Horcajo rió.
– Naturalmente que no. Naturalmente que no. No, no. Ese dinero sufre algunas operaciones intermedias antes de ser canalizado, ya limpio.
– Explíquese.
– Muy fácil. Suponga que es usted dueño de un banco de Chicago. Usted, mi buen amigo y socio. Entonces, yo le pido a usted un préstamo de cincuenta millones de dólares para comprarme un edificio de oficinas al borde del lago. Usted me lo da. Yo compro el edificio. Al cabo de unos meses, le devuelvo a usted los cincuenta millones con dinero que me saco del bolsillo. Ya tengo blanqueados cincuenta. Inmediatamente a continuación, vendo el edificio a un primo mío por cien millones de dólares. Él ha obtenido un préstamo de usted por esos cien millones (que son, en realidad, los cincuenta míos de antes y otros cincuenta de otra operación similar anterior). Sólo que, en esta ocasión, él no devuelve la hipoteca y usted le embarga el edificio. El banco ha recuperado los créditos y, encima, tiene un edificio de oficinas en el frente del lago en Chicago. Dígame, ¿quién se acuerda de los coca-dólares? -rió-. No se preocupe. En París le detallaremos al céntimo el origen de las cantidades que le entreguemos.
17.45
En realidad, Carlos se había puesto a seguir a Paloma casi sin querer. Cuando pretendió hacerle señas desde el otro lado de la calle General Diez Porlier, en cuyo número 26 ella y sus hermanas tenían el taller de costura, Paloma ya se había subido a un taxi y éste había arrancado.
– Siga ese taxi -dijo, subiéndose a otro que se había parado en la esquina. Luego le dio risa-. Venga, que parece que estamos en una película de Humphrey Bogart.
En el interior del vehículo olía poderosamente a tabaco farias. El taxista tenía en la boca un puro maloliente casi enteramente consumido. Sin embargo, llevaba su ventanilla solamente a medio abrir. Carlos bajó la suya.
– Coño -dijo el taxista, mirándolo por el espejo del retrovisor-, pues se iban a divertir con el tráfico como está hoy. ¡Hay que joderse! ¿Ha visto usted cómo, en los teleflís, siempre dan la vuelta en redondo en la avenida principal y aquí no viene nadie?, ¡hale!
– Ya -dijo Carlos-, y además encuentran aparcamiento a la primera.
– Les iba yo a hacer rodar un episodio en Madrid para que se fueran enterando de lo que vale un peine. Y es que, además, no hay disciplina, señor. Esto es un cachondeo. Tanta derecha y tanto PP y tanta libertad, ¿para qué? Para que no funcione nada. -Esquivó a una anciana que pretendía cambiar de acera, impidió que saliera de la calle transversal otro coche que bloqueaba todo el tráfico que subía por ella-. ¿Adonde vas, hombre? -Y dio un bocinazo impaciente a una chica a la que se había calado el motor del propio automóvil-, si no sabes conducir, quédate en casa, anda. ¿Vio usted el debú del Pepillo ese con el Madrid el domingo? Bueno, bueno, ese chaval. Va a ser mejor que el Buitre.
– Juega como Dios -dijo Carlos lacónicamente.
– ¿Como Dios? Mejor que Dios, oiga, porque Dios, con tanta ropa y tal, no puede regatear en corto como hace el chaval este. Vaya golazo le metió a Molina…, de los que recuerda uno siempre. Como el cuarto toro de la reaparición de Antonio Ordóñez en la feria de San Isidro del 65. Vaya toro, oiga, que después de un pase de pecho, plegó el tío la muleta, se dio la vuelta… y le estaba haciendo la faena en el 5, y la plaza se cuajó de pañuelos. -Se habían detenido en un semáforo. El taxista se había vuelto para enseñar a Carlos cómo había plegado la muleta Antonio Ordóñez. Vio que Carlos miraba hacia adelante-. No se preocupe, hombre, que no vamos a perder de vista a su chavala. Ahí delante van. -Arrancaron-. Es lo que yo digo siempre, oiga. La gente siempre dice, que lo he oído yo en la radio y en la tele, que se acuerda de dónde estaba y de lo que estaba haciendo el día que mataron al Kennedy ese en Dallas…, pues eso es de otra generación que no es la mía, sino la siguiente. Porque nosotros, de lo que nos acordamos es de lo que estábamos haciendo el día en que el toro de Miura mató a Manolete… 29 de agosto del 47, sí, señor. Me acuerdo como si fuera ahora, porque yo me estaba tirando a una modistilla al sol, sobre una piedra en un descampado en Alpedrete. Ya lo creo que me acuerdo. -Rió con estrépito y le cayó ceniza sobre la camisa. Se la sacudió con la mano, entre gargarismo y gargarismo bronquial-. Luego lo oí por la radio, que habían matado a Manolete… y pensé, hombre echaste tú el último polvo antes que yo. Te lo brindo, hombre… Aquí estamos. Hotel Palace. ¿Para qué coño le pondrán palace si se dice palas? Son 775.
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